3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito
IX. La Regla del Maestro (continuación)
Tema
La parábola de la fuente
1Dice el profeta: Abriré mi boca en parábolas (Sal 77 [78],2); 2y también dice: Para ellos me he hecho parábola (Sal 68 [69],12).
3Nacidos a la tierra del seno de la madre Eva[1], y engendrados por Adán en los excesos de la concupiscencia, descendimos al camino de este siglo (cf. Si 40,1), 4y recibiendo el yugo temporal de una vida peregrina, recorremos el itinerario de esta vida en la ignorancia de las buenas acciones y la experiencia incierta de la muerte (cf. Sal 38 [39],13; 1 P 2,11). 5Porque la peregrinación por este siglo nos ha cargado con un pesado viático de negligencia de pecados, 6y nuestras espaldas fatigadas por pesados equipajes, el sudor del esfuerzo sobre el suelo mostraba nuestra muerte ya vecina. 7Y nuestra ardiente sed anhelaba la muerte.
8Súbitamente a la derecha, al oriente, vimos una fuente de agua viva, 9y apresurándonos hacia ella vino antes una voz divina a nuestro encuentro, clamando y diciéndonos: Los que tengan sed, vengan al agua (Is 55,1). 10Y viéndonos venir cargados con pesados fardos, volvió a decir: Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré (Mt 11,28). 11Nosotros al oír esta afable voz, arrojando al suelo nuestras cargas, urgidos por la sed nos arrojamos ávidamente hacia la fuente y bebiendo largo tiempo nos levantamos renovados. 12Y después de habernos levantado, permanecimos atónitos con gran gozo y cavilando, contemplando el yugo que habíamos llevado con esfuerzo por el camino y nuestras cargas, cuyo peso nos había fatigado hasta la muerte por nuestra ignorancia.
13Mientras contemplábamos y considerábamos largamente estas cosas, de nuevo oímos la voz de la fuente que nos había recreado diciendo: 14Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán paz para sus almas. 15Porque mi yugo es suave y mi carga liviana (Mt 11,29-30). 16Nosotros al oír esto digámonos unos a otros: 17“No volvamos, después de haber sido recreados en tan magnífica fuente, y (haber escuchado) la voz del Señor invitándonos, a la carga de los pecados que abandonamos; 18es decir, aquellos a los que renunciamos al ir a la fuente bautismal. 19Estos fardos de nuestros pecados antes nos habían fatigado con su peso hasta la muerte, por la ignorancia de la ley sagrada o por la desesperación de la ignorancia[2] del bautismo. 20Pero ahora que hemos recibido la sabiduría de Dios, también los que estábamos cargados con los fardos de nuestros pecados, hemos sido invitados al reposo por la voz del Señor. 21Renunciemos por tanto a los fardos de nuestros antiguos pecados. 22Que el camino del siglo mantenga en los negligentes el peso de sus delitos. 23Nosotros ya no consideremos como madre nuestra la del limo de la tierra (Gn 2,7), Eva, sino la ley cristiana que nos llama al descanso divino. 24Igualmente, ya no buscamos, en nuestra voluntad de pecadores, un padre en Adán, sino en la voz del Señor que nos llama. 25Y aunque no nos atrevemos por nuestros propios méritos, sin embargo en nuestro renacimiento de tu sagrada fuente, te encontramos allí donde Tú estás”.
[1] O: “Nacidos del seno de Eva, (nuestra) madre de la tierra”. [2] Cognitione ignoranti.