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3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito
 

IX. La Regla del Maestro (continuación)

 Capítulo 1: Los géneros de monjes: su modo de beber, sus acciones y su vida en los cenobios[1]

 
1Es manifiesto que hay cuatro clases de monjes. 2La primera es la de los cenobitas, esto es, la de aquellos que viven en un monasterio y que militan bajo una regla y un abad.
 
3La segunda clase es la de los anacoretas o ermitaños, quienes, no en el fervor novicio de la vida religiosa, sino después de una larga probación en el monasterio 4aprendieron a pelear contra el diablo, enseñados por la ayuda de muchos. 5Bien adiestrados en las filas de sus hermanos para la lucha solitaria del desierto, se sienten ya seguros sin el consuelo de otros, y son capaces de luchar con sólo su mano y su brazo, con Dios y con el espíritu, contra los vicios de la carne y de los pensamientos.
 
6La tercera, verdaderamente pésima clase de monjes es la de los sarabaítas, a la que sería mejor llamar todavía laica, de no impedírmelo la tonsura del estado religioso[2]Éstos no han sido probados, como oro en el crisol (Sb 3,6), por ninguna regla sino que blandos como plomo, y con la experiencia como maestra, 7en sus acciones guardan fidelidad al mundo, y mienten a Dios con su tonsura. 8De dos en dos o de tres en tres, o también solos, sin pastor, reunidos, no en los apriscos del Señor sino en los suyos propios. Su ley es la satisfacción de sus gustos: 9llaman santo a lo que se les ocurre o eligen, y consideran ilícito lo que no les gusta. 10Y mientras buscan tener a su disposición personal celdas, cofrecitos y cositas, ignoran que pierden sus pequeñas almas.
 
11En idéntica situación se encuentran los que recientemente convertidos y guiados por un inmoderado fervor, piensan que el desierto es un lugar de reposo[3], 12y sin pensar que el diablo les insidia y les perjudica, entablan con él, tan seguros como inexpertos, un combate singular, indudablemente condenados a acabar en las fauces del astuto lobo.
 
Sátira de los giróvagos
 
13La cuarta clase de monjes, mejor sería no mencionarla y haría mejor callándome que hablando sobre los tales, 14se la llama la clase de los giróvagos, que pasan toda su vida hospedándose tres o cuatro días en las diferentes celdas y monasterios de las diversas regiones. 15Así, al pretender -en atención a la llegada del huésped- ser nuevamente recibido cada día por diversos anfitriones, 16y en razón del gozo provocado por su llegada, esperan que se les preparen manjares exquisitos, y que se les proporcionen a diario, por diversos anfitriones y con ocasión de su llegada, aves tiernas de corral previamente degolladas para ellos; 17no creen ser gravosos para diversas personas, cuando, cambiando cotidianamente de anfitrión, se hacen preparar por diferentes personas diversos (platos), por la novedad de la llegada, bajo (la cobertura) de una inoportuna caridad. 18Y como exigiendo, de la invitación de los diversos anfitriones, (el cumplimiento) del precepto del apóstol en el que dice: Practiquen la hospitalidad (Rm 12,13), 19con ocasión del precepto reclaman, después del camino, un alivio para sus pies inquietos, por causa del viaje, (pero) desean más que sus corrompidos intestinos se sacien con una cena o un almuerzo muy generosos, con infinitas libaciones. 20Y cuando, después del camino, el famélico huésped ha vaciado la mesa y limpiado hasta las mismas migajas de pan, sin vergüenza declaran su sed al anfitrión, (y) si no hay copa de la hospitalidad[4], le ruegan al anfitrión que la prepare en ese mismo plato. 21Y después de un doble exceso de comida y bebida, cuando están saciados hasta el vómito, imputan a las fatigas del camino lo que la gula les ha ganado.
 
22Y antes que un nuevo lecho reciba al huésped, más cansado de la comida y la bebida que del camino, cuentan al anfitrión, exagerándolas, las fatigas de su viaje; 23(y) mientras obligan a su anfitrión a resarcir con la merced del descanso los abundantes platos y las infinitas copas, excusan (y) velan el motivo de su vagabundeo por causa de la peregrinación y la cautividad[5]. 24E inmediatamente preguntan dónde se encuentra un monje o un monasterio vecinos donde quedarse o detenerse cuando se vayan, 25como cansados y para quienes el mundo entero está ya cerrado, y ningún lugar puede albergarlos, ni las selvas, ni el mismo dilatado desierto de Egipto, 26ni ninguno de los monasterios les recibe para el servicio de Dios, y que todo el mundo, como dijimos, no puede acogerlos. 27Este (es) el justo motivo por el que vagabundean, dicen ellos, sin poder encontrar en ningún lugar reposo y refrigerio para el alma, e íntegra observancia de la disciplina; 28como si dijeran que son tan sabios, que sólo a ellos les disgusta todo lo que a Dios y a todos les agrada. 29Y por eso eligen deambular, para cambiar cada día los anfitriones, y sumar nuevas y variadas refecciones, y repetidas copas, por causa de la sed del viaje. 30Por tanto, obrando así hacen ver que su peregrinar cotidiano es más por su gula que por su alma.
 
31Y cuando, después de dos días con un anfitrión, los mismos aprestos culinarios ya disminuyen (y) desaparecen; 32y cuando al amanecer del tercer día se ve al anfitrión ocupado no en la cocción de la refección, sino en el trabajo de su celda, 33en seguida considera conveniente buscarse otro anfitrión, y apenas llegado ya se va. 34Entonces se apresuran a decir adiós al anfitrión, al que llaman avaro, y ocupados en emigrar de tal hospedaje, piden al anfitrión que ore por su partida. 35Así se apresuran como si alguien los empujara, como si los esperaran ya preparadas las comidas de otros anfitriones.
 
36Y si no lejos de ese monasterio encuentran la celda de un monje, deteniéndose, le dicen que vienen de muy lejos, de los confines de Italia. 37Y la cabeza inclinada con afectada humildad, de nuevo mienten a ese anfitrión con algo sobre su peregrinación o cautividad, 38después obligan al piadoso anfitrión, compadecido a causa del largo viaje, a vaciar toda su pobreza en marmitas y en la mesa. 39Sin duda, después de dos días también abandonarán a ese mismo anfitrión desnudo y despojado por los glotones. 40Y cuando al tercer día su celda, sus costumbres y su disciplina le desagraden, 41y cuando, después de dos días, éste también exhiba la reducción y disminución de la mesa, 42inmediatamente se le exige la entrega de las alforjas, llenas ya con los panes duros de los diversos anfitriones. 43Como en las mesas de los diferentes hospedajes recogen panes tiernos, al guardarlos por avaricia terminan por enmohecerse.
 
44Después, por tanto, que se les han entregado las alforjas, en seguida sacan al pobre asno de la pastura, el mísero después de la fatiga del reciente viaje hubiera deseado (permanecer) en la pastura, si a sus dueños no les hubiera desagradado la hospitalidad (al cabo) de dos días. 45Y nuevamente aparejado y cargado con las diversas túnicas y cogullas, las cuales o bien exigidas a diferentes (personas) con inoportunos (ruegos), o bien aprovechando la ocasión de robarlas, las habían sustraído a diversos anfitriones 46-y para poder pedir a otros, fingían vestirse con harapos-, 47se despiden también de ese anfitrión, ¡apenas llegados ya se van!, porque en su ánimo ya los invita otro hospedaje. 48Se lo azota, se lo aguijonea, se lo lastima al mísero asno, que se encorva y no parte. 49Golpean sus orejas, cuando no quedan (lugares ilesos) en la grupa. 50Así el pobre es asesinado, y cansado, se lo empuja con las manos, porque tienen apuro y se preocupan por llegar a otro monasterio para la comida.
 
51Y cuando llegan a las puertas de otro monasterio o de otro monje, entonces desde afuera, con voz alegre y fuerte, gritan: “Bendigan”, 52como si ya recibieran en la mano aquella copa, que en seguida de ingresar en el monasterio van a pedir para su sed. 53Y entrando por las puertas, aún no anunciados ni recibidos, descargan; 54y como si llegaran allí por alguna obligación o delegación de alguien, depositan en el interior las alforjas, antes que el mismo anfitrión los reciba. 55Y si se apresuran, en primer lugar, al oratorio, es sólo por el deseo del vino que (recibirán) a causa de la sed, por la fatiga del viaje; y si a la mañana piden agua, es para que, por caridad, les ofrezcan vino.
 
56Porque esos tales, deambulando, ignoran los ayunos, 57y llegando hasta quien ayuna, o lo obligan a romper los ayunos por el huésped que ha llegado, 58o no se avergüenzan de decirle de viva voz esto: que más bien ayuna por avaricia, puesto que no quiere restaurar al huésped después del viaje. 59Y por sus costumbres de vagabundeo y de gula, obligan a (hombres) perseverantes a violar los ayunos, imputando a la fatiga del viaje cualquier cosa que se permiten. 60Y no saben que, si no pueden ayunar o (practicar) la abstinencia, o no saben estar estables por algún tiempo en un lugar, no es porque una necesidad les obligue a deambular, sino que los empuja la voluntad de la gula, 61cuando llegando con seguridad buscan comer los panes del trabajo de otro, y aman enjugar sus sudores en los lechos de diversos (anfitriones), sobre colchones extranjeros.
 
62En esos colchones, ya indigestos por el exceso de comida y bebida, buscan satisfacer el sueño, 63y de hecho, ocupados en sus vagabundeos gastronómicos, descuidaron siempre el estudio[6] de los Salmos, 64(por lo que) con sus mismas bocas responden tener fatigados los huesos después del viaje, no pudiendo levantarse del lecho, cuando se los vio sanos, comiendo la tarde anterior en la mesa. 65Inmediatamente acabados los maitines de la obra de Dios, se levantan gimiendo y fatigados. 66Así, tonificados por el vino desde el amanecer, pidiendo un trozo de pan, fingiendo enfermedad y deseando un reconstituyente, 67salen de ese monasterio o celda encorvados falsamente por fingida enfermedad, secretamente seguros que, pasando la puerta, reemprenderán la marcha perfectamente sanos.
 
68Pero puesto que no quieren que el abad de un monasterio, por su autoridad, se ocupe de todas las cosas necesarias, 69entonces deberían construirse una celda, permaneciendo (en ella), viviendo a su arbitrio y pensando ellos mismos en las cosas necesarias para la subsistencia; 70y si nuestra vida les disgusta, nos deberían mostrar su forma (de vivir). 71De donde, nunca estables, se ven obligados a deambular cotidianamente, a mendigar, a penar y gemir, en vez de permanecer en un lugar, trabajar y vivir. 72Y cada día entran de nuevo en diversas celdas como humildes huéspedes que sólo inclinan la cabeza; luego, al cabo de dos días, orgullosamente y como ingratos, emigrarán. 73Y como a quienes no agradan la vida y el obrar de los diversos (anfitriones), y la disciplina de todos los monasterios, prefieren más deambular que establecerse. 74Vagando siempre por diversos lugares, ignoran quién dará asistencia a sus enfermedades, y lo que es peor, no saben dónde establecer su sepultura.
 
 
 


[1] Los cambios de plural al singular y viceversa, que pueden desconcertar, no son errores de la traducción, sino una característica peculiar del estilo del Maestro.
[2] Propositi sancti.
[3] Quietem.
[4] Calix hostasus
[5] Captivitatem: la servidumbre de la vida monástica.
[6] Meditari.