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 3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito

 
IX. La Regla del Maestro (continuación)

 

Capítulo 3. Pregunta de los discípulos: ¿Cuál es el arte santo que debe enseñar el abad a los discípulos en el monasterio? El Señor responde por el maestro:

1He aquí el arte santo: primero creer, confesar y temer a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, un Dios en la Trinidad y trino en la unidad, trino en la única substancia de la deidad y uno en la trina potencia de la majestad[1]. Por tanto, a Ése: Amarle con todo el corazón y toda el alma (Mc 12,30; cfr. Mt 28,19). 2Luego, en segundo lugar, amar al prójimo como a sí mismo (Mc 12,31).
 
3Luego, no matar; 4no cometer adulterio, 5no hurtar, 6no codiciar, 7no levantar falso testimonio[2], 8honrar padre y madre (Mt 19,19; Lc 18,20), 9no hacer a otro lo que uno no quiere para sí (cf. Tb 4,15; Mt 7,12).
 
10Negarse a sí mismo para seguir a Cristo(cf. Mt 16,24; Lc 9,23). 11Castigar el cuerpo por el alma (cf. 1 Co 9,27), 12huir de los deleites (cf. 2 P 2,13), 13amar el ayuno (cf. Jl 1,14; Mt 6,16-18). 14Confortar a los pobres (cf. Is 58,7; Tb 4,16; Mt 25,35), 15vestir al desnudo (cf. Mt 25,36), 16visitar al enfermo (cf. Mt 25,36), 17sepultar al muerto (cf. Tb 1,17-18; 2,7-9; 12,12), 18socorrer en la tribulación (cf. Is 1,17), 19consolar al afligido (cf. Is 61,2; 2 Co 1,4; 1 Ts 5,14), 20dar en préstamo, 21ayudar a los indigentes.
 
22Hacerse extraño al proceder del mundo (cf. St 1,27; 4,4), 23no anteponer nada al amor de Cristo. 24No ceder a la ira (cf. Mt 5,22), 25no guardar rencor (cf. Ef 4,26)[3]. 26No tener dolo en el corazón (cf. Sal 14 [15],2; Pr 12,20), 27conscientemente no dar paz falsa (cf. Sal 27 [28],3; Rm 12,9), 28guardar fidelidad al hermano, 29no amar la detracción (cf. Sb 1,11), 30cumplir lo prometido y no defraudar, 31no abandonar la caridad (cf. 1 P 4,8). 32No amar jurar, no sea que acaso perjure (cf. Mt 5,33-34), 33decir la verdad con el corazón y con la boca (cf. Sal 14 [15],3).
 
34No devolver mal por mal (cf. 1 Ts 5,15; 1 P 3,9), 35no hacer injurias, sino soportar pacientemente las que le hicieren (cf. 1 Co 6,7), 36amar a los enemigos más que a los amigos (cf. Mt 5,44; Lc 6,27), 37no sólo no devolver la maldición a los que lo maldicen, sino más bien bendecirlos (cf. Lc 6,28; 1 Co 4,12; 1 P 3,9), 38sufrir persecución por la justicia (cf. Mt 5,10; 1 Co 4,12; 1 P 3,14).
 
39No ser soberbio (cf. Tt 1,7), 40ni aficionado al vino (cf. Si 31,26-27; Tt 1,7), 41ni glotón (cf. Si 37,29-31), 42ni dormilón (cf. Pr 20,13), 43ni perezoso (cf. Rm 12,11; Pr 6,6), 44ni murmurador (cf. Sb 1,11; 1 Co 10,10).
 
45Poner su esperanza en Dios (cf. Sal 72 [73],28; 77 [78],7). 46Cuando viere en sí algo bueno, considérelo obra de Dios, más que suya (cf. 1 Co 4,7); 47el mal júzguelo obra suya, e impútesela a sí mismo y al diablo. 48Elegir que Dios lleve a buen término sus deseos. 49No espere su subsistencia sólo del trabajo de sus manos, sino más bien de Dios.
 
50Temer el día del juicio (cf. Si 7,36; Mt 25,31 ss.), 51sentir terror del infierno (cf. Mt 10,28), 52desear la vida eterna y la santa Jerusalén (cf. Flp 1,23; Ap 21,10), 53tener la muerte presente ante los ojos cada día (cf. Mt 24,42). 54Velar a toda hora sobre las acciones de su vida (cf. Dt 4,9), 55saber de cierto que, en todo lugar, Dios lo está mirando (cf. Sal 13 [14],2; Pr 15,3). 56Estrellar inmediatamente contra Cristo los malos pensamientos que vienen a su corazón (cf. Sal 136 [137],9; 1 Co 10,4), 57guardar su boca de conversación mala o perversa (cf. Sal 33 [34],14), 58no amar el hablar mucho (cf. Pr 10,19), 59no hablar en absoluto palabras vanas o que mueven a risa, 60no amar la risa excesiva o destemplada (cf. Si 21,20).
 
61Oír con gusto las lecturas santas, 62darse frecuentemente a la oración (cf. Lc 18,1; 1 Ts 5,17; Col 4,2), 63confesar diariamente a Dios en la oración, con lágrimas y gemidos, las culpas pasadas (cf. Mt 6,12), 64enmendarse en adelante de esas mismas faltas (cf. Sal 6,7).
  
65No satisfacer los deseos de la carne (cf. Ga 5,16), 66odiar la propia voluntad (cf. Si 18,30), 67prestar obediencia a las moniciones del abad.
 
68No querer ser llamado santo antes de serlo, sino serlo primero para que lo digan con verdad, y tengan que llamarle así (cf. Mt 6,1). 69Poner por obra diariamente los preceptos de Dios (cf. Si 6,37), 70amar la castidad (cf. Jdt 15,11 Vulg.), 71no odiar a nadie (cf. Lv 19,17; Dt 23,8), 72no tener celos, 73no tener envidia, 74no amar la contienda[4], 75antes de la puesta del sol reconciliarse con el enemigo (cf. Ef 4,26), 76obedecer de todo corazón a todos los que son buenos.
 
77Y no desesperar nunca de Dios.
 
78Este es el arte santo, en el que debemos trabajar con las herramientas espirituales. 79Cuando hayamos ejercitado incesantemente este arte santo, día y noche, 80y cuando cada uno haya entregado, en el día del juicio, al Señor Dios la obra de sus actos, 81entonces por este arte, que procede de la voluntad de Dios, cuando lo hayamos devuelto perfecta e inculpablemente al Señor en el día del juicio, 82recibiremos del Señor aquella recompensa que el Señor fiel nos prometió. 83La que ha preparado para los santos, para los que temen a Dios y para los que han cumplido estos preceptos con actos, 84habitar para siempre una tierra siete veces más brillante que la plata (Vissio Pauli 21), 85cuya bóveda celestial brillará, no por el resplandor del sol o de la luna, ni por el de las estrellas, sino por la majestad perpetua de Dios mismo (cf. Ap 21,23). 86En el fulgor de esa tierra nos esperan ríos en los que fluyen eternamente leche y miel, vino y aceite (Vissio Pauli 22-23). 87En cuyas orillas nacen doce veces al año variados y diversos frutos de diversos árboles (Vissio Pauli 22), no por el cultivo del hombre, sino por la abundancia de la divinidad (Passio Sebastiani 13), 88que ningún hambre invita a comerlos, ni el apetito incita a consumirlos, 89pero después que los ojos de los santos se hayan saciado con su visión, además cada uno saboreará en su boca el gusto que les es más agradable (cf. Sb 16,20-21). 90Suenan allí sin cesar instrumentos musicales colocados sobre las riberas de esos ríos, con que los santos ángeles y arcángeles, salmodiando juntos, cantan en alabanza del rey (cf. Sal 136 [137],1-3; Passio Sebastiani 13). 91La dulzura de sus voces de tal modo deleita el oído de los santos, que la modulación misma del canto, por su exquisito deleite, hace gorjear al espíritu y redobla la exultación, 92en tanto que en el doble fulgor del cielo y de la tierra divinamente resplandecientes, en el candor mismo de la luz terrena, Jerusalén, ciudad adornada con oro y gemas, brilla con el resplandor de diversas perlas (cf. Ap 21,10. 18-21). 93Sus murallas y puertas, plazas y calles, con la modulación suave de una voz canora, proclaman al unísono perpetuamente el canto de alegría: Aleluya (cf. Tb 13,21-22 [17-18]). 94En esa exultación, los santos, brillantes en la imagen celestial (cf. 1 Co 15,49), se alegrarán de haber sido liberados de la perdición del mundo y de haber merecido de Dios para siempre esas riquezas celestiales.
 
95Pero, ¿cuál es el camino para llegar a tales cosas? Volvamos al texto de la página de arriba.
 
 


[1] Símbolo “Quicumque”; Passio Iuliani 49.
[2] Vv. 3-7: cf. Mt 19,18; Mc 10,19; Lc 18,20; Rm 13,9; Ex 20,12-17; Dt 5,17-21.
[3] Vv. 22-25: Passio Iuliani 46.
[4] Vv. 72-74: cf. St 3,14-16.