3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito
IX. La Regla del Maestro (continuación)
Capítulo 4: Pregunta de los discípulos: ¿Cuáles son las herramientas espirituales con las que podemos realizar el arte divino? El Señor responde por el maestro:
1¿Cuáles (son)? Fe, esperanza y caridad (1 Co 13,13); 2paz, gozo, mansedumbre (Ga 5,22-23); 3humildad, obediencia, taciturnidad; 4por sobre todo, la castidad corporal, la conciencia simple; 5abstinencia, pureza, simplicidad (cf. Ga 5,23); 6benignidad, bondad, misericordia (Ga 5,22); 7por encima de todo, piedad, temperancia, vigilancia, sobriedad; 8justicia, equidad, verdad; 9dilección, mesura, moderación 10y perseverancia hasta el fin (cf. Mt 10,22).
Capítulo 5: Pregunta de los discípulos: ¿Cuál es la materia y la causa de los males, que debe ser consumida en el honor del temor de Dios, y cuál es la herrumbre y la sordidez de los vicios de los que nos debe purificar la lima de la justicia? El Señor responde por el maestro:
1Estos son los vicios que debemos evitar: 2ante todo la soberbia, luego la desobediencia, la locuacidad; 3la falsedad, la avaricia, la codicia; 4los celos, la envidia, la iniquidad (cf. Ga 5,19-21; Rm 1,29); 5el odio, la enemistad, la ira, la disputa, la rivalidad (cf. Ga 5,20); 6la fornicación, la ebriedad, la voracidad (cf. Ga 5,19; Rm 1,29); 7la murmuración, la impiedad, la injusticia, la pereza, el robo; 8la detracción, la bufonería, la ligereza, la impureza, las palabras vanas (cf. Ef 5,3-4); 9el reír mucho o a carcajadas, el canturrear; 10la concupiscencia, el engaño, la ambición, el vagabundeo. 11Todas estas cosas no son de Dios, sino que son obra del diablo (1 Jn 3,10. 8), las cuales el día del juicio merecerán de Dios su recompensa: la gehena del fuego eterno.
Capítulo 6: Pregunta de los discípulos: ¿Cuál es el taller del arte divino y la obra de las herramientas espirituales? El Señor responde por el maestro:
1El taller es el monasterio, 2en el cual las herramientas de corazón son depositadas en la clausura del cuerpo, donde se puede realizar la obra del arte divino, perseverando con diligente custodia.
Capítulo 7: Pregunta de los discípulos: Sobre la obediencia de los discípulos: ¿cómo deber ser? El Señor responde por el maestro:
1El primer grado de humildad es una obediencia sin demora. 2Pero esta forma es característica sólo de pocos y perfectos, de los que nada aman[1] más que a Cristo, 3por el servicio santo que han profesado, o por miedo de la gehena, o por las riquezas de la vida eterna, 4apenas oyen al superior que les ordena algo, no pueden sufrir ninguna dilación para realizarlo. 5El Señor dice de éstos: En cuanto me oyó, me obedeció (Sal 17 [18],45). 6Y dice también a los que enseñan: El que a ustedes oye, a mí me oye (Lc 10,16). 7Estos tales dejan al momento sus cosas, abandonan la propia voluntad, 8desocupan sus manos y dejan sin terminar lo que estaban haciendo, y obedeciendo a pie juntillas, ponen por obra la voz del que manda. 9Y así, en un instante, con la celeridad que da el temor de Dios, se realizan como juntamente y con prontitud ambas cosas: el mandato del maestro y la ejecución del discípulo.
10Pero esta forma (de obediencia) de unos pocos perfectos no debe asombrar demasiado ni desesperar los ánimos débiles y perezosos, sino incitarlos a la imitación. 11En efecto, considerando que entre nosotros hay diversos vasos débiles, porque una naturaleza menos generosa ha puesto en diversos mucha pereza, 12ya que sabemos que hay (personas) cuyos oídos están embotados por un sordo estupor, y vemos también que algunos ánimos se pierden súbitamente en la dilatada selva de los pensamientos, 13por eso mitigamos y aligeramos el rigor de la obediencia de parte de los doctores, para que, repitiendo su mandato a los discípulos, el maestro no vacile en reiterar una misma orden, 14según el testimonio del Señor, que llamando a Abraham repitió su nombre por segunda vez diciendo: Abraham, Abraham (Gn 22,1). 15Esta repetición nos manifiesta que el Señor ha mostrado que un solo llamado puede no bastar para ser oído
16Ahora bien, en las mismas preguntas, cuando se repite la voz del maestro y se dirige de nuevo a los discípulos, es de justicia conceder esa segunda interrogación a los que no respondieron, 17de modo que la primera taciturnidad que todavía (mantiene) el discípulo no se considere una falta, sino que se atribuya a la custodia de la reverencia reservada al maestro. 18Es por esa reverencia que el discípulo cree útil infringir tardíamente la taciturnidad que observa, 19porque no quiere permitir a su lengua que inmediatamente a tu pregunta se anticipe (a ella) con sus respuestas.
20Sobre las prescripciones, (si) el maestro repite la orden, (es) para que, cuando los oyentes sean tardos o negligentes, cuando lo que se les dijo una vez sea repetido por segunda vez, llegado a tal extremo es justo que las acciones de obediencia rompan ya la segunda dilación. 21Si hubiera una tercera demora de la obediencia en los discípulos, Dios no lo quiera, se imputará al culpable un delito de contumacia.
22Pero también es congruo y conveniente desarrollar aquí aquello de los dos caminos, esto es: el ancho, que conduce a la perdición, y el angosto que conduce a la vida (Mt 7,13-14). 23En los cuales dos caminos avanza la obediencia de los hermanos de diversos modos, 24es decir, por el camino ancho, la de los seculares y la de los monjes sarabaítas y giróvagos, 25quienes viven solos, de a dos, o de a tres sin un superior, iguales entre sí y caminando según (su) voluntad, 26y se alternan para imponerse unos a otros lo que les agrada, defendiendo como suyo lo que quieren, 27(y) como ninguno quiere ceder en sus propias opiniones, nunca está ausente la discusión entre estos tales. 28En seguida, después de una apasionada pelea, estos mal congregados se separan unos de otros, 29y como rebaño sin pastor andan errantes (cf. Mt 9,36; Ez 34,5; 1 R 22,17), dispersos en diversas direcciones, sin duda destinados a caer en las fauces de los lobos, 30no (siendo) Dios quien les provee otra vez de nuevas celdas, sino el arbitrio propio, e imponiéndose por sí mismos el nombre de abad, ¡viéndose más monasterios que monjes!
31De estos tales se cree que caminan por la vía ancha, cuando con el nombre de monjes, viven del mismo modo que los laicos, separados sólo por la costumbre de la tonsura, prestando obediencia a sus deseos más que a Dios; 32y a su juicio, piensan que les están permitidas las cosas que son malas, 33y cualquier cosa que quieren, eso lo llaman santo, y lo que no quieren, eso piensan que no (está) permitido; 34y consideran aceptable ocuparse más de las necesidades de su cuerpo que de las de su alma, 35esto es, que ellos mismos pueden cuidar mejor que otro de la comida, el vestido y el calzado. 36Porque olvidando las futuras cuentas del alma, de tal modo se sienten seguros, que militan bajo su propio arbitrio, sin la probación de los superiores, creyendo que obran perfectamente toda ley y justicia de Dios en la celda. 37Pero si casualmente llegan algunos superiores, dándoles algunas advertencias para enmendarlos y enseñarles que tal disposición solitaria de vivir es inútil, inmediatamente les desagrada el consejo y la misma persona del doctor. 38Y en seguida, en vez de consentir y prometer seguir la corrección, responden que deben vivir solitariamente, 39desconociendo aquello que dice el profeta: Se han corrompido y se han hecho abominables en sus voluntades (Sal 13 [14],1); 40y aquel testimonio de Salomón que dice: Hay caminos que les parecen rectos a los hombres, cuyo final hunde en lo profundo del infierno (Pr 16,25; cf. Pr 14,12; Mt 18,6).
41Así, por tanto, el camino ancho es transitado por esos tales, puesto que dondequiera los lleva el pie de sus deseos, inmediatamente le sigue el consentimiento; 42y cualquier cosa que desee la concupiscencia de ellos, en seguida la acción está pronta a servirle (Passio Sebastiani 13). 43Y haciéndose nuevos caminos por su licencia y libre arbitrio sin maestro, dilatan el camino de su vida con diversas voluptuosidades prohibidas, 44y a cualquier lugar que sus delectaciones quieran llevarlos, conceden su permisión y se presentan a sí mismo los caminos fáciles; 45no queriendo saber jamás aquello de que para el hombre creado la muerte ha sido colocada a la entrada del placer (Passio Sebastiani 14); 46y pasan haciendo oído sordo de lo que se las dicho: No vayas tras tus concupiscencias y apártate de tus voluntades (Si 18,30).
47Por el contrario, a quienes el amor impulsa verdaderamente a caminar hacia la vida eterna, eligen el camino angosto, 48porque no viven conforme a su arbitrio, obedeciendo a sus deseos y voluptuosidades, sino caminando bajo el juicio y mandato de otro, 49(y) no sólo se reprimen de los deseos y voluptuosidades mencionados más arriba, y, cuando pueden, no quieren hacer su voluntad, 50sino que también se someten al imperio de otro, y permaneciendo en los cenobios desean que un abad los presida, y no tener ellos ese título. 51Sin duda, esos tales imitan aquella sentencia del Señor, que dice: No vine a hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió (Jn 6,38). 52Y no haciendo su voluntad, abnegándose a sí mismos por Cristo, siguen a Dios (Mt 16,24), dondequiera los conduzca el mandato del abad.
53Y bajo la solicitud de un abad no sólo no deben preocuparse de pensar en sus necesidades, esto es: el alimento, el vestido y el calzado, sino tampoco de las futuras cuentas de sus almas; 54únicamente deben prestar obediencia en todas las cosas a su preceptor, para estar seguros en cuanto a sus restantes necesidades, tanto del cuerpo como del alma. 55Porque ya para el bien, ya para el mal, al pastor incumbe todo lo que le suceda a las ovejas, 56y tendrá que dar razón en el examen del juicio el que dio la orden, no el que cumplió las órdenes, ya buenas, ya malas.
57Por tanto, se cree que estos tales caminan por la vía angosta, puesto que no satisfacen sus deseos y no hacen lo que quieren, 58sino que llevan el yugo del juicio de otro, negándose a ir donde quieren sus delectaciones, y por el maestro rechazan hacer o realizar lo que querrían. 59La voluntad de ellos sufre amarguras cotidianamente en el monasterio por el Señor, y cualquier cosa que les fuere ordenada para probación, la padecen pacientemente como en un martirio. 60Sin duda, dirán al Señor con el profeta, en el monasterio: Por tu causa somos se nos mata cada día, somos considerados como ovejas para el matadero (Sal 43 [44],23), 61y más tarde dirán de nuevo al Señor en el juicio: Dios, nos probaste, nos examinaste en el fuego, como se examina la plata (Sal 65 [66],10). 62Nos pusiste en la trampa. Colocaste tribulaciones en nuestra espalda (Sal 65 [66],11). 63Pusiste hombres sobre nuestras cabezas (Sal 65 [66],12a). 64Por tanto, cuando dicen: Pusiste hombres sobre nuestras cabezas, reconocen que deben tener sobre sí un superior establecido para representar a Dios, al que teman en el monasterio. 65Y prosiguiendo el texto dicen de nuevo convenientemente al Señor, ya en aquel siglo futuro: Pasamos por fuego y por agua, y nos hiciste entrar en (el lugar) del refrigerio (Sal 65 [66],12b). 65Esto es: “Pasamos por amarguras en nuestras voluntades y en el servicio de la obediencia, (y) llegamos al reposo de tu piedad”.
67Pero esta misma obediencia será aceptable a Dios y dulce a los hombres (cf. Rm 14,18; 1 P 2,5), si lo que se manda se realiza sin temor, sin tibieza, sin tardanza, sin murmuración y sin respuesta negativa, 68porque la obediencia que se presta a los superiores, a Dios se ofrece, como dice el Señor a nuestros doctores: Al que ustedes oye, a mí me oye (Lc 10,16); 69y en otro lugar dice: Habiéndome oído, me obedeció (Sal 17 [18],45). 70Por tanto, esta misma obediencia los discípulos la prestan con buen ánimo, porque Dios ama al que da con alegría (2 Co 9,7). 71Ahora bien, el discípulo obedece con mal ánimo si no sólo con la boca se queja contra nosotros, sino también contra Dios en el corazón, de lo que hace de mal grado. 72Y aún cuando cumpla lo que le fue mandado, sin embargo, ya no será acepto a Dios, que ve el corazón murmurando, 73y aunque haga lo que se le ordena, no obstante lo realiza con mal ánimo, 74y el Señor ninguna recompensa le concederá por esa misma acción, porque Dios escrutando de inmediato su corazón encontrará en él una triste disposición para obrar.
[1] Extimantes.