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3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito

IX. La Regla del Maestro (continuación)

Capítulo 14: Pregunta de los discípulos: ¿Cómo debe hacer penitencia el excomulgado? El Señor responde por el maestro:

1Cuando en el oratorio se celebra una hora del oficio divino, es decir, cuando terminado el salmo, todos se postran para la oración, 2entonces el reo de excomunión, postrado a la entrada del oratorio, dirá con lágrimas:

3«He pecado y reconozco mi pecado (Sal 50 [51],5-6). 4Me he desviado, prometo enmendarme, ya no pecaré en adelante (cf. Sal 118 [119],176). 5Rueguen por mí, santas comunidades[1], de las cuales merecí ser separado por mi negligencia y la persuasión del diablo. 6Ruegen por mí, mis antiguos prepósitos. 7Perdóname, pastor bueno y piadoso abad, que dejaste las noventa y nueve por una (cf. Jn 10,11; Lc 15,4). 8Ven, recógeme y llévame sobre tus hombros, a mí, oveja perdida, como nuestro Señor te mostró con el ejemplo de su pasión (cf. Lc 15,5; Sal 118 [119],176); 9porque no vino y murió por los justos, sino por pecadores (cf. Mt 9,13; Rm 5,6-9), 10para que con Él y por su justicia seamos resucitados los que habíamos sido destrozados por nuestros pecados (cf. Ef 2,1-7; Col 3,1), 11(según) lo que dice el Señor mismo: “No he venido sino para las ovejas perdidas de Israel” (Mt 15,24), 12y “no tienen necesidad del médico los sanos, sino los enfermos” (Mt 9,12). 13Imita al piadoso maestro de los apóstoles cuyo lugar ocupas, por la doctrina, en el monasterio, 14porque Él mismo, después de los profetas y los apóstoles, los puso también a ustedes, pastores y doctores de la disciplina (cf. 1 Co 1,28; Ef 4,11); 15porque también a ustedes, por el bienaventurado apóstol Pedro les enseña, diciendo: “No sólo siete veces, sino setenta veces siete deben perdonar al hermano” (Mt 18,21-22). 16Levanta, por tanto, con tu consejo saludable al caído (cf. Sal 144 [145],14; 145 [146],8). 17Desata con tu intercesión ante el Señor, lo que en mí ató la negligencia (cf. Mt 18,18; Sal 145 [146],7). 18Porque he pecado, lo reconozco (cf. Sal 50 [51],5-6). 19Me corregiré, lo creo, porque encontraré (el medio) por tu admonición».

20Después de esta súplica hecha por el reo yacente, terminadas todas las oraciones de cada uno de los salmos, cuando fuere concluido el santo oficio en el oratorio, y aquel reo todavía (esté) postrado a la entrada, 21saliendo el abad, toda la comunidad de los hermanos se humillará y de rodillas pedirá por el culpable, también sus prepósitos. 22Cuando esto fuese cumplido, si con todo, por la levedad de la falta, en se mismo momento el abad quisiera perdonarle, 23en seguida ordenará a sus prepósitos que lo levanten, 24yde nuevo le reprochará su culpa, (y) cuando aquel le responda que se corregirá en adelante, 25inmediatamente el abad dirá a toda la comunidad: Vengan, hermanos, unánimemente oremos en el oratorio con lágrimas por esta oveja de la grey de ustedes que reconoce su pecado, prometiendo enmendarse en adelante (cf. Sal 50 [51],5); 26y reconciliémosle ante el Señor, a quien irritó por su desobediencia”.

27En seguida el abad entrará en el oratorio con los hermanos y, antes de orar, 28desde afuera los prepósitos le introducirán en el oratorio teniéndole de la mano, a derecha e izquierda, diciendo ambos este versículo: “Confiesen al Señor porque es bueno”, 29y seguidamente el resto de la comunidad responderá: “Porque su misericordia es eterna” (Sal 105 [106],1); 30de modo que, cuando afuera los prepósitos le sugieren la confesión al penitente, inmediatamente, desde dentro del oratorio, por la boca de los hermanos que responden, Dios bondadoso promete la misericordia.

31Por tanto, cuando los prepósitos lo hayan introducido en el oratorio, lo harán postrarse al pie del altar. 32En seguida, todos se postrarán con el abad para orar por él. 33Entonces, aquel que está postrado por su culpa, rogará al Señor con lágrimas, diciendo estas palabras: 34«He pecado, Señor, he pecado y reconozco mi iniquidad (Sal 50 [51], 5-6). 35Te ruego, te suplico, perdóname Señor, perdóname (cf. Mt 6,12). No me arrebates con mis pecados (Sal 27 [28],3), y no me condenes a las profundidades de la tierra (cf. Jb 10,2; Sal 62 [63],10), 38no me imputes mis malas acciones eternamente (cf. Sal 31 [32],2), 39porque Tú eres un Dios de penitencia (cf. Jr 18,8-10). 40Y en mí muestra tu bondad (cf. Sb 16,21; Jdt 7,30), según tu gran misericordia (Sal 50 [51],3); 41porque Tú dijiste, Señor: “No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Ez 33,11), porque (frente) a nuestras malas acciones nos concedes cada día más vida para que nos corrijamos, 42como nos lo muestra la Escritura, que sobre tu bondad dice esto: “¿Acaso se va a irritar cada día? Si no se convierten…” (Sal 7,12-13)[2]. 43-Y tu apóstol Pablo dice: “¿No sabes que la paciencia de Dios te conduce a la penitencia?” (Rm 2,4)-. 44Por tanto, “El Señor blandió la espada, tensó el arco y lo preparó. Y dispuso las armas de muerte” (Sal 7,13-14). 45a estas armas, Señor, les tememos, por eso prometemos corregirnos rápidamente. 46Porque Tú dirás al pecador en el juicio: “Esto hiciste, y callé (Sal 49 [50],21; cf. Is 42,14). ¿Me callaré para siempre?”. 47Porque Tú nos echarás en cara nuestra iniquidad (Sal 49 [50],21), 48para que la reconozcamos en nuestras faltas, y nos condenemos justamente a nosotros mismos.

49Porque Tú, Señor, das la muerte y la vida, hundes en el abismo y sacas de él (1 S 2,6). 50Tú elevas a los humillados. Tú liberas en el cielo a los que están encadenados en la tierra (Sal 145 [146],7; Mt 18,18; cf. Sal 144 [145],14). 51Tú iluminas los ojos de nuestro corazón para corregirnos (Sal 145 [146],8; Ef 1,18). 52Por tu gracia y tu auxilio, diriges los pasos de los justos (Sal 145 [146],8; 36 [37],23), 53como dice la Escritura: “Los pasos del hombre son dirigidos por el Señor” (Sal 36 [37],23); 54y si “no custodias y edificas la casa, en vano trabajan los que la edifican y la custodian” (Sal 126 [127],1), 55porque querer está a nuestro alcance, pero perfeccionar (es obra) tuya (Rm 7,18; cf. Flp 2,13), 56y no es del que quiere ni del que corre, sino de Dios que hace misericordia (Rm 9,16).

57Pero, con todo, das confianza al que espera en ti, diciendo: “Pidan y recibirán, busquen y encontrarán, golpeen y se les abrirá, 58porque quien pide recibe, el que busca encuentra y al que golpee se le abrirá” (Mt 7,7-8; Lc 11,9-10). 59Porque también dijiste: “Vuelvan a mí y yo volveré a ustedes” (Za 1,3); 60y cuando clamen, yo diré: “Aquí estoy” (Is 58,9). 61Y también porque eres bondadoso y misericordioso con tu criatura, nos llamas a tu gracia, por más que seamos tus siervos indignos, 62diciendo: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11,28).

63Por tanto, Señor, no menosprecies a tu servidor, que reconoce su pecado (cf. Sal 50 [51],5), 64como por tu bondad lo prometió el profeta a nosotros que somos culpables, diciendo: “Dios no desprecia un corazón contrito y humillado” (Sal 50 [51],19); 65puesto que es poderoso como para suscitar hijos de Abraham de las piedras (Mt 3,9; Lc 3,8), 66porque lo que nuestra desesperación cree imposible, tu gracia lo muestra posible (cf. Lc 18,27)».

67Después de terminar este discurso con lágrimas, de inmediato el abad lo levantará con su mano, diciéndole: 68“Mira, hermano, en adelante mira ya de no pecar, (no sea que) te veas obligado a una segunda penitencia por ese vicio, 69la cual si tuvieras que cumplirla, te llevaría a la secta de los herejes”. 70En seguida el culpable recitará este versículo: “He errado como la oveja perdida”, y todos juntos responderán: “Recoge a tu servidor, Señor” (Sal 118 [119],176). 71Después de este versículo, sus prepósitos serán llamados por el abad y lo volverá a poner en sus manos, diciendo: 72“Reciban a su oveja, reintégrenla al grupo, restituyéndola a la mesa. 73Porque estaba muerta y revivió, perdida y fue encontrada (Lc 15,32)”.

74Y entonces, ese mismo día, en señal por la humildad reparada, él mismo servirá el agua a los hermanos que entran para la comunión, 75y cuando la ofrece, primero besará las manos del abad, después las de cada uno de los hermanos, 76y al darla pida a cada uno que oren por él. 77Y ése mismo (hermano), en seguida que haya entrado en el oratorio, volverá a pedir a todos con voz fuerte que recen por él; 78y así, al salir, acceda con los hermanos a la mesa habitual.

79En cuanto a los niños hasta quince años[3], prescribimos no excomulgarlos sino azotarlos. 80Después de los quince años, no conviene que sean azotados sino excomulgados, 81porque ya entienden cómo deben hacer penitencia y enmendarse de las malas acciones que cometen en edad adulta, 82porque (es) justo quien peca haga penitencia de corazón, y no sea azotado por eso el cuerpo, puesto que “el alma manda, y el cuerpo está a su servicio”[4]. 83Por tanto, cuando el alma manda y el cuerpo sirve, se reconoce que la culpa del que manda es mayor que la del que sirve. 84Así, por tanto, (un sujeto) inteligente para enmendarse debe purificar con la excomunión la raíz del corazón de las espinas de los pecados; 85en vez de que las ramas del cuerpo, a las que fue impuesto sin quererlo el pecado por orden corazón, 86deban padecer un castigo injusto por culpa de otro. 87Por tanto, después de los quince años, sólo serán azotados aquellos hermanos que hayan cometido una falta muy grave: un robo con fuga, o algo (de orden) criminal.

 

 


[1] “¿Por qué en plural? Caso único, sin duda debido al estilo oratorio” (SCh 106, p. 49, nota 5).

[2] Se interrumpe la cita con un paréntesis.

[3] Quince años es la edad en que se consideraba, entre los romanos, que se pasaba de la infancia a la adolescencia. Este límite de edad será reducido, por el Maestro, para los ayunos, a doce años (RM 28,24-25).

[4] Salustio, La conjuración de Catilina, 1,2; cf. Jerónimo, Contra Joviniano, II,10.