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3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito

IX. La Regla del Maestro (continuación)

Capítulo 15: Pregunta de los discípulos: ¿Los discípulos inferiores deben revelar sus malos pensamientos a los prepósitos o al abad? El Señor responde por el maestro:

1Hermanos las ramas de los árboles están limpias si el tronco es purificado desde su raíz. 2Pero no es justo purificar la puerta del exterior, si el cubículo interior está sucio con inmundicias; 3sino que hay que hacerlo convenientemente, echando fuera la suciedad de adentro, solamente entonces ya se puede limpiar adecuadamente también el interior. 4Porque no puede estar seguro un campo fortificado donde el enemigo está dentro. 5Igualmente, la puerta es cautiva de su cerrojo, cuando los muros no rechazan al enemigo, sino que lo mantienen dentro. 6Pero también se sabe que la herida inflamada está repleta de podredumbre, 7y si no se la aprieta, y si no se echa fuera el pus, y no se la limpia de la supuración apretándola, puede ahondar más profundamente la enfermedad. 8Por tanto, también esto pensamos nosotros de nuestra alma; es decir, primero debemos expulsar de nuestro corazón lo que no queremos llevar en el cuerpo, 9diciéndonos a nosotros mismos: “¿Por qué callas, oh alma, 10y no lanzas un grito y expones el ardor de tu mente, 11y expulsado de tu interior la fiebre de la malicia, ofreces refrigerio al fatigado sufrimiento?”.

12Por tanto, cuando a algún hermano llegue un mal pensamiento al corazón y se sienta llevado por las fluctuaciones, en seguida confesará esto a sus prepósitos, 13y de inmediato, habiendo orado, anúnciele eso mismo al abad. 14Además, esos mismo prepósitos deben siempre interrogar a sus subordinados sobre este tema, 15no sea que bien por la simplicidad de algunos, bien ciertamente por la misma vergüenza de los males cometidos, algún hermano tuviera pudor de confesar (las acciones) malas o torpes; 16pero cuando el superior les incitara a que se atreviesen, entonces ya confiadamente, sin vergüenza, confiesen los pensamientos pecaminosos. 17Si también los prepósitos sintieran esto en sí mismos, refiéranlo al abad. 18Pero cuando también el mismo superior sintiera esto, pida en el oratorio a toda la comunidad que oren por él.

19Por tanto, cuando los prepósitos anuncien al abad (el caso) de algún hermano, convoque de inmediato a toda la comunidad, 20y el abad diga a todos: «Vengan, hermanos, ayudémonos por amor unos a otros ante el Señor, 21(como) lo dice el Apóstol: “Hermanos, aunque alguien fuese hallado en falta, ustedes que son los espirituales, corríjanlo con espíritu de mansedumbre (Ga 6,1) 22-consuelen a los débiles (1 Ts 5,14)-, 23vigílate a ti mismo, para que no caigas en la tentación (Ga 6,1), 24y tú, que estás de pie, mira de no caer (1 Co 10,12)”. 25Por tanto, oremos unánimes al Señor (cf. Jdt 7,30; Hch 1,14) por este hermano nuestro, para que se digne, mediante el signo de su cruz, por la voluntad de su poder refrenar las tentaciones del diablo». 26Cuando todos hayan orado por él largo tiempo, el abad se levantará con todos y concluirá, 27en seguida saliendo, cada uno retome el trabajo que estaba haciendo.

28Y reteniendo (el abad) junto a sí sólo a aquel hermano que sufre malos pensamientos, le dará libros[1], 29y le leerá la medicina divina apropiada a la necesidad de su herida. 30Pero también cada día ese mismo hermano sea interrogado por el abad, y si respondiere que no se le ha pasado, 31en aquellas horas en que corresponde leer, sea invierno o verano, se le leerán a esa misma decanía a la que pertenece, (pasajes) de libros apropiados a las necesidades de ese pensamiento. 32Si, por ejemplo, le indujere la fornicación, se le leerán, de los diversos libros, aquellos (textos) en los que Dios ama la castidad. 33Si frecuentemente lo persuade la mentira, se le leerán aquellos (textos) donde se prescribe la verdad. 34Si (lo impele) algún deseo mundano, se le leerán aquellos (textos) donde el Señor manda despreciar este (mundo) temporal y buscar el reino eterno de los cielos (cf. Mt 6,33). 35De donde es necesario que el abad esté muy instruido en la ley, bien para enseñar todas las cosas con testimonios, bien para indicar (los pasajes) pertinentes que se deben leer según el tema[2]. 36Por tanto, ¿acaso no es verdad que cuando el discípulo enfermo fuere curado con esa poción[3], no sólo recupera las fuerzas anteriores, 37sino que también adquiere nuevas (fuerzas) contra el enemigo y el adversario pierde lo que creía poseer?

38Al otro día, por la mañana, ese mismo discípulo será interrogado de nuevo por el abad, (sobre) si el pensamiento enemigo ha cesado o no. 39Si respondiera que no ha cesado, a todos se les impondrá un ayuno completo. 40Interrogado también al otro día si respondiera que no ha pasado, se sustraerá el vino en las mesas de todos los comensales. 41Pero si al tercer día -Dios no permita que hablemos así, para que no seamos juzgados de poca fe, ni seamos considerados tardos para creer que el auxilio de Dios puede venir en nuestra ayuda (cf. Mt 6,30; Lc 24,25), 42cuando sabemos que Él es muy misericordioso, bondadoso y pronto a ayudar; 43porque Dios no se olvida de hacer misericordia, ni contiene su misericordia en la ira (Sal 76 [77],10)-; 44por tanto, como lo decíamos más arriba, si vuelto a interrogar al tercer día respondiera que no pasó, también se sustraerá el aceite de las mesas junto con el vino, 45para que por los muchos esfuerzos y el tormento de la abstinencia nadie perezca, sino que todos se enmienden. 46De modo que en la aflicción de todos se espere en el remedio de la divina misericordia, 47cumpliendo el precepto apostólico que dice: “Lleven sus cargas mutuamente y así cumplirán la ley de Cristo” (Ga 6,2).

48Pero en cuanto al hermano enviado de viaje, debe ser amonestado por sus prepósitos sobre esto: para que a toda hora en cualquier lugar esté alerta contra el diablo, 49porque en el camino engaña a (algunos) de nosotros y quiere, con cosas placenteras, llevarnos consigo a la gehena, 50puesto que no puede sufrir que el hombre, obrando el bien, pueda subir a los cielos, de donde él mismo, por causa de su soberbia, fue arrojado (cf. Ap 12,7. 10)[4]. 51Y así el siervo de Cristo debe, en cualquier lugar, mantenerse alerta, incluso en ausencia del superior, 52y observarse diligentemente tanto respecto de las malas acciones cuanto de los pensamientos deshonestos. 53Esto se le debe advertir al hermano, para que cuando un pensamiento cualquiera le viniese, 54inmediatamente, fijas las rodillas en tierra junto con la cabeza, trace en la frente el signo de la cruz y acuda al Señor por medio de la oración, para que se digne defender a sus soldados del diablo, 55porque si los vicios no se reprimen cuando son pequeños, cuando se hagan grandes no podrán ser extirpados, 56y cuando los malos pensamientos se convierten en actos, del pecado consumado se adquiere la muerte consumada (cf. St 1,15).

 


[1] Proferat codices.

[2] Ad locum.

[3] Suco.

[4] Cesáreo de Arlés, Regla de los monjes, 19.