Inicio » Content » TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (5)

 

1. La vocación monástica (continuación)
 
Las tres clases de vocación según san Bernardo de Claraval
 
Hay tres tipos de vocación: la divina, como en Pablo (cf. Ga 1,1); la humana, en los cinco mil convertidos a raíz del discurso de los apóstoles (cf. Hch 4,4); la necesaria, en Pablo, primer ermitaño” (Bernardo de Claraval, Sentencias, II,165).
 
 
 
La vocación, por necesidad, de Pablo, primer ermitaño
 
«… Vivía Pablo en la Tebaida inferior, con su hermana que ya estaba casada; tenía por entonces unos dieciséis años, y después de la muerte de sus dos padres recibió una gran herencia. Era muy instruido tanto en las letras griegas como en las egipcias, manso de carácter y muy amante de Dios. Cuando estalló la tormenta de la persecución, se retiró a una propiedad algo apartada y secreta.
 
Pero, “¿a qué no fuerzas el corazón del hombre, tú, temible hambre de dinero?”[1]. El marido de su hermana empezó a buscar a aquél a quien debía ocultar. Ni las lágrimas de su mujer, ni el parentesco de la sangre, ni la consideración de que Dios todo lo ve desde el cielo, lograron detenerlo de semejante crimen. Empecinado, lo acosaba cruelmente fingiendo justicia.
 
Cuando el muy prudente adolescente comprendió su situación, se fue huyendo al desierto de los montes aguardando el fin de la persecución. Pero, transformando la necesidad en deseo[2], se adentró cada vez más en el interior, haciendo algunas paradas.
 
Así llegó a un monte rocoso, en cuya base había una gran cueva cerrada con una piedra. La corrió y, como los hombres tienen una natural curiosidad para conocer las cosas ocultas, la exploró con mucho interés, y vio que adentro había un amplio vestíbulo, abierto hacia el cielo, aunque cubierto por una vieja palmera con ramas entrecruzadas que se inclinaban señalando una fuente cristalina. Su torrente apenas salido de la vertiente, después de un breve recorrido, era absorbido nuevamente por la tierra que lo producía[3]. Además de esto, había unas cuantas habitaciones, corroídas por la erosión de la montaña, en las cuales se hallaban yunques y martillos ya herrumbrados y gastados, que habían servido para acuñar moneda. Aquel lugar fue usado, según las historias de los egipcios, como taller para hacer moneda falsa en la época en que Antonio se unió con Cleopatra.
 
Pablo tomó cariño por ese lugar, como si le hubiese sido presentado por Dios mismo y allí pasó toda su vida en oración y soledad. El vestido y el alimento se lo suministraba la palmera...
 
Estas cosas parecerán increíbles a los que no creyeren que todas las cosas son posibles para los que creen[4]» (san Jerónimo, Vida de san Pablo, primer ermitaño, 4-6).
 
 


[1] Virgilio, Eneida 3,57.
[2] El subrayado es nuestro.
[3] También en la Vida de Hilarión (31), el desierto será presentado con características paradisíacas.
[4] Cf. Flp 4,13.