Inicio » Content » TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (73)

3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito

IX. La Regla del Maestro (continuación)

Capítulo 87: Pregunta de los discípulos: ¿Cómo un hermano, sea converso, sea todavía laico, debe entrar en el monasterio, ofrecerse y ser recibido. El Señor responde por el Maestro:

1A un hermano nuevo, ya sea converso[1] o laico, que entra en el monasterio y pide ser recibido, 2el abad le responderá primero esto: que tal vez no pueda observar las prescripciones de la regla. 3Cuando haya dicho que es capaz de obedecer en todo, entonces se le leerá esta regla del monasterio. 4Una vez que se haya terminado la lectura de la regla, y el abad le haya expuesto todo de palabra, cuando el novel hermano haya contestado que está preparado para cumplirlo todo, 5entonces el abad también proseguirá diciendo: «¿Qué (harás) con tus bienes, que usas a tu arbitrio? 6Porque no te conviene que tus bienes permanezcan en otra parte, (mientras) tú estás aquí por causa de Dios, 7porque como dice la Escritura: “Donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6,21). 8Por tanto, no es conveniente que, tal vez seducido por el diablo, seas tentado a salir del monasterio por el deseo de los bienes que tienes fuera, 9y abandonando el servicio de la escuela santa, volvieras a militar (bajo tu) voluntad propia 10y te deleites en volver, como un perro, a tus vómitos (Pr 26,11; 2 P 2,22), 11y de nuevo vuelvas a tragar, con inmundicias, la saliva que habías arrojado en la tierra».

12«Pero puesto que la perseverancia desea no conocer la ocasión de marcharse, de ahí que establecemos este consejo saludable: 13o escucharás la voz del Señor que te dice: “Ve, véndelo todo, dáselo a los pobres y ven, sígueme” (Mt 19,21; Lc 18,22). 14Por tanto, si quieres seguir (esta) voz, anda, vende lo que tienes, y pon ante mí todo el precio (Mt 19,21; cf. Lc 18,22; Hch 4,34); 15en tu presencia, lo repartiré entre los pobres (cf. Hch 4,35), para que no quede ninguna prenda tuya en el mundo que te haga volver otra vez a él. 16Porque ciertamente, si cuando aún no has comprometido tu ingreso en el monasterio, se te concede el libre uso de tus bienes, 17es porque después, confirmado el ingreso, la regla le niega al discípulo tener algo propio, ya sea en el monasterio, ya sea fuera, 18para que la voluntad propia no tenga donde afirmarse».

19Pero, si te parece duro venderlo todo, y si esos bienes son tales que pueden prestar un servicio al monasterio, así como tu persona, 20sin embargo, para no dejarlos en el mundo a fin de volver (a él), 21llévalos todos fielmente contigo al monasterio, 22sin ocultar nada a Dios, a cuyo servicio te sometes con todos tus bienes, 23el cual ve en todas partes todas las cosas y ninguna se le oculta, (y) revela lo oculto (Mt 10,26; Si 1,30[39]; cf. Sal 13 [14],2; 112 [113],6; Gn 31,50). 24Acuérdate del fraude de Ananías y Safira, quienes queriendo ocultar algo de sus bienes, que habían ofrecido a Dios, se precipitaron en la muerte eterna en lugar (de encontrar) fe[2] (Hch 5,1-11)».

25En seguida que el nuevo hermano haya escuchado (ese discurso), si conforme a la primera sentencia divina lo hubiera vendido todo, y lo hubiera distribuido por las manos del abad, 26(pero) si éste hubiera sido su propósito firme: vender todo y no reservar nada para el monasterio, 27no sea impedido, a menos que él mismo lo desee; 28por tanto, cuando todo haya sido repartido por manos del abad, y así quisiera estabilizarse en el monasterio, no se le pedirá una carta de perseverancia, 29porque la limosna de todos sus bienes fue una prueba de su fidelidad a Dios. 30Puesto que al hacer la donación de todos sus bienes, se conoce que desea permanecer fiel a Dios (ya) que por Él no quiso conservar sus bienes. 31Tan sólo dé fe de esto: que no le queda absolutamente nada oculto afuera. 32Si el abad concede a los que entran a tomar esta decisión[3], es para que no juzguen que él desea más los bienes de los hombres que sus almas.

33El hermano que eligiera darse al monasterio con todas sus cosas, y no tuviere voluntad de venderlas, 34con el fin de que el diablo no le cambie y le haga tomar las armas, generando algunas molestias al monasterio exigiendo sus bienes (cuando) quiera salir, 35garantizará ante todo, de su puño y letra[4], su estabilidad, adjuntando al mismo tiempo un inventario de sus bienes, (y) lo ofrecerá todo junto con su alma, en donación a Dios y al oratorio del monasterio, 36suscribiéndolo testigos religiosos, el obispo, el sacerdote, el diácono y los clérigos de ese mismo territorio; 37y en esta caución declarará que si alguna vez quisiera irse del monasterio, se marchará del monasterio sin sus bienes y sin el perdón de Dios por sus pecados[5]. 38Cuando el abad tenga ya estos bienes a su disposición, lo que vea que excede a las necesidades indispensables del monasterio, 39esos bienes superfluos serán vendidos para provecho del alma de aquel hermano, a causa del precepto, antes citado, de seguir al Señor por medio de la limosna, y su precio será dado a los pobres[6]; 40para que lo que el hermano inexperto no supo hacer, (el abad) como docto maestro, lo realice por él.

41En cuanto al hermano que declare no poseer nada, lo primero será interrogar a los vecinos de aquella región donde vivía; 42y si se encuentra que su pobreza (es) ciertamente total, 43entonces él propondrá un fiador de su perseverancia, estipulando una pena bajo caución, -sin embargo, si ya es conocido, será recibido sin más en el monasterio-, 44no sea que habiendo puesto algunos de sus bienes afuera por un tiempo, haya mentido sobre la pobreza (que declaró) al monasterio, 45(de modo) que no sólo no ofreciese nada a Dios con la limosna, ni al monasterio con una donación, 46sino que, instigado también por los bienes que le esperan afuera, salga bajo cualquier pretexto que le convenga. 47Pero cuando haya dado la garantía de un fiador con una cláusula penal[7], 48entonces ya se le entregarán finalmente sin sospecha, con seguridad, los bienes del monasterio, o el importe de las compras o los animales con sus carruajes.

49Pero si se presentare en el monasterio un hermano tal que ni en su propia patria le conocen, o su rostro fuera ignoto para todos[8], y quisiera estabilizarse en la comunidad[9] del monasterio, 50se le exigirá solamente la fidelidad al siguiente juramento: 51que si alguna vez quisiera salir del monasterio, que salga con conocimiento del abad y de todos. 52Y cuando quiera salir, primero jurará que no ha cometido ningún robo sobre los bienes del monasterio, bien sea poniéndolos en depósito afuera antes de salir, bien llevándolos escondidos con él, 53a no ser que el abad por misericordia quisiera darle algo; 54para que si perjurare caiga sobre su alma (la pena) de lo que no pudo cumplir con su cuerpo. 55Sin embargo, devolverá al abad los fondos del monasterio con los que se había vestido y calzado, 56para que lo que les quitan a los que se van, sea de utilidad al hermano que permanece en la perseverancia, 57y el que habita en el monasterio posea, en justicia, los efectos del monasterio, 58y justamente les sean quitados a aquel que aparta su ánimo injustamente de la perseverancia en el monasterio. 59Y no se den estos bienes, a quien dejó de serle agradable la disciplina de estas mismas cosas.

60Pero si de tal modo jurara, no para establecerse, sino para quedarse un (cierto) tiempo, 61esto sólo testimoniará: que no saldrá sin conocimiento del abad, o sin despedirse o robando; 62y se le vigilará sin que él se dé cuenta, y no tendrá nada en su poder, 63obligándole a trabajar en comunidad con los hermanos, para que viva de su trabajo. 64Sin embargo, si estuviese desnudo y el abad quisiera vestirle, usará (los vestidos) el tiempo que permaneciere (en el monasterio), 65y sabrá que tendrá que devolver todo cuando quiera marcharse. 66Pero, si tal vez, cuando entró en el monasterio, no hizo ningún juramento, 67y en tanto que desconocido, no se sometió al abad con ningún lazo que (le diese) seguridad, 68sea que nada haya ofrendado a Dios como limosna, 69sea que nada haya donado de sus bienes al monasterio como signo de garantía, 70sea que no haya encontrado ningún fiador, por (ser él) un desconocido, 71sea porque no tiene la fe de ningún juramento, 72cuando alguna vez este hermano, de dudosa estabilidad, fuese enviado con los carros, los animales y con el importe del precio de las compras, 73(y) conducido en seguida por el diablo encuentre la ocasión de (apropiarse) de los fondos y de los vehículos, pronto marchará con ellos a tierras extranjeras, cargado con los bienes del monasterio, 74y confiando en él, se le esperaría en vano día tras día, 75y pasando el tiempo, tarde o nunca se le perseguiría.

 


[1] “Los conversi eran personas que vivían en el mundo como religiosos, llevando una vida penitente y enteramente casta. Se entraba en ese estado por medio de un compromiso definitivo, que prohibía abandonarlo hasta la muerte. El signo exterior de la conversio era el uso de vestimentas sombrías, semejantes a las de los monjes, y la tonsura, al menos según Cesáreo de Arlés. Tal vez, por esa razón el Maestro no prevé la vestición y la tonsura para esta clase de postulantes. Por el contrario, los conversi no estaban sometidos en el mundo a una determinada regla de vida y podían conservar sus bienes. Por lo que el Maestro los somete, en estos dos puntos, al mismo procedimiento que a los postulantes laicos” (SCh 106, pp. 356-357, nota 1).

[2] Pro fide. Otra traducción: acreditarse.

[3] Hanc ideo voluntatem abbasingredientibus tribuit.

[4] Lit.: de su mano (manu sua).

[5] Vv. 33-37: cf. Regla de los Cuatro Padres 7.

[6] Cf. Mt 19,21; RM 87,13-14.

[7] Cum poena.

[8] O: fuera de todos desconocido (omnium habuerit vultus ignotum).

[9] Societatem.