Inicio » Content » TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (77)

3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito

IX. La Regla del Maestro (continuación)

Capítulo 92: Pregunta de los discípulos: ¿Es necesario negar a todos el honor y el rango después del abad? El Señor responde por el Maestro:

1El abad debe cuidarse de no adjudicar a nadie en ningún momento (el rango) de segundo suyo, o de instalar a alguien en el tercer puesto. 2¿Por qué? Para que tal honor (no) contribuya a que alguien se enorgullezca; y (sólo) se prometerá el honor de sucederle a aquél que obre santamente, haciéndoles así rivalizar a todos en el celo por las buenas obras y la humildad, 3según juzgó el Señor ante los apóstoles que discutían por el primer puesto: puso a un niño en medio de ellos (Mt 18,2-3) y dijo: 4Quien quiera ser el primero entre ustedes (Mt 20,27; cf. 18,4), que sea así, 5y el que entre ustedes quiera ser el más grande, que sea servidor de ustedes” (Mt 20,26). 6Y el Señor también dijo a sus discípulos: “El que ante todo cumpla estos preceptos y los enseñe, ese será el más grande en el reino de los cielos” (Mt 5,19).

7De donde, por tanto, según este ejemplo[1] de humildad, el abad debe decir siempre a todos los hermanos: 8«Hermanos e hijos míos, cualquiera de entre ustedes que se haya esforzado por mostrarse obediente en todo a los preceptos divinos, sometiéndose en todo a la regla y conforme a los ejemplos que (yo) les doy; 9todo aquél que se haya aplicado a cumplir con hechos mi enseñanza, 10todo aquél que no (haya seguido) en sus costumbres su propia voluntad y arbitrio, sino que las haya sometido a la obediencia de Dios para ser corregidas por mí, 11esto es, que no (se haya dado) a la soberbia, sino a la humildad; 12no al mucho hablar, sino al silencio; 13no al odio, sino a la gracia[2]; 14no al engaño, sino a la caridad; 15no a la ira, sino a la paz; 16no a la embriaguez, sino a la sobriedad; 17no a la saciedad, sino a la continencia; 18no al escándalo[3], sino a la paciencia; 19no a la murmuración, sino a la obediencia; 20no a la lentitud, sino a la diligencia; 21no a la contestación, sino a la aceptación; 22no a la ligereza, sino a la gravedad; 23no a las palabras vanas, sino a la sabia sobriedad de las palabras; 24no a la risa prolongada y estrepitosa, sino a las lágrimas de la paciencia; 25no a la lujuria, sino a la castidad. 26Cualquiera de entre ustedes que hubiera cumplido todo esto con perfección, en el momento de mi muerte, será constituido maestro de la escuela de Dios, no solamente por juicio mío, sino también por el de Dios; 27para mostrar a los discípulos de Cristo el arte del Señor, que el mismo ya ha cumplido perfectamente. 28En efecto, ¿cómo podrá alguien pretender el honor de ser superior, si no es capaz de cumplir los preceptos divinos que le hacen merecedor de tal honor? 29Y si uno no cumplió con hechos lo aprendido[4] por las moniciones del superior, ¿cómo podrá presidir la escuela divina? 30Y ¿cómo podrá corregir los vicios de otros, quien no supo corregir su conducta? 31O bien, ¿cómo podrá gobernar a otros bajo una disciplina, aquél que no pudo corregir en sí mismo las faltas de disciplina? 32Por tanto, si uno no hubiese sido antes discípulo perfecto en todas estas cosas, no podrá ser un digno maestro».

33Por tanto, cuando el abad (haga) frecuentemente estas predicciones a la comunidad y a nadie dé ninguna certeza (sobre) tal honor, cambiará continuamente sus puestos[5]; 34y por turnos les hará sentar a la mesa junto a él, 35por turnos les invitará a todos para que estén a su lado en el oratorio, 36(y) todos por turnos entonarán los salmos después de él, 37para que nadie se enorgullezca por la dignidad de encontrarse el segundo o se desespere por ocupar el último lugar. 38Por tanto, cuando nadie de entre la multitud sea elevado al segundo puesto, 39y por la incertidumbre de la esperanza cada uno pueda pensar que el juicio recaerá sobre él para recibir el honor, si se comporta santamente, 40y confíe que podrá ser elegido algún día para la dignidad abacial en virtud de sus buenas acciones, 41como todavía hay incertidumbre (y) nadie es designado, sino que tal honor se promete a quien obre recta y santamente, 42resultará de este modo que, deseando obtener (ese) grado de honor, todos se apresurarán a cumplir los preceptos de Dios indicados anteriormente[6], 43y si no es por temor al juicio futuro, al menos rivalizarán con empeño por un honor en la vida presente, (y) todos podrán progresar; 44así, si la comunidad fuera numerosa y los diversos (hermanos) nunca descendieran del puesto de honor, 45el último no podrá desesperanzarse al no (tener) nadie antes que él, 46ni a su vez, el segundo podrá alegrarse de su elevación, estando todos detrás de él, y ya seguro de sólo la dignidad, cumpla negligentemente la causa de Dios en sí mismo, buscando (poner) su esperanza más bien en las cosas presentes que en las futuras; 47porque generalmente el género humano es así: ama más lo que ve que lo que espera sin ver (cf. Rm 8,25).

48Por tanto, como hemos dicho antes[7], si (el abad) deja en duda los grados de unos y de otros, y les ve a todos esforzarse por llegar algún día a ese honor, 49rivalizando con diligencia por cumplir las cosas que son de Dios, con objeto de agradar por medio de sus buenas obras (y) así alcanzar el cargo[8]; 50de este modo, cada uno mostrará sus obras santas ante el abad y ante Dios, pensando con respecto a este honor, que Dios le dará su consentimiento y el abad se pronunciará justamente a su favor; 51todos rivalizarán entre sí, por mostrarse más dispuestos, (estimulados) tanto por el buen celo como por el deseo de la dignidad. 52Entonces podrán mostrar en sí mismos, ante Dios y ante el abad, todo lo santo y bueno, comenzando a esperar los méritos de los perfectos, 53y así poder ya demostrar en sí mismos con hechos, lo que desean enseñar más tarde a los demás con palabras.

54Pero si hemos constituido que todos tengan los mismos rangos y que a nadie se le coloque en la dignidad de segundo, (es) por el temor (de que un día), 55como dice la Escritura: “Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos” (Mt 20,16), 56ingrese en el monasterio un hermano, antes de que el abad muera, 57que ya haya sido probado antes por otra regla; o tal vez como se lee de muchos en las Vidas de los Padres, que abandonando secretamente su monasterio o su comunidad, por un deseo de humildad, prefiera someterse bajo el mandato de otro[9]. 58Y puesto que Dios no niega sus bienes a los que caminan en la inocencia o en la humildad (Sal 83 [84],13), 59y que no se puede esconder a la ciudad puesta sobre de una montaña (Mt 5,14), 60ni tampoco se enciende una lámpara para ponerla bajo el celemín, sino sobre el candelero (Mt 5,15), 61¿qué sucedería, si casualmente, el abad en vida eligiese para el grado de segundo a uno de sus hermanos más negligentes, 62y cuando una persona tan destacada como la descrita que, ocultando su grandeza por humildad, entrare en la escuela de este nuevo monasterio, y cada día irradiare espontáneamente por la perfección de (su) conducta, 63y mientras que ese discípulo novicio del monasterio es despreciado, se muestre por los hechos (ser) un viejo soldado de Cristo, 64acaso el abad, reconociendo súbitamente su mérito, no se arrepentirá de lo que había hecho, al haber ya establecido a un segundo negligente? ¿Y, según su criterio, no se juzgará réprobo, pensando deshacer lo que había hecho? 65Puesto que no conviene que uno bueno sea subordinado a uno menos bueno, y que éste ordene de palabra, lo que no puede cumplir con los hechos[10].

66Por tanto, deberá tener en suspenso a todos en lo que se refiere al puesto de honor, prometiéndoselo para el futuro[11] si dan prueba de buena conducta. 67Esto es lo que el abad prometerá solemnemente con frecuencia a los hermanos, diciendo: 68“El Señor dará el honor a aquel que le apremie[12] con sus buenas obras (Sal 83 [84],12), 69(y) no frustrará en su deseo, a aquel que no defraudó a Dios en su provecho (Sal 77 [78],30); 70y a través de él, Dios proveerá a los otros discípulos de lo que necesitan, cuando Él tampoco se sienta decepcionado por el maestro[13]”.

71Por tanto, cuando el abad vea que todos los hermanos anhelan el honor con ansia[14], y que unos y otros rivalizan entre sí por mostrar las santas obras (realizadas) por medio de las buenas acciones prescritas por Dios, 72considerará sin cesar en su fuero interno y examinará con sus ojos quién de entre todos se muestra superior o perfecto en ese concurso de la observancia, 73y ya en el tiempo de su muerte, llamará a todos los hermanos ante él y les diga: 74“Ciertamente, todos han obrado bien en la observancia santa. 75Han expuesto siempre correctamente sus acciones a las miradas de Dios”. 76Y llamando inmediatamente por su nombre y tomando por la mano a aquél que juzgó siempre secretamente como mejor que los otros en toda perfección, lo dirá a toda la comunidad: 77“Escúchenme, hijos, la Trinidad Santa conoce, bajo cuyo juicio hago esta elección, 78que (el mejor) de entre ustedes en la observancia completa de los mandamientos de Dios, 79esto es, en la taciturnidad, en la obediencia, 80en la fe, en la paz, en la gracia, en la paciencia, en la bondad, en la simplicidad (cf. Ga 5,22-23), 81en la vigilancia, en la sobriedad, en la continencia, en la castidad (cf. Ga 5,23), 82siempre el mejor de entre ustedes, ha sido éste”.

 


[1] Formam.

[2] Otra traducción: “a la amistad” (non in odio sed in gratia).

[3] Otra versión menos literal: “a la disputa” (scandalo).

[4] Didicerit.

[5] Grados.

[6] Cf. RM 92,8-25.

[7] Cf. RM 92,33.

[8] Ordinandi.

[9] Cf. Paladio, Historia Lausíaca 18,12-16; Casiano, Instituciones 4,30-31.

[10] León Magno, Epístola a los obispos de Cesarea de Mauretania 49 (PL 67,300 A).

[11] O: “de cuando en cuando” (quandoque).

[12] Provocaverit.

[13] Traducción bastante amplia; el texto latino dice: cum prius de ipso magistro ipse nihil coeperit indigere.

[14] Lit.: sed (sitim).