Inicio » Content » TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (82)

LOS APOTEGMAS DE LAS MADRES Y LOS PADRES DEL DESIERTO (continuación)

Letra Alfa

ABBA ANTONIO[1]

1. El santo abba Antonio, mientras vivía en el desierto, cayó en la acedia y se oscurecieron sus pensamientos. Dijo a Dios: “Señor, quiero salvar mi alma, pero los pensamientos no me dejan. ¿Qué he de hacer en mi aflicción? ¿Cómo me salvaré?”. Poco después, cuando se levantaba para irse, vio Antonio a un hombre como él, trabajando sentado, que se levantaba de su trabajo para orar, y se sentaba de nuevo para trenzar una cuerda, y se alzaba para orar, y era un ángel del Señor, enviado para corregir y consolar a Antonio. Y oyó al ángel que le decía: “Haz esto y serás salvo”. Al oír estas palabras sintió mucha alegría y fuerza, y obrando de esa manera se salvó.

2. El mismo abba Antonio, investigando la profundidad de los juicios de Dios, rogó diciendo: “Señor, ¿por qué mueren algunos tras una vida corta y otros llegan a extrema vejez? ¿Por qué algunos son pobres y otros ricos? ¿Por qué los injustos se enriquecen y los justos pasan necesidad?”. Entonces vino hasta él una voz que le respondió: “Antonio, ocúpate de ti mismo, pues eso es el juicio de Dios, y nada te aprovecha el saberlo”.

3. Uno interrogó a abba Antonio, diciendo: “¿Qué debo observar para agradar a Dios?”. El anciano le respondió diciendo: “Guarda esto que te mando: adondequiera que vayas, lleva a Dios ante tus ojos; y cualquier cosa que hagas, toma un testimonio de las Sagradas Escrituras; y cualquiera sea el lugar que habitas no lo abandones prontamente. Observa estas tres cosas y te salvarás”.

4. Dijo abba Antonio a abba Pastor: “Este es el gran esfuerzo del hombre: poner su culpa ante Dios, y estar preparado para la tentación hasta el último suspiro”.

5. Dijo el mismo: “El que no ha sido tentado no puede entrar en el Reino de los cielos. En efecto, suprime las tentaciones -dijo- y nadie se salvará”.

6. Preguntó abba Pambo a abba Antonio: “¿Qué debo hacer?”. Le respondió el anciano: “No confíes en tu justicia, ni te preocupes por las cosas del pasado, y guarda tu lengua y tu vientre”.

7. Dijo abba Antonio: “Vi todas las trampas del enemigo extendidas sobre la tierra y dije gimiendo: ¿quién podrá pasar por ellas? Y oí una voz que me respondía: la humildad”.

8. Dijo también: “Algunos hay que afligieron sus cuerpos con la ascesis, y porque les faltó discernimiento, se alejaron de Dios”.

9. Dijo también: “La vida y la muerte dependen del prójimo. Porque si ganamos al hermano, ganamos a Dios, y si escandalizamos al hermano, pecamos contra Cristo”.

10. Dijo también: “Como los peces mueren si permanecen mucho tiempo fuera del agua, de la misma manera los monjes que se demoran fuera de la celda o se entretienen con seculares, se relaja la intensidad de su tranquilidad interior (hesyquía). Es necesario que, como los peces del mar, nos apresuremos nosotros a ir a nuestra celda, para evitar que, por demorarnos en el exterior, olvidemos la custodia interior”.

11. Dijo también: “El que permanece en la hesyquía en el desierto, se ve libre de tres combates: del oído, de la palabra y de la vista. Tiene sólo uno: el de la fornicación”.

12. Unos hermanos fueron adonde estaba abba Antonio, para comunicarle las visiones que tenían, y para aprender de él si eran verdaderas o procedían de los demonios. Tenían un asno, que había muerto en el camino. Cuando llegaron a la presencia del anciano, anticipándose, éste les dijo: “¿Por qué murió el pequeño asno en el camino?”. Le dijeron: “¿Cómo lo sabes abba?”. Les respondió: “Me lo mostraron los demonios”. Le dijeron: “Por eso veníamos nosotros a preguntar, porque vemos visiones y muchas de ellas son veraces, y no queremos equivocarnos”. Los convenció el anciano con el ejemplo del asno, que esas visiones procedían de los demonios.

13. Un hombre que estaba cazando animales salvajes en el desierto, vio a abba Antonio que se recreaba con los hermanos y se escandalizó. Deseando mostrarle el anciano que es necesario a veces condescender con los hermanos, le dijo: “Pon una flecha en tu arco y estíralo”. Y así lo hizo. Le dijo: “Estíralo más”. Y lo estiró. Le dijo nuevamente: “Estíralo”. Le respondió el cazador: “Si estiro más de la medida, se romperá el arco”. Le dijo el anciano: “Pues así es también en la obra de Dios: si exigimos de los hermanos más de la medida, se romperán pronto. Es preciso pues de vez en cuando condescender con las necesidades de los hermanos”. Vio estas cosas el cazador y se llenó de compunción. Se retiró muy edificado por el anciano. Los hermanos regresaron también, fortalecidos, a sus lugares.

14. Oyó hablar abba Antonio de un joven monje, que había hecho un milagro estando en camino. Porque vio a unos ancianos que viajaban y estaban fatigados, y ordenó a unos onagros que se acercaran y los llevaran hasta la celda de Antonio. Los ancianos se lo contaron a abba Antonio, el cual les dijo: “Me parece que este monje es como un navío cargado de bienes, pero no sé si llegará a puerto”. Y después de un tiempo, comenzó de repente abba Antonio a llorar, a arrancarse los cabellos y a lamentarse. Le dijeron sus discípulos: “Por qué lloras, padre?”. Les respondió el anciano: “Acaba de caer una gran columna de la Iglesia (se refería al joven monje). Pero vayan -les dijo-, adonde está él, y averigüen qué sucedió”. Fueron los discípulos y vieron al monje sentado sobre una estera, llorando el pecado que había cometido. Al ver a los discípulos del anciano les dijo: “Digan al anciano que le pida a Dios me conceda diez días solamente, y espero dar satisfacción”. Pero en el plazo de cinco días murió.

15. Un monje fue alabado por los hermanos en presencia de abba Antonio. Cuando éste lo recibió, lo probó para saber si soportaba la injuria, y viendo que no la soportaba, le dijo: “Pareces una aldea muy adornada en su frente, pero que los ladrones saquean por detrás”.

16. Dijo un hermano a abba Antonio: “Ruega por mí”. Le dijo el  anciano: “No tendré misericordia de ti, ni la tendrá Dios, si tú mismo no te esfuerzas y pides a Dios”.

17. Fueron unos ancianos adonde estaba abba Antonio, e iba con ellos abba José. Los quiso probar el anciano y les propuso un pasaje de la Escritura preguntándoles su sentido, comenzando por los menores y uno a uno respondían según su capacidad. A cada uno de ellos decía el anciano: “No lo has encontrado todavía”. Por último, le preguntó a abba José: “¿Qué dices tú acerca de esta palabra?”. Respondió: “No sé”. Dijo abba Antonio: «Abba José encontró el camino, pues dijo: “No sé”».

18. Unos hermanos fueron desde Escete para ver a abba Antonio, y al subir a una nave para dirigirse hasta él, hallaron un anciano que también quería ir. Los hermanos no lo conocían. Sentados entonces en la nave hablaban de las palabras de los Padres y de las Escrituras, y después, acerca de su trabajo manual. El anciano callaba. Cuando llegaron al puerto supieron que el anciano iba también a visitar a abba Antonio. Cuando llegaron adonde estaba él, les dijo (abba Antonio): “Tuvieron buena compañía, este anciano”. Dijo después al anciano: “Encontraste buenos hermanos, padre”. El anciano respondió: “Buenos son, en efecto, pero su casa no tiene puerta, y el que lo desee puede entrar en el establo y desatar el asno”. Decía esto porque hablaban lo que les venía a la boca.

19. Fueron unos hermanos adonde estaba abba Antonio y le dijeron: “Dinos una palabra: ¿qué debemos hacer para salvarnos?”. El anciano les dijo: “¿Oyeron la Escritura? Pues eso es bueno para ustedes”. Le dijeron ellos: “Pero queremos escucharlo de ti, padre”. Les dijo el anciano: “El Evangelio dice: Si alguien te golpea en la mejilla derecha, ofrécele también la otra (Mt 5,39)”. Le respondieron: “No podemos hacer esto”. Les dijo el anciano: “Si no pueden ofrecer la otra mejilla, al menos soporten que los golpeen en una”. Le dijeron: “Tampoco podemos esto”. Dijo el anciano: “Si no pueden esto, no devuelvan el mal que recibieron”. Respondieron: “Tampoco podemos hacer esto”. Dijo entonces el anciano a su discípulo: “Prepárales una papilla, porque están enfermos. Si no pueden hacer esto, ni quieren hacer lo otro, ¿qué puedo hacer yo por ustedes? Necesitan oraciones”.

20. Un hermano que había renunciado al mundo y dado sus bienes a los pobres, había, sin embargo, conservado algo para sí. Fue a ver a abba Antonio. Enterado de todo ello, le dijo el anciano: “Si quieres llegar a ser monje, ve a esa aldea, compra carne y ponla sobre tu cuerpo desnudo y vuelve aquí”. Así lo hizo el hermano, y los perros y las aves lo lastimaban. Fue adonde estaba el anciano, quien le preguntó si había hecho lo que le había aconsejado. Cuando le hubo mostrado su cuerpo herido, le dijo el santo abba Antonio: “Los que renunciaron al mundo y quieren poseer riquezas, son despedazados así por los ataques de los demonios”.

21. Fue tentado un hermano en el cenobio de abba Elías. Expulsado de allí fue al monte donde estaba abba Antonio. Permaneció el hermano con él durante algún tiempo, y le envió después al cenobio del que había salido. Cuando lo vieron los hermanos, lo expulsaron de nuevo. Volvió el hermano a abba Antonio, diciendo: “No quisieron recibirme, padre”. Lo envió de nuevo el anciano diciendo: “La nave naufragó en el mar, perdió la carga y apenas si pudo salvarse llegando a tierra; pero ustedes quieren hundir aquello que logró salvarse en tierra”. Ellos, al oír que lo enviaba abba Antonio, lo recibieron en seguida.

22. Dijo abba Antonio: «Pienso que el cuerpo tiene un movimiento natural, adaptado a él, pero que no actúa si no lo quiere el alma; indica solamente en el cuerpo un movimiento sin pasión. Pero hay otro movimiento, que proviene de la alimentación y del abrigo del cuerpo por la comida y la bebida; es así que el calor de la sangre excita el cuerpo para la acción. Por ello dice el Apóstol: “No se embriaguen con vino, en el que está la impureza (Ef 5,18)”. Y también el Señor en el Evangelio amonesta a los discípulos diciendo: “Miren que no se entorpezcan sus corazones con la crápula y la ebriedad (Lc 21,34)”. Hay todavía otro movimiento para los que combaten, que procede de las trampas y la envidia de los demonios. Hay que saber, por tanto, que hay tres movimientos del cuerpo: uno es natural, el segundo viene de la abundancia de alimentos, el tercero viene de los demonios».

23. Dijo también: “Dios no permite que esta generación sea atacada como la de los antiguos, pues sabe que es débil y no puede resistir”.

24. Le fue revelado a abba Antonio en el desierto: “En la ciudad hay un hombre semejante a ti, de profesión médico, que da lo superfluo a los necesitados y todos los días canta el trisagio con los ángeles”.

25. Dijo abba Antonio: «Viene el tiempo en que se enloquecerán los hombres, y cuando vean a uno que no está loco, se volverán contra él, diciendo: “Estás loco”, porque no es semejante a ellos».

26. Fueron algunos hermanos a abba Antonio, y le dijeron una palabra del Levítico. Salió el anciano al desierto, y lo siguió ocultamente abba Amonas, que conocía sus costumbres. Y alejándose, el anciano, puesto de pie para la oración, exclamó con voz fuerte: “Oh, Dios, envía a Moisés para que me explique esta palabra”. Y llegó una voz que conversó con él. Dijo abba Amonas que él oyó la voz que conversaba con el anciano, pero no comprendió el alcance de esas palabras.

27. Tres padres tenían la costumbre de ir cada año a ver a abba Antonio y mientras dos lo interrogaban acerca de los pensamientos y la salvación del alma, el tercero callaba absolutamente y nada preguntaba. Después de mucho tiempo, le dijo abba Antonio: “Vienes desde hace tiempo y no me preguntas nada”. Le respondió diciendo: “Abba, me basta con verte”.

28. Decían que uno de los ancianos rogó a Dios le concediese ver a los Padres, y los vio, excepto a abba Antonio. Le dijo al que se lo mostraba: “¿Dónde está abba Antonio?”. Le respondió: “En el mismo lugar en que está Dios, allí está”.

29. Un hermano en el cenobio fue acusado calumniosamente de fornicación, y levantándose fue adonde estaba abba Antonio. Los hermanos del cenobio fueron también para curarlo y llevarlo consigo, y trataron de convencerlo que había hecho aquello. Él, por el contrario, afirmaba: “No lo hice”. Estaba allí abba Pafnucio Céfalas, quien les dijo esta parábola: “Vi en el borde del río a un hombre, hundido en el fango hasta las rodillas, y fueron unos para darle la mano, y lo hundieron hasta el cuello”. Y les dijo abba Antonio acerca de abba Pafnucio: “Este es un hombre veraz, capaz de curar a las almas y salvarlas”. Movidos a arrepentimiento por las palabras de los ancianos, hicieron la metanía al hermano. Y amonestados por los Padres, recibieron al hermano en el cenobio.

30. Decíase de abba Antonio que llegó a ser pneumatóforo (portador del Espíritu Santo), pero que no quería hablar a causa de los hombres. En efecto, reveló lo que acontecía en el mundo y lo que había de venir.

31. Recibió abba Antonio una carta del emperador Constancio, invitándolo a ir a Constantinopla, y reflexionaba acerca de lo que debía hacer. Le preguntó a abba Pablo, su discípulo: “¿Debo ir?”. Y le respondió: “Si vas, te llamarás Antonio; si no vas, te llamarás abba Antonio”.

32. Dijo abba Antonio: “Ya no temo a Dios, sino que lo amo. En efecto, el amor expulsa el temor (1 J 4,18)”.

33. Dijo el mismo: “Deben tener siempre ante los ojos el temor de Dios. Acuérdense de quien da la muerte y la vida (cf. 1 S 2,6). Tengan odio al mundo y a todo lo que está en él. Renuncien a esta vida, para vivir para Dios. Recuerden lo que prometieron a Dios; eso es lo que se les pedirá en el día del juicio. Sufran el hambre, la sed, la desnudez, las vigilias; entristézcanse y lloren, giman en sus corazones; prueben si son dignos de Dios; desprecien la carne, para salvar sus almas”.

34. Visitó abba Antonio a abba Amún en la montaña de Nitria, y cuando se hubieron encontrado, le dijo abba Amún: “Ya que el número de los hermanos se ha multiplicado gracias a tus oraciones, y algunos de ellos desean construirse celdas retiradas para vivir en el recogimiento (hesiquía), ¿a qué distancia de las actuales dispones que se edifiquen esas celdas?”. Le dijo: “Comeremos a la novena hora, y saldremos a recorrer el desierto para reconocer el lugar”. Cuando hubieron marchado por el desierto hasta la puesta del sol, abba Antonio dijo: “Oremos, y plantemos una cruz, para que construyan aquí los que lo que desean. Así los hermanos que vengan de allá para ver a los que están aquí, lo harán después de tomar una ligera refección a la hora novena, y los encontrarán en este momento. Lo mismo los que vayan de aquí para allá, se conserven de este modo sin distracción en las visitas mutuas”. La distancia es de doce millas.

35. Dijo abba Antonio: “El que trabaja un bloque de hierro, observa primero en su pensamiento lo que desea hacer: una hoz, una espada o un hacha. De la misma manera, nosotros debemos pensar qué virtud buscamos, para no esforzarnos en vano”.

36. También dijo: “La obediencia y la continencia someten las fieras a los hombres”.

37. Dijo también: «Conozco monjes que cayeron después de haber soportado mucho, y que llegaron al orgullo del alma porque esperaron en sus obras y desconocieron el mandato que dice: “Interroga a tu padre y él te enseñará (Dt 32,7)”».

38. Dijo también: “El monje debería manifestar confiadamente a los ancianos, si fuera posible, cuántos pasos hace o cuántas gotas de agua bebe en su celda, para no tropezar en ello”.

 


[1] “El lugar de san Antonio en la colección es una consecuencia de su nombre, pero ciertamente corresponde al rol excepcional que tuvo como cabeza de todos los monjes cristianos. Su vida (251-356) y su fisonomía non son conocidas sobre todo por la célebre obra que le consagró san Atanasio. Los apotegmas aportan algunos rasgos interesantes que para nada contradicen el relato del obispo de Alejandría, sino que colocan felizmente al Padre de los monjes en medio de otros ancianos de su tiempo, sus émulos en la imitación y la búsqueda de Cristo en el desierto. Se advertirá que el apotegma nº 10 es un extracto de la Vida de Antonio (85,3; SCh 400, p. 354) y que los números 8 (Carta 4,11), 9 (Carta 4,9) y 22 (Carta 1,3) provienen de las cartas de Antonio” (Les Sentences des Pères du désert. Collection alphabétique. Traduite et présentée par Dom Lucien Regnault, moine de Solesmes, Solesmes, Abbaye Saint-Pierre de Solesmes, 1981, p. 13 [en adelante: Sentences]).