Inicio » Content » TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (86)

LOS APOTEGMAS DE LAS MADRES Y LOS PADRES DEL DESIERTO (continuación)

Letra Alfa (conclusión)

ABBA AMOES[1]

1. Decían acerca de abba Amoes que cuando iba a la iglesia no permitía a su discípulo caminar junto a él, sino alejado. Si se acercaba para preguntar sobre los pensamientos, apenas le había respondido lo apartaba diciendo: “No sea que mientras nosotros hablamos de cosas útiles, se introduzca una conversación extraña; por eso no te permito que estés junto a mí”.

2. Dijo abba Amoes a abba Isaías, al principio: “¿Cómo me ves ahora?”. Le respondió: “Como un ángel, abba”. Más tarde le preguntó: “¿Cómo me ves ahora?”. Le dijo: “Como Satanás. Aunque me digas una palabra buena es para mí como una espada”.

3. Decían de abba Amoes que estuvo enfermo y permaneció acostado durante varios años, y nunca permitió a su pensamiento ocuparse de la parte posterior de su celda para ver lo que tenía allí. A causa de su enfermedad le llevaban muchas cosas, y cuando su discípulo Juan entraba y salía, cerraba los ojos para no ver lo que hacía. Sabía, en efecto, que era un monje fiel.

4. Contaba abba Pastor que un hermano fue a pedir una palabra a abba Amoes. Aunque permaneció siete días con él, el anciano no le respondió. Al fin, al despedirlo le dijo: “Ve, y está atento a ti mismo. Mis pecados se han vuelto para mí como un muro oscuro entre Dios y yo”.

5. Decían de abba Amoes que había hecho cincuenta medidas de trigo para sí, y las había puesto al sol. Antes de que estuvieran bien secas, vio en ese lugar algo que no era útil para él, y dijo a sus discípulos: “Vayámonos de aquí”. Ellos se entristecieron mucho. Al verlos tristes les dijo: “¿Se entristecen a causa de los panes? En verdad, yo he visto huir a algunos, dejando sus celdas blanqueadas y sus libros de pergamino, y no cerraban las puertas sino que partieron y quedaron abiertas”.

 

ABBA AMÚN DE NITRIA[2]

1. Abba Amún de Nitria visitó a abba Antonio y le dijo: “Yo he trabajado más que tú, ¿cómo es que tu nombre es más grande que el mío entre los hombres? Le respondió abba Antonio: “Porque yo amo a Dios más que tú”.

2. Decían de abba Amún que una medida de trigo le bastaba para dos meses. Fue en una ocasión a ver a abba Pastor y le dijo: “Si voy a la celda de mi vecino o viene él a la mía por alguna necesidad, tenemos miedo de conversar porque no sobrevenga una conversación extraña”. El anciano le dijo: “Haces bien, porque la juventud necesita vigilancia”. Le dijo abba Amún: “¿Qué hacían los ancianos?”. Respondió: “Los ancianos adelantados en la virtud no tenían en ellos nada exterior ni de extraño en su boca, para hablar de ello”. Dijo Amún: “Si se presenta la necesidad de hablar con el vecino, ¿prefieres que hable de las Escrituras o de las palabras de los ancianos?”. Le respondió el anciano: “Si no puedes callar, es mejor hablar de las palabras de los ancianos que de las Escrituras. Puesto que el peligro no es pequeño”.

3. Un hermano fue desde Escete hasta donde estaba Amún, y le dijo: “Mi abba me manda para un servicio, pero temo la fornicación”. Le dijo el anciano: «Cuando llegue la tentación a ti, di: “¡Oh! Dios de los ejércitos, líbrame por las oraciones de mi abba”». Un día, una virgen se encerró con él, y el monje clamó con voz fuerte: “Dios de mi abba, líbrame”, y se encontró en seguida en el camino que conduce a Escete.

 

ABBA ANUB[3]

1. Abba Juan contaba que abba Anub y abba Pastor, con los restantes hermanos, nacidos del mismo vientre y que se habían hecho monjes en Escete, partieron cuando vinieron los maniqueos y lo devastaron la primera vez, y se retiraron a un lugar llamado Terenutis hasta decidir dónde les convenía habitar. Y permanecieron allí algunos días en un antiguo templo. Dijo abba Anub a abba Pastor: “Hazme la caridad, tú y cada uno de los hermanos habiten solos y separadamente, sin encontrarnos en toda la semana”. Respondió abba Pastor: “Haremos como tú quieres”. Y lo hicieron así. Había en el templo un ídolo de piedra. Todas las mañanas el anciano abba Anub se levantaba al amanecer y tiraba piedras al rostro del ídolo, y por la tarde le decía: “Perdóname”. Pasó la semana haciendo esto. Al fin, el sábado se reunieron y abba Pastor preguntó a abba Anub: “Te he visto apedrear durante toda la semana el rostro de la estatua, abba, y pedirle después perdón, si eres hombre de fe ¿cómo haces eso?”. Le respondió el anciano: “Esto lo hice por ustedes. Me vieron echar piedras al rostro de la imagen ¿acaso habló o se enojó?”. Abba Pastor dijo: “No”. «Y después, cuando me postré en una metanía, ¿acaso se turbó y dijo: “No te perdono?”». Abba Pastor dijo: “No”. El anciano le dijo entonces: “Nosotros somos siete hermanos. Si quieren que habitemos juntos hemos de ser como esta estatua, que no se turba así se la insulte o se la alabe. Pero si no quieren vivir de este modo, hay cuatro puertas en el templo. Vaya cada uno adonde le plazca”. Todos se echaron por tierra diciendo a abba Anub: “Haremos como tú dices, abba, y obedeceremos lo que nos mandes”. Dijo abba Pastor: «Permanecimos juntos todo el tiempo, haciendo la palabra que nos decía el anciano. Puso él a uno de nosotros como ecónomo, y lo que nos daba, eso comíamos, y ninguno podía decir: “Tráenos otra cosa”, o: “No podemos comer de esto”. Pasamos de este modo todo nuestro tiempo en la quietud y la paz».

2. Dijo abba Anub: “Desde que el nombre de Cristo fue pronunciado sobre mí no ha salido una mentira de mi boca”.

 

ABBA ABRAHAM[4]

1. Contaban acerca de un anciano que pasó cincuenta años sin comer pan ni beber vino fácilmente, y que decía: “He matado a la fornicación, a la avaricia y a la vanagloria”. Al oír que hablaba de este modo, fue abba Abraham a verlo y le dijo: “¿Dijiste tú tales cosas?”. Respondió: “Sí”. Abba Abraham le dijo: “Mira, si entras en tu celda y encuentras una mujer sobre tu lecho, ¿puedes acaso pensar que no es una mujer?”. Respondió: “No, pero lucharé contra mi pensamiento, para no tocarla”. Le dijo abba Abraham: “No la has muerto, entonces, sino que todavía vive en ti la pasión, pero está atada. Imagina también que pasando ves oro entre piedras y ladrillos, ¿puede tu pensamiento considerarlo como si fueran del mismo valor?”. Respondió: “No, pero lucharé contra el pensamiento, para no recogerlo”. El anciano le dijo: “Vive (la pasión), pero está atada.” Le dijo abba Abraham: “Si oyes de dos hermanos, que el uno te ama y el otro te odia y habla mal de ti, y sucede que vienen ambos a verte, ¿recibirás a los dos del mismo modo?”. Dijo: “No, pero lucharé contra el pensamiento para obrar bien tanto con el que me odia como con el que me ama”. Le dijo abba Abraham: “Viven entonces las pasiones, y son solamente sojuzgadas por los santos”.

2. Interrogó un hermano a abba Abraham, diciendo: “Si tuviera que comer muchas veces, ¿qué sería esto?”. Respondiendo, dijo el anciano: “¿De qué hablas, hermano? ¿Tanto comes? ¿O te crees que has venido a trillar?”.

3. Relató abba Abraham de un monje de Escete que era escriba y no comía pan. Un hermano fue a verlo, y le rogaba que le copiase un libro. El anciano, que tenía su espíritu en la contemplación, lo escribió omitiendo frases y sin puntuación. El hermano, al tomar el libro, vio que le faltaban frases y dijo al anciano: “Abba, faltan frases”. El anciano le respondió: “Vete, y pon primero en práctica las que están escritas, y después ven y te escribiré las que faltan”.

 

ABBA ARES

1. Fue abba Abraham donde abba Ares, y cuando se hubieron sentado llegó un hermano para ver al anciano, y le dijo: “Dime qué debo hacer para salvarme”. Él le respondió: “Ve y haz esto durante un año: come al atardecer pan con sal, y ven otra vez entonces y hablaré contigo”. Así lo hizo. Al cumplirse el año, fue nuevamente el hermano adonde estaba abba Ares. Se encontraba allí abba Abraham. Nuevamente le dijo el anciano al hermano: “Ve, y durante este año ayuna día por medio”. Cuando el hermano se hubo retirado, dijo abba Abraham a abba Ares: “¿Por qué impones a todos los hermanos un yugo liviano, pero a éste infliges un fuerte peso?”. Le respondió el anciano: “Los hermanos según lo que buscan oír, se van, pero éste viene a escuchar la palabra de Dios. Es un buen obrero: hace con diligencia lo que le digo. Por eso, le digo la palabra de Dios”.

 

ABBA ALONIO[5]

1. Dijo abba Alonio: «Si el hombre no dice en su corazón: “Yo solo y Dios estamos en el mundo”, no tendrá descanso».

2. Dijo también: “Si no destruyo todo, no podré reedificarme a mí mismo”.

3. Dijo el mismo: “Si lo quisiera el hombre desde la mañana hasta la tarde llegará a la medida divina”.

4. Preguntó abba Agatón a abba Alonio, diciendo: “¿Cómo podré dominar mi lengua para no decir mentira?”. Le respondió abba Alonio: “Si no mientes, cometerás muchos pecados”. Le preguntó: “¿Cómo?”. Le dijo el anciano: «Dos hombres cometieron un homicidio en tu presencia, y uno de ellos huyó a tu celda. Lo busca el magistrado y te pregunta: “¿No se cometió un homicidio en tu presencia?”. Si no mientes, entregas al hombre a la muerte. Conviene más que lo abandones sin ligaduras delante de Dios, porque Él lo sabe todo».

 

ABBA APPHY[6]

1. Contaban, acerca de un obispo de Oxyrrinco, llamado abba Apphy, que cuando era monje llevaba una vida austerísima. Fue hecho obispo y quiso llevar la misma austeridad en el mundo, y no pudo. Se postró ante Dios, diciendo: “¿Acaso la gracia se ha retirado de mí a causa del episcopado?”. Y tuvo esta revelación: “No, pero mientras estabas en el desierto y no se encontraba allí ni un hombre, Dios ayudaba, pero estás ahora en el mundo y los hombres te ayudan”.

 

ABBA APOLO[7]

1. Había en Kellia un anciano llamado Apolo, que si venía alguno a pedirle que lo ayudase en cualquier trabajo, iba con gusto, diciendo: “Hoy tengo que trabajar con Cristo para bien de mi alma”. Este es el premio del alma.

2. Decían de cierto abba Apolo, de Escete, que era pastor y muy rústico. Vio una mujer grávida en el campo, y movido por el diablo dijo: “Quiero ver cómo está el niño en su seno”. Lo abrió y vio al niño. Mas enseguida se turbó su corazón y, arrepentido, fue a Escete y anunció a los Padres lo que había hecho. Los oyó salmodiar: “Los días de nuestros años son setenta años, ochenta en los fuertes, y más que esto sufrimiento y dolor”. Les dijo entonces: “Tengo cuarenta años y nunca he orado, pero si desde ahora vivo otros cuarenta, no cesaré de orar a Dios para que perdone mi pecado”. No hacía ningún trabajo manual, sino que oraba continuamente, diciendo: “Como hombre pequé; tú, como Dios, perdóname”. Ésta su oración la meditaba noche y día, Un hermano vivía con él y le oía estas palabras: “He faltado contra ti, Señor, déjame descansar un poco”. Tuvo al fin la revelación de que Dios había perdonado todos sus pecados, también el de (la muerte de) la mujer. Pero nada sabía acerca del crimen del niño. Pero uno de los ancianos te dijo: “Dios te ha perdonado también el crimen del niño, pero te deja en la aflicción porque así conviene a tu alma”.

3. Dijo el mismo acerca de la acogida que se da a los hermanos: “Debemos venerar a los hermanos que vienen, porque no veneramos a ellos sino a Dios. Si has visto a tu hermano -dijo- has visto al Señor tu Dios. Y esto, -dijo también- lo hemos recibido de Abrahán. Cuando reciban a los hermanos, invítenlos a reposarse. Esto lo aprendimos de Lot, que rogó a los ángeles”.

 

ABBA ANDRÉS[8]

1. Dijo abba Andrés: “Estas tres cosas convienen al monje: la peregrinación, la pobreza y la paciencia en el silencio”.

 

ABBA AIO[9]

1. Se relataba acerca de un anciano de la Tebaida, abba Antiano, que en su juventud había hecho muchas obras, pero, viejo ya, enfermó y quedó ciego, y los hermanos tenían muchas atenciones para con él por su enfermedad, y le daban de comer en la boca. Preguntaron entonces a abba Aio: “¿Qué pasará con tantas atenciones?”, y les respondió: “Les digo, Dios lo sacaría de este sufrimiento, si su corazón deseara estas atenciones y las recibiera con gusto, aunque comiese de este modo solamente un bocado, pero si no las quiere, sino que las acepta a la fuerza, Dios conservará salvo su trabajo, porque toma esto sin quererlo, mientras que los hermanos, por su parte, recibirán un premio”.

 

ABBA AMONATHAS[10]

1. Llegó una vez a Pelusio un magistrado, y quiso exigir el impuesto a los monjes, como lo hacía con los seculares. Se reunieron todos los hermanos en la celda de abba Amonathas para tratar este asunto, y decidieron que fueran algunos Padres a ver al emperador. Les dijo abba Amonathas: “No hay necesidad de afligirse tanto; más bien permanezcan tranquilos en sus celdas y ayunen durante dos semanas, y por la gracia de Cristo yo solo trataré el asunto”. Volvieron los hermanos a sus celdas, y el anciano permaneció en la suya. Cuando se cumplieron los catorce días, se enojaron los hermanos contra el anciano porque no lo habían visto ponerse en movimiento, y dijeron: “El anciano ha descuidado nuestro asunto”. En el decimoquinto día se reunieron los hermanos, como habían establecido, y el anciano se llegó hasta ellos trayendo la carta marcada con el sello del emperador. Al verlo, se maravillaron los hermanos, y dijeron: “¿Cuándo la has traído, abba?”. Dijo el anciano: “Créanme, hermanos, que esta noche fui a ver al emperador y él escribió este decreto; fui después a Alejandría para hacerlo firmar por los magistrados, y así vengo hasta ustedes”. Al oírlo, tuvieron miedo, y se postraron en una metanía. Se arregló su asunto y ya no los molestó más el magistrado.

 


[1] “Este Amoes, que visitó a abba Aquiles en compañía de Bitimio, era de Las Celdas, se trataba a sí mismo con rigor y no trataba con demasiados miramientos a los demás, en particular a su discípulo Juan o a sus visitantes que en vano le solicitaban una palabra...” (Sentences, p. 51).

[2] “Fue el primer monje que se estableció en el desierto de Nitria hacia 320. Huérfano a muy temprana edad, fue obligado por un tío a casarse, pero vivió con su esposa en total continencia durante dieciocho años. Cuando se hizo monje mantuvo contacto con san Antonio, quien le aconsejó en la implantación de un nuevo centro monástico en el desierto de Las Celdas (Antonio 34). Amún murió poco antes que Antonio, que a la distancia vio su alma llevada al cielo (Vida de Antonio 60). Las colecciones de apotegmas provenientes de los medios escetiotas tienen pocas piezas concernientes a Amún de Nitria. De las tres que siguen, la segunda es de otro Amún, más joven que Poimén” (Sentences, p. 52).

[3] Hermano mayor de Poimén, que contribuyó a la formación de éste. “Con sus cinco hermanos habían dejado a su madre y a su hermana para hacerse monjes en Escete. La primera invasión de los beduinos en 407 los forzó a irse de allí y se establecieron en Terenouthis (sobre un brazo del Nilo a 60 kms. al noroeste del Cairo). El más joven de los hermanos, llamado Paesios, era inocente y cándido pero un poco turbulento y preocupaba a Poimén, quien pensó en separarse. Por su parte, Paesios estuvo asimismo tentado de dejar a Poimén llevando a Anub consigo. Poimén se convirtió en el líder de la fraternidad, pero conservando siempre un gran respeto hacia su hermano mayor, negándose a hablar en su presencia. El segundo apotegma atribuido a Anub es en realidad una sentencia del abad Anouph tomada de la Historia monachorum (11,5)” (Sentences, p. 54).

[4] Este Abraham posiblemente se debe distinguir del discípulo de Sisoes, de Agatón y del compañero del abad Isaac, sacerdote de Las Celdas. Estuvo en relación con el abad Ares, del que nada sabemos (Sentences, p. 55).

[5] “Alonio era bien conocido por Poimén con quien vivió en Escete. Tuvo un discípulo llamado José, pero, conforme a una sentencia que se conserva en siríaco, no gustaba enseñar a otros...” (Sentences, p. 57).

[6] Tal como lo dice su primer apotegma fue monje y luego obispo de Oxyrrinco, a 200 kms. del Cairo, no lejos del Nilo, al oeste.

[7] “Bajo el nombre de Apolo se han agrupado tres apotegmas que conviene atribuir a diferentes ancianos: el primero vivía en el desierto de Las Celdas, el segundo en Escete y el tercero en la región de Hermópolis en el Alto Egipto... Además de los Apolos mencionados por Casiano (Conferencias 2,13; 24,9), también conocemos a otros, de los que es imposible decir si se identifican con alguno de estos; por ejemplo, un Apolo discípulo de Sisoes y otro que tuvo como discípulo a Isaac el tebano” (Sentences, p. 59).

[8] En los manuscritos este apotegma se presenta a menudo bajo el velo del anonimato, y en efecto es tan impersonal que podría atribuirse a cualquier anciano (cf. Sentences, p.60).

[9] Posiblemente vivió en la Tebaida al igual que el abad Antiano. Puede que sea diferente de aquel que, según ciertos manuscritos de la colección Alfabética habría interrogado al abad Macario (cf. Sentences, p. 61).

[10] “Este monje de la región de Pelusio debía gozar de gran prestigio entre sus hermanos, ya que lo eligieron para ir a solicitar al emperador la exoneración del impuesto. Pero esto es todo lo que se sabe de él y lo maravilloso del episodio envuelve al personaje de una halo de leyenda que es excepcional en los apotegmas” (Sentences, p. 61).