Inicio » Content » TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (94)

LOS APOTEGMAS DE LAS MADRES Y LOS PADRES DEL DESIERTO (continuación)

Letra Iota (continuación)

ABBA JUAN EL CENOBITA[1]

1. Un hermano vivía en el cenobio y era muy esforzado en la ascesis. Los hermanos de Escete, cuando oyeron de él, fueron a verlo. Y entraron en el lugar donde él estaba trabajando. Los saludó y comenzó a trabajar, y mientras tanto, conversaba. Los hermanos, al ver lo que hacía, le dijeron: «Juan, ¿quién te dio el hábito? ¿Quién te hizo monje, y no te enseñó a recibir la melota de los hermanos y a decirles “oren” o “siéntense”?». Les respondió: “Juan, el pecador, no puede ocuparse de eso”.

 

ABBA ISIDORO[2]

1. Decían acerca de abba Isidoro, el presbítero de Escete, que si alguien tenía un hermano enfermo, negligente o colérico, y quería expulsarlo, le decía: “Tráemelo”, y lo tomaba consigo, y lo llevaba, por su paciencia, a la salvación.

2. Un hermano le preguntó, diciendo: “¿Por qué te tienen tanto miedo los demonios?”. Le respondió el anciano: “Desde que soy monje me esfuerzo para no dejar que la ira llegue a mi garganta”.

3. Decía también que desde hacía cuarenta años sentía la tentación de pecar con el pensamiento, pero que nunca había cedido a la concupiscencia o a la cólera.

4. Dijo también: “Cuando era joven, permanecía en mi celda y no tenía medida para la oración: la noche y el día eran, para mí, tiempo de oración”.

5. Dijo abba Pastor acerca de abba Isidoro: «Cada noche trenzaba un manojo de palmas, y los hermanos le rogaban, diciendo: “Concédete un poco de descanso, que ya eres viejo”. El les respondió: “Aunque quemen a Isidoro, y dispersen al viento sus cenizas, no habrá gracia para mí, porque el Hijo de Dios ha venido aquí por nosotros”».

6. Decía el mismo acerca de abba Isidoro que los pensamientos le dijeron: “Eres un gran hombre”. El respondió: “¿Soy acaso como abba Antonio? ¡Ojalá fuese como abba Pambo o como los demás Padres que agradaron a Dios!”. Cuando decía esto quedaba en paz. Pero cuando un pensamiento adverso le sugería la pusilanimidad, como si después de todo esto hubiera de ir todavía al suplicio, respondía: “Aunque me manden al tormento, los encontraré abajo mío”.

7. Dijo abba Isidoro: “Fui una vez a la plaza a vender los recipientes, y al ver que se acercaba a mí la ira, dejando los objetos, huí”.

8. Fue una vez abba Isidoro a visitar a abba Teófilo, el arzobispo de Alejandría, y cuando estuvo de regreso en Escete le preguntaron los hermanos: “¿Cómo está la ciudad?”. Les respondió: “En verdad, hermanos, no he visto rostro de hombre alguno, más que el del arzobispo”. Al oírlo, se turbaron, y le dijeron: “¿Acaso ha sucedido una catástrofe, abba?”. Replicó él: “No, pero el pensamiento no me venció para que los mirase”. Los que oían, se admiraron, y fueron confirmados para custodiar sus ojos de toda vagancia.

9. Dijo el mismo abba Isidoro: «La prudencia de los santos es esta: conocer la voluntad de Dios. Porque el hombre triunfa sobre todo “por la obediencia a la verdad” (1 P 1,22), porque es imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,27). De todos los pensamientos, el peor es seguir su propio corazón, es decir, su propio pensamiento en lugar de la ley de Dios, y por ello, se llega al dolor, porque no se conoció el misterio ni se encontró el camino de los santos, para esforzarse en él. Este es el tiempo de obrar para el Señor, porque la salvación está en el tiempo de la aflicción, como está escrito: “Por su paciencia poseerán sus almas” (Lc 21,19)».

10. Contaba el mismo (abba Pastor) acerca de abba Isidoro que, cuando hablaba a los hermanos en la iglesia, decía solamente esta palabra: «Hermanos, escrito está: “Perdona a tu prójimo, para recibir el perdón también tú” (Mt 6,14)».

 

ABBA ISIDORO DE PELUSIO[3]

1. Dijo abba Isidoro de Pelusio: “Vivir sin hablar es más útil que hablar sin vivir. El primero, aunque calle, trae provecho; el otro, hablando, turba. Pero si la palabra y la vida coinciden, entonces consuman el modelo de toda la filosofía”.

2. Dijo el mismo: “Honra las virtudes y no cultives las fortunas pasajeras. Porque aquellas son riquezas inmortales, pero éstas se extinguen rápidamente”.

3. Dijo también: “Muchos hombres aspiran a las virtudes, pero temen entrar por el camino que conduce hasta ellas, mientras que otros ni siquiera creen que existe la virtud. Es necesario persuadir a los primeros para que depongan su pereza, y a los segundos enseñarles que la virtud es verdaderamente virtud”.

4. Dijo también: “El vicio separa a los hombres de Dios y entre sí. Es necesario huir rápidamente de él y seguir la virtud, que lleva a Dios y une a los hombres entre sí. La definición de la virtud y de la filosofía es: la simplicidad con la prudencia”.

5. Dijo también: “Puesto que son grandes la altura de la humildad y el abismo de la arrogancia, les aconsejo que abracen aquella y no caigan en esta”.

6. Dijo también: “El amor apasionado de las riquezas es oneroso y lleno de audacia, no se sacia y lleva al alma que ha ocupado hasta el más extremo de los males. Expulsémoslo enérgicamente al principio, porque una vez que ha dominado es inexpugnable”.

 

ABBA ISAAC, PRESBÍTERO DE LAS CELDAS[4]

1. Vinieron una vez para ordenar de presbítero a abba Isaac. Cuando lo supo, huyó a Egipto, y se retiró al campo, donde se escondió entre la hierba. Fueron los Padres en su seguimiento, y cuando llegaron al mismo campo, se quedaron allí para descansar. Era ya de noche, y soltaron al asno para que pastara. Fue el asno, y se detuvo junto al anciano. Al buscarlo por la mañana, encontraron a abba Isaac y se admiraron. Quisieron atarlo, pero no lo permitió él, diciendo: “Ya no huiré. Puesto que es voluntad de Dios, y dondequiera que huyese llegaría a lo mismo”.

2. Dijo abba Isaac: «Cuando era joven, vivía con abba Cronio, y nunca me ordenó que hiciese un trabajo, aunque era ya viejo y tembloroso, sino que se levantaba él mismo y daba de beber a mí y a los demás. También estuve con abba Teodoro de Fermo, y tampoco él me dijo que hiciese algo, sino que él mismo ponía la mesa y decía: “Hermano, ven a comer si quieres”. Yo le respondía: “Abba, vine a ti para sacar provecho, ¿por qué no me mandas hacer algo?”. Pero el anciano callaba. Fui, y lo dije a los ancianos. Estos fueron adonde él estaba, y le dijeron: “Abba, el hermano vino a tu santidad para sacar provecho, ¿por qué no le dices que haga algo?”. El anciano les respondió: “No soy cenobiarca, ¿qué le puedo ordenar? Yo no le digo nada, pero si quiere, puede hacer lo que me vea hacer”. Después de eso yo me adelantaba y hacía lo que estaba por hacer el anciano. Todo lo que éste hacía lo hacía en silencio, y así me enseñó a trabajar en silencio».

3. Abba Isaac y abba Abraham vivían juntos. Al entrar abba Abraham encontró llorando a abba Isaac, y le dijo: “¿Por qué lloras?”. Respondió el anciano: “¿Por qué no lloraremos? ¿Adónde iremos? Nuestros padres han muerto. El trabajo manual no nos alcanza ya para pagar el precio del billete de la nave que tomábamos para visitar a los ancianos. Ahora somos huérfanos. Por esto lloro”.

4. Dijo abba Isaac: «Conocí un hermano que estaba cosechando en el campo, y quiso comer una espiga de trigo. Dijo al dueño del campo: “¿Permites que coma una espiga de trigo?”. Al oírlo, se admiró, y le dijo: “El campo es tuyo, padre, ¿Y me pides permiso?”. Hasta ese punto era exacto el hermano».

5. Dijo también a los hermanos: “No traigan niños aquí. Porque las cuatro iglesias de Escete se volvieron desiertas a causa de los niños”.

6. Decían acerca de abba Isaac que comía con su pan la ceniza del turíbulo de la ofrenda.

7. Dijo abba Isaac a los hermanos: “Nuestros padres, y abba Pambo, usaban ropas viejas, hechas de palmas y remendadas, pero ahora llevan vestidos preciosos. ¡Márchense de aquí! ¡Abandonen este lugar!”. Cuando estaba por salir para la cosecha, les dijo: “No volveré a darles órdenes, porque no las observan”.

8. Contaba uno de los padres que un hermano se presentó en la iglesia de Kellia, que estaba a cargo de abba Isaac, llevando una pequeña cogulla. El anciano lo expulsó, diciendo: “Este es un lugar para monjes; tú eres secular y no puedes permanecer aquí”.

9. Dijo abba Isaac: “Jamás he introducido en mi celda un pensamiento contra un hermano que me afligió. Y también me esforcé para que no estuviese el hermano en su propia celda con un pensamiento contra mí”.

10. Enfermó gravemente abba Isaac, y estuvo así durante largo tiempo. Un hermano le hizo un poco de cocido, y le puso también frutos de sebestén[5], pero el anciano no quiso probarlo. El hermano te rogaba, diciendo: “Toma un poco, abba, que estás enfermo”. El anciano le respondió: “Verdaderamente, hermano, quisiera pasar treinta años en esta enfermedad”.

11. Decían acerca de abba Isaac que, cuando estaba cercano a la muerte, se reunieron en torno suyo los ancianos, y le dijeron: “¿Qué haremos, abba, cuando te hayas marchado?”. El respondió: “Miren cómo he obrado cuando estaba con ustedes; si ustedes también quieren seguirme y guardar los mandamientos de Dios, enviará Él su gracia y conservará este lugar. Pero si no los guardan, no permanecerán en este lugar. Porque también nosotros, cuando estaban por morir nuestros Padres, nos encontrábamos tristes, pero observando los mandamientos de Dios y las exhortaciones de ellos, permanecimos, como si hubieran estado con nosotros. Hagan ustedes así, y serán salvados”.

12. Dijo abba Isaac: “Dijo abba Pambo que la túnica del monje debe ser tal que, si permaneciere tirada fuera de la celda durante tres días, nadie la recoja”.

 

ABBA JOSÉ DE PANEFO[6]

1. Fueron algunos Padres adonde estaba abba José de Panefo para interrogarlo acerca de la recepción de los hermanos que alojaban con ellos, si era necesario juntarse con ellos y hablarles con confianza. Antes de ser interrogado dijo el anciano a su discípulo: “Atiende a lo que haré hoy y sopórtalo”. Puso el anciano dos esteras, una a su derecha y otra a su izquierda, y dijo: “Siéntense”. Entró en su celda y se puso ropas de mendigo. Salió, pasó por en medio de ellos y volvió a entrar; se puso sus ropas, salió otra vez y se sentó con ellos. Estaban asombrados por lo que había hecho el anciano. Él les dijo: “¿Observaron lo que hice?”. Respondieron: “Sí”. “¿Acaso yo cambié a causa de la ropa más vil?”. Respondieron: “No”. Él les dijo: «Si soy el mismo con ambas vestimentas, la primera no me cambió ni la segunda me perjudicó, así debemos conducirnos al recibir a los hermanos peregrinos, como dice el Evangelio: “Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21). Cuando lleguen los hermanos, recibámoslos con confianza. Es cuando estamos solos que necesitamos la compunción, para que permanezca con nosotros». Los que lo oyeron quedaron admirados, porque les dijo lo que ellos tenían en sus corazones antes de interrogarlo. Y glorificaron a Dios.

2. Dijo abba Pastor a abba José: “¿Dime cómo me haré monje?”. Le respondió: «Si quieres encontrar el descanso ahora y después, en toda ocasión di: “¿Quién soy yo?”. Y no juzgues a nadie».

3. Preguntó el mismo a abba José, diciendo: “¿Qué debo hacer cuando se acercan las pasiones? ¿Les resisto o las dejo entrar?”. Respondió el anciano: “Déjalas entrar, y pelea contra ellas”. Regresó a Escete y permanecía en su celda. Llegó a Escete un tebeo y dijo a los hermanos: «Pregunté a abba José: “¿Si se acercan las pasiones, debo resistir o permitirles entrar?”. Y me respondió: “No dejes entrar a las pasiones, sino córtalas enseguida”». Oyó abba Pastor que abba José había hablado de esta manera al tebeo, y levantándose fue hasta donde él estaba, en Panefo, y le dijo: “Abba, yo te he confiado mis pensamientos, y has respondido diversamente al tebeo y a mí”. Le dijo el anciano: “¿No sabes que te amo?”. Y respondió: “Sí”. El anciano le dijo: “Si entran las pasiones y luchas contra ellas, dando y recibiendo, te harán más probado. Yo te hablé como si hablase a mí mismo. Pero hay otros a los que no conviene se acerquen las pasiones, sino que es necesario que las alejen rápidamente”.

4. Preguntó un hermano a abba José, diciendo: “¿Qué debo hacer, porque no puedo soportar los males ni trabajar para hacer caridad?”. El anciano respondió: “Si no puedes hacer esto ni aquello, al menos guarda tu conciencia de todo mal para con tu prójimo, y serás salvado”.

5. Dijo un hermano: «Fui una vez hasta la Heraclea inferior, donde estaba abba José, que tenía en su monasterio una morera excelente. Por la mañana me dijo: “Ve, come”. Como era viernes, no fui, a causa del ayuno. Le rogué: “Por Dios, explícame este pensamiento: tú me dices: ‘Ve, come’, pero yo no fui porque era ayuno; pero tu mandamiento me avergüenza, pensando: ¿Por qué razón el anciano me habló así? ¿Qué debía hacer, porque me ordenaste: Come?”». Le dijo: “Los Padres no dicen al principio a los hermanos lo recto, sino lo ambiguo. Si los ven hacer el mal, no les hablan ya de lo ambiguo, sino que les dicen la verdad, puesto que saben que serán obedientes en todo”.

6. Dijo abba José a abba Lot: “No se puede ser monje, si no se es como un fuego ardiente”.

7. Fue abba Lot a ver a abba José, y le dijo: “Abba, según mis fuerzas hago mi pequeño oficio, y mi pequeño ayuno, y la oración, y la meditación, y la hesiquía, y según mis fuerzas purifico mis pensamientos. ¿Qué más debo hacer?”. El anciano, levantándose, extendió las manos hacia el cielo, y sus dedos se pusieron como diez lámparas de fuego. Y le dijo: “Si quieres, hazte totalmente como el fuego”.

8. Un hermano habló así a abba José: “Deseo irme del cenobio para vivir solo”. El anciano le dijo: “Donde veas que tu alma está en calma y no sufre perjuicio, quédate”. El hermano le dijo: “Estoy en calma tanto en el cenobio como cuando estoy solo ¿qué me aconsejas?”. El anciano respondió: “Si estás en calma en el cenobio y también cuando estás solo, pon los dos pensamientos como en una balanza, y lo que veas que aprovecha más y adelanta a tu alma, hazlo”.

9. Fue un anciano adonde estaba uno de sus compañeros, para dirigirse juntos a visitar a abba José, y le dijo: “Manda a tu discípulo que ensille el asno”. Respondió: “Llámalo, para que haga lo que tú quieres”. Le preguntó: “¿Cómo se llama?”. Y respondió: “No sé”. Y le dijo: “¿Cuánto tiempo lleva contigo que no sabes todavía su nombre?”. Le respondió: “Dos años”. Le dijo entonces el anciano: “Si tú no conoces el nombre de tu discípulo después de dos años, ¿qué necesidad tengo yo de aprenderlo por un día?”.

10. Los hermanos se reunieron una vez con abba José, y mientras estaban sentados y lo interrogaban, él se alegraba. Y les dijo, lleno de consuelo: “Hoy soy rey, porque he reinado sobre las pasiones”.

11. Decían de abba José de Panefo, que cuando estaba a punto de morir, y se hallaban los ancianos sentados a su alrededor, miró hacia la puerta y vio al diablo sentado a la puerta. Y llamando a su discípulo le dijo: “Trae el bastón. ¿Acaso éste se cree que porque he envejecido, ya no tengo poder sobre él?”. Y apenas tomó el bastón, vieron los ancianos cómo salía el diablo por la puerta, como un perro, y desaparecía.

 

ABBA JACOBO [Santiago][7]

1. Dijo abba Jacobo: “Es cosa mayor ser huésped que recibir un huésped”

2. Dijo también: “El que es alabado, debe pensar en su pecado, y saber que no es digno de la alabanza”.

3. Dijo también: “Así como la lámpara ilumina un cuarto oscuro, del mismo modo el temor de Dios, cuando viene al corazón del hombre, lo ilumina y le enseña todas las virtudes y mandamientos de Dios”.

4. Dijo también: “No sólo hay necesidad de la palabra. Porque en esta época hay muchas palabras entre los hombres. Hay más bien necesidad de obras: esto es lo que se busca, no palabras, que no dan fruto”.

5. Dijo también que uno de los ancianos había dicho: “Cuando vivía en el desierto tenía como vecino a un niño que habitaba en la soledad. Visitándolo, lo vi orar y pedir a Dios que le concediera tener paz con las fieras. Después de la oración, se puso bajo una hiena que estaba cerca de allí, amamantando a sus pequeños, y comenzó a mamar con ellos”.

6. Otra vez lo vi orar y pedir al Señor: “Dame la gracia de ser amigo del fuego”. E hizo una hoguera y dobló sus rodillas en medio de ella, orando al Señor.

 

ABBA HIERAX[8]

1. Un hermano rogó a abba Hierax, diciendo: “Dime una palabra, ¿qué he de hacer para salvarme?”. El anciano le respondió: “Permanece en tu celda. Si tienes hambre, come; si tienes sed, bebe; no hables mal de nadie, y serás salvo”.

2. Dijo también: “Nunca he dicho ni he querido escuchar una sola palabra mundana”.

3. Interrogó un hermano a abba Hierax: “Dime lo que tengo que hacer para salvarme”. Le respondió el anciano: “Permanece en tu celda y no hables mal de nadie, y serás salvo”.

 


[1] No es seguro que este abba haya vivido en un monasterio de cenobitas. Y las preguntas de los hermanos se entienden mejor si estaban dirigidas a un anacoreta (cf. Sentences, p. 135).

[2] «Fue uno de los personajes importantes de Escete durante la segunda mitad del IV. Hay que distinguirlo de Isidoro el Tebano, cenobita (cf. Historia monachorum in Aegypto, 17 y Sozomeno, Historia Eclesiástica, VI,28), de Isidoro el Hospedero, de Nitria, (cf. Paladio, Historia Lausíaca, 1; tal vez éste sea Isidoro “presbítero de los anacoretas”, citado por la Carta de Ammonas. No se puede saber si los siete apotegmas colocados bajo el nombre de Isidoro el Presbítero le pertenecen o no), y de Isidoro de Pelusio (que murió hacia 435). Nuestro Isidoro ejerció el ministerio sacerdotal en Escete (cf. Isidoro 1; Carion 2; Pastor 44) antes que Pafnucio ocupara su puesto (cf. Casiano, Conferencias, 17,15,3) y después que Macario se retiró al “desierto interior” (cf. Macario 3). Casiano que vivió en Escete en el grupo de Pafnucio, sucesor de Isidoro, subraya la gratia singularis que le permitía expulsar los demonios y ejercer su función de abbas et presbyter (cf. Casiano, Conferencias, 18,15,7 y 16,3). Tal era, en efecto, su señal distintiva, de la cual la tradición ha conservado varios ejemplos. Paladio relata cómo supo curar a Moisés el Etíope agobiado, al comienzo de su renuncia, por las tentaciones de fornicación (cf. Historia Lausíaca, 19 y Moisés 1). Los apotegmas resaltan con insistencia sus cualidades de padre espiritual (cf. p. ej.: Isidoro 1 y 10; Pastor 44, etc.). Es difícil precisar las fechas de su vida. Según Rufino, se contaba entre los monjes célebres de Egipto hacia 370-375 (Historia Eclesiástica II,4 y 8; PL 21 511B y 517B). Tal vez, estuviera entre aquellos que fueron expulsados a Palestina por el arriano Lucio. Un apotegma nos lo muestra llamándose a la humildad al compararse con Antonio y Pambo de Nitria, ya muertos en esa época (por tanto no antes de 375; aunque la muerte de Pambo es incierta: podría ser el año 474). Hizo también el viaje de Escete a Alejandría para consultar a Teófilo, por lo que vivía todavía en 386. Ciertamente murió antes de 399, cuando estalló la querella antropomorfita, puesto que fue su sucesor, Pafnucio, quien hizo aceptar la Carta festal de Teófilo (cf. Casiano, Conferencias, 10,2)» (SCh 387, pp. 57-59).

[3] “Originario de Alejandría, san Isidoro (+ hacia 435) es llamado de Pelusio porque fue monje y sacerdote en esa ciudad, al este del delta del Nilo. No parece que haya estado en relación con los ancianos de los Apotegmas, siendo introducido tardíamente entre ellos en la colección alfabética. Las sentencias citadas han sido tomadas de su voluminosa correspondencia. Hallamos algunas otras en el dossier de Isidoro el presbítero” (Sentences, p. 138).

[4] “Fue en su juventud discípulo de abba Cronios, probablemente en Nitria, y más tarde de abba Teodoro de Fermo. No se sabe cuando llegó a ser sacerdote de Las Celdas. Paladio (Diálogo sobre la vida de san Juan Crisóstomo, 17) habla de un Isaac, discípulo de Cronios, que habría sido del grupo de los monjes origenistas exiliados por Teófilo en el año 400. Isaac vivía todavía después de la primera devastación de Escete en 407. Muchos de sus apotegmas, sin duda posteriores a esa fecha, traslucen un cierto desencantamiento por la vida relajada que se había introducido entre los monjes. Las últimas palabras de Isaac, antes de su muerte, son a la vez alentadoras y amenazantes” (Sentences, p. 139).

[5] Pequeño árbol de Asia menor, de flores blancas y fruto amarillento, semejante a la ciruela.

[6] “La ciudad de Panefo o Panephysis está situada en la parte oriental del delta del Nilo. Casiano describe esa región que él visitó y donde encontró a un cierto abad José que puede identificarse con el de los apotegmas (Conferencias, 11,3). Originario de Thmuis y proveniente de una ilustre familia (Conferencias, 16,1), este José habría transmitido a Casiano las enseñanzas presentadas en las Conferencias 16 y 17…” (Sentences, p. 142).

[7] Los apotegmas atribuidos a este abba no nos ofrecen ningún dato para identificarlo. “La colección alfabética menciona además un Santiago “de la diaconía” (Juan el Persa 2) y uno (o dos) Santiago de Las Celdas (cf. Matoes 5; Focas 1 y 2; Eladio 3)” (Sentences, p. 146).

[8] “¿Este abba Hierax es el de Nitria (Historia Lausíaca, 22), el de la Tebaida o el de Escete? Su primer apotegma existe de varias formas, atribuido a diferentes ancianos: Arsenio, Heraclio Pafnucio y un anónimo. Probablemente su forma primitiva es la que nos transmite el apotegma número tres” (Sentences, p. 147).