Inicio » Content » TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (95)

LOS APOTEGMAS DE LAS MADRES Y LOS PADRES DEL DESIERTO (continuación)

Letra Iota (continuación)

ABBA JUAN EL EUNUCO[1]

1. Abba Juan el eunuco, cuando era joven todavía, interrogó a un anciano: “¿Cómo pudieron ustedes hacer la obra de Dios en el reposo, y nosotros no podemos ni siquiera con esfuerzo?”. Respondió el anciano: «Nosotros pudimos hacerlo porque le dimos el lugar principal al trabajo de Dios, y el menor a la necesidad del cuerpo. Pero ustedes tienen como principal la necesidad del cuerpo, y consideran la obra de Dios como menos necesaria. Es por eso que sufren. Por lo mismo dijo el Salvador a los discípulos: “Hombres de poca fe, busquen primero el reino de Dios, y todo esto se les agregará”».

2. Abba Juan dijo: «Nuestro padre abba Antonio dijo: “Nunca antepuse mi comodidad a la utilidad de mi hermano”».

3. Abba Juan, el de Cilicia, que era hegúmeno en Raithu, decía a los hermanos: “Hijos, así como huimos del mundo, huyamos también de los deseos de la carne”.

4. Dijo también: “Imitemos a nuestros Padres: ¡con cuánta austeridad y cuánto, reposo vivieron en este lugar!”.

5. Dijo también: “Hijos, no manchemos este lugar, que nuestros Padres limpiaron de demonios”.

6. Dijo también: “Este lugar es de ascetas, no de negociantes”.

 

ABBA JUAN DE LAS CELDAS[2]

1. Relató abba Juan de Las Celdas: «Había una ramera en Egipto, que era hermosísima y muy rica, y acudían a ella hombres principales. Se encontraba un día cerca de la iglesia y quiso entrar. Pero el subdiácono, que estaba en la puerta, no se lo permitió, diciendo: “No eres digna de entrar en la casa de Dios, pues eres impura”. Mientras discutían, oyó el obispo el ruido, y salió. La meretriz le dijo: “Este no me permite entrar en la iglesia”. El obispo le dijo: “No puedes entrar, porque eres impura”. Ella, tocada de compunción, dijo: “No volveré a fornicar”. Le replicó el obispo: “Si traes aquí tus riquezas sabré que no fornicarás más”. Las trajo, y el obispo las quemó en el fuego. Y ella entró en la iglesia, llorando y diciendo: “Si esto me ha sucedido aquí, ¿qué habré de padecer allá?”. E hizo penitencia y se convirtió en “un vaso de elección” (Hch 9,15)».

2. Abba Juan de la Tebaida dijo: «El monje ante todo debe obtener la humildad; porque éste es el primer mandamiento del Salvador, que dice: “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5,3)».

 

ABBA ISIDORO EL PRESBÍTERO[3]

1. Decían de abba Isidoro el presbítero, que fue a verlo cierto hermano para invitarlo a comer, pero el anciano no quiso ir, diciendo: “Adán, engañado por el alimento, tuvo que vivir fuera del paraíso”. El hermano le preguntó: “¿Tanto temes salir de tu celda?”. Le respondió: “Hijo, temo porque el diablo como león rugiente busca a quien devorar” (1 P 5,8). Muchas veces habló de esta manera, diciendo: “Si uno se entrega a la bebida, no podrá librarse del ataque de los pensamientos. Porque Lot, obligado por sus hijas, se emborrachó de vino, y por la ebriedad, el diablo lo condujo fácilmente a una fornicación ilícita” (Gn 19,30-38).

2. Dijo abba Isidoro: “Si deseas el reino de los cielos, desprecia las riquezas y responde a los favores divinos”.

3. Dijo también: “No es posible vivir según Dios, si amas los placeres y el dinero “.

4. “Dijo también: “Si se esfuerzan regularmente en el ayuno, no se ensoberbezcan, es preferible comer carne a gloriarse en esto. Conviene más al hombre comer carne, que ensoberbecerse y gloriarse”.

5. Dijo también: “Es necesario que los discípulos amen a sus maestros como a padres, y los teman como a jefes, y no pierdan el temor a causa del amor, ni obscurezcan el amor a causa del temor”.

6. Dijo también: “Si deseas la salvación, haz todo lo que te conduce a ella”.

7. Decían acerca de abba Isidoro que cuando un hermano iba a verlo, huía al interior de la celda. Los hermanos le dijeron: “Abba ¿qué haces?”. Y respondió: “Las fieras que huyen a sus guaridas se salvan”. Esto lo decía para utilidad de los hermanos.

 

ABBA JUAN EL PERSA[4]

1. Vino una vez un niño para ser curado del demonio. Vinieron también hermanos de un cenobio de Egipto. Salió el anciano y vio que un hermano estaba pecando con el niño, pero no lo acusó, diciendo: “Si Dios que los formó, los ha visto y no los abrasa, ¿quién soy yo para acusarlos a ellos?”.

2. Uno de los Padres dijo de abba Juan el persa que, por la abundancia de su amor, había llegado a una profunda inocencia. Vivía en Arabia de Egipto. Una vez pidió en préstamo a un hermano una moneda de oro, y compró lino para trabajar. Vino un hermano a rogarle, diciendo: “Dame, abba, un poco de lino para hacerme un levitón”. Y se lo dio con alegría. Vino también otro a rogarle: “Dame un poco de lino, para tejer una tela para mí”. Le dio también a éste. Y a los demás que le pedían, les daba simplemente y con alegría. Al fin, vino el dueño de la moneda para buscarla. El anciano le dijo: “Salgo y te la traigo”. Pero no teniendo cómo devolverla, se levantó y fue adonde estaba abba Jacobo, el de la diaconía, a rogarle que le diese una moneda, para devolvérsela al hermano. En el camino encontró por tierra una moneda, pero no la tocó. Después de hacer oración, volvió a su celda. Vino otra vez el hermano por la moneda, y el anciano le dijo: “Me estoy preocupando”. Salió nuevamente, encontró la moneda por tierra, donde la había visto antes, y haciendo nuevamente oración, volvió a su celda. Vino otra vez a importunarlo el hermano. El anciano le dijo: “Esta vez la traeré ciertamente”. Se levantó y fue a aquel lugar, y encontró la moneda. Hizo oración, la tomó, y fue donde abba Jacobo y le dijo: “Abba, al venir para aquí encontré esta moneda en el camino. Haz la caridad de anunciarlo en la región por si alguien la hubiese perdido, y si aparece el dueño, entrégasela”. El anciano fue y lo anunció durante tres días, y no se halló que alguien hubiese perdido la moneda. El anciano dijo a abba Jacobo: “Si nadie la ha perdido, dásela al hermano tal, porque se la debo. La encontré cuando venía a pedirte me la dieras por caridad para saldar la deuda”. Se admiró el anciano de que, estando endeudado y habiendo encontrado la moneda, no la tomara y pagara con ella. También era admirable en él, que si iba alguien a pedirle una cosa prestada, no se la entregaba, sino que decía al hermano: “Ve, toma lo que necesitas”. Cuando se lo devolvían, decía: “Ponlo otra vez en su lugar”. Y si no devolvían lo que se habían llevado, no decía nada.

3. Decían acerca de abba Juan el persa que a unos malhechores que llegaron a su celda, trajo un lavabo y quiso lavarles los pies, pero ellos, avergonzados, comenzaron a pedir perdón.

4. Dijo uno a abba Juan el persa: “Hemos soportado tan gran trabajo por el Reino de los cielos ¿lo recibiremos en herencia?”. Y respondió el anciano: “Creo que recibiré en herencia la Jerusalén de arriba, que está escrita en los cielos. Es fiel el que lo ha prometido (Hb 10,23), ¿por qué habría de desconfiar? He sido hospitalario como Abraham, manso como Moisés, santo como Aarón, paciente como Job, humilde como David, solitario como Juan, lleno de compunción como Jeremías, maestro como Pablo, fiel como Pedro, sabio como Salomón. Como el ladrón, tengo confianza que, así como su innata bondad nos otorgó todo esto, también nos concederá el Reino”.

 

ABBA JUAN EL TEBANO[5]

1. Decían acerca del joven Juan el tebeo, discípulo de abba Amoes, que pasó doce años sirviendo al anciano, que estaba enfermo. Permanecía sentado sobre la estera con él. El anciano no lo tomaba en cuenta, y aunque trabajaba mucho por él, nunca le dijo: “Sé salvo”. Llegado el momento de la muerte, mientras le rodeaban los ancianos, tomó la mano (del discípulo) y le dijo: “Sé salvo, sé salvo, sé salvo”. Y lo confió a los ancianos, diciendo: “Este es un ángel, no un hombre”.

 

ABBA JUAN, DISCIPULO DE ABBA PABLO[6]

1. Decían de abba Juan, el discípulo de abba Pablo, que era de gran obediencia. Vivían entre sepulcros, y allí habitaba también una hiena. El anciano vio que había estiércol en el lugar, y mandó a Juan que fuera a buscarla y la trajese. Le dijo él: “¿Qué he de hacer, abba, con la hiena?”. Bromeando, le respondió el anciano: “Si se te aparece, átala y tráela para aquí”. El hermano fue por la tarde hasta el lugar, y de repente se apareció la hiena, frente a él. Entonces, según la palabra del anciano, se lanzó sobre ella para dominarla, pero la hiena huyó. Salió en su persecución, diciendo: “Mi abba me dijo que te atara”. Y la agarró y la ató. El anciano estaba inquieto, y se sentó a esperarlo. Volvió (el discípulo) con la hiena atada, y el anciano se asombró al verlo. Pero, queriendo humillarlo, lo golpeó diciendo: “Necio, me has traído un perro estúpido”. Y el anciano la desató enseguida y la dejó partir.

 

ABBA ISAAC EL TEBANO[7]

1. Fue una vez abba Isaac el tebano a un cenobio. Vio a un hermano que estaba pecando, y lo condenó. Cuando regresaba al desierto vio un ángel del Señor, de pie frente a la puerta de su celda, diciendo: “No te permito entrar”. Él le rogaba: “¿De qué se trata?”. Respondiendo, le dijo el ángel: «Dios me envió, diciéndome: “Dile, ¿dónde debo mandar al hermano pecador que condenaste?”». Arrepentido, dijo: “He pecado, perdóname”. Le respondió el ángel: “Levántate, Dios te perdona. Pero, en adelante, cuídate de juzgar a nadie antes de que sea juzgado por Dios”.

2. Se contaba que abba Apolo tenía un discípulo, llamado Isaac, educado perfectamente en toda obra buena y que había recibido el don del recogimiento en la santa oblación. Cuando iba a la iglesia, no permitía que se le acercara nadie. Su palabra era: “Toda cosa buena a su tiempo, porque hay un tiempo para cada cosa”. Cuando concluía la sinaxis huía como del fuego, para dirigirse a su celda. Daban a veces a los hermanos, después de la sinaxis, unos panecillos con un vaso de vino, pero él no lo tomaba; no porque rechazase la bendición (eulogia) de los hermanos, sino para conservar la quietud de la sinaxis. Cayó una vez enfermo. Lo oyeron los hermanos y fueron a visitarlo. Cuando los hermanos estuvieron sentados, le preguntaron: “Abba Isaac, ¿por qué huyes de los hermanos después de la sinaxis?”. Les respondió: “No huyo de los hermanos, sino de las malas artes del demonio. Si uno tiene una lámpara encendida y se demora al aire libre, el viento la apaga. Así también nosotros: cuando hemos sido iluminados por la sagrada oblación, si nos demoramos fuera de la celda, se oscurece el espíritu”. Esta fue la manera de vivir (politeía) del santo abba Isaac.

 

ABBA JOSÉ EL TEBANO[8]

1. Y dijo abba José el tebano: “Hay tres obras que son valiosas en presencia del Señor: que cuando el hombre está enfermo (lit.: débil) y es probado, lo reciba con acción de gracias; la segunda es si hace todas sus obras puras en presencia de Dios, y nada tiene de humano; la tercera es si vive en la sujeción al padre espiritual y renuncia a todas sus voluntades. Tendrá este hombre una corona excelente. Pero yo, por mi parte, he elegido la debilidad (o: enfermedad)”.

 

ABBA HILARIÓN[9]

1. Abba Hilarión fue desde Palestina hasta la montaña donde vivía abba Antonio. Y abba Antonio le dijo: “Bienvenido, lucero del alba”. Abba Hilarión le contestó: “La paz sea contigo, columna de luz que iluminas a toda la tierra”.

 

ABBA ISQUIRIÓN[10]

1. Los santos Padres profetizaron acerca de la última generación. Decían: “¿Qué hemos hecho nosotros?”. Y uno de ellos, el gran Isquirión, respondió: “Nosotros hicimos los mandatos de Dios”. Le preguntaron: “¿Qué harán los que vendrán después de nosotros?”. Y dijo: “Llegarán a hacer la mitad de nuestro trabajo”. Preguntaron nuevamente: “¿Y qué será de los que vengan después de ellos?”. Les respondió: “Esas generaciones no harán ningún esfuerzo, y se alzará en ellos la tentación, y los justos que se encuentren en ese tiempo serán hallados más grandes que nosotros y nuestros Padres”.

 


[1] “Este abad Juan, eunuco de nacimiento, fue consultado por Teodoro de Fermo [o Ferme], y el primer apotegma aquí presentado probablemente es sólo una variante de Teodoro 10. Los cuatro últimos apotegmas provienen del Prado espiritual (115) de Juan Mosco . Y deberían atribuirse al abad Juan de Cilicia (Sentences, p. 148).

[2] “La serie alfabética griega atribuye un solo apotegma a Juan de Las Celdas, el segundo es una sentencia de Juan de Lycópolis, en la Tebaida, extraída de la Historia Monachorum 1,59…” (Sentences, p. 149).

[3] «Isidoro significa “don de Isis”, y era un nombre muy utilizado en Egipto. Por lo que no es imposible que estemos en presencia de otro sacerdote llamado Isidoro. Sin embargo, el primero y el último de sus apotegmas pueden muy bien atribuirse al presbítero de Escete. En tanto que los restantes son de Isidoro de Pelusio…» (Sentences, p. 150).

[4] “Juan Mosco (El Prado espiritual, 151) habla de un abad Juan el Persa que vivía en tiempos de san Gregorio el Grande. Pero no puede tratarse del mismo personaje, puesto que el segundo apotegma aparece ya en la colección sistemática traducida al latín por Pelagio en el siglo V. El primer apotegma no nombra a Juan, y la versión siríaca lo atribuye a Macario” (Sentences, p. 152).

[5] “Hemos conocido ya a este Juan, a quien su maestro Amoes consideraba un monje fiel (Amoes 3). El único apotegma de él conservado [en esta colección] basta para probar su virtud…” (Sentences, p. 154).

[6] Nada sabemos de este abba. Pero la anécdota de la hiena, al igual que la del palo seco que se ordena regar, es una de las más frecuentes.

[7] «No es seguro que los dos apotegmas sean del mismo Isaac. Solamente en el primero es apodado “el Tebano”. Pero Apolo, del que se habla en el segundo, podría ser el de la Tebaida, a quien se le dedica el capítulo 8 de la Historia monachorum in Aegypto» (Sentences, p. 155).

[8] Nada sabemos de este abba. “Varios apotegmas hacen el elogio de las diversas prácticas… Pero la superioridad reconocida a la sumisión se encuentra por doquier” (Sentences, p. 156).

[9] Nació en torno al año 291, en el sur de Palestina. Comenzó sus estudios en Alejandría, y durante su estadía en esa ciudad Hilarión oyó hablar del gran Antonio. La admiración lo llevó directamente a visitarlo en su retiro, y allí nació la vocación del joven palestino. Cambió sus vestidos y abrazó la vida monástica. Pero para imitar más plenamente el ejemplo de Antonio decidió retirarse a su tierra natal de Gaza. Hacia el año 329 comenzaron a unírsele algunos discípulos. En el 360 inicia una peregrinación, en búsqueda de una vida de mayor de la soledad, por Egipto, Libia, Sicilia, Dalmacia. Muere en 371 en Chipre. Nuestra única fuente para conocer su biografía es la Vida de Hilarión, escrita por san Jerónimo antes de 396. El apotegma narra el encuentro de los dos santos, en el cual intercambiaron cumplidos. El relato probablemente proviene del círculo de los discípulos de Hilarión, que deseaban realzar el prestigio de su maestro (cf. Sentences, p. 157).

[10] “Poco se sabe de él. Rufino atestigua su existencia “in Apeliote” (localidad desconocida), hacia 375 (Historia Eclesiástica, II,8; PL 21,517 B). El apotegma nos muestra que profetizó, en Escete, sobre las generaciones venideras, pero sin dar otras indicaciones que permitan conocer mejor su personalidad” (SCh 387, p. 57).