Adoración de los Magos. Filippino Lippi. 1496.
En la solemne fiesta de la Epifanía Gertrudis ofreció a Dios, al modo de las ofrendas reales:
- como mirra, el Cuerpo de Cristo con todos sus sufrimientos y su Pasión con los que ella quería satisfacer los pecados de todos los hombres desde Adán hasta el último hombre;
- como incienso, la santísima alma de Cristo con todas sus acciones espirituales, para suplir las negligencias de todo el mundo;
- como oro, la perfectísima divinidad de Cristo con su gozo inefable para suplir la imperfección de todas las criaturas.
Entonces se le apareció nuestro Señor Jesucristo que presentaba esta oblación, como dignísimo regalo, a la siempre adorable Trinidad. Mientras parecía avanzar con ella por el cielo, toda la corte celestial doblaba las rodillas y con la cabeza profundamente inclinada reverenciaba dicha oblación, como hacen las personas más fervorosas cuando pasa delante de ellas el Cuerpo del Señor.
(…) Con ello comprendió que cuando alguien ofrece a Dios sus oraciones u otros deseos, toda la corte celestial los ensalza como don grato a Dios. Pero cuando una persona, no satisfecha de su ofrenda, añade a ella las ofrendas más perfectas del Hijo de Dios, los santos demuestran tanta reverencia a esta ofrenda, como se ha dicho, que parece que nada la iguala en dignidad sino únicamente la santísima Trinidad que está por encima de todo.
Santa Gertrudis – El Heraldo del Amor Divino, Libro IV, capítulo 4,1-2.