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La conversión de Santa Gertrudis[1]

Olivier Quenardel, OCSO[2]

Todos los que han leído o estudiado la obra de santa Gertrudis de Helfta (6 de enero de 1256 - 17 de noviembre de 1301 o 1302?) reconocen la importancia de la liturgia en su experiencia de Dios. Nada hay sorprendente en esto, cuando se sabe que se trata de una monja que vivió según la Regla de san Benito. Sorprende, entonces, un poco más, constatar que su “conversión”, que ella misma relata en el Heraldo del Amor Divino[3], no sucede durante una celebración litúrgica y ni siquiera en el oratorio: es en medio del dormitorio, después de Completas. Por prosaico que esto parezca, esta experiencia fundante se encuentra, sin embargo, como revestida de gracia litúrgica. Referencias escriturísticas, citas de salmos o de responsorios, forman el tejido sobre el cual se imprime el recuerdo de un encuentro inolvidable. Engastado en la alabanza y la acción de gracias, le da el tono a todo lo que constituirá a continuación, la obra escrita de santa Gertrudis:

“Que el abismo de la Sabiduría increada, invoque al abismo de la Omnipotencia admirable, para alabanza y exaltación de la Bondad maravillosa que, en el exceso de tu misericordia, se ha derramado hasta en el valle profundo de mi miseria” (L 2, 1, 1, 1-4[4]).

Relacionando este relato con el de la conversión de San Pablo, nos proponemos mostrar aquí las tonalidades que el lector del Heraldo del Amor Divino o de los Ejercicios Espirituales encontrará fácilmente. Del mimo modo que toda la obra y la misión del Apóstol de los Gentiles se origina en su encuentro con el Señor en el camino de Damasco, así también toda la obra y la misión de aquélla que el Señor designará como luz para iluminar a las naciones[5] se origina en el encuentro del 27 de enero de 1281[6].  Dios no trata con la monja como con el fariseo Pablo. El se hace todo a todos, El tiene su hora para cada uno.

Juventud, delicadeza, embriaguez

La entrada en escena de Jesús en el Heraldo no ocurre de manera fulminante, en el estrépito del trueno y los relámpagos. Sucede “en los primeros instantes del crepúsculo”, “en medio del dormitorio”… es decir, en una atmósfera de gran silencio y de oscuridad. Después de la suntuosa exclamación que abre L 2,1, después de las indicaciones, precisas en extremo, sobre las circunstancias de tiempo y de lugar que constituyen la ocasión de esta primera visita del Señor a Gertrudis, he aquí la entrada en escena de alguien que ella parece no reconocer y cuya presencia, ese día y a aquella hora, no parece realmente sorprenderla:

 “… De pie ante mí, vi un adolescente, lleno de encanto y de distinción, de alrededor de dieciséis años y cuyo aspecto exterior no dejaba nada que desear a lo que pudiera complacer a mis jóvenes ojos” (L 2,1,2,3-6).

Nada de un golpe de Damasco en este primer encuentro. Al contrario, mucho de dulzura, aún cuando se trata, en efecto, de una dulce violencia. Gertrudis tendrá, por otra parte, la ocasión de decir que la manera más eficaz como el Señor la reprende consiste en un aumento de dulzura. Ella jamás tendrá las experiencias de un San Pablo, (golpes, naufragios, etc.) pero, por el contrario, tendrá los estigmas interiores.

Hela aquí, entonces, este 27 de enero de 1281, delante de un hombre joven, como de unos 16 años, es decir diez años más joven que ella. Ella lo percibe a primera vista como “amable y delicado (juvenem amabilem et delicatum). En este encuentro inicial, Dios no se le muestra en su gloriosa majestad, ni en su extrema humillación, sino en la gracia de una juventud amable y delicada. Esta nota de “juventud” forma parte integrante de la atmósfera del Heraldo. Incluso en las páginas donde la experiencia mística se hará más dramática, el Heraldo no perderá el clima de juventud primaveral de este primer encuentro.

Otro dato sobre el joven que se presenta a ella: su rostro es atractivo y sus palabras son dulces (vultu blando lenibusque verbis). Se piensa inmediatamente en el versículo del Cantar de los Cantares (Ct 2,14), pero allí se trata del Esposo que habla a su amada, mientras que aquí es la amada, la que habla de su Esposo. Sea lo que sea de esta acomodación, la vista y el oído son de igual modo saciados. Esto se comprende mejor aún cuando se presta atención a las palabras del joven:

- La primera corresponde a un responsorio del 2º domino de Adviento: Pronto vendrá tu salvación ¿Por qué te consumes de tristeza? ¿No tienes un confidente que te agita tanta pena? Preguntas que no dejan de evocar aquellas del jardinero a María Magdalena, la mañana de Pascua: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?

- La segunda palabra le asegura y, a la vez, le promete la liberación: Yo te salvaré, y te liberaré, ya no temas. En este momento interviene una tercera emoción sensorial que Gertrudis traduce así: a estas palabras, vi su mano derecha, delicada y fina, tomar la mía, como para confirmar estas palabras con un juramento. Dicho de otro modo, Gertrudis no solamente ve y oye, sino que, entre ella y su interlocutor, se establece un contacto más grande aún, esta vez por el tacto. La delicadeza que reside en este joven se trasluce hasta en su mano derecha, que es teneram et delicatam. Esta nota de “delicadeza” como la de la “juventud” es esencial a la visión inicial y va a dejar sus huellas en toda la obra de Gertrudis. El lector debe saber que entra aquí en unas relaciones de infinita delicadeza, que tal vez sean para él una piedra de tropiezo. Piedra inconmovible, que puede provocarle al desprecio o a la conversión. “Delicadeza” es esta atención del corazón, donde las más pequeñas cosas toman importancia. El Dios del Heraldo se reviste constantemente de esa delicadeza. Nada lo deja indiferente. La más mínima cosa le toca el corazón. Su delicadeza -se ve claramente aquí-, lo impulsa al compromiso. Con su mano derecha “delicada y fina”, El toma la de Gertrudis como para confirmar con un juramento las palabras que acaba de decir: “Yo te salvaré y te liberaré, ya no temas”. El gesto acompaña la palabra, como en la celebración de un sacramento.

- Después de los dos futuros de la segunda palabra (salvabo te et liberabo te) he aquí el tercero que cierra la tercera palabra: inebriabo te = yo te embriagaré. Se subraya la progresión. Desde la primera palabra, es verdad, aparecía el futuro, pero en forma muy impersonal: Cito veniet salus tua = Pronto vendrá tu salvación. Por la segunda palabra, el bello joven hacía comprender a Gertrudis que era El quien sería su salvación: Salvabo te = yo te salvaré, agregando solamente: noli timere = ya no temas. Su tercera palabra precisa ahora de qué manera El piensa obrar la salvación de Gertrudis: inebriado te = te embriagaré. Esta será una salvación por “embriaguez”[7], con una condición, sin embargo: reverte ad me = vuélvete a mí. Para el futuro se le promete así una cuarta emoción sensorial: la del gusto. El gusto va, en efecto, más lejos que el tacto. Mientras que aquél permanece, por así decir, exterior, el gusto es un contacto interior. Es la penetración del tacto en lo íntimo del ser. Y es precisamente ahí a donde el joven quiere llegar, a un contacto íntimo con Gertrudis, que tomará en ella la forma de un “torrente de deleite divino” (ego torrente voluptates meae divinae). Cita sálmica (Sl. 35) que introduce el tema de la liquidez, caro a nuestra santa. Ahora se levanta vuelo: si el joven promete embriagarla del torrente de su deleite divino, el no puede ser otro que Dios.

Un Dios “torrente de delicia”, ¿es esto creíble? Lo que sigue lo dirá. Por el momento conviene retener las tres grandes características de la primera visita de Dios a Gertrudis: juventud, delicadeza, embriaguez. Nada hay de esto en la conversión de San Pablo. La pedagogía divina en Helfta es completamente diferente de la del camino de Damasco. Dios se hace todo a todos. Esto no impedirá que Gertrudis tenga su parte de pruebas. Antes de la embriaguez prometida, ella debe arder de deseo. Antes de ser colmada debe medir la distancia que la separa de Aquel que acaba de prometerle llegar a ser en ella “torrente de delicias”.

Conversiones comparadas: Pablo de Tarso y Gertrudis de Helfta

El relato que santa Gertrudis nos ha dejado de su conversión muestra una correspondencia entre las tres palabras que ella recibe del joven que la aborda en la tarde del 27 de enero de 1281 y tres lugares donde estas palabras, una después de la otra, van a encontrar su espacio de resonancia.

En primer lugar, el más prosaico, es el dormitorio. Es ahí, “en medio del dormitorio”, donde se realiza el encuentro. Es ahí donde ella escucha la primera palabra. Pero indica inmediatamente: Mientras que él hablaba, aunque me sabía corporalmente en el lugar que he dicho, me parecía sin embargo estar en el coro, en el rincón donde habitualmente yo hacía con tibieza mi oración. Allí, ella escucha la segunda palabra: Yo te salvaré y te liberaré, ya no temas.

Cuando el joven le dirige la tercera palabra, ella no está más ni en medio del dormitorio ni en un rincón del coro, sino al borde de una cerca de una longitud infinita, tal que, ni por delante, ni detrás, aparecía su extremo… de suerte que por ninguna parte se le ofrecía un pasaje para reunirse con el joven que se encuentra al otro lado.

Aquí se puede retomar la comparación entre la conversión de San Pablo y la de Santa Gertrudis. Antes de la iluminación bautismal, Pablo hace la experiencia de la ceguera. Antes de la embriaguez eucarística, Gertrudis hace la experiencia de la cerca. Y más aún, de una cerca cuya cima aparece reforzada por un matorral muy espeso de espinas… Espinas entre las que el joven dice a Gertrudis que ella ha chupado la miel. Como Pablo, Gertrudis hace la experiencia dolorosa de su impotencia para salir por sí misma del trance en el que se encuentra. Imposible para Pablo recobrar la vista por sí mismo. Imposible para Gertrudis saltar esta cerca por sí misma. Obstáculo de tinieblas para uno, de espinas para la otra. Porvenir cerrado, tanto para el uno como para la otra.

Toda conversión conduce a la toma de conciencia dramática de la distancia infinita que separa a Aquél que se revela de aquél o aquélla a quien Él se revela. Distancia insuperable al hombre pecador, sin una nueva intervención del Dios santo. En esta situación ¿Cómo reacciona Pablo? Se deja hacer, se deja tomar de la mano y conducir a Damasco. Y sobre todo, ayuna durante tres días. En cuanto a Gertrudis, “desea” con un deseo tan ardiente que está como al punto de desfallecer (cum hinc haesitans et desiderio aestuans et quasi deficiens starem…). Ayuno y deseo, dos disposiciones preparatorias a la iluminación y a la embriaguez.

Junto a Pablo, ciego, es la Iglesia la que interviene por intermedio de Ananías. Junto a Gertrudis, consumida de deseo, es el joven mismo quien interviene. Intervención repentina (repente) y sin esfuerzo alguno (absque omni dificultate) que Gertrudis no deja de subrayar. Para ella como para Pablo, la intervención de Dios en su vida tiene, entre otras consecuencias la de que, desde entonces, otro -el Otro- les conduce. Ellos pierden el dominio sobre de su vida. Pérdida de domino que se traduce explícitamente con una intervención de las manos.

En Gertrudis la pérdida de dominio por contacto de manos se realiza igualmente en dos tiempos: en primer lugar por la promesa del joven, que se compromete a salvar y a liberar a Gertrudis y que acompaña esta promesa verbal con un gesto de su mano derecha, delicada y fina, que toma la mano derecha de Gertrudis, como para confirmar las palabras con un juramento. Enseguida Gertrudis se beneficia con la intervención de las manos de su “salvador” que le hace franquear la cerca reforzada con espinas, súbitamente y sin ningún esfuerzo.

En Pablo, entonces, la pérdida de dominio se realiza por la mediación eclesial. En Gertrudis, que está ya bautizada y confirmada, la pérdida de dominio se realiza, por decirlo así, por un contacto directo con Dios mismo. En el uno como en la otra, desde ahora, se va a desplegar una “carrera” para tratar de alcanzar a Aquel que los ha alcanzado (Flp 3,12; L 2, 2, 34).

En Pablo, esta pérdida de dominio por contacto de manos aparece en dos pasajes: Inmediatamente después de la cegadora manifestación de Cristo en la ruta de Damasco, Saulo se levanta de la tierra, pero, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Se le conduce de la mano para hacerlo entrar en Damasco (Hch 9,8). En seguida, una vez llegado a Damasco y después de su ayuno de tres días, recibe la imposición de las manos de Ananías (Hch 9,17), el enviado del Señor: al instante, él recobra la vista y el Espíritu Santo lo llena.

El reconocimiento

Para que Gertrudis no pudiera en modo alguno poner en duda la identidad de su interlocutor, era necesario que El fuera más allá del compromiso verbal de embriagarla del torrente de sus delicias divinas. Si bien El da a entender qué sea esta promesa, esto no quita de la monja una suerte de incredulidad, que la coloca al lado del apóstol Tomás. No es sino al término del encuentro, que se disipa completamente la duda que aún la habita, cuando ella reconoce (recognoverim) en esta mano, que acaba de confirmarle la promesa y de hacerle franquear el obstáculo de la cerca de espinas, las joyas brillantes de aquellas cicatrices por las cuales todas las deudas han sido anuladas. Ella las considera como el indicio por excelencia, que no puede engañar sobre la identidad de Aquél que está ahí. Ellas con el signo perfecto del reconocimiento, la firma de la Verdad (L 2, 1, 9: Tu veritas, Deus…). Se  comprende aquí por qué la devoción a las llagas de Cristo va a tomar tanto espacio en el Heraldo. Ella llega como una respuesta, un retorno, un agradecimiento por el reconocimiento, siempre en el deslumbramiento del amor, porque Gertrudis no es una visionaria dolorista sino una amante maravillada.

En materia de “reconocimiento” se debe señalar también que el relato de este primer encuentro no menciona en ninguna parte el nombre de Jesús. Cuando se sabe, por otra parte, el uso que Gertrudis hace de él en el Heraldo y en los Ejercicios, hay de qué sorprenderse. Todo se cumple aquí en un semi-descubrimiento, un extremo pudor, una suerte de penumbra voluntariamente mantenida, muy en consonancia con aquella hora elegida, que son los primeros instantes del crepúsculo. Se tiene la impresión de que Gertrudis arde por hacer la pregunta “¿Quién eres?... pero ella no osa, como los discípulos cuando la pesca milagrosa en Juan 21… Sabiendo bien que es el Señor. Por otra parte ella no toma ni una sola vez la palabra. Ella ve, oye, es saciada, desea, pero permanece callada. No responde incluso a las primeras preguntas de su interlocutor. Muda, tal vez porque estupefacta; pero eso no le impide ser enteramente receptiva. Su respuesta verbal interviene solamente bajo la forma de la escritura misma. Tomando el modelo de san Agustín, ella engarza el relato minuciosamente circunstanciado de su conversión, en una “confesión” de alabanza, que es el humus de su memorial. A la impetuosa exclamación que abre el capítulo, responde al final una letanía de alabanzas que recuerdan el comienzo del “Gloria a Dios” y de los coros celestiales del Apocalipsis:

“Alabanza, adoración bendición y gratitud, en toda la medida de mis fuerzas, a tu misericordia, fuente de sabiduría y a tu sabiduría fuente de misericordia, oh mi Creador y Redentor…” (L. 2, 1, 2, 29-31).

Ocho años después de su conversión, Gertrudis encuentra en la imagen del “yugo”, lo que puede expresar mejor la trasformación que se ha operado en ella después de aquella tarde. Con su “yugo suave” su Creador y Redentor, ha logrado hacerle doblegar la cerviz, esta torre de vanidosa mundanidad que ella había levantado en su corazón por el orgullo (L. 2, 1, 2, 13-15). Este “yugo suave”, dice ella, fue el remedio mitigado, el más adaptado a mi debilidad. Y he aquí sus últimas palabras:

“Desde entonces pacificada por una alegría espiritual del todo nueva, comencé a correr tras el suave olor de tus perfumes, a comprender cuán dulce es tu yugo y ligera tu carga, aquéllos que poco antes yo tenía por insoportables” (L 2, 1, 2, 34-37).

En el relato escrito de esta primera visita del Señor, solo el sentido olfativo aún no había sido utilizado por Gertrudis. Ahora recurre a él, combinando la imagen de la carrera y de los perfumes, lo que no deja de evocar los primeros versículos del Cantar de los Cantares: El aroma de tus perfumes es exquisito. ¡Atráeme hacia Ti, corramos!... tu serás nuestro gozo y nuestra alegría. No cabe duda de que, si la amada del 27 de enero de 1281 ha consentido, no sin resistencia, a emprender el trabajo de escribir lo que llevará a la versión definitiva del Heraldo, es para arrastrar en su carrera a los lectores, que a través de ella, el Señor quiere atraer a las redes del amor divino[8].

Conclusión

Todo el que pertenece a la familia cisterciense sabe que la solemnidad de los Santos Fundadores de Císter está fijada el 26 de enero. Sabe también que la vigilia, 25 de enero, la Iglesia entera festeja la conversión de san Pablo. Lo que sabe menos, o nada, es que el 27 de enero marca un aniversario que, por discreto que sea, puede volverse querido a aquellos y aquellas que tienen una deuda con respecto al Amor Divino, del que santa Gertrudis y su obra han llegado a ser el Heraldo. Si la fundación de Císter es, a su manera una “conversión”, no es anodino señalar que la celebración de aquellos que han sido sus grandes promotores, se sitúa entre otras dos “conversiones”, sobre las cuales este estudio ha querido sensibilizar: las de un hombre y una mujer elegidos por el Señor, para ser el uno y la otra, cada uno según su gracia, “luz para iluminar a las naciones”.

Fr. Olivier QUENARDEL

Abad de Cîteaux

 


[1] Artículo publicado en la revista Cahiers Scurmontois (2005), 239-245. Traducido por la hna. Ana Laura Forastieri, ocso, del Monasterio de la Madre de Cristo, Hinojo, Argentina.

[2] El autor es Abad de la Abadía Notre-Dame des Cîteaux, Francia. Con este artículo comenzamos la publicación de los estudios del autor que forman la bibliografía de base de las Jornadas de estudio sobre Santa Gertrudis dictadas en la Abadía de Cîteaux en febrero de 2014, cuyo programa publicamos el 2 de febrero de 2014 en esta misma página (ver: http://surco.org/content/jornadas-estudio-sobre-santa-gertrudis-abadia-c...).

[3] Santa Gertrudis nos ha dejado dos obras de primera importancia que están editadas en Sources Chrétiennes (SC): El Heraldo del Amor Divino y los Ejercicios Espirituales. El relato de su conversión que es objeto de este estudio se encuentra en el Libro 2, capítulo 1del Heraldo del Amor Divino (SC 139, p. 228-233.

[4] Se debe entender: Libro II, capítulo 1, parágrafo 1, líneas 1 a 4.

[5] En dos pasajes del Heraldo Gertrudis es designada como “luz para iluminar a las naciones”: cfr. el Prólogo, parágrafo 3 y en el Libro 3, capítulo 64, parágrafo 3, líneas 10-14. Señalemos también que Gertrudis ha nacido el día de la Epifanía, 6 de enero de 1256.

[6] Fr. SC 139 p. 229, nota 1.

[7] Enviamos aquí a tres artículos de Dom Marie-Gérard Dubois en la revista Liturgie ocso: “La liturgie, lieu privilegé de l’expérience spirituelle” (Nº 15, pp. 342-360); “L’ivresse spirituelle” (Nº 22, pp. 265-277 y Nº 23, pp. 334-343).

[8] Gertrudis es consciente de la dimensión misionera de su obra, cfr. L. 2, 24, 1, 11-13. Cfr. también Olivier Quenardel, “La communion eucharistique dans le ‘Héraut de l’Amour Divin’ de sainte Gertrude d’Helfta”, Brelops/Bellfontaine, Turnhout 1997, pp. 61-84.