Inicio » Content » VIERNES SANTO: LA PASIÓN DEL SEÑOR

Cristo Jesús, que era de condición divina,

no consideró esta igualdad con Dios

como algo que debía guardar celosamente:

al contrario, se anonadó a sí mismo,

tomando la condición de servidor

y haciéndose semejante a los hombres.

Y presentándose con aspecto humano,

se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte

y muerte de cruz.

Por eso, Dios lo exaltó

y le dio el Nombre que está sobre todo nombre,

para que al nombre de Jesús,

se doble toda rodilla

en el cielo, en la tierra y en los abismos,

y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre:

«Jesucristo es el Señor». Flp 2,6-11.

“Hoy está en la cruz nuestro Señor Jesucristo y nosotros estamos de fiesta, para que aprendan que la cruz es una fiesta, una celebración espiritual. Antes, la cruz significaba castigo, ahora es objeto de honor. Antes, símbolo de condenación, ahora principio de salvación. Ella ha sido para nosotros causa de bienes innumerables: nos ha librado del error, nos ha iluminado en la oscuridad y nos ha reconciliado con Dios. Fuimos enemigos y extranjeros para Dios, pero ella nos devolvió su amistad y nos acercó a Él. Ha sido para nosotros destrucción de enemistad, la prenda de paz y el tesoro de muchos bienes.

Gracias a ella ya no hay extravío en el desierto, puesto que conocemos el verdadero camino; ya no hay morada fuera del palacio real, porque hemos encontrado la puerta; y no tememos los dardos incendiarios del demonio, porque hemos descubierto la fuente. Gracias a ella, se acabó para nosotros la viudez, puesto que se nos ha devuelto el esposo; ya no nos asusta el lobo, porque tenemos al buen pastor: Yo soy, dice Él, el buen pastor (Jn 10,11). Gracias a la cruz no tememos al usurpador, porque nos sentamos junto al Rey.

He aquí por qué es una fiesta para nosotros la celebración de la Cruz del Señor. San Pablo mismo nos invita a esta fiesta: Celebrémosla, nos dice, no con la vieja levadura, no con la levadura de la malicia y la maldad, sino con los ácimos de la pureza y la verdad (1 Co 5,8). y él mismo nos expone el motivo al decir: Porque Cristo, nuestra Pascua ha sido inmolado por nosotros (1 Co 5,1). ¿Ven por qué establece esta fiesta en honor de la cruz? Es porque Cristo fue inmolado en ella; y allí donde está el sacrificio está también la abolición del pecado, la reconciliación con el Señor, la fiesta y la alegría: Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado por nosotros. ¿Dónde ha sido inmolado? En un patíbulo. El altar de este sacrificio es del todo nuevo, porque nuevo y extraordinario es también el sacrificio. Aquí es a la vez víctima y sacerdote; víctima según la carne, y sacerdote según el espíritu...

Este sacrificio fue ofrecido fuera de los muros de la ciudad para enseñarnos que es un sacrificio universal, porque la ofrenda está hecha para toda la tierra; y a la vez, para mostrar que se trata de una purificación general y no particular como la de los judíos. Dios ordenó a los judíos evitar toda tierra y ofrecer sus sacrificios y alabanzas en un solo lugar porque la tierra entera estaba manchada con el humo, el olor y las impurezas de los sacrificios paganos. Pero para nosotros, después de que Cristo ha purificado el universo, cualquier lugar es un oratorio. Por esto nos exhorta Pablo a orar con toda libertad: Así, por tanto, quiero que los hombres oren en todo lugar, levantando al cielo unas manos puras (1 Tm 2,8). ¿Ven hasta qué punto ha sido purificado el universo? En todo lugar se pueden elevar unas manos puras. Toda la tierra se ha hecho santa, más santa que el interior del templo. A1lí no se ofrecía más que una bestia sin inteligencia, aquí, en cambio, una víctima espiritual. y cuanto mayor sea el sacrificio, más abundante será la gracia que santifica. Por esto festejamos la Cruz”[1].

 


[1] San Juan Crisóstomo, Homilía I sobre la Cruz y el ladrón, I (PG 49,399-401); trad. en: Lecturas cristianas para nuestro tiempo, Madrid, Editorial Apostolado de la Prensa, 1972, F 1. San Juan Crisóstomo (nació hacia 344-354), afamado rétor y fino exegeta, primero asceta y monje; luego, diácono y presbítero en Antioquía; después obispo de Constantinopla (año 398). Aquí su seriedad de reformador y también su falta de tacto le llevaron a serios conflictos con obispos y con la corte imperial. Depuesto y desterrado, sus tribulaciones y muerte (14.09.407) en el exilio fueron una dolorosa prueba martirial para él y para el sector de la comunidad eclesial que se le mantuvo fiel. Su afamada elocuencia le valió el título de “Crisóstomo”, es decir: “Boca de Oro”, que le fue dado en el siglo VI.