Inicio » Content » SANTA GERTRUDIS APÓSTOL DE LOS BENEFICIOS DE LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA (III)

Santa Gertrudis junto a san Francisco, Catedral de Jundiai, Brasil.

 

Por Olivier Quenardel, ocso[1]

B - El efecto eclesial de la comunión con el vivificum sacramentum

La noción bonaventuriana de sacramentum unionis, a pesar que no figura en el Heraldo, es ciertamente más próxima al vivificum sacramentum de Gertrudis, que la expresión agustiniana de sacramentum unitatis[2]. Para ella, como para Buenaventura, la unión con los miembros de Cristo es un efecto de la unión con Cristo mismo. Varias parábolas del Heraldo hablan en ese sentido. Presentamos las que nos parecen las más características.

 

1. El Árbol de la Trinidad (L 3 18,5-6)

Esta larga secuencia tiene la ventaja de presentar, bajo forma parabólica, el conjunto de una celebración eucarística vivida por Gertrudis, un día en que ella comulga. Se puede distinguir:

- Una liturgia de la palabra (L 3,18,5,1-11): sobre la base de 1 S 18,18, Gertrudis se compara a una pequeña planta, unida al Divino Corazón.

- Una liturgia penitencial (L 3,18,5,11-19): a consecuencia de sus negligencias, la pequeña planta se ha vuelto semejante “a un pobre carbón apagado”. Gertrudis pide entonces a Jesús, que la presente a “la reconciliación con Dios Padre”. Él la baña en el agua y la sangre de su Corazón. La planta recobra vida y llega a ser “un árbol vigoroso, cuyas ramas (brotan) en tres direcciones a la manera de un lirio”.

- Una liturgia de ofrenda (L 3,18,5,19-27): el Hijo de Dios ofrece este árbol a la Santísima Trinidad, que le concede producir los frutos de la omnipotencia, la sabiduría y la bondad divinas.

- Una liturgia de comunión (L 3,18,6,1-9), cuyo texto transcribimos:

“... Después de haber recibido el cuerpo de Cristo y de haber visto su alma, como antes dijimos, bajo la forma de un árbol que hundía sus raíces en la llaga del costado de Jesucristo, sintió de una manera maravillosa y nueva que de esta llaga brotaba, como de una raíz, la fuerza de su humanidad unida a su divinidad, y penetraba al mismo tiempo en cada rama, fruto y hoja, de modo que así la obra de toda la vida del Señor adquiría más resplandor, como el oro brilla a través del cristal”.

- Una liturgia de comunión universal (L 3,18,6,9-25), cuyo texto sigue inmediatamente a continuación del precedente:

“Por eso no sólo la Santísima Trinidad, sino también todos los santos, experimentaron un sentimiento de maravillosa alegría. Todos se levantaron por respeto (a la Trinidad), y, como doblando sus rodillas, ofrecieron sus méritos en forma de coronas, colgándolas en las ramas del mencionado árbol, en alabanza y gloria de aquel que, resplandeciendo por medio de ella, se dignaba satisfacerlos con una renovada alegría. En cuanto a ella, pidió al Señor que concediera a todas las almas en el cielo, en la tierra e incluso en el purgatorio –ya que todas habrían tenido derecho a beneficiarse de los frutos de sus obras si ella no hubiera sido tan negligente- el provecho, al menos, de los frutos recibidos gratuitamente de Dios. Entonces, cada una de sus obras, que representaban los frutos del árbol comenzaron a destilar un licor muy benéfico, del cual, una parte se derramaba sobre los bienaventurados, aumentando su alegría, otra parte se derramaba sobre el purgatorio, aliviando las penas de las almas y finalmente, la tercera parte se derramaba sobre la tierra, aumentando en los justos la dulzura de la gracia y en los pecadores la amargura de la penitencia”.

La historia de esta pequeña planta que se volvió un gran árbol es interesante en más de un sentido:

- Esbozando la historia eucarística de Gertrudis del Helfta, ella traza la historia de una mujer que no se mira ni se comprende más que en la Iglesia (in persona ecclesiae, L 4,16,6). Esta pequeña planta es antes y principalmente la Iglesia que Gertrudis. Además de la imagen del oro brillando a través del cristal, la relación a María, figura escatología de la Iglesia, queda subrayada por la semejanza trinitaria de este árbol con el “lirio” de los tres pétalos que, en el Heraldo, simboliza a María, "lirio blanco de la resplandeciente y serenísima Trinidad” (L 3,19,3).

- La imágenes de la liquidez están abundantemente presentes: el baño regenerador en el agua y la sangre del corazón de Jesús; y sobre todo, lo que nos interesa aquí, el efecto eclesial de la comunión eucarística bajo la forma de una destilación de los frutos, de donde se escurre un líquido muy bienhechor (efficacissimum liquorem desudare) que se reparte (defluens, tres veces retomado) sobre los habitantes del cielo, aumentando su gozo, sobre los del purgatorio, endulzando sus penas, y sobre los de la tierra, aumentando en los justos, la dulzura de la gracia, y en los pecadores, la amargura de la penitencia.

 

2. Las ramas verdeantes y florecientes (L 4,39)

Este pasaje relata una interacción eucarística un Lunes después de Pentecostés. El relato empieza con la elevación eucarística, donde Gertrudis ve “la Hostia de Salvación echar por todas partes ramas magníficas. El Espíritu Santo parecía juntarlas y formar con ellas un ramo, en torno del trono de la siempre venerable Trinidad. Estas ramas salidos de la hostia significaban, así entendió ella, que todas sus negligencias encontraban en el augusto sacramento una suplencia universal” (L 4,39,1,4,-10).

La teatralización del relato llega a su cima en el momento de la comunión: “… A medida que ella avanzaba para comulgar, todos los santos se levantaban con gozo. Sus méritos, reluciendo en el fuego de la caridad divina, resplandecieron de un brillo maravilloso, como resplandecen los escudos de oro de los soldados, alcanzados por un rayo de sol y, con este resplandor, los méritos de cada uno de los santos proyectaban sobre su alma un reflejo delicioso. Ella estaba así ante el Señor, como a la espera, sin ser admitida todavía a la intimidad de la unión. Pero cuando hubo recibido el sacramento, su alma fue unida a su amante en una plenitud de fruición (plena fruitione) tan grande como es posible en esta vida. Las ramas de las que se habló, aquéllas con que el Espíritu había rodeado el Trono de la bienaventurada Trinidad, empezaron a reverdecer y florecer, como la planta reseca reflorece bajo el influjo de una lluvia bienhechora. La santa y siempre tranquila Trinidad recibió en ello inestimables delicias (inaestimabili modo delectata) y derramó sobre todos los santos una nueva y delectable alegría” (L 4,39,3).

Esta parábola es una variación de la precedente: un mismo tipo de metáfora vegetal y líquida. Se notará el lazo consagración-comunión y que la primera encuentra su cumplimiento en las segunda; eso es lo que significan las ramas aparecidas en el momento de la consagración, que reverdecen y florecen al momento de la comunión. Se debe atender sobre todo a la puesta en escena eclesial de la comunión: ya sensible en las intenciones que acompañan el canto del Agnus (el primero cantado por la Iglesia de la tierra, el segundo por los difuntos, y el tercero por todos los santos, L 4,39,2), la puesta en escena llega a su punto más alto cuando la “vedette” avanza para comulgar. Entonces todos los santos hacen resplandecer sobre ella sus méritos. El momento mismo de la comunión está como tomado al vivo, con el vocabulario de la fruitio, que ya se nos ha hecho familiar. Y el efecto de esta comunión inunda (inundantiam pluvial salutaris) a la santa Trinidad de inestimables delicias (inaestimabili modo delectata), y a todos los santos, de una nueva y deleitable alegría (novae jucunditatis delectamenta).

 

3. La visita del rey a la reina (L 3,18,24)

Aquí el efecto eclesial, en el cual el Señor instruye a Gertrudis, se registra a la vez en un contexto a la vez real y nupcial:

“Cuando un rey mora en su palacio, no se concede fácilmente la entrada a todo el mundo; pero cuando, movido por el amor a la reina que habita en la estancia contigua (cum amore reginae prope habitantis devictus), se digna salir de su palacio en la villa para hacerle una visita, todos los habitantes y ciudadanos de esta villa, a causa de la reina, se benefician más fácil y libremente de la generosidad y munificencia del rey y se alegran de su poder. De igual modo, cuando, por pura bondad y vencido por la ternura de mi corazón (dulcedine Cordis mei convictus) me inclino, por el Sacramento de vida del altar, a un alma que está libre de pecado mortal, todos los habitantes del cielo, de la tierra y del purgatorio reciben un aumento de inestimables beneficios”.

Este pasaje confirma los precedentes: la misma distinción cosmológica (cielo, tierra, purgatorio) para medir la extensión del contacto sacramental. Los participios devictus y convictus nos remiten por la memoria al tema de “Dios vencido por amor”, del que habíamos presentido la importancia en el Heraldo en la Primera Parte, al estudiar el ambiente lingüístico de la pietas[3].

 

4. El preciosísimo electrum[4] (L 3,10,2)

Este pasaje fue presentado cuando tratamos sobre las causas de abstención de la comunión sacramental[5]. Allí constatamos una vez más la emergencia de las temáticas de la liquidez y de la fruición. El Señor promete a Gertrudis que, si comulga, gozará de toda su amorosa dulzura (amicissima dulcedine mea fruereris), y será “como derretida bajo el ardor de (su) divinidad” (ex fervore divinitatis meae liquefacta). Ella se fundirá en él, “del modo como el oro se une a la plata”, y esto será ese preciosísimo electrum que será digno de ser ofrecido al Padre, en eterna alabanza, y del cual todos los santos recibirán además, “una remuneración plenamente cumplida”.

Otros pasajes del Heraldo muestran también como Gertrudis se complacía en particularizar ciertas comuniones para tal o cual santo, tal o cual categoría de santos de los cuales ella se había revestido con sus méritos. Es el caso por ejemplo, para María, el día de su Asunción (L 4,48,21), para el apóstol Santiago (L 4,47,2), para los santos Ángeles (L 4,53,1). En cada uno de estos casos Gertrudis ofrece al Señor el vivificum sacrametum en alabanza eterna y por el crecimiento del gozo, de la gloria y la felicidad del santo (o de los santos) cuya fiesta se celebra. La forma latina es aproximativamente esta: in laudem aeternam et in augmentum guadii et glorie et beatitudinis (ipsorum). A veces este augmentum apunta a los “méritos” de los santos mismos, como cierto día, en la fiesta dse los apóstoles Pedro y Pablo, en que, sorprendida de ver que su comunión había añadido algo a los méritos (de virtute comumnionis videbatur meritum sactorum augmentari, L 4, 44,2,5-7)[6] de estos grandes príncipes, se dejó instruir por esta parábola:

“Es para la reina un honor que se añade al de estar unida al rey, y por tanto recibe todavía más honra y alegría en la fiesta de las bodas de su hija. Es así que todos los santos participan de la felicidad del alma que recibe con devoción el sacramento del altar” (L 4,44, 2,10-14).

La eclesialidad de las comuniones de Gertrudis no se limita a los habitantes del cielo. Se extiende a los de la tierra y del purgatorio, como lo atestiguan las tres primeras parábolas que hemos presentado. Por otra parte, en varios pasajes, Jesús mismo confirma esto a su bienamada. Así, en L 3,18,4, mientras que ella se entrega a la comunión “con el gran deseo de ser convenientemente preparada por el Señor… (él le dirige) estas palabras consoladoras”:

“He aquí que yo me revisto de ti, de modo que pueda extender mi divina mano sin retacearla, hacia los contumaces pecadores, para hacerles el bien; a ti te revisto de mí mismo, de modo que para que traigas a mi presencia a todos aquellos que conservas en tu memoria; más aún, que todos los que comparten tu misma naturaleza sean atraídos a mí, en la misma dignidad que hace posible recibir los beneficios de mi real munificencia”.

El eco de estas palabras se reencuentra en el L 3,18,25-26: unido al «sublime abajamiento que condujo al Hijo (de Dios) a los limbos para despoblarlos... Ella se vio como sumergida en el abismo del purgatorio. Y se hundiéndose lo más que podía, escuchó que el Señor le decía: “En la recepción del sacramento yo te atraeré a mí de tal manera que tu arrastrarás en el mismo movimiento a todas las almas que tu deseo alcance, como el perfume precioso de tus vestidos”». La continuación de la secuencia confunde los más generosos cálculos de la santa y nos conduce al abismo inconmensurable de la divina ternura:

«Como, al comulgar, experimentaba el deseo de que el Señor le concediera la liberación del Purgatorio de tantas talmas como partículas en que habría de fraccionarse la hostia en su boca, y como, con esta intención ella se esforzaba en multiplicar las partículas, el Señor le dijo: “Para que comprendas que mis gracias son de orden superior al de la creación (y puesto que nadie puede agotar el abismo de mi ternura[7]), yo estoy dispuesto a concederte, por el mérito de este Sacramento de vida, un número mucho mayor del que tu oración imagina”».

 


[1] Este artículo forma parte de la bibliografía de base de las Jornadas de estudio sobre santa Gertrudis, dictadas por Dom Olivier Quenardel, Abad de Citeaux, en Francia, en febrero de 2014 (ver: http://surco.org/content/jornadas-estudio-sobre-santa-gertrudis-abadia-cister-francia). Fue traducido de: Olivier Quenardel, “Sainte Gertrude: Apôtre des bienefaits de la communion eucharistique”, Liturgie 130, pp. 272 ss, revista de la conferencia francófona de monasterios OCSO de Francia Sur Oeste. Publicado también con el título de: “Les effects de la communion eucharistique”, en Olivier Quenardel, “La comumunion eucharistique dans ‘Le Héraut de L’Amour Divin’ de sainte Gertrude d’Helfta”, Abbaye de Bellefontaine, Brepols, 1997, 3° parte, capítulo V, pp. 135-148. Tradujo la hna. Ana Laura Forastieri, ocso, Monasterio de la Madre de Cristo, Hinojo, Argentina.

[2] P.-M. Gy (op. cit., p. 259), piensa que la noción bonaventuriana de sacramentum unionis desplaza el contenido de la expresión agustiniana de sacramentum unitatis , “en un sentido aparentemente más dionisiano y reforzando el aspecto de unión con Cristo”.

[3] Cfr. “Incontinentissima pietas” en: “La comunión eucarística en el Heraldo del Amor divino (II)”, publicado en esta misma página.

[4] N. de T.: Electro: metal precioso derivado de la aleación de cuatro partes de oro con una de plata.

[5] Cfr. “Causas de Abstención”, en: Santa Gertrudis: apóstol de la comunión frecuente, publicado en esta misma página.

[6] Se lee en SC 255, p. 323: “Para santa Gertrudis, como por otra parte para el latín clásico, la palabra meritum tiene un sentido mucho más amplio que nuestra palabra francesa “mérite” (en español, mérito). Signfica a la vez, tanto un mérito (un derecho, un título) como lo que se ha hecho para merecer (un servicio realizado, por ejemplo), como también, la consecuencia de este mérito, es decir, la recompensa o el castigo. Se encuentran en el Heraldo ejemplos de estas diversas acepciones”.

[7] La traducción de SC omite la frase que hemos puesto entre paréntesis. Somos nosotros quienes traducimos esta proposición casual, que nos parece esencial para la comprensión del desafío que el Señor lanza a Gertrudis.