La Madre de Dios y su Hijo
Siglo VI
Monasterio de Santa Catalina
El Sinaí, Egipto
«Mientras morabas en mí,
estuviste dentro de mí y fuera de mí;
luego que te di a luz,
tu poder escondido
fue visible cerca de mí.
Estás en mí y fuera de mí:
asombras a tu madre...
Tú, ¡Niño!, no eres sólo hombre,
y no me atrevo a cantarte una canción simple y común;
pues tu concepción
es como ninguna otra,
y tu nacimiento es un milagro,
¿quién, sin inspiración, puede alabarte con cantar de salmos?
una nueva canción bulle en mí.
¿Cómo he de nombrarte,
-¡oh Peregrino!-
Tú que te has hecho igual a uno de nosotros?
¿Te llamaré Esposo,
o te llamaré Dueño?...
Pero soy hermana tuya,
de la casa de David
que es padre de nuestro linaje común.
Soy tu madre, por tu concepción,
y esposa prometida por tu santidad,
sierva e hija, por la sangre y el agua,
por ti rescatada y bautizada»[1].
[1] San Efrén de Nisibi (o Nísibe), Canciones en homenaje de la Encarnación de nuestro Señor Jesucristo. Canción XI (la Virgen María habla al Niño Jesús), 1. 4; trad. (adaptada) en: S. Huber, Los Santos Padres, Buenos Aires, Ed. Desclée de Brouwer, 1946, tomo II, pp. 452 y 454-455. Efrén nació de padres cristianos hacia el año 306. Creció bajo la tutela del obispo Jacobo (303-338), que estuvo presente en el concilio de Nicea. Con él fundó la escuela teológica de Nisibi. Efrén, una vez diácono, fue su principal animador bajo los sucesores de Jacobo. Hacia 363 tuvo que trasladarse a Edesa, en donde siguió con su obra de predicación, de enseñanza y de controversia hasta la muerte que le sobrevino en el 373, según la crónica de esa ciudad. Varios estudiosos han demostrado que sería anacrónico hacer de Efrén un monje o un anacoreta. No era más que un «hijo del pacto», o sea, un miembro de la comunidad cristiana o, mejor dicho, de su élite, habiendo consagrado su vida a Cristo en la abstinencia y en la virginidad.