Entrada de Jesucristo en Jerusalén
Hacia 1140-1170
Capella Palatina
Palermo, Italia
«Cuando la turba de los judíos oyó que Jesús marchaba hacia Jerusalén, se dirigió a su encuentro con ramos de olivo gritando: ¡Hosanna! Bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel (Jn 12,13). También nosotros saludamos a Cristo con las mismas palabras. Ofrezcámosle nuestros cantos de alabanza, a manera de palmas, antes de su pasión. Aclamémosle, no con ramos de olivos, sino honrándonos mutuamente en la caridad. Extendamos bajo sus pies, como vestidos, los deseos de nuestros corazones, para que dirija sus pasos hacia nosotros y coloque en nosotros su morada; que nos sitúe totalmente en sí y él se sitúe en nosotros.
Dirijamos a Sión estas palabras del Profeta: Ánimo, hija de Sión, no temas: tu Rey avanza hacia ti; es humilde, viene montado en un pollino, cría de asna (Za 9,9). Viene el que está presente en todas partes y llena el universo; avanza para realizar en ti la salvación de todos. Viene el que no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, a que se conviertan (Lc 5,32), para hacer salir del pecado a los que se habían extraviado en ellos. No temas, Dios está en medio de ti, eres inconmovible (Sal 45 [46],6). Recibe, levantando tus manos, a aquel cuyas manos trazaron tus murallas. Recibe al que aceptó en sí mismo todo lo que es nuestro, salvo el pecado, para tomarnos consigo. Alégrate, Madre, ciudad de Sión, no temas, celebra tus fiestas (Na 2,1). Glorifica por su misericordia al que avanza hacia ti. Regocíjate, hija de Jerusalén, canta y danza de alegría. Resplandece, te anunciamos con la trompeta de Isaías, resplandece, que ha llegado tu luz, y la gloria del Señor amanece sobre ti (Is 60,1)»[1].
[1] San Andrés de Creta, Sermón para los Ramos; PG 97,1002-1003 (trad. en: Lecturas cristianas para nuestro tiempo, Madrid, Editorial Apostolado de la Prensa, 1974, F 28). Andres es uno de los poetas eclesiásticos y autores de homilías más representativos de su tiempo. Nació hacia el año 660 en Damasco; fue monje de Jerusalén (por lo que la tradición lo llamo “jerosolimitano”), participó por encargo del patriarca Teodoro en el VI concilio ecuménico de Constantinopla (680), ejerciendo en la capital las funciones de diácono; fue finalmente consagrado obispo de Creta, donde murió probablemente el 4 de julio del 740. La Iglesia oriental lo venera como santo.