Icono de santa Gertrudis, Parroquia de Santa Gertrudis, Oshawa, diócesis de Toronto, Ontario, Canadá.
P. Michael Casey, ocso[1]
¿Más bien femenina que masculina?
El lector debería tomar nota de la cuestión aquí propuesta. Podría haber sido una conclusión satisfactoria adscribir las diferencias entre los escritos de Bernardo y Gertrudis al hecho de que él fue varón y ella mujer. De allí parecería seguirse que los escritos de este fueron más masculinos y los de ella más femeninos.
Sin embargo, en tiempos recientes ha habido un gran problema para encontrar una definición de la masculinidad y de la femineidad que fuera generalmente aceptable. Probablemente no despertará mucho encono la afirmación de que hay dos sexos y que en la mayoría de los casos, la diferencia biológica se refleja en una actitud hacia la realidad de acuerdo con los roles determinados por el género, asignados por la sociedad de la cual la persona es parte[2].
Surge entonces la cuestión relativa a la especificidad del desarrollo espiritual de cada sexo. En mi comprensión del crecimiento a este nivel, lo que sucede es que la persona va siendo progresivamente liberada de todo límite o inhibición: hay una tendencia a superar determinaciones restrictivas, para ser capaces de desarrollar cualidades complementarias. Así, como repetidamente nos recuerda Gregorio el Grande en su Regla Pastoral, el tímido tiene que aprender a ser decidido, el silencioso tiene que volverse comunicativo, y el impulsivo tiene que adquirir cierto grado de disciplina y autocontrol. ¿Podría también decirse quizás que el varón tiene que volverse más femenino y la mujer más masculina? No se trata de perder la fe en el propio género y buscar negarlo, sino de ser tan plenamente varón - mujer que ninguna indeterminación se siga de la incorporación de las cualidades opuestas.
Si esto fuera así, entonces, al hablar de los varones y mujeres medievales podría seguirse que la espiritualidad de los varones buscaría contrarrestar el estereotipo social del varón. En vez de avanzar en el modelo del soldado o cazador, de uno que tiene éxito por el poder de su mano y la agudeza de su ingenio, uno esperaría que se enfatizaran los valores de pasividad y receptividad: gentileza, sensibilidad, complacencia, sumisión. Encontramos que Bernardo predica así a sus monjes. Ellos son todavía soldados de Cristo, pero él les presenta imágenes femeninas: anima, ecclesia y María, la Madre del Señor. ¡Qué paradójico es que estos rudos hombres que están acreditados, (sea cierto o no) por una austeridad heroica y un gran éxito en drenar pantanos y someter territorios salvajes estén sostenidos en sus esfuerzos por tan blanda doctrina! Todos los grandes maestros del siglo XII fueron blandos en sus enseñanzas. Les encantaba meditar sobre el Cantar de los Cantares y su estilo es frecuentemente rechazado por algunos varones de nuestra propia generación por ser demasiado florido. Quizás fuera la buena dialéctica así establecida entre el estilo de vida rudo y las doctrinas blandas, lo que hizo de la aventura cisterciense un éxito.
Si esto fuera así, ¿entonces qué sobre Gertrudis? Para complementar el estereotipo social de la mujer, ella debería haber enfatizado un sentido de discipulado que incluyera fuerte contenido intelectual, iniciativa y audacia, y todo aquello que fuera la contrapartida del carácter doméstico. Pienso que ella hizo esto en alguna medida, si bien no tan completamente como pudo haberlo hecho. Ella no es tan masculina como Bernardo es femenino. Pero hay un sólido volumen de complementariedad en sus obras, especialmente en virtud de su substancial material teológico. En efecto, el hecho de que una mujer escribiera era menos habitual en aquellos días, si bien Helfta parece no haber tenido el estilo habitual de las mujeres de vida conventual.
Hay una diferencia a notar entre Bernardo y Gertrudis, que es relativa al género, si bien esta no es lo que esperaríamos en una primera mirada. Bernardo escribe para complementar la masculinidad. Gertrudis escribe para complementar la feminidad. Quizás valdría la pena reexaminar sus escritos para determinar cuán exitosos han sido cada uno de ellos en su empeño.
Continuará
[1] El autor es monje trapense de la Abadía de Tarrawarra, Australia, muy conocido por sus publicaciones y disertaciones sobre la espiritualidad monástica traducida para el mundo de hoy, tanto para el público monástico de regla benedictina, como también para un público más amplio que busca nutrirse de las fuentes tradicionales y encarnarlas en la espiritualidad cristiana contemporánea. Este artículo fue publicado en Tjurunga 35 (1988): 3-23. Traducido con permiso del autor por la Hna. Ana Laura Forastieri, ocso.
[2] N. de T.: El autor escribe en 1988. De aquel tiempo a esta parte mucha agua ha corrido en torno a la cuestión y a la ideología del género.