«Al ciego de nacimiento el Señor le devolvió la vista no por medio de su palabra, sino por una obra. No lo hizo en vano ni al acaso, sino para mostrar la mano de Dios, la misma que al principio creó al hombre. Por eso, cuando los discípulos le preguntaron por qué motivo el hombre había nacido ciego, si por culpa suya o de sus padres, respondió: “Este no pecó, ni sus padres; sino para que se manifieste en él la acción de Dios” (Jn 9,3). (...)
Porque el Verbo de Dios nos plasma en el vientre, dice Jeremías: Antes de que te plasmara en el seno te conocí, y antes de que salieras del útero te santifiqué, a fin de ponerte como profeta para las naciones (Jr 1,5). Y Pablo escribe algo semejante: Cuando le plugo a aquel que me separó desde el seno de mi madre para que llevara su evangelio a las naciones (Ga 1,15-16). Puesto que, como el Verbo nos plasma en el vientre, el mismo Verbo remodeló los ojos del ciego de nacimiento. Así mostró que, siendo nuestro Plasmador en lo escondido, se manifestaba visiblemente a los seres humanos, a fin de enseñarles cómo antiguamente habían sido modelados en Adán, cómo éste había sido hecho, y qué mano lo había creado, mostrando el todo por la parte: porque el Señor que había formado la vista, es el mismo que plasmó todo el hombre, obedeciendo a la voluntad del Padre.
Y porque el hombre necesitaba el lavado de regeneración en la misma carne plasmada en Adán, después de que el Señor ungió sus ojos con el lodo, le dijo: “Ve a lavarte en Siloé” (Jn 9,7). De este modo le devolvió, al mismo tiempo, lo que le correspondía a la creación y al lavado de la regeneración. Por eso, una vez que se hubo lavado, volvió a ver (Jn 9,7), a fin de que al mismo tiempo conociera a su Creador, y reconociera al Señor que le dio la vida»[1].
[1] Ireneo de Lyon, Contra los herejes, V,15,2. 3 (trad. en: San Ireneo de Lyon. Contra los Herejes. Exposición y refutación de la falsa gnosis, Lima, Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima, 2000, pp. 415-416 [Revista Teológica Límense. Vol. 34 – N° 1/2]). Ireneo fue discípulo de Policarpo, y debe haber nacido entre los años 130-140. Pudo escuchar al gran obispo hasta la edad de quince años. Luego nada se nos dice sobre la vida de Ireneo en la documentación que ha llegado hasta nosotros. Recién aparece de nuevo en Lyon, al final de la persecución de Marco Aurelio (177). Puede ser que antes haya estado en Roma, tal vez por bastante tiempo. Es hacia el año 177 cuando las iglesias de Lyon y Vienne (Francia) le encargan llevar una carta al papa Eleuterio en Roma (174-189?). Es una epístola que se refiere a los mártires de esas Iglesias. Al regreso a Lyon sucede a Fotino (o Potino) en la sede episcopal, y no la abandonará hasta su muerte. En este período se ubican sus escritos más notables. Una carta suya al papa Víctor (189-198/99?) es el último testimonio de Ireneo en la historia. La carta debe datarse a mediados del pontificado de Víctor. Por tanto, la actividad de Ireneo en la sede de Lyon se desarrolló entre los años 178-195.