Intercambio de corazones, pintura de hornacina del retablo de Santa Gertrudis de la iglesia del Real Monasterio de San Clemente de Sevilla, atribuida al pintor Valdés Leal[1].
María Geltrude Arioli OSBap[2]
La encarnación de Verbo[3] da la gracia de la castidad virginal a través de la unión esponsal de Cristo con la humanidad, con la Iglesia, con la persona individual que se ofrece a Él. La mención a la expresión del Génesis que evoca la nupcialidad primoridal, ilumina el sentido del recorrido espiritual de los Ejercicios, en los cuales se renueva la consagración bautismal y la consagración monástica que asume la virgen, en el horizonte escatológico descripto en el Apocalipsis: las bodas de la iglesia con el Cordero.
Aquí se nos enseña la más sabia pedagogía de la virginidad: no censurar la pasión y el afecto, el deseo de amar y de ser amados, el sentido de lo incompleto de la propia carne y del propio corazón, sino dirigir toda potencialidad afectiva al Verbo hecho carne, aprendiendo a dejarse amar por Él y a obtener de la sobreabundante alegría de la unión con Cristo, la energía para ofrecerle íntegramente el propio cuerpo, el propio corazón, la propia persona. La contemplación apasionada de la carne de Dios, en la experiencia de la oración, en su concreta presencia en los hermanos, en la vida de la Iglesia, en la historia del mundo, integra la fuerza del eros en la dulzura de la filia y en la absoluta totalidad del agape, que no es por lo tanto caridad sin sangre, sino amor apasionado, personal y radicalmente único en cada relación.
“Más allá de los cielos hay un rey que está prendado del deseo de ti. Te ama con todo el corazón y te ama sin medida. Te ama con tanta ternura, cuida de ti con tanta fidelidad que por ti ha dejado humildemente su reino. Por buscarte aceptó de ser arrestado como un ladrón. Te ama de corazón de tal manera, te quiere tan ardientemente, por ti sufre la envidia con tanta dulzura, está celoso de ti con tanta eficacia, que entrega por ti alegremente su cuerpo joven y bello a la muerte (…). Te ha amado más que a su noble cuerpo (...). Este fiel amante exige de ti un amor recíproco”[4].
Encontramos en estas palabras la concepción de un Dios-Amor que en su propia naturaleza vive no solo el agape sino incluso el eros. Gertrudis llama apasionadamente a Jesús “el esposo que arde de amor por ti”[5]. Análogamente, Benedicto XVI, en su Deus caritas est[6], expresa la concepción del amor de Dios como ardiente deseo de la respuesta de amor del hombre, y no solo como don de caridad, y traza para el hombre y para la mujer un itinerario de transfiguración del eros en el agape.
El estilo de Gertrudis al acercarse a la Palabra es el de la intimidad personal con el Verbo a la luz del Espíritu. La Biblia es precisamente la historia de la revelación del amor de Dios por el hombre, que exige una correspondencia esponsal: una clave para leer la Escritura intuida proféticamente por el místico Divo Barsotti[7] viene siendo ahora acogida en forma fecunda por muchos biblistas[8].
El magisterio de Juan Pablo II sobre el matrimonio y la virginidad -vistas como dos expresiones no opuestas sino convergentes de la vocación de la persona al amor[9]- parece estar anticipado de algún modo en las páginas de los Ejercicios Espirituales y en el Libro II del Heraldo del Amor Divino (o Revelaciones). No parece justificada la afirmación de K. Ruh que considera que la mística esponsal no tendría mucho espacio en los escritos de Gertrudis[10].
Por el contrario, es aguda la observación de Hélène Deloffre[11]: el nacimiento de Gertrudis el día de la Epifanía del Señor parece marcar su vida con el tema de la unión nupcial con Cristo. La liturgia de las Horas de esta solemnidad, en la antífona del Benedictus, presenta el misterio de la unión esponsal de Cristo y de la Iglesia: “Hodie coeslesti sponso iuncta es Ecclesia… currunt magi ad coelestes nuptias et ex aqcua facto vino laetantur convivae” (Hoy el esposo celestial se ha unido a la Iglesia… los magos corren a las bodas celestiales y a partir del agua se hace el vino que alegra a los convidados).
La confirmación de la centralidad de este misterio nupcial en la experiencia espiritual de Gertrudis surge del recurso frecuente a expresiones de afecto unitivo, de deseo de unión esponsal con el Señor:
“Oh Jesús mío tan querido, acógeme en bajo el tierno cuidado de tu divino Corazón. Allí, allí, estréchame a tu amor, para que yo viva totalmente para ti. Y ahora abandóname en el vasto mar de tu infinita misericordia. Allí, allí confíame a las entrañas de tu desbordante ternura (…). Allí, acógeme en el abrazo de tu indulgentísimo perdón (…). Allí, sumérgeme en el beso de la unión perfecta, que consiente (…) gozar con suma y eterna alegría de ti, porque mi alma te ha añorado oh Jesús, queridísimo sobre todo lo que es querido. Amén”[12].
Otro pasaje sobre este tema:
“Mientras se cantaba el responsorio ‘Vidi Dominus facie ad faciem’ (Vi al Señor cara a cara) tú iluminaste mi alma con un increíble fulgor de luz divina; y en esta luz vi, como aplicado a mi rostro, otro Rostro (…). Tú solo conoces, oh Suavidad inefable, la dulzura con la que penetraste, no solo mi alma, sino también mi corazón y todos mis miembros, con esta visión, en la cual tus ojos, como dos soles, parecían como fijarse en los míos (…). Cuando luego (…) aplicaste contra mi indigno rostro, tu rostro deseadísimo, proyectando tanta abundancia de beatitud, sentí que de tus ojos se infundía en los míos una luz inefable y suavísima, que, derramándose en lo íntimo de mí, parecía penetrar todos mis miembros con una fuerza inexpresable. Parecía que primero vaciaba la médula de mis huesos, que luego consumía mis mismos huesos junto con la carne, y que todo mi ser se compenetraba con este resplandor divino, el cual recreándose en sí mismo de un modo inefable, me penetraba toda de grandísima serenidad (…). Sí, te doy gracias en unión con el recíproco amor que reina en tu adorable Trinidad, por haberte dignado muchas veces concederme tu suavísimo beso (…). Diez veces y aún más en el curso de un salmo, tu suavísimo beso se posó sobre mis labios: beso divino, cuya dulzura sobrepasa la de todos los aromas y mieles (…); y frecuentemente también advertí en mi alma el fortísimo aprieto de tu abrazo. Confieso sin embargo que, por más grande que haya sido la dulzura de esos favores, jamás experimenté en ninguno de ellos el efecto profundo que obró en mí la sublime mirada de la cual he hablado antes”[13].
La experiencia mística lee e interpreta el momento litúrgico en una prospectiva alternativa y parece también releer de modo experimental la Palabra. Gertrudis parece confirmar la imposibilidad de ver a Dios cara a cara (Ex 33,20): no es ella quien ve el rostro de Dios, sino que es el rostro de Dios quien asume el suyo, es la mirada de Dios la que resplandece en sus ojos. Aflora a la memoria el tema tan caro a Gregorio de Nisa expresado en la Vida de Moisés y en el comentario a la sexta bienaventuranza: Dios “se ve por las espaldas” en el seguimiento[14], su rostro se contempla en el espejo del corazón purificado[15].
La experiencia de Gertrudis presenta, más que la semejanza de Dios como reflejo especular, la acción transformante de la mirada de Dios, que asume y transfigura su humanidad. Como siempre, prevalece en la vida de la santa la dimensión pasiva de la acogida de la vida divina.
Esta experiencia de unión mística total, de intimidad y reciprocidad de amor, florece sobre un constante intercambio de afectos y de ternura, que cotidianamente hacen la vida de Gertrudis llena de luz y de alegría. La nota dominante que recorre todos los escritos es precisamente la transparencia serena y gozosa que viene del sentirse objeto de un amor gratuito: la experiencia incesante de la misericordia alimenta una invencible confianza.
En las situaciones de infidelidad por ligereza o vivacidad incontrolada, que lleva a veces a Gertrudis a quitarle al Señor aquello que ya le ha ofrecido, la experiencia de la bondad misericordiosa de Dios es constante:
“Tú, en ese tiempo, continuabas protegiéndome con tan serena bondad, como si, ni siquiera sospechando mi traición, pensaras que yo lo hacía en broma. Por esta vía trajiste de nuevo mi corazón a tanta dulzura de compunción y de piedad, que llegué a convencerme de que con ninguna amenaza habrías podido inducirme a un deseo de corrección y a un propósito de enmienda tan grande y firme”[16].
Experimentar la misericordia es un saludable estímulo para la conversión y fuente de abandono que no consiente replegamientos sobre sí misma:
“El día de Navidad –narra también- te recibí bajo la forma de un niño tierno y delicadísimo, del seno de tu Virgen Mare y te tuve por algún tiempo sobre mi pecho (…). Pero confieso que después de haber recibido (este favor) no lo custodié con la debida devoción. No sé si esto ocurrió por una disposición de tu justicia o por mi negligencia (…) Pero si fue por este o por aquél motivo, responde tú por mí, oh Señor, Dios mío”[17].
Esta serenidad que deja a Dios el juicio, evitando toda tendencia al autoexamen minucioso, al tormento de una subjetividad exasperada, es para nuestros contemporáneos, tan obsesionados por los análisis piscoanalíticos, una preciosa enseñanza de simplicidad y de confianza.
Por otro lado, es precisamente solo para dar a conocer la propia indignidad y la inagotable misericordia del Señor, que ella escribe las memorias de su vida de unión con Cristo:
“(…) Ningún otro fin me ha inducido a escribir (…) si no el de consentir a tu voluntad y el deseo de tu alabanza y el celo por las almas. (…) Tú eres testigo de este ardiente deseo de alabarte y de darte gracias (…) y también del deseo de que otros, leyendo estas páginas, cautivados por la dulzura de tu amor, sean atraídos a experimentar en tu intimidad gracias más grandes”[18].
Consciente de vivir en el cuerpo místico de Cristo, de participar de la comunión de los Santos[19], Gertrudis comprende que cada gracia le es dada para que refluya en sus hermanos. Su estudio de la Escritura está guiado por el servicio de caridad que presta a quien la consulta[20]. Comprende que no puede retener para sí los dones y las experiencias místicas que recibe. Siente fuertemente la responsabilidad de la intercesión por la conversión de los más lejanos y se siente consolada por esta promesa de Dios:
“Cuando veo en agonía un alma que alguna vez ha pensado con dulzura en mí durante su vida, o que ha cumplido cualquier obra buena, al menos en sus últimos días, me muestro a ella con tanta bondad y misericordia, que ella se arrepiente desde lo profundo del corazón de haberme ofendido y este arrepentimiento la salva”[21].
Por la experiencia personal de sentirse amada y perdonada, en la que encuentra un estímulo para la conversión, Gertrudis comprende cómo la misericordia de Dios es fuente de salvación también para los que han vivido sin amar ni conocer al Señor.
La visión de Jesús como un jovencito que, en la famosa tarde del 27 de enero de 1281, sella el inicio de su vida mística, le dicta una ardiente alabanza a la misericordia: “Te adoro, te bendigo y doy gracias como puedo a tu sabia misericordia y a tu misericordiosa sabiduría, oh mi Creador y Redentor mío”[22].
Continuará
[1] El retablo de santa Gertrudis de la Iglesia del Real monasterio de San Clemente de Sevilla constituye un conjunto pictórico grandioso, de estilo barroco, fechable en los últimos años del siglo XVII. En el centro se encuentra el gran lienzo de Lucas Valdés, Santa Gertrudis en inspiración, de 1680. Rodeando el cuadro aparecen diversas escenas de la vida y visiones de Gertrudis. Este cuadro representa el intercambio de corazones de la santa con Cristo adulto, resucitado, quien lleva visiblemente la marca de sus llagas en las manos y los pies. Este tema es muy característico de la obra de santa Gertrudis. En la iconografía se ubica entre los motivos de unión mística, e incluye variantes, como por ejemplo, el intercambio de corazones con Cristo niño. Generalmente se representa el intercambio de ambos corazones. Otras veces es Cristo quien ofrece su propio corazón a Gertrudis, o ella le ofrece el suyo a Él, o bien aparece Cristo tomando el corazón de la santa. Todas estas variantes son fieles a la tradición textual. Véanse por ejemplo los siguientes textos: “Añadiste además (a tus dones) la inestimable intimidad de tu amistad; de distintas manera me entregaste aquella nobilísima arca de tu divinidad, es decir tu Corazón deífico, como compendio de todas mis delicias: unas veces al entregarme gratuitamente el tuyo; otras, para mayor signo de mutua intimidad, cambiándolo por el mío. Con ese Corazón me manifestaste lo oculto de tus secretos juicios y de tus delicias, y derretiste tantas veces mi alma con tan delicada ternura…” (Legatus II,23,8). “En otra ocasión se le apareció el Señor Jesús y le pidió su corazón: ‘Dame, amada, tu corazón’. Ella se lo ofreció con alegría y le pareció como si el Señor lo aplicara a su Corazón divino a semejanza de un canal que llegaba hasta la tierra. Por él derramaba generosamente las efusiones de su incontenible bondad y le decía: ‘Mira, en adelante me gozaré usando siempre tu corazón como un canal, por el cual, a todos los que se dispongan con generosidad a recibir esa infusión de la gracia y te lo pidan con humildad y confianza, les derramaré del torrente de mi melifluo Corazón desbordantes efluvios de consuelo divino’” (Legatus III,66).
[2] Madre María Geltrude del Divin Cuore (Marialuisa) Arioli, nacida en 1936, graduada en filosofía, es monja benedictina de la Adoración Perpetua en el Monasterio de Milán. Fue docente en el liceo interno y Priora de la comunidad monástica, desde 1990 hasta 2016. Actualmente dicta cursos monásticos y de espiritualidad para laicos.
[3] Continuamos publicando la traducción de las actas Congreso: “LA “DIVINA PIETAS” E LA “SUPPLETIO” DI CRISTO IN S. GERTRUDE DI HELFTA: UNA SOTERIOLOGIA DELLA MISERICORDIA. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 15-17 novembre 2016. A cura di Juan Javier Flores Arcas, O.S.B. - Bernard Sawicki, O.S.B., ROMA 2017”, Studia Anselmiana 171, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2017. Cfr. el programa del Congreso en esta misma página: http://surco.org/content/convenio-divina-pietas-suppletio-cristo-santa-gertrudis-helfta-una-soteriologia-misericordia. Traducido con permiso de Studia Anselmiana y de la autora, por la Hna. Ana Laura Forastieri, ocso.
[4] Ejercicios Espirituales III, versión italiana: Esercizi spirituali, 22-23.
[5] Ibid., V, versión italiana: Esercizi spirituali, 61.
[6] Benedicto XVI, «Carta Encíclca Deus caritas est (25 de diciembre de 2005)», versión italiana: LEV, 2006, 16-28.
[7] D. Barsotti, La rivelazione dell’amore, Firenze 1955.
[8] A. Sicari, Matrimonio e verginità nella rivelazione, Milano 1978; L. Pedroli, Dal fidanzamento alla nuzialità escatologica, Assisi 2009; M. Meruzzi - L. Pedroli, Venite alle nozze, Assisi 2009.
[9] K. Wojtyla, Amore e responsabilità, Marietti 1980.
[10] K. Ruh, Storia delle mistica occidentale, vol. II, Milano 2002, 342.
[11] H. Deloffre, Le thème nuptial chez Sainte Gertrude: culture monastique et expérience mystique, 20162, 168 (Collectanea Cisterciensia 78).
[12] Ejercicios Espirituales IV, versión italiana: Esercizi spirituali, 56.
[13] Legatus II,21, versión italiana: Le rivelazioni, 136-139
[14] Gregorio di Nissa, Vita di Mosè, Paoline, 1967, 189
[15] Gregorio di Nissa, Omelie sulle beatitudini, ed. C. Somenzi, Paoline, 2011, 303-306 (beatitudine VI).
[16] Legatus II,13, versión italiana: Le rivelazioni, 117.
[17] Ibid., II,16, versión italiana: Le rivelazioni, 120-121.
[18] Ibid., II,24, versión italiana: Le rivelazioni, 150-151.
[19] I. Biffi, Tutta la dolcezza della terra, Milano 2004, 115.
[20] Legatus I,7, versión italiana: Le rivelazioni, 42
[21] Ibid., III,30, versión italiana: Le rivelazioni, 237.
[22] Ibid., II,1, versión italiana: Le rivelazioni, 89.