“La oración que agrada a Dios” [1], grabado publicado en el libro “Vida de Santa Gertrudis Virgen”, autor anónimo, Apostolado de la Prensa, Madrid, 1913.
Antonio Montanari[2]
Extracto: El Legatus divinae pietatis representa ciertamente una obra de indiscutible valor para la historia de la espiritualidad, porque en él por primera vez una mujer escribe una autobiografía espiritual. Es así, en efecto como puede ser considerarse el segundo libro del Legatus: una autobiografía en la cual la relación de Gertrudis con Dios está narrada en términos de una relación de amor. Concentrando la atención sobre todo en el cristocentrismo de Gertrudis de Helfta, en este ensayo se individualizan los pasajes más importantes de la nueva espiritualidad que ella propone. La lectura que se ofrece, dado el lenguaje simbólico extraído de la Escritura y el tratamiento afectivo que connota la modalidad expresiva, permite al lector no solo intuir la riqueza de una experiencia, por otro lado destinada al silencio, sino también dejarse llevar de la mano hacia una experiencia análoga.
De las obras de Gertrudis que han llegado a nosotros[3], el Legatus divinae pietatis, es quizás la menos conocida y presenta no pocas dificultades para su lectura, que se concentran sobre todo en los orígenes del texto, la función de la narrativa en él contenida, y su paternidad, puesta en discusión no solo por el cambio de la voz narradora, sino también por la constatación de un estilo latino no homogéneo, que diferencia las partes de la obra. Efectivamente el texto comienza, en el Libro I, con la presentación de las virtudes de Gertrudis, expuestas en tercera persona, para pasar después a la narración en primera persona en el Libro II; vuelve finalmente, en los libros III a V, a la tercera persona, dando cuenta de las visiones de Gertrudis, acompañadas de un comentario teológico. Este hecho explica la tendencia generalizada, en el pasado, a dar importancia solo al libro II, el único atribuible directamente a Gertrudis, ignorando así el valor de los otros, percibidos a veces como un obstáculo que oculta más que revela el acceso a la personalidad de la santa.
Actualmente ha cambiado el ángulo de acercamiento a la obra y la tendencia es analizarla en su contexto original, a fin de precisar mejor, no solo el contenido, sino también el rol desarrollado por la comunidad en su composición[4]. Dentro de los límites impuestos por el espacio concedido, trataré de ofrecer algunas claves de lectura también para el Legatus, que ayuden a penetrar más ágilmente en los secretos de este texto y de la experiencia de Gertrudis.
1. EL LEGATUS DIVINAE PIETATIS
El Legatus divinae pietatis representa ciertamente una obra de indiscutido valor para la historia de la espiritualidad, porque en él, por primera vez, una mujer escribe una autobiografía espiritual. Así en efecto puede ser considerado el segundo libro del Legatus: una autobiografía en la cual la relación de Gertrudis con Dios está narrada en términos de una relación de amor. Como ya he señalado, para una correcta comprensión de un escrito como el Legatus no se puede infravalorar el rol de la comunidad en su composición. El primer intento de tener en cuenta esta colaboración ha sido realizada en 1969 por Pierre Doyère, quien, e n la Introducción a la edición crítica por él curada para la colección de Sources Chrétiennes, tratando de salvar la presencia “autoría” de Gertrudis a lo largo de toda la obra, avanzaba la hipótesis del dictado por parte de la santa, de los libros escritos en tercera persona. Las contribuciones más recientes de Kurt Ruh (1992) y de Bernard McGinn (1998) han en cambio contribuido a una valoración más positiva dela colaboración de otra monja o de un grupo de monjas en la composición del texto, precisando que esta colaboración no puede ser limitada al rol pasivo de quien escribe solo al dictado. A partir de estos estudios, la tendencia es por lo tanto a individualizar al origen del texto la experiencia de Gertrudis, la cual permanece siendo la fuente única que inspira toda la obra, mientras que el trabajo de redacción se manifiesta como una participación en una gracia comunitaria de conversión y de santidad. Y es así cómo han percibido su tarea las cohermanas que han colaborado, como reconocen en las páginas en las que recuerdan al lector que Dios ha conferido el don de la santidad a Gertrudis para el bien de toda la comunidad monástica, pero con el fin de extender aquel don a la comunidad más amplia de sus lectores[5].
El título del Legatus divinae pietatis, que ha sido sugerido a la santa por Jesús mismo, es traducido habitualmente como el Heraldo del amor divino, y aquí el Heraldo es el libro mismo. El vocablo latino Legatus, de hecho, se usaba en el derecho romano para indicar la persona que, en nombre del emperador, era enviada a una provincia a ejercer la jurisdicción, o que por su encargo era delegada para desarrollar una misión. En nuestro caso es precisamente al libro a quien se confía el cometido de difundir esa gracia que está en el origen de la obra, fuera de los muros monásticos, ara que también la comunidad más amplia de los lectores pueda encontrar el devoto y tierno amor de Cristo, que le ha sido revelado a Gertrudis.
1.1. El Prólogo
Hoy está pacíficamente reconocida la importancia de los prólogos en los textos medievales, por otro lado ampliamente demostrada[6]. Vale en efecto para los prólogos lo que se ha dicho de la poesía: Todo está ya contenido en el trazo del arco inicial. Y esto no puede ser ignorado en la interpretación de la compleja obra maestra de Gertrudis. Una lectura atenta del prólogo del Legatus revela de hecho una clave indispensable para la comprensión de la obra. Y de hecho en las líneas iniciales se explica la importancia del título y que éste había sido querido por el Señor mismo lo había querido.
Gertrudis [...] conformando su propia voluntad al divino beneplácito preguntó: “Amantísimo Señor, ¿qué título le darás a este libro?”. Jesús respondió: “Este libro es mío y será llamado: El Heraldo del amor divino, porque hará pregustar a las almas mi amor sobreabundante”[7].
Aparece así de modo claro, desde estas primeras líneas, que el Legatus divinae pietatis contiene un mensaje de Cristo, que el libro tiene por finalidad anunciar y difundir. Más adelante, la redactora explica también que se ha querido redactar esta obra en un lenguaje simbólico, a fin de hacer comprender mejor el argumento a todo tipo de lectores. Pasa luego a presentar el contenido y su distribución en cinco libros:
La obra está dividida en cinco libros: el primero contiene el elogio de la persona que fue objeto de los favores divinos y expresa las gracias por ella recibidas. En el segundo se narran cómo fueron acogidas dichas gracias y la acción de gracias que ella ofreció a su Dios: este segundo libro ha sido escrito enteramente de su mano, bajo la inspiración del divino Paráclito. El tercero narra algunos beneficios que le fueron concedidos. El cuarto relata las visitas con las que la divina Bondad se dignó consolarla en algunas fiestas. En el quinto se recogen las revelaciones que el Señor le hizo con respecto al mérito de muchos difuntos y las consolaciones con las que quiso colmarla en su santo tránsito[8].
1.2. La Escritura y la Liturgia
Entre los rasgos que caracterizan este texto, uno de los más frecuentemente subrayados se refiere al rol que en él desempeña la liturgia[9]. Desde cierto punto de vista se podría pensar que es normal, tratándose de una monja benedictina; conviene sin embargo ser prudente, para no proyectar al siglo XIII los rasgos de una “devoción litúrgica” que en realidad caracteriza la experiencia benedictina a partir de siglo XIX, cuando la liturgia desarrolló un rol de indiscutible relevancia.
Pero, aún con la conciencia y prudencia que recién hemos mencionado, sería fácil recorrer las páginas del segundo libro del Legatus para mostrar cómo la celebración de las fiestas y de las horas litúrgicas, marca su ritmo. Siendo sin embargo un argumento ya tratado también en este congreso, me parece más útil concentrar la atención en otros temas menos frecuentes.
2. EL CRISTOCENTRISMO DE SANTA GERTRUDIS
En el segundo libro del Legatus divinae pietatis, Gertrudis misma nos informa de una visión sucedida la tarde del 27 de enero de 1281, en la cual Jesús, que se le presentaba en la apariencia de un adolescente, ha marcado profundamente su vida hasta cambiarla. En aquella ocasión, en efecto, presentándole las cicatrices de la Pasión, Él la iniciaba en la vida mística introduciéndola en el misterio de la divina pietas[10]. Desde entonces, la espiritualidad de la santa resulta marcada por un profundo cristocentrismo: no solo su contemplación está de ahora en más irresistiblemente atraída por Cristo y sus misterios, sino también el carácter afectivo que permea las páginas de sus escritos, revela la práctica de una serena confianza en Él[11].
Había cumplido veinticinco años y era la segunda feria que precedía a la fiesta de la Purificación de tu castísima Madre, día para mí bendito; a la tarde, después de Completas, a la hora propicia del crepúsculo, cuando tú decidiste, oh Dios [...] disipar las folte tinieblas que me rodeaban[12]. [...] Por lo tanto, estando yo en aquella hora en medio del dormitorio, [...] vi ante mí a un joven resplandeciente de gracia y belleza: podía tener unos dieciséis años, y su aspecto era tal que mis ojos no habrían podido admirar nada más atractivo. Con acento de gran bondad Él me dijo estas dulces palabras: “Cito veniet salus tua: quare moerore consumeris? Numquid consiliarius non est tibi, quia innovavit te dolor? Tu salvación está próxima, ¿por qué te consumes de dolor? ¿No tienes un consejero que pueda calmar esta angustia persistente?”[13].
Mientras pronunciaba estas palabras [...] me vi en el coro, en el lugar donde solía recitar mis tibias oraciones [...] Luego lo vi tomar mi mano derecha con su noble, delicada mano, como si quisiera ratificar solemnemente sus promesas. [...] Mientras hablaba, yo miraba, y vi surgir entre Él y yo, es decir entre su diestra y mi izquierda, una cerca tan larga que, ni por delante ni por detrás, me era dado ver su final. Su superficie aparecía cubierta de espinas tan tupidas que en ningún lugar encontraba un hueco que me permitiese pasar para encontrarme con el bello joven. [...] Entonces Él me tomó de la mano y me puso a su lado; vi así en la mano que me había tomado, como prenda de fidelidad, las preciosas joyas de sus sagradas llagas (recognoverim vulnerarum illorum praeclara monilia) [...]. Desde aquel momento mi alma ha recuperado la calma y la serenidad. Así comencé a correr tras el perfume de tus ungüentos (Ct 1,3) y bien pronto he aprendido que tu yugo es dulce y tu carga ligera (jugum tuum suave et onus tuum leve reputarem), lo que antes, en cambio, me parecía duro y casi intolerable[14].
En las líneas que describen esta visión, como también de las imágenes utilizadas por Gertrudis, se pone en evidencia el vínculo indisoluble que ya la une a la persona de Cristo. Pero también, de los rasgos que frecuentemente plasman su escritura hasta hacerla inconfundible, es posible intuir que el fundamento de su espiritualidad se vincula al realismo de la Encarnación. A partir de la visión de 1281, que la ha transformado interiormente, Gertrudis se dedica a la contemplación del Cristo-Hombre con un transporte afectivo que, aun ubicándose en la prolongación de la espiritualidad trazada por Bernardo de Claraval y la escuela cisterciense, constituye una novedad con respecto a la literatura precedente[15].
Continuará
[1] El grabado se refiere al siguiente texto del Legatus Divinae Pietatis: «En una ocasión (…) la comunidad recitaba el salmo Bendice alma mía al Señor (Sal 102/103) con oraciones apropiadas a cada uno de los versículos. [Gertrudis] se unió a las demás con mayor devoción. Se le apareció el Señor lleno de encanto y belleza. A cada verso que rezaba la comunidad (…) le parecía que el Señor venía a su encuentro y con el brazo izquierdo elevado le ofrecía la dulcísima herida de su santísimo costado para que la besara. Como ella la besara repetidamente, el Señor le manifestó que aceptaba ese gesto muy complacido. Entonces ella le dice al Señor: “Al experimentar de ti, amantísimo Señor mío, con tanta ternura esta gratitud, te ruego me enseñes alguna breve oración con la que tu bondad acoja con la misma benignidad a cualquier persona que la rece devotamente”. Divinamente inspirada comprendió entonces que todo el que recite cinco veces a Dios con devota intención en honor de las cinco llagas, los tres versos: “Jesús, Salvador del mundo para quien nada hay imposible, sino el no poderte compadecer de los miserables, escúchanos”; “Oh Cristo, que por tu cruz redimiste al mundo, óyenos”; “Salve Jesús, dulce Esposo, te saludo abrazándote con el gozo de tu divinidad, con el amor de toda la creación, y te beso en la herida de tu amor”; añada: “El Señor es mi fortaleza y mi alabanza, Él se ha convertido en mi Salvación, etc (Sal 117,14; Is 12,2)”; bese con devoción esas cinco llagas sonrosadas; agregue las preces u oraciones que desee y se encomiende con ello al dulcísimo Corazón de Jesucristo, órgano de la Santísima Trinidad, el Señor se dignará aceptarlo como la oración más perfecta cuidadosamente preparada» (Legatus III,49,1).
[2] Antonio Montanari es docente de Historia de la Espiritualidad e Historia de la Hermenéutica Bíblica en la Facultad Teológica de la Italia Septentrional (Milán) y de Historia de la Espiritualidad Antigua en el Centro de Estudios de Espiritualidad de la misma Facultad, del cual es también el Director. Es autor de estudios sobre temas de espiritualidad y de exégesis patrística y medieval.
[3] Continuamos con la publicación de la traducción de las actas Congreso: “LA “DIVINA PIETAS” E LA “SUPPLETIO” DI CRISTO IN S. GERTRUDE DI HELFTA: UNA SOTERIOLOGIA DELLA MISERICORDIA. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 15-17 novembre 2016. A cura di Juan Javier Flores Arcas, O.S.B. - Bernard Sawicki, O.S.B., ROMA 2017”, Studia Anselmiana 171, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2017. Cfr. el programa del Congreso en esta misma página: http://surco.org/content/convenio-divina-pietas-suppletio-cristo-santa-gertrudis-helfta-una-soteriologia-misericordia. Traducido con permiso de Studia Anselmiana y del autor, por la Hna. Ana Laura Forastieri, ocso.
[4] Los resultados de los estudios recientes nos permiten sostener que el Legatus es efectivamente la obra de una o más hermanas desconocidas, mientras que a Gertrudis solo puede atribuírsele, como escrito de su propia mano, el segundo libro, cuya composición remonta a 1289, el noveno año después de la experiencia de gracia de enero de 1281, como ella misma recuerda: “Este libro fue escrito en diversos momentos. La primera parte fue redactada ocho años después de las primeras manifestaciones divinas; la segunda fue terminada unos veinte años más tarde. El Señor se dignó manifestar su complacencia en este trabajo” (Legatus II, Prol.). Cf. B. J. Nemes, «Text Production and Authorship: Gertrude of Helfta’s Legatus Divinae Pietatis», in E. Andersen - H. Lähnemann-A. Simon (eds.), A Companion to Mysticism and Devotion in Northern Germany in the Late Middle Ages, Brill, Leiden-Boston 2014, 103-130.
[5] Cf. Legatus V,36.
[6] Cf. B. Guenée, Histoire et culture historique dans l’Occident médiéval, Aubier-Montaigne, Paris 1980; Les prologues médiévaux: Actes du Colloque international organisé par l’Academia Belgica et l’Ecole française de Rome avec le concours de la F.I.D.E.M., Rome, 26-28 marzo 1998 (Textes et Etudes du Moyen Âge, 15), Brepols, Turnhout 2000.
[7] Legatus, Prol. Es precisamente gracias a este trámite literario que Cristo mismo resulta ser la auctoritas última de la obra.
[8] Legatus, Prol.
[9] Lo han hecho Cipriano Vagaggini, Jean Leclercq, Pierre Doyère y Charles-André Bernard. A este propósito, Cipriano Vagaggini notaba que aún una lectura rápida y superficial de los escritos de Gertrudis es suficiente para convencernos que la visión litúrgica del mundo da unidad a toda su existencia, pero constituye también el polo en torno al cual se organiza interiormente su búsqueda de Dios.
[10] Cf. Legatus II,1. A este respecto puede verse O. Quenardel, «Gértrude, “vedette”»,112.
[11] I. Biffi, Tutta la dolcezza della terra. Cristo e i monaci medievali. Bernardo di Clairvaux, Aelredo di Rievaulx, Gertrude di Helfta e Giovanni di Ford, Jaca Book, Milano 2004, 103-135: 112; P. Doyère, «Introduction», 47.
[12] Cf. Agustín, Confesiones 9,1.
[13] El texto de Is 45,8 aquí retomado, deriva en realidad del responsorio para el segundo domingo de Adviento, para confirmación de la inspiración litúrgica también de esta.
[14] Legatus II,1.
[15] Está bastante difundida la costumbre de subrayar la importancia de la devoción a la humanidad de Cristo a partir de la “mística franciscana”. En realidad, ya antes de Francisco la tradición cisterciense, a partir de san Bernardo, se había detenido a contemplar la vida de Jesús, haciendo de su Pasión el centro de la nueva espiritualidad. El rol que se puede reconocer al movimiento franciscano es el de haber divulgado, haciéndolo popular, este rasgo característico de la espiritualidad bernardiana, pero insistiendo sobre todo en el aspecto afectivo y devocional, como para poder responder a las nuevas exigencias psicológicas y a las posibilidades intelectuales del pueblo al cual se dirigía. Se puede encontrar una confirmación de esta prioridad de la tradición cisterciense en la devoción a la humanidad de Cristo, en el Sermón 20 Super Cantica de san Bernardo, en el cual se lee: “Hay un amor del corazón en cierto modo carnal, que dirige el corazón del hombre sobre todo a la humanidad de Cristo y a lo que Él ha hecho y mandado. El corazón humano, cuando está lleno de este amor, fácilmente se conmueve con un discurso de este género. Nada escucha con más agrado, nada lee con más empeño, nada recuerda más frecuentemente, nada medita más dulcemente” (Super Cantica 20,6). Esta intuición tiene un valor pedagógico irrenunciable, del cual el Abad de Claraval está bien convencido: “Esta es la causa principal por la que el Dios invisible ha querido mostrarse en la carne y vivir como hombre entre los hombres. De este modo, en efecto, Él quería atraer al saludable amor de su carne, todos los afectos de los hombres carnales, que no podían amar si no de un modo humano” (Super Cantica 20,8).