“Entrada en la gloria” [1], grabado publicado en el libro “Vida de Santa Gertrudis Virgen”, autor anónimo, Apostolado de la Prensa, Madrid, 1913.
Antonio Montanari[2]
Otra expresión de la devoción a la humanidad de Cristo cultivada por Gertrudis se percibe[3] en la metáfora de la herida de amor, conocida por la teología mística con el nombre de transverberación. En el segundo libro del Legatus la santa misma relata haber vivido personalmente esta experiencia. El episodio se ubica siete años después del evento de 1281, que había cambiado su vida. Gertrudis recuerda que antes del inicio del Adviento había pedido con insistencia a una hermana que rezara por ella cada día ante la imagen del Crucifijo, a fin de que el Señor traspasara el corazón de aquella con la potencia de su amor[4]. Finalmente, en el tercer domingo de Adviento, mientras Gertrudis misma imploraba esta gracia, vio salir de la herida abierta del costado de Crucificado un dardo agudísimo, semejante a un rayo de sol:
El año séptimo después de mi conversión, cerca del Adviento, una persona, cediendo a mis ruegos, dirigía cada día al Crucifijo esta breve oración: “Oh amantísimo Señor, por tu corazón traspasado, te ruego que traspases su corazón con los dardos de tu amor (per tuum transvulneratum cor, transfige amantissime Domine, cor meum iaculis amoris tui), a fin de que, no pudiendo contener ya más nada terreno, sea totalmente penetrado por la sola virtud de tu divinidad”. Esta oración era una especie de desafío a tu amor. Poco tiempo después, precisamente el tercer domingo de Adviento en el que se canta la antífona “Gaudete in Domino, Alegraos en el Señor”, mientras me acercaba al altar para recibir la santa Comunión, sentí mi alma envuelta en un vehemente deseo que me hizo prorrumpir en estas palabras: “[...] Te suplico, Señor, que traspases mi alma con el dardo del amor”. Comprendí entonces por la infusión de una gracia interior y por un signo externo aparecido en el Crucifijo que mi oración había sido atendida. Una vez recibido el santísimo Sacramento y vuelta a mi lugar, me di cuenta de que de la imagen del Crucificado pintada en un lugar sagrado, salía como un rayo de sol que en su extremo tenía la forma de una flecha (videbatur mihi quasi de dextro latere Crucifixi, scilicet de vulnere lateris, prodire tamquam radius solis, in modo sagittae acutus). Aquel rayo que salía del lado derecho del Salvador, se contraía, y luego se lanzó como una flecha, deteniéndose por un instante, como para atraer dulcemente hacia sí todo mi afecto[5].
El deseo de la santa, con todo, se vio plenamente satisfecho solo el miércoles siguiente, cuando, apareciéndosele Cristo, le imprimió una herida en el corazón:
El miércoles siguiente, día en que se conmemoraba tu adorable Encarnación y Anunciación [...], de repente tú te presentaste ante mí y abriste una herida en mi corazón (infigens vulnus cordi meo) con estas palabras: “Que se concentre en mí todas las afecciones de tu corazón: complacencia, esperanza, gozo, dolor, temor; que todos tus afectos se concentren y estabilicen aquí, en mi amor (caeterarumque affectionum tuarum stabiliantur in amore meo)”[6].
Releyendo esta página, Kurt Ruh precisa que el objeto sobre el cual se concentra la atención de Gertrudis no es tanto el corazón divino, cuanto la herida del costado del Crucificado. Es de allí, de hecho, que sale el dardo destinado a traspasarle el corazón[7]. Comparto esta aclaración, porque efectivamente, la “herida del costado” y el “corazón” de Jesús no corresponden a la misma realidad y, por lo tanto, no son dos imágenes intercambiables. En consecuencia, los textos gertrudianos no deben ser interpretados en la línea de la más tardía devoción al Corazón de Jesús, como frecuentemente se ha hecho. Las metáforas del dardo y de la herida de amor remiten en efecto a una experiencia mística conocida por la tradición, que la santa bien conoce, como se ve por otra página del Legatus, en la que ella misma relata una segunda transverberación, que tuvo lugar no mucho tiempo antes de su muerte.
En aquella ocasión, un predicador había comparado el amor con un dardo de oro, con el cual, quien golpea un objeto adquiere un cierto derecho de propiedad sobre él. “El amor -decía- es como dardo de oro y el hombre es dueño, en cierto modo, de todo lo que traspasa con él; por eso es necio quien entrega su amor a cosas terrenas y descuida las celestiales”[8]. Gertrudis, enfocándose en aquellas palabras, se había vuelto al Señor: “Si yo tuviera este dardo, no dudaría en atravesarte con él, único amor de mi alma, para retenerte siempre conmigo”[9]. Apenas dicho esto, vio al Señor frente a ella con un dardo de oro en la mano, que le respondía: “Tú te propones herirme, si tuvieras un dardo de oro; pues yo que lo tengo, quiero traspasarte de tal manera que nunca jamás vuelvas a tu estado anterior” [10].
El tema de la herida de amor es frecuente en la literatura mística. Aparece por primera vez en Orígenes, el cual crea este “topos” fundiendo juntos el versículo de Ct 2,5, en el cual la esposa herida gime: “susténtame con perfumes, sostenme con mieles, que estoy herida de amor (quia vulnerata sum a dilectione)”, y la imagen de la “flecha elegida”, que encuentra en Is 49,2, según la versión de los Setenta: “Me puso como flecha elegida, me escondió en su aljaba”[11]. Tocada por la belleza divina y herida por su Palabra, mientras el esposo está ausente, el alma arde en deseo de Él y no encuentra saciedad. De modo imperceptible, sin embargo, precisamente a través del canal del deseo, Él abre un camino y excava para sí una morada en el corazón de la esposa. Desde entonces, ella no puede más que atender y desear la unión con el Esposo, y el deseo crece continuamente alimentado con la memoria de aquel encuentro.
Desde ese contexto se comprende el valor simbólico que las imágenes del dardo y de la herida asumen en las páginas del Legatus, en el cual incluso la muerte de Gertrudis está trasfigurada por el lenguaje y las metáforas nupciales. La narración continúa con la pregunta que la santa dirige al Señor, para pedirle si la extrema debilidad que experimenta podría quitarla de esta vida:
El Señor le dio la siguiente respuesta: “Si una muchacha observa que los mensajeros del esposo vienen con frecuencia y negocian lo que se refiere a las nupcias, parece coherente que también ella misma se prepare en lo que le concierne respecto a los desposorios. De la misma manera conviene que tú bajo los golpes del mal, no descuides nada de aquello con lo que deseas prepararte antes de la muerte”. Ella: “¿Cómo podré conocer de antemano aquella deseable hora de tu venida en la que me sacarás de la cárcel de este cuerpo?” El Señor le respondió: “Haré que dos ángeles de los príncipes de la corte celestial canten a tus oídos con trompetas de oro, de dulce sonido: Ecce Sponsus venit, exite obviam ei, Mirad que viene el esposo, salid a su encuentro (Mt 25,6)”. Gertrudis, insistiendo, le preguntó: “¿Cuál será entonces, Señor, mi carroza para ser conducida por ese camino real para presentarme a ti, mi único dulcísimo?” Él le respondió: “Será el dardo potente de mi divino deseo que desde lo más hondo de mi amor lo dirigiré a ti para atraerte a mí”[12].
2.3. El lenguaje esponsal en el Legatus
Como ya hemos señalado, en el Legatus divinae pietatis las metáforas nupciales son omnipresentes y remodelan, bajo la mano femenina de Gertrudis, los rasgos de la devoción a la humanidad de Cristo. Esta mística esponsal, que la santa elabora gradualmente en el tiempo, parece tener origen en una experiencia narrada en una página del segundo libro, en el cual de nuevo se entrecruzan palabras e imágenes. En esa ocasión Jesús se dirigía a Gertrudis parar confirmarle que ella era “su fidelísima esposa, predilecta entre todas”. Y al decirle esto, le mostraba una espléndida joya de tres hojas que adornaba su pecho:
Yo llevaré siempre esta joya en honor de mi esposa. A través de sus tres pétalos se manifestará claramente lo siguiente ante la corte celestial: Por el primero se reconocerá con todo esplendor que es mi íntima (Ct 2,10. 13), pues no hay nadie en la tierra que por su buena voluntad e intención recta, esté más unido a mí como ella. En el segundo aparecerá con toda nitidez no haber alma alguna a la que me incline con tanta fruición como a ella. En el tercero se mostrará que no hay nadie en la tierra tan fiel como ella, pues ordena con gran afecto todos los dones que le he concedido, a mi gloria y alabanza”[13].
Otro breve episodio, por sí banal, pero que me parece útil evocare porque está narrado también en clave esponsal, se encuentra en el capítulo 11, donde se lee:
En una ocasión [Gertrudis] sentía fuerte dolor de cabeza e intentaba aliviarlo manteniendo en la boca ciertas sustancias aromáticas. El bondadoso Señor se inclinó hacia ella dulce y tiernamente, como si se recreara con el aroma de aquellos perfumes. Se levantó luego de unos momentos de suave aspiración y con rostro radiante de satisfacción por la gloria recibida en aquel acto, dijo en presencia de todos los santos: “Acabo de recibir un don estupendo de mi esposa”[14].
No sorprende, por lo tanto, que en las páginas del Legatus, como pasaba en otros textos contemporáneos de escritura femenina, Gertrudis se encuentre frecuentemente envuelta en una relación amorosa de tipo confidencial con Cristo. Esto se ve por ejemplo en la página en la cual la santa, confiando al lector el relato de una experiencia mística, se vuelve hacia Jesús dirigiéndole un ardiente parangón con Raquel y Lía:
De este modo te mostrabas en todo momento celoso de mi salvación, para que pudiera dedicar tiempo a gozar de los tiernos abrazos de Raquel sin verme privada de la dichosa fecundidad de Lía (Rachelis amplixibus jucundis valeam gaudere, nec tamen Liae gloriosa foecunditate carere)[15].
Gracias a la evocación de las imágenes bíblicas que plasman los escritos de Gertrudis, la autoridad de la Palabra de Dios permite a la santa superar el obstáculo ligado al hecho de ser mujer, y por lo tanto inhabilitada para hablar de teología. Es Jesús mismo, de hecho, que no sólo declara la bondad de su obra, sino también la defiende de quienes se sentirían llevados a despreciarla. Una primera advertencia a este respecto se encuentra en el libro I:
Deliberando sorprendida en otra ocasión, por qué el Señor le inspiraba durante tanto tiempo en su interior que comunicara sus escritos, sabiendo que algunas personas de espíritu estrecho los iban a calumniar y denigrar, más que edificarse por ellos, la instruyó el Señor con estas palabras: “Yo he derramado mi gracia en ti de tal manera, que exijo de ella frutos abundantes. Quiero que los que han recibido dones semejantes y los tienen en poca estima por negligencia, al leer tu libro reconozcan sus propios dones y aumenten su gratitud; así crecerá en ellos mi gracia. Si algunos con corazón perverso quieren denigrarlos, haré recaer sobre ellos su pecado”[16].
Y otro en el libro V, relatado esta vez con una pequeña anécdota, que de nuevo da lugar a una revelación divina:
Cuando en otra ocasión, la hermana que hizo la recopilación de este libro se preparaba para comulgar, lo llevaba oculto en las mangas bajo su hábito para ofrecerlo al Señor como eterna alabanza, sin que nadie lo supiera. Al hacer la genuflexión según la costumbre, se inclinó profundamente para recibir el cuerpo del Señor. Otra hermana observó que el Señor, como impelido por la fuerza irresistible de su desbordante amor (quasi ex incontinentia profusivi amoris), se dirigió con inmensa alegría a su encuentro, y abrazándola con ternura, le decía: “Yo penetraré con la dulzura de mi amor divino y haré fecundas todas las palabras de este libro que se me ha ofrecido, porque verdaderamente ha sido escrito bajo el impulso de mi Espíritu” (Ego dulcedine divini amoris mei penetrabo et penetrando fecundabo omnia verba libri hujus mihi modo oblati immo veraciter impulsu spiritus mei). Todo el que venga a mí con corazón humilde y desee leerlo por amor de mi amor (et quicumque humiliato corde ad me veniens, amore amoris mei in eo legere voluerit), lo acogeré en mi regazo y le señalaré como con mi propio dedo las cosas que sean de su provecho. Además me inclinaré hacia él con tanta benignidad, que, así como el que ha tomado manjares perfumados envuelve con su perfume a los que se acercan a él, de igual modo con el soplo de mi divinidad realizaré en su alma un efecto saludable. Pero al que impulsado por una vana curiosidad viniera por detrás de mí y como inclinándose por encima de mi hombro quisiera curiosear el texto de este libro para falsearlo (qui vero curiosa instigatur elatione, a tergo mihi adveniens, quasi dorso meo incubuerit ad introspiciendum, et invertendo perscrutando hujus libri mei textum), no soportaré su peso ni su presencia y lo arrojaré confundido con mi divino poder[17].
3. ANÉCDOTAS PARA CAPTAR AL LECTOR
De acuerdo a lo prometido al inicio, he querido ofrecer en estas páginas algunas claves de lectura que permitieran gustar la riqueza y la belleza contenidas en el Legatus divinae pietatis de Gertrudis de Helfta. La intención era también de desmontar el acercamiento superficial que tiende a vaciar estos escritos relegándolos al género de la “mística femenina” o de las “anécdotas devotas”, considerándolos por lo tanto simples relatos de los cuales cuanto más se puede extraer detalles curiosos. Ciertamente las páginas de la literatura espiritual producida en Helfta son ricas de anécdotas, pero que deben entenderse en el sentido etimológico del término. “Anékdotos”, en griego, deriva del verbo ekdidomi, publicar, del cual an-ekdotos, no publicado, y por lo tanto ignoto, desconocido. En este sentido, la anécdota es siempre un relato capaz de sorprender, de captar la atención, y, precisamente por esto, de inducir al lector a seguir la narración hasta ser él mismo capturado e íntimamente transformado[18]. Se comprende así el motivo por el cual las mujeres del Medioevo, excluidas de la teología, se habían apropiado del género literario de la anécdota: instrumento humilde pero no banal, capaz di sintetizar en el espacio de una broma o de una imanen, una compleja argumentación teórica. Leídos de modo no banal, teniendo en cuenta el lenguaje simbólico tomado de la Escritura y el rasgo afectivo que connota las modalidades expresivas, las anécdotas contenidas en esta obra, gracias a su fuerza evocativa, no solo permiten al lector intuir la riqueza de una experiencia de otro modo destinada al silencio, sino que lo conmueven en primera persona, para conducirlo de la mano a una experiencia análoga.
[1] El dibujo representa la visión que tuvo Gertrudis sobre de la muerte de la Abadesa Gertrudis de Hackeborn, conforme al siguiente texto: “Al entonar el responsorio El reino del mundo, después del entierro [de la Abadesa Gertrudis], apareció tanta gloria y exultación en el cielo como si en una casa cada una de las piedras, tanto de las pareces como del suelo, se movieran con especial exultación. Mientras tanto apareció un coro de hermosísimas vírgenes a las que precedía aquella por la que se habían celebrado las exequias como una reina de ellas. Llevaba en una mano con delicadísimo movimiento un lirio que pendía con variedad de frondosas flores; con la otra mano guiaba a las vírgenes que la seguían tras de sí, eran las hermanas que últimamente habían fallecido en la comunidad, y se le había encomendado. Detrás de ellas seguían también las demás vírgenes del cielo” (Legatus V I,32).
El libro, de hecho, confunde ambas Gertrudis, pensando que se trata de una sola, y por lo tanto atribuye erróneamente a santa Gertrudis el cargo abacial y aplica este texto refiriéndolo a la muerte de la santa. Este fue un error muy común hasta bien entrado el siglo XX. Por el contrario, santa Gertrudis tuvo una visión anticipatoria de su propia muerte, de acuerdo al siguiente texto: «Mientras reposaba ella dulcemente en el brazo izquierdo sobre el amantísimo Corazón de Dios, al mirar ese mismo Corazón deífico en el que se ocultan todos los bienes, vio que se le abría totalmente a modo de jardín paradisíaco con todos los atractivos y deleites espirituales. En él florecían todos los anhelos de la santísima humanidad de Cristo como frondosísimo césped y todos los pensamientos de su Corazón santísimo exhalaban perfumes como de rosas, lirios, violetas, y todas las demás variedades de hermosísimas flores. Además, cada una de las virtudes de nuestro Señor Jesucristo se dilataba con vigorosa belleza como vid frondosa, como las viñas de Engadí, cuyos racimos son dulcísimos. Sin duda, estos árboles de virtudes divinas y estas viñas de dulces palabras extendían sus ramos y sarmientos en todas las direcciones en torno al alma y la alzaban con inefable fruición. El Señor parecía también alimentar tiernamente al alma con cada uno de los frutos de distintos árboles, es decir, de sus virtudes y le daba a beber de la dulzura de los racimos. Además parecían brotar del centro el Corazón divino como tres arroyuelos cristalinos que jubilosos juntaban las aguas en su curso de forma maravillosa. El Señor le dijo: “Beberás de estos arroyuelos a la hora de tu muerte con tal avidez que tu alma se vigorizará con esa agua saludablemente, alcanzarás una perfección tan completa que ya no podrás permanecer en la carne. Mientras esto llega, gózate contemplando los arroyuelos para eterno crecimiento de tus méritos”» (Legatus V 30,1).
[2] Antonio Montanari es docente de Historia de la Espiritualidad e Historia de la Hermenéutica Bíblica en la Facultad Teológica de la Italia Septentrional (Milán) y de Historia de la Espiritualidad Antigua en el Centro de Estudios de Espiritualidad de la misma Facultad, del cual es también el Director. Es autor de estudios sobre temas de espiritualidad y de exégesis patrística y medieval.
[3] Continuamos con la publicación de la traducción de las actas Congreso: “LA “DIVINA PIETAS” E LA “SUPPLETIO” DI CRISTO IN S. GERTRUDE DI HELFTA: UNA SOTERIOLOGIA DELLA MISERICORDIA. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 15-17 novembre 2016. A cura di Juan Javier Flores Arcas, O.S.B. - Bernard Sawicki, O.S.B., ROMA 2017”, Studia Anselmiana 171, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2017. Cfr. el programa del Congreso en esta misma página: http://surco.org/content/convenio-divina-pietas-suppletio-cristo-santa-gertrudis-helfta-una-soteriologia-misericordia. Traducido con permiso de Studia Anselmiana y del autor, por la Hna. Ana Laura Forastieri, ocso.
[4] Legatus II,5.
[5] Ibid.
[6] Ibid.
[7] Cf. K. Ruh, Storia della mistica occidentale, vol. 2: Mistica femminile e mistica francescana delle origini, Vita e Pensiero, Milán, 2002, 332.
[8] Legatus V,25.
[9] Ibid.
[10] Ibid.; cf. C. Vagaggini, Il senso teologico della liturgia, 734.
[11] También este tema ha llegado probablemente a Gertrudis a través de los innumerables canales de la tradición, porque era la versión griega del versículo de Ct 2,5, que había permitido el desarrollo del tema mismo, mientras la Vulgata se había alejado de éste, traduciendo: “amore langueo”, es decir, “estoy enferma de amor”. Bernardo mismo, retomando la versión de la Vulgata, no desarrolla el tema de la herida de amor en el sermón en el cual comenta Ct 2,5, sino en el sermón 29,8, refiriéndolo a María: “Es una flecha la palabra de Dios viva y eficaz y más penetrante que espada de doble filo […]. Pero también es una flecha elegida el amor de Cristo; esta flecha no sólo clavó el alma de María sino que la atravesó, para no dejar en su pecho virginal ni una sola partícula vacía de amor, y pudiese amar con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas, y fuese llena de gracia. O tal vez la atravesó a ella para que llegase hasta nosotros y todos recibiéramos de su plenitud”. Sobre el tema de la herida de amor se pueden ver los estudios de A. Cabassut, “Blessure d’amour”, in Dictionnaire de Spiritualité, t. 1, Beauchesne, Paris, 1937, 1724-1729; H. Crouzel, «Origines patristiques d’un thème mystique: le trait et la blessure d’amour chez Origène», in Kyriakon. Festschrift J. Quasten, t. 1, Patrick Granfield, Münster i. W. 1970, 309-319.
[12] Legatus V,24.
[13] Legatus I,3.
[14] Legatus I,11.
[15] Legatus II,10.
[16] Legatus I,15.
[17] Legatus V,34.
[18] Cf. A. Tagliapietra, Alfabeto delle proprietà, Moretti e Vitali, Segrate 2016, 11-12.