Jesús enseña a santa Gertrudis a orar y saludar a la Virgen María [1], fanal del altar de santa Gertrudis de la Iglesia del Real Monasterio de San Clemente de Sevilla, España.
Fotografía: Francisco Rafael de Pascual, OCSO. Copyright: Cistercium.
Mauro Papalini[2]
Extracto: En esta ponencia[3] el autor se propone demostrar que la influencia de santa Gertrudis ha interesado de manera evidente a las místicas franciscanas. El trabajo se divide en tres partes: en la primera, dedicada a santa Gertrudis y san Francisco, se ponen de relieve algunos aspectos comunes, pero vividos de modo diverso por estos dos santos. En la segunda se examinan los franciscanos contemporáneos de la santa, para subrayar las diferencias entre ambos ambientes, aunque no faltan ciertas influencias recíprocas. Finalmente, se presentan tres figuras a título de ejemplo, para mostrar la gran influencia ejercida por santa Gertrudis incluso entre los franciscanos: la beata María Ángela Astorch, santa Verónica Giuliani y la venerable Clara Isabel Ghersi, aunque se podrían agregar muchas otras figuras, ya que santa Gertrudis fue un pilar fundamental en la vida espiritual de los siglos pasados.
1. Santa Gertrudis y san Francisco
En los escritos de santa Gertrudis la presencia de influencias franciscanas es muy escasa, por diversas razones: no parece que hubiera directores espirituales franciscanos en la comunidad de Helfta, ni que hubiera habido contactos significativos con personajes de los Hermanos Menores en los tiempos en que vivió santa Gertrudis (1256 - 17 de noviembre de 1301 o 1302; en 1261 ingresó la pequeña Gertrudis al monasterio de Helfta), si bien estos estaban muy difundidos en Alemania en la segunda mitad del siglo XIII.
A nivel puramente hipotético se podría pensar que el monasterio de Helfta habría conocido directa o indirectamente a los dos predicadores franciscanos alemanes más célebres de la segunda mitad del siglo XIII: David de Augsburgo y Bertoldo de Ratisbona. El primero fue autor de una obra muy famosa: De exterioris et interioris hominis compositione secundum triplicem statum incipientium, proficientium et perfectorum libri tres (Sobre la composición exterior e interior de los hombres, según el triple estado de los principiantes, avanzados y perfectos, en tres libros)[4], el primer manual franciscano de teología espiritual y mística, que se difundió de tal manera, que hoy nos llegan casi 400 manuscritos; no es por lo tanto improbable que en una comunidad como la de Helfta, tan viva y a la vanguardia en la formación cultural y espiritual, esta obra fuera conocida[5].
No parece que santa Gertrudis hubiera conocido los escritos de san Francisco, si bien se puede encontrar alguna semejanza entre los dos grandes santos, pero debida más a la acción de la gracia de Dios, que a un conocimiento real de los textos franciscanos por parte de Gertrudis.
No cabe duda de que Gertrudis conoció a san Francisco: aunque en la segunda mitad del siglo XIII este ya era famoso, en Alemania su figura obtuvo un gran éxito debido a que uno de sus biógrafos y autor del oficio rítmico de san Francisco fue precisamente el alemán Julianus von Speier, conocido como Juliano de Spira[6].
Como surge en forma evidente del libro IV del Legatus divinae pietatis, en la comunidad de Helfta se celebraba la fiesta de san Francisco, entrada ya en el calendario de la Iglesia universal. En el capítulo 50 de este libro aparece la única mención explícita al santo por parte de Gertrudis, quien quería recabar de Jesucristo algo sobre los méritos de las santas mártires Inés y Catalina; luego prosigue:
Quod dum obtinuisset, […] desideravit etiam recognoscere aliqua de meritis sanctorum Patrum, Dominici videlicet et Francisci, qui duces extiterant Ordinum, quorum studiis Ecclesia Dei reflorere coepit. Jam dicti venerabiles Patres in praefulgenti gloria, consimiles in meritis glorioso Patri Benedicto, in amoenitate florentium rosarum ac rutilantis sceptri venustate; pro studiis etiam doctrinae qua praedicationibus insistebant ad laudem Dei pro lucro animarum, apparebat in eis similitudo meritorum beatissimorum Patrum, scilicet Augustini et Bernardi, secundum quod in hac vita similitudine virtutum studuerant exerceri. In hoc tamen discernebantur, quod beati Patris Francisci merita rutilabant perornata praecipue eximia humilitate, gloriosi vero Patris Dominici merita permaxime splendebant ferventibus desideriis sublimata[7].
Cuando lo hubo obtenido […] quiso también conocer algo de los méritos de los santos Padres Domingo y Francisco, que fueron líderes de las Órdenes con cuyos esfuerzos la Iglesia de Dios comenzó de nuevo a florecer. Entonces [vio a] los ya mencionados venerables Padres con gloria refulgente, semejantes en méritos al glorioso Padre Benito, con el encanto de las rosas en flor y el brillo de un cetro glorioso. Por el celo de doctrina con la que se entregaron a la predicación por la gloria de Dios y para ganar almas, aparecían semejantes en méritos a los santísimos Padres Agustín y Bernardo, que en esta vida se esforzaron en ejercitar virtudes similares. Sin embargo se diferenciaban en esto: que los méritos del santo padre Francisco brillaban principalmente adornados por una eximia humildad, y los del glorioso Padre santo Domingo resplandecían sobremanera por la elevación de sus ardientes deseos.
Resulta evidente el acercamiento que Gertrudis hace entre san Agustín y santo Domingo, ya que el santo español que fue canónigo regular de san Agustín en la catedral de Osma, y cuando fundó la Orden de los Predicadores hizo profesar la regla agustiniana. Más interesante es la similitud que la santa traza entre san Bernardo de Claraval y san Francisco: se subraya la humildad común, como lo había ha hecho ya la beguina Matilde de Magdeburgo, devenida después hermana de la santa, cuando entró ya anciana en el monasterio de Helfta: en su libro Das Fliessende buch der gotheid, traducido al latín con el título de Lux divinitatis, en el segundo libro, capítulo 12, se lee:
Et dixit mihi Dominus: Franciscum quoque dilectum famulum, humilitatis et paupertatis speculum, crucis praeferentem stigmata, direxi in mundum ad clericorum avaritiam confutandam et laicorum superbiam deprimendam[8].
Y me dijo el Señor: Francisco, también amado servidor, espejo de humildad y pobreza, prefiriendo los estigmas de la cruz, se dirigió a los clérigos en pureza para refutar la avaricia y a los laicos para reprimir la soberbia.
Pero los puntos de contacto entre los dos santos van más allá; en particular, el amor a la humanidad de Jesús niño y crucificado y a su pasión, son constantes entre ambos: es célebre el episodio del pesebre de Greccio, en el cual san Francisco adoró al Niño Jesús en un establo, dando lugar al primer pesebre de la historia[9]. Además compiló el Oficio de la Pasión[10], la meditaba frecuentemente, y sobre todo comenzó su vida religiosa ante el Crucifijo de san Damián, el cual lo invitaba a reparar su iglesia que estaba en ruinas. Naturalmente, él entendió que debería restaurar la iglesita de san Damián (donde después iría a vivir santa Clara con sus hermanas pobres), pero el crucificado se refería más bien a la Iglesia en general, cosa que san Francisco comprendió más tarde[11].
Luego, el hecho de que Gertrudis ponga juntos a los dos santos fundadores de las órdenes mendicantes es algo que ocurre desde el primer momento: se han considerado siempre órdenes hermanas. Todavía hoy los franciscanos llaman “santo padre” a Domingo y los predicadores llaman “santo padre” a Francisco, por no hablar de Dante, que en los cantos XI y XII del Paraíso no solo los reúne, sino que hace tejer las alabanzas de san Francisco por el más ilustre dominico, santo Tomás de Aquino, y las de santo Domingo, por el más ilustre franciscano, san Buenaventura de Bagnoregio.
Tal vez el hecho que más une a san Francisco y santa Gertrudis es la impresión de los estigmas, aunque de modo diverso. San Francisco fue el primer estigmatizado del que se tiene noticia en la historia de la Iglesia; este hecho está atestiguado desde su primera biografía, escrita por Tomás de Celano en 1230. En el capítulo 3 del II opúsculo, éste describe detalladamente cómo fueron impresos los estigmas en el cuerpo del santo:
En 1224, dos años antes de su tránsito, san Francisco había ido al monte de la Verna para pasar cuarenta días de retiro en preparación de la fiesta de la Exaltación de la santa Cruz. Escribe Tomás:
“Vidit in visione Dei virum unum, quasi Seraphim sex alas habentem, stantem supra se, manibus extensis ac pedibus coniunctis, cruci affixum. Duae alae supra caput elevabantur, duae ad volandum extendebantur, duae denique totum velabant corpus […]. Cogitabat sollicitus, quid posset haec visio designare, et ad capiendum ex ea intelligentiae sensum anxiabatur plurimum spiritus eius. Cumque liquido ex ea intellectu aliquid non perciperet et multum eius cordi visionis huius novitas insideret, coeperunt in manibus eius et pedibus apparere signa clavorum, quemadmodum paulo ante virum supra se viderat crucifixum. Manus et pedes eius in ipso medio clavis confixae videbantur, clavorum capitibus in interiore parte manuum et superiore pedum apparentibus, et eorum acuminibus exsistentibus ex adverso. Erant enim signa illa rotunda interius in manibus, exterius autem oblonga, et caruncula quaedam apparebat quasi summitas clavorum retorta et repercussa, quae carnem reliquam excedebat. Sic et in pedibus impressa erant signa clavorum et a carne reliqua elevata. Dextrum quoque latus quasi lancea transfixum, cicatrice obducta, erat, quod saepe sanguinem emittebat, ita ut tunica eius cum femoralibus multoties respergeretur sanguine sacro[12].
Vio en visión a un varón de Dios como un Serafín con seis alas, estando de pie sobre él, con las manos extendidas y los pies juntos, clavado en cruz. Dos alas se elevaban sobre la cabeza, dos se extendían como para volar, dos finalmente le cubrían todo el cuerpo […]. Reflexionaba solícito que podía significar aquella visión y su espíritu ansiaba intensamente el sentido de inteligencia para comprenderla. Y cuando su intelecto no acababa de penetrar manifiestamente el sentido, y apenas se había repuesto de la novedad de la visión, comenzaron a percibirse y aparecer en sus manos y pies los signos de los clavos, un poco como el varón crucificado que viera ante sí. Sus manos y sus pies parecían atravesados en el medio por los clavos, con la cabeza de los clavos que se dejaba ver en la parte interior de las manos y superior de los pies, y sus puntas en la parte opuesta. Las señales de las palmas de las manos eran redondas y por encima puntiagudas, de modo que se advertían algo más carnosas, como si las puntas salientes de los clavos hubieran sido retorcidas y machacadas sobresaliendo del resto de la carne. Así también en los pies estaban impresas las señales de los clavos y más prominentes que lo restante. Y el lado derecho, como perforado por la lanza, por cuya cicatriz abierta, frecuentemente manaba sangre tan abundante, que su túnica, así como su ropa interior, muchas veces se teñían con la sangre sagrada.
No se puede dejar de pensar en san Bernardo y sus meditaciones sobre la pasión de Jesús, con qué sentimientos y transportes lograba comunicar el ardiente amor al crucificado: la impresión de los estigmas en el cuerpo de san Francisco parece el ápice de este amor al Christus patiens o Christuus dolens (Cristo sufriente o doliente), que de estos dos santos en adelante marcará de manera decisiva la vida espiritual de los fieles por varios siglos.
Continuará
[1] La talla de Santa Gertrudis, de madera policromada, vestida con cogulla blanca cisterciense y con los atributos de báculo, diadema, corazón y pluma, en piezas desmontables, es la figura principal del altar de santa Gertrudis la Magna de la Iglesia del Real Monasterio de San Clemente de Sevilla. Este constituye uno de los grupos escultóricos más originales y llamativos de la iconografía gertrudiana. Se trata de una obra artística de estilo rococó, única en el mundo por su avanzada realización y originalidad. Debajo de la imagen, en el retablo, se ubican varios fanales o cajones desmontables de 83 x 73 x 45 cm, profusamente decorados, que representan en miniatura distintos episodios de la vida de Gertrudis, reproduciendo al detalle las características que surgen de los respectivos textos del Legatus. Los fanales están realizados en madera, pan de oro, barro, pintura al óleo, tela, papel y pegamento, conforme a la técnica de dorado estofado y policromado. El altar se desmonta para la novena de santa Gertrudis y se va rearmando día por día, para estímulo de la devoción. El cuarto fanal, que aquí reproducimos, representa la visión por la que Jesús enseña a santa Gertrudis cómo orar y saludar a la Madre de Dios, según el siguiente relato: «Mientras se recogía a la hora de la oración y se preguntaba qué sería lo más agradable al Señor en esos momentos, le respondió el Señor: “Ponte junto a mi Madre que está sentada a mi lado y alábala fervorosamente”. Saluda ella devotamente a la Reina del cielo con estas palabras: “Paraíso de delicias, etc.”, y la alababa por haber sido dichosísimo tabernáculo en el que la inescrutable sabiduría de Dios, que mora en el gozo de las alegrías del Padre y conoce a todas las criaturas, la escogió para morar en ella. Ruega [a la Reina del cielo] le consiga un corazón tan atractivo por la variedad de las virtudes, que Dios encuentre también sus delicias en morar en él. Entonces le pareció contemplar a la Santísima Virgen que se inclinaba hacia ella para plantar en el corazón de esta orante variados ramos de flores de virtudes, a saber: la rosa de la caridad, la azucena de la castidad, la violeta de la humildad, el girasol de la obediencia y otras parecidas. Con ello quiso darle a entender cuan dispuesta está a escuchar las suplicas de quienes la invocan […]. Interrumpido este diálogo un momento, dice [Gertrudis] al Señor: “Hermano mío, te hiciste hombre para remediar todas las flaquezas humanas, dígnate ahora suplir en mí lo que encuentres defectuoso en las alabanzas a tu santísima Madre”. A estas palabras se levanta con gran reverencia el Hijo de Dios, se pone ante su Madre, dobla las rodillas y la saluda con respeto y amor, con una inclinación de cabeza, homenaje que con razón debió serle muy grato, ya que suplía tan copiosamente su imperfección por medio de su Hijo amantísimo» (Legatus III 19,1-2).
[2] Mauro Papalini es graduado en lengua y literatura extranjeras, especialista en filología románica y en historia de las Clarisas, Terciarias franciscanas, Agustinas y de otras Órdenes. Estudioso de la mística y de los aspectos económico-jurídicos de las comunidades religiosas femeninas, ha publicado numerosos estudios en revistas especializadas. Está trabajando en la publicación de textos relacionados con algunas clarisas y varios monasterios.
[3] Continuamos con la publicación de la traducción de las actas Congreso: “LA “DIVINA PIETAS” E LA “SUPPLETIO” DI CRISTO IN S. GERTRUDIS DI HELFTA: UNA SOTERIOLOGIA DELLA MISERICORDIA. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 15-17 novembre 2016. A cura di Juan Javier Flores Arcas, O.S.B. - Bernard Sawicki, O.S.B., ROMA 2017”, Studia Anselmiana 171, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2017. Cfr. el programa del Congreso en esta misma página: http://surco.org/content/convenio-divina-pietas-suppletio-cristo-santa-gertrudis-helfta-una-soteriologia-misericordia. Traducido con permiso de Studia Anselmiana y del autor, por la Hna. Ana Laura Forastieri, ocso.
[4] Frater David ab Augusta OFM, De exterioris et interioris hominis compositione secundum triplicem statum incipientium, proficientium et perfectorum libri tres, ed. a PP. Collegii S. Bonaventurae, ex typographia eiusdem collegii, Quaracchi 1899.
[5] Fray DAVID DE AUGSBURGO (David von Augsburg) nació entre 1201-1205; entrado en la Orden de los Frailes Menores hacia 1220, llegó a ser el primer maestro de novicios de la Orden del que se sabe su nombre. Desde 1250 abandonó la formación de los novicios y se dedicó a la predicación itinerante en Alemania. Murió el 19 de noviembre de 1272. Además de la obra citada escribió otras obras de formación.
[6] IULIANI DE SPIRA, “Officium Sancti Francisci”, en Fontes franciscani, a cura di E. Menestò et al. (Medioevo francescano Testi 2), Porziuncola, Assisi 1995, 1105-1121; Id., “Vita Sancti Francisci”, en Fontes franciscani, 1125-1195.
[7] Gertrude d’Helfta, Le héraut, Livre IV, Oeuvres spirituelles, vol. IV, texte critique, traduction et notes par J.-M. Clément, Les Moniales de Wisques et B. de Vrégille, SJ (Sources Chrétiennes 255), Cerf, Paris 1978, 414.
[8] Cf. W. LAMPEN, “De spiritu S. Francisci in operibus S. Gertrudis magnae”, Archivum franciscanum historicum 19 (1926) 737.
[9] Cf. THOMAS DE CELANO, “Vita prima Sancti Francisci”, op. I, cap. XXX, ns. 84-87, en Fontes Franciscani, 59-363.
[10] Franciscus Assisiensis, “Officium Passionis Domini”, en Fontes Franciscani, 146-163.
[11] Cf. THOMAS DE CELANO, “Vita secunda Sancti Francisci”, cap. VI, n. 10, en Fontes franciscani, 452-453.
[12] Id., “Vita prima Sancti Francisci”, op. II, cap. III, nn. 94-95, en Fontes franciscani, 369-372.