Santa Gertrudis, la Grande, icono contemporáneo, EEUU.
Ana Laura Forastieri, OCSO[1]
3.5. El amor místico nupcial conforma al creyente con Cristo
En esta vida[2], la relación esponsal con el Señor Jesús tiende a la unión permanente de voluntades en un mismo querer y no querer. El matrimonio espiritual consiste propiamente en esta comunión de voluntades o unidad de espíritus. Así lo expresa Gertrudis:
“Yo soy suya; tiene en su mano mi cuerpo y mi alma, que haga de mí lo que plazca a su ternura. ¡Oh, quién me concediera llegar a ser según su corazón, para que encuentre en mí lo que desea, conforme a su pleno beneplácito! Sólo eso podría alegrarme y consolarme” (E III).
El estado de unión es la cumbre de un proceso interior que pasa por las etapas de purificación e iluminación[3]. El corazón humano anhela la unión del amor perfecto, donde nada él se oponga al beneplácito divino y todos sus deseos sean permanentemente saciados.[4]. Pero esta conformación es progresiva; exige una la renuncia cada vez más profunda a la voluntad propia para ser transformados de acuerdo a la mente y los sentimientos de Cristo. Por eso el amor místico nupcial es un modo de participación en el misterio pascual: pasa por la cruz a semejanza de Cristo, hecho obediente al Padre hasta la muerte[5].
3.6. Carácter eclesial
La unión esponsal de cada creyente con Cristo realiza y significa la unión esponsal de la Iglesia con su Señor. Es por lo tanto un amor abierto, universal y fecundo, que por sí mismo edifica la Iglesia, haciéndola crecer en santidad y colaborando en la generación de hijos de Dios, haciendo accesible la gracia de la salvación a muchos hombres y mujeres dispersos por el mundo. Gertrudis es muy agudamente consciente de actuar “in persona Ecclesiae” (L IV, 14) y de recibir la gracia y los dones de Dios no para sí misma sino para otros.
“La humildad la hacía considerarse totalmente indigna de los dones divinos y le parecía imposible que fuese debido a sus méritos el recibirlos: se consideraba canal por el que los secretos designios de Dios hacían pasar la gracia a sus elegidos, ya que le parecía ser totalmente indigna y que recibía indigna e infructuosamente los dones de Dios, tanto grandes como pequeños, salvo su esfuerzo en escritos o en palabras para hacerlos útiles al prójimo […] diciendo para sí misma: ‘aunque tuviera que sufrir las penas del infierno, como lo merezco, es sin embargo una alegría para mí que el Señor pueda recoger en las almas los frutos de estos dones’. […] A todas horas se ofrecía voluntariamente para recibir en sí misma los beneficios de Dios y luego los repartía en provecho del prójimo, como si fueran propiamente menos suyos que de cuantos por su mediación los recibían” (L I, 11,1).
3.7. Amor encarnado
El amor esponsal con Cristo, arraiga en una estructura fundamental de la naturaleza humana: la potencia del deseo.
“Oh Jesús, único amado de mi corazón, dulce amante […] ¡mi Amado, mi Amado! Si no vivo unida contigo, no podré ser eternamente feliz. Oh amigo, amigo, amigo, realiza tu deseo y el mío”. Voz de Cristo: “En mi Espíritu Santo, te tomaré por esposa. Me abrazaré a ti con una unión inseparable […] Yo mismo colmaré tu deseo y así te haré feliz por toda la eternidad” (E III).
El deseo nace de la percepción de la carencia radical del ser humano; es el anhelo de un amor infinito que sacie esa carencia. A partir del hecho de que nuestro nacimiento es doloroso porque rompe nuestra unidad prenatal con nuestras madres, llevamos toda la vida una herida de amor, una nostalgia de retornar a la unidad originaria. Ahora bien, la experiencia enseña que ninguna creatura puede saciar profundamente el deseo de amor del ser humano. Este deseo es infinito ya que el hombre fue creado para la comunión con Dios. La relación esponsal con Cristo arraiga en este dato ontológico: hemos sido creados para la relación con Dios y nuestro corazón anhela ese amor pleno que solo puede provenir de Él. La espiritualidad esponsal retoma los dos aspectos -psicológico y ontológico- del deseo y los proyecta hacia el único que puede saciarlo verdaderamente: el Señor Jesús.
Con lo expuesto hemos aclarado de paso otro punto: la relación esponsal con Cristo no tiene nada de carnal, pero ancla en el aspecto sexual de la naturaleza humana. La sexualidad es la capacidad del ser humano, varón y mujer de amar a la persona de sexo diferente, de un modo estable, complementario y fecundo. La relación esponsal con el Señor se asienta en esta capacidad, toma de ella su energía y la eleva. No es que el amor divino sea a semejanza del amor humano, sino al contrario: el amor esponsal humano es un reflejo del amor que Dios tiene por cada uno de nosotros. Pero como el ser humano conoce primero la realidad humana, antes que la divina, por esta vía comprende el amor divino a partir de la analogía con el amor humano heterosexual.[6].
3.8. La plena consumación del amor místico nupcial es escatológica
En esta vida la cumbre de la unión esponsal es la plena obediencia a la voluntad de Cristo en la fe y no en la visión. Pero en la vida eterna la unión con Dios será en gloria y a plena luz y colmará el deseo más hondo de felicidad eterna del ser humano.
“¡Oh!, ¿cuándo dejaré este cuerpo miserable para verte sin intermediario, oh Dios amor, astro de los astros? En ti, querido amor, estaré liberada de la prueba de la muerte […]. Tú que eres la fuente de las luces eternas, devuélveme a tu corriente abismal de la que me aparté. Allí conoceré como soy conocida, amaré como soy amada; te veré, Dios mío, tal como eres, y en tu visión, tu gozo y tu posesión seré dichosa para siempre. Amén” (E V).
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Ana Laura Forastieri, OCSO: Santa Gertrudis, figura del amor místico nupcial.
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[1] La autora es monja en el Monasterio Trapense de la Madre de Cristo, Hinojo, Argentina y colabora desde el año 2012 en la difusión de la postulación de santa Gertrudis al doctorado de la Iglesia, en América Latina.
[2] Ponencia dada en el VIº Congreso Internacional de Literatura, Estética y Teología, sobre el tema: “El amado en el amante. Figuras, textos y estilos del amor hecho historia”, organizado por la Asociación Latinoamericana de Literatura y Teología (ALALITE) en conjunto con la Facultad de Teología y Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Católica Argentina (UCA), Buenos Aires, 17, 18 y 19 de mayo de 2016.
[3] En la vida diaria, la espiritualidad esponsal ayuda a vivir establemente en la presencia del Señor y a discernir las situaciones cotidianas desde la mentalidad y los sentimientos de Cristo, en un proceso gradual de configuración a Él. Este proceso pasa por etapas de purificación e iluminación y tiende a la unión de fe estable con el Señor. Si bien no se descarta que pueda haber experiencias puntuales de unión, la plenitud del amor esponsal no radica tanto en dichas experiencias, que son dones de la gracia, sino en la habitual conformidad de voluntades con el Señor; es decir, en la búsqueda constante de su voluntad sobre la propia, aun en medio de adversidades.
[4] “Oh dulcísimo beso, que yo, pequeño grano de polvo, no sea olvidada por tus lazos, que no sea privada de tu contacto y de tu abrazo hasta volverme un solo espíritu con Dios. Hazme experimentar de verdad qué delicia es abrazarte a ti, el Dios vivo, mi dulcísimo amor, y estar unida a ti” (E V).
[5] “Quien recoge sus adversidades y sufrimientos, los introduce en la bolsita de mi Pasión y se identifica con los ejemplos de la misma por la imitación, ese verdaderamente ‘reposa entre mis pechos’ (cfr. Ct 1,12), de manera que por mi especial afecto le daré para aumento de sus méritos, todo lo que prometí con mi paciencia y mis demás virtudes” (L III, 42,1-2).
[6] Gertrudis expresa bien esta inversión de categorías haciendo suyas las palabras de la liturgia de consagración de vírgenes: “Tú Señor [...] hiciste manar este don sobre algunos espíritus, de la fuente de tu generosidad: [...] que, desdeñando el vínculo de unión entre el hombre y la mujer, desearan el sacramento, no imitando lo que en las nupcias se realiza, sino amando lo que ellas prefiguran” (E III; cfr. Pontifical Romano, oración de bendición del rito de consagración de vírgenes).