VIDA Y MILAGROS DEL VENERABLE ABAD BENITO (*)
(480-547)
1. GREGORIO: Alejada entonces la tentación, el hombre de Dios, a la manera de un terreno cultivado y libre de espinas, produjo frutos más abundantes para la mies de las virtudes. A causa de la fama de su preclara santidad, su nombre se hizo célebre.
2. No lejos de allí existía un monasterio cuyo abad había fallecido, y toda su comunidad se dirigió al venerable Benito, pidiéndole insistentemente que fuera su superior8. Él, negándose, difirió su asentimiento durante mucho tiempo, diciéndoles de antemano que las costumbres de él y las de ellos no podrían coincidir. Pero vencido finalmente por sus reiteradas súplicas, dio su consentimiento.
3. Mas él velaba por la observancia de la vida regular del monasterio, no permitiendo a nadie desviarse -como lo habían hecho hasta entonces- por actos ilícitos del camino de perfección, ni hacia la derecha ni hacia la izquierda. Los hermanos de quienes se había hecho cargo, insensatamente enfurecidos, empezaron a acusarse a sí mismos por haberle pedido que los gobernara, ya que su vida torcida estaba en pugna con aquella norma de rectitud. Dándose cuenta de que bajo su gobierno no se les permitirían cosas ilícitas, se dolieron de tener que renunciar a sus costumbres, y les pareció demasiado duro verse obligados a aceptar cosas nuevas con su espíritu envejecido. Puesto que la vida de los buenos resulta intolerable a los de costumbres depravadas, empezaron a tramar el modo de darle muerte.
4. Después de decidirlo en consejo, mezclaron veneno en el vino. Cuando según la costumbre del monasterio se le presentó al abad, sentado a la mesa, el vaso de cristal que contenía la bebida envenenada para que lo bendijera, Benito extendió la mano e hizo la señal de la cruz, y con ella el vaso que estaba a cierta distancia, se rompió, y a tal punto se hizo añicos como si a ese vaso de muerte en lugar de la señal de la cruz, le hubieran dado con una piedra. El hombre de Dios comprendió en seguida que el vaso había contenido una bebida de muerte, ya que no pudo soportar la señal de la vida. Al instante se levantó, y con rostro sereno y ánimo tranquilo convocó a los hermanos y les dijo: “¡Que Dios omnipotente tenga misericordia de ustedes, hermanos! ¿Por qué quisieron hacer esto conmigo? ¿Acaso no les dije de antemano que mis costumbres no eran compatibles con las de ustedes? Vayan y búsquense un Padre de acuerdo con sus costumbres, porque en adelante en modo alguno podrán contar conmigo”.
5. Acto seguido, volvió al lugar de su amada soledad y solo, bajo la mirada del Espectador divino, habitó consigo.
PEDRO: No llego a entender del todo lo que quiere decir la expresión “habitó consigo”.
GREGORIO: Si el hombre santo hubiera querido tener sometidos por más tiempo a quienes de común acuerdo conspiraban contra él y eran del todo diferentes en su modo de vivir, tal vez esto habría excedido la medida de sus fuerzas y él hubiera perdido la tranquilidad, apartando la mirada de su espíritu de la luz de la contemplación. Y fatigándose día tras día en la corrección de todos ellos, habría descuidado su interior, y tal vez se hubiera abandonado a sí mismo, sin encontrar a los demás. Porque, cada vez que por alguna preocupación excesiva salimos fuera de nosotros mismos, seguimos -es verdad- siendo nosotros, pero ya no estamos con nosotros, porque distraídos por otras cosas, nos perdemos de vista a nosotros mismos.
6. ¿Diremos acaso que vivía consigo aquel que partió a una región lejana, derrochó la herencia que había recibido, tuvo que contratarse con uno de los habitantes de allí y apacentar los cerdos, a los que veía comer bellotas, mientras que a él lo consumía el hambre? Y sin embargo, cuando después empezó a pensar en los bienes que había perdido, la Escritura dice de él: Vuelto en sí, dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia!” (Lc 15,11 ss.). Si estuvo consigo, ¿cómo volvió en sí?
7. Por eso quisiera decir que este hombre venerable habitó consigo, porque teniendo constantemente fija la atención en la vigilancia de sí mismo, mirándose siempre ante los ojos del Creador y examinándose sin cesar, no permitió que la mirada de su espíritu divagara por fuera.
8. PEDRO: En este caso, ¿cómo se explica lo que está escrito acerca del apóstol Pedro, cuando fue sacado de la cárcel por un ángel: Volviendo en sí, dijo: “Ahora sé que realmente el Señor envió a su ángel y me libró de las manos de Herodes y de todo cuanto esperaba el pueblo judío” (Hch 12,11)?
9. GREGORIO: Hay dos maneras, Pedro, de salir fuera de nosotros mismos: o por culpa de los pensamientos caemos por debajo de nosotros, o por la gracia de la contemplación somos elevados por encima de nosotros. Así aquel que apacentó los cerdos, cayó por debajo de sí por la divagación del espíritu y la impureza. El otro en cambio, a quien el ángel libró arrebatando su espíritu en éxtasis, estuvo sin duda fuera de sí, mas por encima de sí mismo. Ambos, por lo tanto, volvieron en sí: el primero cuando, apartándose del error de su vida, volvió hacia la sensatez de su corazón, y el segundo, cuando volvió, desde las cumbres de la contemplación, a su primer y habitual estado de espíritu. Por consiguiente, el venerable Benito habitó consigo en aquella soledad, en cuanto se mantuvo dentro de la clausura de su pensamiento. Pero cuantas veces lo arrebató el ardor de la contemplación hacia lo alto, no cabe duda de que quedó por debajo de sí mismo.
10. PEDRO: Es lógico lo que dices. Pero ahora te ruego que me expliques, si le era lícito abandonar a los hermanos una vez que los había tomado bajo su dirección.
GREGORIO: Por mi parte, Pedro, estimo que donde existen algunos buenos a quienes se pueda ayudar, hay que soportar con ecuanimidad a los malos que están allí reunidos. Pero donde falta en absoluto el fruto de los buenos, ya se hace inútil el trabajo que se toma por los malos, sobre todo si en las cercanías se ofrecen otras ocasiones para lograr resultados más provechosos en honor de Dios. ¿Por quién iba a permanecer allí el hombre santo como guardián, cuando veía que todos unánimemente lo perseguían?
11. Y a menudo sucede en el ánimo de los perfectos -no lo olvidemos- que al advertir que su trabajo no da ningún fruto, se van a otra parte a ocuparse de una tarea que les reporte algún fruto. Por eso aquel eminente predicador que deseó “irse para estar con Cristo”, para quien “la vida era Cristo, y la muerte una ganancia” (Flp 1,23. 21), que ambicionaba las luchas de las persecuciones no sólo para sí, sino que incitaba también a otros a soportarlas, al sufrir persecución en Damasco buscó un muro, una cuerda y una canasta para poder evadirse, y quiso que lo bajasen a escondidas (cf. Hch 9,24 ss.; 2 Co 11,32 ss.). ¿Diríamos, entonces, que Pablo temía la muerte, cuando él mismo declara que la deseaba por amor a Jesús? Pero al ver que en aquel lugar hallaba poco fruto y una pesada labor, se reservó para realizar en otra parte un trabajo provechoso. El esforzado luchador de Dios no quiso quedarse en el campamento, sino que salió en busca del campo de batalla.
12. Si me escuchas con benevolencia, pronto verás que el venerable Benito hizo lo mismo, pues al escapar con vida y abandonar allí a los rebeldes, resucitó de la muerte del alma a una multitud en otros lugares.
PEDRO: Lo acertado de lo que enseñas, lo prueban la manifiesta razón y el coherente testimonio aducido. Pero te ruego que reanudes el relato de la vida de un Padre tan grande.
13. GREGORIO: Como el hombre santo iba creciendo en virtudes y milagros en esa soledad, muchos se reunieron en aquel lugar para servir al Señor omnipotente. Por lo tanto con la ayuda del omnipotente Señor Jesucristo construyó allí doce monasterios, a cada uno de los cuales asignó doce monjes, después de constituir sus abades respectivos. Pero retuvo consigo a algunos pocos, juzgando que serían mejor formados en su presencia.
14. Entonces empezaron a llegar hasta él hombres nobles y piadosos de la ciudad de Roma, ofreciéndole a sus hijos para educarlos en el temor de Dios omnipotente. También Eutiquio y el patricio Tértulo le encomendaron a sus hijos de condiciones prometedoras, el primero a Mauro, y el segundo a Plácido. El joven Mauro se distinguía por sus buenas costumbres y empezó a ser el ayudante del maestro; en cambio Plácido era aún un niño.
Comentario del P. Adalbert de Vogüé, osb (**)
Decididamente, Benito no sale de una prueba sino para entrar en otra. No bien triunfa de la lujuria, la irradiación que resulta de esta victoria es la causa de un nuevo combate. Su naciente prestigio de maestro espiritual, hace que una comunidad monástica lo elija como abad y estos monjes, que son malos, le procuran una tentación análoga a la de la mujer cuyo recuerdo tanto lo había atormentado.
De hecho, estos dos episodios no solamente se encuentran uno a continuación del otro sino que se asemejan. Tanto en uno como en otro, una señal de la cruz rechaza el mal. Tanto en uno como en otro también, Gregorio habla de derrota: “casi vencido” por la voluptuosidad, Benito resulta efectivamente “vencido” por las reiteradas súplicas de los monjes. Aquello que casi realiza en el primer caso -abandonar su desierto-, lo cumple efectivamente en el segundo.
Tanto en un caso como en el otro, se trata de “volver en sí”. La primera vez, esta vuelta en sí se opera, por la gracia de Dios, luego de un instante de extravío, y salva al joven monje de la caída. La segunda vez, pese a que abandona su gruta, Benito no se deja arrastrar fuera de sí. En el momento crítico, su pronta decisión de abandonar su cargo y de volver a su querida soledad, le permitirá “habitar consigo” sin interrupción. Pero se libró por un poco de esa fatal salida de sí que ilustra la parábola del Hijo Pródigo, de quien el Evangelio dice que “volvió en sí”, desde lo más profundo de su miseria(1).
De modo que nos encontramos con una nueva tentación, una nueva prueba. A la seducción de la mujer, sigue la oposición de los hombres. A la atracción del placer carnal, se sustituye la trampa de la autoridad, la preocupación excesiva de una responsabilidad pastoral ejercida en vano. Esta vez Benito se arriesga, no ya a abandonar el servicio de Dios y volver al mundo, sino más sutilmente, en el seno mismo de la vida religiosa, a perder la paz interior, la “luz de la contemplación”, la visión de sí mismo y de Dios.
Así como había sucedido la vez anterior, Benito sale victorioso de esta prueba. El descubrimiento del atentado perpetrado contra su vida no consigue turbarlo. Por el contrario, este descubrimiento le sugiere inmediatamente el retiro liberador que custodiará su paz contra el inminente naufragio. Abandona esta autoridad que no ha buscado, que incluso durante mucho tiempo ha rechazado, sin tardanza ni pesar para volver a su amada soledad.
Y la actual victoria, igual que las dos anteriores, tiene también como recompensa una irradiación ejercida sobre las almas. Por haber renunciado a una vana autoridad por su bien espiritual, Benito ve llegar a su refugio a los hombres que buscan el servicio de Dios. Ha abandonado un monasterio y funda doce. Así llega a su culminación la progresión que hemos observado. La influencia de Benito que ha comenzado modestamente por medio de algunas buenas palabras dirigidas a los visitantes laicos, se hizo más profunda luego de la segunda tentación: la gente comenzó a dejar el mundo para ponerse bajo su dirección. Ahora se da un nuevo paso: se organizan verdaderas comunidades. Primero seglares; luego aspirantes a la vida perfecta, finalmente monjes cenobitas: estos son los trofeos cada vez más nobles de aquellos combates.
Para completar esta mirada retrospectiva, observemos ciertas correspondencias entre los tres ciclos ya recorridos. En el primero, Benito se va al desierto para huir de su popularidad entre los seglares. En el segundo, permanece allí a pesar del deseo de una mujer. En el tercero vuelve allí, huyendo del odio de los malos monjes. La estima de los hombres lo llevó a la soledad, su hostilidad lo vuelve a traer. Vanagloria, lujuria, vanas preocupaciones pastorales: cada una de estas cosas ha ido fracasando en su intento de hacerlo caer. Fortificado por este triple asalto, ahora más que nunca es el jovencito que no hace mucho abandonaba la Ciudad, “deseando agradar sólo a Dios”.
* * *
Tentación, victoria, irradiación: este ciclo bien conocido está nuevamente cerrado y constituye lo esencial del presente episodio. Pero éste posee sus detalles concretos que no carecen de interés. Algunos de estos detalles nos sorprenden. En primer lugar, la elección de un ermitaño para gobernar una comunidad. Benito, como recordaremos, ha pasado directamente de la vida seglar a la soledad absoluta, sin ningún período de aprendizaje en una comunidad monástica. ¿Cómo es posible que se lo llame para dirigir una vida comunitaria de la cual no tiene la menor experiencia?
Sin embargo, Benito no es un caso aislado. En el Libro siguiente, Gregorio relata un hecho análogo acerca de un cierto Eutiquio, originario de Nursia como él; y conocemos por lo menos otro más por Teodoreto, el historiador de los monjes de Siria en el siglo anterior(2). Estos hechos son significativos. Que un ermitaño se convierta así en abad, no es solamente el indicio de una personalidad excepcional sino también la prueba de que eremitismo y vida común son dos formas estrechamente relacionadas de la misma vocación. Instruido brevemente por el monje Román que le ha dado el hábito, Benito ha llevado realmente en la soledad esa “vida regular” que ahora se preocupa por hacer observar.
Concientes de esta afinidad profunda del cenobitismo y del eremitismo en el interior de la única vocación monástica, esos monjes que toman como superior a un ermitaño dan testimonio de que la misma vida comunitaria tiende a las altas virtudes cultivadas en la soledad. Allí indudablemente que Benito no ha experimentado ni la obediencia, ni el soportar a los demás, ni el servicio al prójimo en la caridad; pero ha practicado en un grado eminente la pobreza, la abstinencia y el ayuno, el silencio y el cara a cara con Dios, el combate contra los demonios y la oración incesante. Todo esto interesa también en alto grado a los cenobitas. Lo que buscan en ese hombre que toman como Padre, no es tanto al organizador y al jefe como al guía espiritual y al entrenador en los caminos de la ascesis. Para el cenobitismo antiguo, el abad es sobre todo el modelo y el promotor del renunciamiento.
En el caso presente, sin embargo, nos asombra que esos monjes relajados elijan a un abad tan severo. Desde el principio Benito los ha prevenido. El malentendido nos parece imperdonable, incluso inexplicable. No obstante, podría ser la consecuencia del deseo de integrar a la comunidad a un asceta de prestigio(3), cuyo patrocinio podría cubrirla con respecto al exterior, mientras que su inexperiencia y su orientación exclusiva hacia las cosas de lo alto, lo harían poco atento a lo que sucediera en el interior.
Otro motivo de sorpresa, y no el menor, es el crimen cometido por esos monjes. El hecho de estos religiosos que tratan de envenenar a su superior no es común y constituye una buena paradoja. Gregorio lo relata francamente, sin pestañar, del mismo modo que en otro lado habla del pecado carnal de un obispo o de las brutales violencias de un abad(4). Este papa que tiene con respecto a sí mismo y a la Iglesia entera ambiciones infinitas, sin embargo, cuando escribe, se preocupa muy poco de la respetabilidad de los eclesiásticos y de los consagrados.
No se sabe qué pensar de una situación tan extraña. En primer lugar, pone en evidencia el extremado rigor del joven superior, inflexible guardián de la regla. Ese contemplativo a quien quizás creían distraído, desapegado, complaciente, resulta ser un pastor vigilante e intransigente. De repente vemos aparecer la fuerte personalidad del abad, que se expresará, en el otro extremo del Libro, por medio de la redacción de una regla para los monjes(5). Por otra parte, en ese contraste de una intensa atracción por la contemplación y de un temperamento pastoral de lo más exigente, reconocemos sin esfuerzo la imagen del mismo Gregorio.
Según parece, Benito ha sido riguroso hasta la rigidez y la torpeza. Su fracaso es total: la comunidad entera se levanta contra él. ¿No habrá tratado aunque más no sea, como Gregorio lo recomienda en el Pastoral, de complacer un poco a sus súbditos, no por su propio interés sino para ayudarlos a recibir la palabra de Dios(6)? Nos inclinamos a pensar que su juventud y su inexperiencia tienen algo que ver con esta tragedia, que por lo menos le habrá servido de lección, haciéndolo madurar para su tarea de abad(7).
No obstante ¿es esto lo que Gregorio quiere hacernos entender? Pareciera que su intención es totalmente distinta. En lugar de la psicología, lo que le interesa es la doctrina espiritual. Para él, se trata de colocar a su héroe en una situación extrema, casi imposible, en la que podrá legítimamente e incluso deberá lúcidamente preferir la búsqueda solitaria de Dios a una relación pastoral viciada.
De hecho, la aventura de Benito es un poco irreal y romántica. La historia del monaquismo antiguo relata más de un conflicto entre monjes y superiores -Pacomio y sus primeros discípulos, Orsisio y su congregación, Sabas que fue echado dos veces de la laura que había fundado- pero nunca, que nosotros sepamos, habla de una tentativa de asesinato. Para encontrar los antecedentes de este acontecimiento inaudito, hay que remontarse a Moisés, a los profetas y al mismo Jesús. Como ellos, Benito representa, frente al pueblo de Dios descarriado, al testigo fiel hasta la muerte(8).
Este conflicto de Benito con sus monjes, llevado hasta un extremo fantástico y absurdo, le permitirá abandonar su cargo y volver a su gruta. A esto apunta Gregorio antes que nada. En efecto, el tema de la soledad no ha sido todavía desarrollado como se merece. La vida solitaria, que hasta ahora ha sido presentada únicamente bajo el aspecto ascético, tiene otros valores más altos aún, que deben ser celebrados. Luego de la heroica renuncia de los tres años vividos totalmente de incógnito, en el despojo y el hambre, Benito debe acceder a la “contemplación”, a la “habitación consigo” bajo la mirada de Dios, incluso al “éxtasis”, que es la “cima de la contemplación”(9). Esto no quiere decir que le haya sido negada toda experiencia de este tipo al principio, sino que Gregorio prefiere describir su existencia solitaria en dos tiempos, en los que sucesivamente aparecen, como en una progresión, los aspectos “activo” y “contemplativo” de esa vida.
Vemos entonces la función que cumple este episodio del abadiato fracasado. Sirve de separación entre los dos períodos de vida solitaria. Pone fin a la etapa ascética e introduce apropiadamente el tiempo de la contemplación. Así como las tentaciones de vanagloria y de lujuria provocaron y llevaron a su paroxismo el esfuerzo ascético, la tentación de “salir de sí” a causa de las preocupaciones excesivas trae naturalmente el tema contemplativo de “la habitación consigo”.
Por otra parte, el episodio prepara la sucesión de los acontecimientos, es decir el afluir de vocaciones y la creación de doce monasterios. Como san Pablo, Benito se evade de una situación sin salida sólo para ofrecerse a una acción útil. Así, el monasterio malo que abandona aparece como el anuncio y la antítesis de los que él luego creará. Su verdadera comunidad no será aquella que lo ha elegido a pesar suyo y que lo ha arrancado de su soledad sino aquella que, en su misma soledad, se agrupará a su alrededor.
Este fracaso pastoral desemboca entonces simultáneamente en el tiempo de la contemplación y en el del apostolado fecundo. Estos dos epílogos, aparentemente divergentes, en realidad no hacen más que uno. La fecundidad es una consecuencia de la presencia en sí mismo y en Dios. No existe una verdadera acción sobre los demás que no emane de una contemplación.
* * *
Este asunto del superiorato rechazado, aceptado y abandonado, no juega un papel solamente en la economía de la Vida de Benito. Tiene también resonancias profundas en el destino y la obra de su biógrafo. Tres años antes, los romanos habían nombrado obispo a Gregorio. Monje por vocación y diácono por obediencia, éste había huido de esa nueva función y se había escondido. Obligado por fin a asumirla, se quejó amargamente en sus primeras cartas y el comienzo de los Diálogos renueva estas quejas dolorosas. En el Libro Pastoral, que fue su primera obra como Papa, trata de justificar su rechazo inicial del episcopado, de un modo más especulativo y más sereno.
Por lo tanto Gregorio, al hablar aquí de Benito, en realidad trata un asunto que le interesa mucho y que es eminentemente personal. La resistencia que Benito opone a sus electores, su aceptación final a sus deseos: todas esas vicisitudes las ha vivido el mismo Gregorio. Gracias a Dios que no entran en su experiencia ni el conflicto agudo, ni el envenenamiento ni la dimisión, pero ciertamente la liberación y el regreso a la soledad son sueños que obsesionan a este hombre fatigado, enfermo, apasionadamente enamorado de la vida claustral y de la contemplación.
Por eso encontramos en la Regla Pastoral múltiples ecos de las páginas que comentamos. Lo que lo ha hecho huir del ministerio pastoral, dice Gregorio, es el doble peligro de la división y de la extroversión, de estar tironeado por las múltiples preocupaciones que hacen salir de sí. ¿No rechazó el mismo Jesús ser rey?(10). Sin embargo, si es la voluntad de Dios, hay que aceptar como Moisés, como Jeremías, como Cristo(11). Aun cuando deba hablar sin temor contra los vicios(12), el pastor debe tener cuidado de que la preocupación por los demás no le haga perder de vista su propia alma. A estas preocupaciones exteriores, hay que agregar la vigilancia interior, renovada por la lectura cotidiana de la Escritura(13).
Por lo demás, este problema de la contemplación y de la acción, del retiro y del ministerio, es uno de aquellos sobre los cuales más ha reflexionado Gregorio. El Comentario a los Reyes, que sin duda es la última de sus obras, lo replantea en términos particularmente conmovedores. David, que es figura del pastor cristiano, no puede tomar por esposa a Merab, hija de Saúl la vida contemplativa. Imposible para el obispo abandonar su cargo para darse a la contemplación: la “ley de la Iglesia” se lo prohíbe. En cuanto a combinar ministerio y soledad, preocupación por los demás y guarda de sí mismo, es una ilusión que se alimenta al principio pero que resiste mal a la experiencia(14). Estas confesiones, apenas disimuladas, nos hacen entrever lo que Benito representa para Gregorio: la casi imposible probabilidad de renunciar, con tranquilidad de conciencia, a un cargo abrumador y de volver a aquella “habitación consigo” bajo la mirada de Dios, que es el lugar de toda la alegría espiritual y de toda la verdadera irradiación.
Quizás también el santo Papa ve en su héroe al modelo de la aceptación y el cumplimiento tranquilo de una función no deseada. Benito, en efecto, no rechaza en principio la responsabilidad pastoral en nombre de su propia vocación solitaria y contemplativa. Sus objeciones sólo provienen de su desemejanza con sus ovejas y de un presentimiento de inutilidad. Más tarde, cuando los auténticos discípulos se agrupen a su alrededor, los recibirá como hijos, al parecer sin resistencia ni reticencia. La contemplación se complace en la soledad(15), pero no la exige absolutamente. Esto es tan cierto que Benito llegará a la cumbre de la contemplación en Montecasino, en pleno abadiato, como veremos al final del Libro(16). El obstáculo para la contemplación no está en los demás sino en nosotros mismos. Dominar las preocupaciones, permanecer dueños de nosotros mismos y aplicados a la oración: nada más se necesita para hacerla posible en toda circunstancia(17).
Un último comentario sobre la formulación de este ideal. “Habitar consigo”: Gregorio se preocupó por expresarlo con una fórmula impactante sobre la que llama la atención mediante una pregunta del diácono Pedro y un hermoso comentario. ¿De dónde sale, por tanto, esta expresión destacada como si fuera una palabra de la Escritura? Dejemos de lado la admirable pero lejana página del Fedón de Platón, para quien lo que debe “habitar sólo en sí mismo” es el alma del filósofo separada del cuerpo desde ahora como muy pronto lo será por la muerte(18). Más cercana en todos los aspectos es la máxima Tecum habita, “Habita contigo”, que se encuentra al final de una sátira de Persio(19), y Gregorio quizás piensa en ella. Para el poeta latino, que se dirige a un hombre público, se trata de desembarazarse de las mentiras de la reputación y del prestigio y de volver en sí para descubrir la verdad de su miseria moral. Esta variante del “Conócete a ti mismo” no carece ciertamente de grandeza, pero observemos todo lo que Gregorio le agrega: la mirada de Dios, el esfuerzo constante tanto para preservarse del mal como para percibirlo, la soledad que se abraza con el objeto de dedicarse enteramente a esta ocupación incesante(20). Esta joya de la sabiduría pagana adquiere así nuevos colores cristianos y monásticos.
Guardarse en todo momento, evitar el pecado, vivir y actuar bajo la mirada de Dios: los lectores de la Regla benedictina ya habrán reconocido el “primer grado de humildad”, que Benito presenta con tanta amplitud al principio de su famosa escala al cielo(21). Esta disposición fundamental, no es por lo tanto únicamente el punto de partida del itinerario hacia la perfección trazado por Benito. Si creemos a Gregorio, fue también la matriz de toda su obra. Sus virtudes y sus prodigios, el afluir de sus primeros discípulos, la fundación de sus doce monasterios, esto y todo lo demás surgió de una severa atención a sí mismo y a Dios, según la doctrina de la Regla.
Este “primer grado”, en el que el monje está solo frente a Dios, sin que se trate del prójimo, puede ser entonces para el que lo observa, como lo fue para el que lo redactó, una fuente inagotable de influencia bienhechora sobre los demás. “Habitar consigo” es la raíz de “habitar con los otros”(22), es decir de toda la vida común, porque es en esta soledad interior donde el monje se encuentra a sí mismo y aprende a vivir sin cesar con el Otro.
Notas:
(*) Traducción castellana publicada por Ediciones ECUAM, Florida (Pcia. de Buenos Aires), 2009.
(**) Tomado de: Cuadernos Monásticos 57 (1981) 139-148. Original en francés, publicado en: Ecoute, ns. 261 y 262. Tradujo: Madre Isabel Guiroy, osb. Monasterio Nuestra Señora del Paraná, Entre Ríos, Argentina.
(1) Lc 15,17. La preocupación excesiva tiene por lo tanto el mismo efecto que la lujuria, pecado del Hijo Pródigo. Se establece también una cierta analogía entre los cerdos de este último y los malos monjes de san Benito.
(2) Gregorio, Dial. III,15,2; Teodoreto, Historia de los monjes de Siria 4,3-5 (Eusebio de Teleda).
(3) El prestigio del abad cuenta mucho para los monjes. Ver Dial. III,15,5, donde los cenobitas matan un oso, celosos de un ermitaño que hace sombra a su abad.
(4) Dial. I,2,8 (el abad de Fondi); III,7,2-5 (el obispo Andrés).
(5) Dial. II,36.
(6) Gregorio, Pastoral (= Past.) II,8.
(7) Cf. RB 64,12: el abad debe tener cuidado de no “romper el vaso” al raer demasiado la herrumbre. Aparte de la vasija que se hizo añicos por su señal de la cruz, ¿no habrá quizás Benito quebrado a sus hombres corrigiéndolos demasiado fuertemente?
(8) Por eso hay una diferencia con el obispo Sabino (Dial. III,5), envenenado también por uno de sus súbditos pero por un simple motivo de ambición. Sabino no es una especie de mártir como Benito.
(9) Sobre el “volver en sí” del Apóstol Pedro, ver Hch 12,11.
(10) Jn 6,15. Ver Gregorio, Past. I,3-4.
(11) Past. I,5-7.
(12) Past. II,4 y 6. Cf. II,10.
(13) Past. II,7 y 11. Cf. II,5 y el “volver en sí” del final (IV).
(14) Comentario al I Libro de los Reyes V,178. Cf. 179-180.
(15) Ibid. V,179: al salir de la acción, los contemplativos vuelven en cuanto pueden a “su amada soledad”, exactamente como Benito.
(16) Dial. II,35,2-3, donde por otra parte, Benito está solo en su ventana.
(17) Com. a los Reyes, V,180: hermoso pasaje sobre Marta, quien debe conservar, en medio de sus múltiples servicios, la única intención de servir a Jesús, con la mirada vuelta hacia Él.
(18) Platon, Fedón 67 c.
(19) Persio, Sátiras 4,52. Ver los estudios del P. Courcelle que hemos citado en nuestra nota de Sources Chrétiennes 260, p. 143.
(20) Por otra parte, el término opuesto no es el renombre sino la preocupación excesiva.
(21) RB 7,10-30.
(22) Cf. Sal 67,7 y 132,1, fundamentos tradicionales de la vida común.