Santa Gertrudis, imagen de la Iglesia de St. Bonaventure Mission, California, USA.
Ruberval Monteiro, OSB[1]
4. El rostro de Jesús, sacramento de su corazón (cont.)
El estudio de Muzj[2] hace una síntesis que retoma los términos de la promesa:
A la familiaridad amante con el santo Rostro está ligada sobre todo la promesa de la impresión del esplendor vivificante de la divinidad del Señor, a través de la mediación de su Rostro humano («por la gracia de mi humanidad»); este proceso de impresión tendrá como resultado dos manifestaciones diversas: una se refiere al estado de iluminación interior permanente del creyente; la otra será como su traducción al exterior: todos los que, atraídos por el deseo del amor, hayan frecuentado la memoria del Rostro contemplado, irradiarán más que los otros santos, el esplendor de una especial semejanza con dicho Rostro. La impresión produce, por tanto, una verdadera y propia transfiguración, que es en realidad una configuración: el Rostro, presente interiormente, se manifiesta al exterior. No se puede dejar de pensar aquí en la semejanza visual entre el Rostro impreso en el velo y el de la mujer que lo lleva, santa Verónica, verificable en casi todas las composiciones que representan este tema[3].
En otro capítulo del Heraldo, santa Gertrudis narra, en efecto, una experiencia mística estrechamente conectada con la del texto recién leído, y cuya ubicación temporal es por otra parte significativa: el segundo domingo de cuaresma; la experiencia se refiere al misterio de la Transfiguración, cuyo evangelio se leía ese domingo[4]. Escuchémosla:
El segundo domingo de cuaresma mientras se cantaba antes de la misa el responsorio: Vi al Señor cara a cara, etc.[5], mi alma fue iluminada con un admirable e indescriptible resplandor. En esta la luz de la revelación divina apareció ante mí un rostro que parecía unirse a mi cara (tamquam faciei meae applicata facies quaedam) como dice san Bernardo: «Su rostro no tiene forma determinada, pero se imprime en el alma; no deslumbra los ojos del cuerpo, pero regocija el corazón; gratifica con el don del amor, no con algo sensitivo[6]» (L II 21,1)[7].
El proceso de aplicación/impresión se realiza, como ella misma explica más adelante, a través de la mirada del Señor, punto focal del Rostro: «Cuando, aplicaste a mi rostro aquel rostro infinitamente deseable, imagen de toda dicha, sentí que desde tus divinos ojos [y, por lo tanto, capaces de divinizar] entraba por los míos una luz incomparable y suave que, penetraba hasta lo más hondo de mi ser»[8]. En ese momento siente que «toda mi sustancia no parecía ya otra cosa que ese esplendor divino»[9], confesando que, aunque «con frecuencia he experimentado la condescendencia de tu suavísimo beso» y «también he sorprendido muchas veces tu mirada fija en mí, y experimentado tu estrechísimo abrazo en mi alma […], sin embargo, que nunca experimenté tan fuerte efecto de tu fuerza como en esa sublime mirada que he recordado»[10].
Con las palabras inspiradas de san Bernardo, la gran mística nos ofrece una apertura iluminante sobre la densidad de la doctrina espiritual que era patrimonio común de los ambientes monásticos del tiempo, y en especial sobre la centralidad del tema de la conformación a Cristo.
4.2. El Rostro de la Eucaristía
El ya citado artículo de M. G. Muzj revela que la devoción al Santo Rostro de la Verónica en el siglo XIII, e casi todos estos textos, de modo explícito o indirecto, une la devoción a la Verónica al misterio eucarístico, expresado a veces como equiparación de la contemplación del rostro de la Verónica con la del pan eucarístico al momento de la consagración (Fig. 12). También este Pan, en efecto, es llamado «velo»: «Jesu quem velatum nunc aspicio» (oh Jesús, a quien ahora contemplo velado), recita el famoso himno eucarístico antiguo: Adoro te devote (Devotamente te adoro).
Fig. 12 Santa Gertrudis en visión, talla de madera policromada, siglo XVIII.
La cita paulina de 1 Co 13,12, que se encuentra en la oración del oficio de la Verónica, constituye la referencia habitual de los textos relativos a la Eucaristía, en cuanto permite expresar la dialéctica entre la visión velada de hoy -«como en un espejo, confusamente»- y la anticipación de la revelación final: bajo el aspecto material de la hostia, el creyente recibe una anticipación, un pregusto de la plena visión futura[11]. En realidad, el Rostro de Jesús es el de la Eucaristía. Gertrudis goza de su presencia visible más allá del Cuerpo y la Sangre. Es Jesús, es su Rostro.
Entonces caí en la cuenta de todo lo que en mi corazón había ofendido a la extrema delicadeza de tu pureza: tanto desorden, tanta confusión, sin intención de ofrecer una morada a tu deseo. Sin embargo, ni esto, ni mi vileza te impidió, amantísimo Jesús, que, con frecuencia, los días que me acercaba al alimento vivificante de tu cuerpo y de tu sangre te dignaras favorecerme con tu presencia visible, aunque no te percibía con mayor claridad que la que se ven los objetos al amanecer ( L II 2,2)[12].
Gertrudis ve a Jesús en la Eucaristía que, como forma sacramental, hace presente a Cristo como persona con un Rostro: ese Rostro personal que Gertrudis contempla. El Cuerpo y la Sangre conducen a una persona que tiene un Rostro. Todos lo buscan. Gertrudis Lo ve. En los dramas representados en el teatro, el rostro significa la persona. En la Eucaristía, para la cual, según santo Tomás, en su Pange Lingua: Sola fide sufficit (la sola fe basta), Gertrudis goza de una visión sensible de Cristo eucarístico (visibili praesentia tua me dignareris: te dignaste concederme tu presencia visible).
El Rostro de Jesús es luz que ilumina y transfigura el rostro de Gertrudis, toda la «sustancia» de su ser. Gertrudis se vuelve así un espejo del rostro de Cristo, lo refleja. La «suppletio» de Jesús, no es simplemente tomar el lugar de Gertrudis», sino transformarla y hacer resplandecer en ella su propio Rostro. Y en el Rostro de Jesús, los ojos son las ventanas que permiten ver lo más profundo de su Corazón.
Fig. 13 Adoración del Santo Rostro, British Library, 1360-75.
Continuará
[1] P. Ruberval Monteiro da Silva nació en Brasil en 1961 y, desde 1983, es monje benedictino en la Abadía de la Resurrección de Ponta Grossa. Ha obtenido la licencia y el doctorado en teología oriental en el Pontificio Instituto Oriental de Roma, y desde 2014, enseña las materias de Arte y Liturgia de los primeros siglos del cristianismo en el Pontificio Instituto Litúrgico de San Anselmo. Es artista plástico y ha pintado en muchas iglesias de Brasil y también de Europa, de las cuales una decena en Italia
[2] Continuamos publicando aquí la traducción íntegra de las actas del Congreso: «SANTA GERTRUDE LA GRANDE, “DE GRAMMATICA FACTA THEOLOGA”. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 13-15 aprile 2018. A cura di Bernard Sawicki, O.S.B., Ruberval Monteiro, O.S.B., ROMA 2019», Studia Anselmiana 178, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2019. Agradecemos el permiso de Studia Anselmiana. Tradujo la hna. Ana Laura Forastieri, OCSO. Cfr. el programa del Congreso en: http://surco.org/content/congreso-santa-gertrudis-grande-grammatica-facta-theologa
[3] M.G. Muzj, «I due volti della Veronica...», 177 (N. de T.: la traducción del italiano es mía).
[4] Cfr. Santa Gertrudis, Le rivelazioni II, 136-137; MTD I, 195-197.
[5] Vidi Dominum facie ad faciem, introito del segundo domingo de Cuaresma.
[6] San Bernardo, Sermón XXXI,6, sobre el Cantar de los Cantares. Cf.: Ib., Sermones sobre el Cantar de los Cantares, introducción y traducción de Fr. José Luis Santos Gómez, OCSO (Madrid, ed. del Monasterio de Santa María de Oseira, 2000), 222-223.
[7] Le rivelazioni II, 137; MTD II, 195.
[8] Santa Gertrudis, Le rivelazioni II, 138; MTD I, 196.
[9] Ibidem.
[10] Ibidem, 139; MTD I, 197. Cabe señalar el uso del verbo «applico» («applicasti a me») para indicar la acción de la impresión: en efecto, éste indica un contacto directo y visual. Es el tema del espejo, encontrado ya en los textos referidos a la Verónica, y que resuena también en la famosa carta de santa Clara de Asís a la beata Inés de Praga, con la diferencia de que allí el movimiento parte del creyente: «Pon tus ojos ante el espejo de la eternidad, pon tu alma en el esplendor de la gloria [...] y transfórmate interiormente, por medio de la contemplación, en la imagen se su divinidad» (Santa Chiara di Assisi, Lettera alla beata Agnese di Praga 3, I. Omaeche-Varria, Escritos de santa Clara, Madrid: BAC 1970, 339-340).
[11] Cf. M. G. Muzj, «I due volti della Veronica…», 171.
[12] Santa Gertrudis, Le rivelazioni I, 89; MTD I, 137.