“El Hijo de Dios se hizo hombre, para hacer que los seres humanos fueran hijas e hijos de Dios. Acaso no daña su reputación un ser sublime cuando se relaciona con un ser humilde; no obstante, eleva de su bajeza al otro ser. Esto mismo sucedió con Cristo. Con su abajamiento, Él no disminuyó en sí su naturaleza divina, sino que elevó la nuestra, que desde siempre vivíamos en la ignominia y en las tinieblas, a la gloria inefable. Él habita siempre en esta morada; se reviste de nuestra carne no para dejarla luego de un tiempo, sino para tenerla consigo por toda la eternidad” (san Juan Crisóstomo).