VIDA Y MILAGROS DEL VENERABLE ABAD BENITO (*)
(480-547)
XVIII.1. En otra ocasión, nuestro Exhilarato, a quien conoces desde su conversión, había sido enviado por su señor al hombre de Dios, con el fin de llevar al monasterio dos recipientes de madera llenos de vino, que vulgarmente llamamos barriles. Él entregó sólo uno, después de haber escondido el otro mientras iba de camino. Pero el hombre de Dios, a quien no podía ocultarse lo que se hacía en su ausencia, lo recibió dando las gracias, y al retirarse el joven, le advirtió diciendo: “Cuidado, hijo, con el barril que escondiste: no bebas de él, sino inclínalo con precaución y verás lo que contiene”.
Muy avergonzado, el muchacho se alejó del hombre de Dios. Y de regreso, quiso cerciorarse acerca de lo que había oído. Cuando inclinó el barrilito, salió de inmediato una serpiente. Entonces el joven Exhilarato, a vista de lo que encontró en el vino, se horrorizó por el mal que había cometido.
XIX.1. No lejos del monasterio había una aldea, en la que una buena cantidad de habitantes se había convertido del culto de los ídolos a la verdadera fe, gracias a la predicación de Benito.
Vivían allí también unas mujeres religiosas, y el servidor de Dios Benito procuraba enviarles con frecuencia a alguno de los hermanos para exhortarlas en provecho de sus almas. Un día, como de costumbre, mandó a uno de los monjes. Pero el que había sido enviado, después de su exhortación, aceptó a instancias de las religiosas unos pañuelos y los escondió bajo el hábito.
2. En cuanto hubo regresado, el hombre de Dios empezó a increparlo con la más viva amargura, diciéndole: “¿Cómo ha entrado la iniquidad en tu corazón?”. Él se quedó asombrado, porque olvidado de lo que había hecho, ignoraba por qué se lo reprendía. Benito le dijo: “¿Acaso no estaba yo allí presente, cuando recibiste de las siervas de Dios los pañuelos y los escondiste en tu seno?” (cf. 2 R 5,26). Él, echándose en seguida a sus pies, se arrepintió de haber actuado tan neciamente, y arrojó lejos de sí los pañuelos que tenía escondidos.
Comentario del P. Adalbert de Vogüé, osb (**)
Estos dos episodios deben ser considerados en conjunto, porque juntos se corresponden claramente con los capítulos 12 y 13, que se estudiaron previamente. Al primer relato, en que los monjes enviados al exterior comen sin permiso, corresponde el último de los que ahora se presentan: un monje enviado afuera acepta, contra la regla, un pequeño regalo; al segundo relato, aquel de la falta cometida por el hermano de Valentiniano durante una marcha hacia Montecasino, corresponde el capítulo 18: el servidor Exhilarato, en el transcurso de una caminata hacia el monasterio, comete un fraude. Ninguno de estos delitos, de monjes o laicos, escapa a Benito, que reprende en cada ocasión al culpable cuando llega.
Así la dupla de historias iniciales se encuentra, invertida, en la dupla final. Esta doble “inclusión”, como dicen los críticos, indica claramente que los nueve milagros del grupo forman un conjunto literario bien definido. Entre cuatro hechos de conocimiento a distancia, Gregorio ha dispuesto cinco milagros de otra naturaleza, entre los cuales hay cuatro predicciones. Esta larga serie intermedia atenúa la impresión de repetición que tendría el lector si los últimos hechos de conocimiento a distancia, tan semejantes a los primeros, se siguieran inmediatamente(1).
Como Teoprobo, Exhilarato es un “convertido”, es decir, un cristiano comprometido en una vida cuasi religiosa en medio del mundo. Él era, o mejor lo será, porque en la época del relato su condición era todavía servil y su comportamiento poco edificante. A diferencia de su homólogo, el hermano Valentiniano, su falta no es directamente de gula, sino de deshonestidad, pero esta desviación también tiene por objeto un artículo de alimentación. Al barrilito de vino que sustrae corresponderá, en un relato casi idéntico del Libro III, la panera puesta a un costado por otro mensajero(2). Líquido o sólido, esta alternancia hace pensar en los envenenamientos de Benito.
Ese primer hecho de apropiación clandestina es seguido por una segunda falta del mismo género: el monje predicador, a su vez, acepta los pañuelos y los esconde en los pliegues de su vestimenta. En relación al episodio simétrico (capítulo 12), el contraste es siempre el mismo: de la gula de los monjes que comen fuera de la clausura, se pasa a la falta de delicadeza de aquel que toma un objeto sin permiso. En estos dos pares de historias, Gregorio resalta sucesivamente el primero de los ocho vicios principales -la gula- y el tercero: la avaricia.
Comparado a su homólogo del capítulo 12, el presente relato contrasta asimismo por el número de personajes que aparecen en escena. En la primera historia, los monjes van a comer a lo de una mujer piadosa; en el segundo, un monje acepta un regalo que le ofrecen las monjas. Cada vez, sin embargo, se evita el encuentro individual contrario a la castidad. Entre el primer vicio y el tercero, el no segundo tiene lugar en nuestros relatos.
Una última relación entre los dos episodios resulta del uso que hacen ambos del modelo bíblico: la historia de Eliseo y de Guejazí(3). A escondidas de Eliseo, Guejazí vuelve después del milagro y obtiene dinero y ropas. Al atardecer, se presenta ante el profeta que lo interroga: «“¿De dónde vienes, Guejazí?». Él respondió: “Tu servidor no fue a ninguna parte”. Pero Eliseo le replicó: «¿No estaba allí mi espíritu cuando un hombre descendió de su carruaje para ir a tu encuentro?». Y después de haber denunciado la falta, el profeta castigó con la lepra al culpable.
Nuestros dos relatos se inspiran visiblemente de este texto, pero mientras que el primero toma el comienzo del diálogo -“¿Dónde comieron?”, pregunta Benito; “En ninguna parte”, responden los que están en falta-, el segundo imita la continuación: “¿No estaba yo presente cuando recibiste los pañuelos?”. Así las frases del texto bíblico se reencuentran, sucesivamente y en orden, en los dos pasajes de Gregorio.
De estos, el segundo es que se asemeja más al modelo desde el punto de vista de la falta cometida: como Guejazí, el monje predicador se apropia de un objeto -y más precisamente de un artículo de vestuario- en tanto que los monjes del primer relato habían sucumbido al deseo de comer. Pero los derivados gregorianos tienen en común, respecto de su fuente, la ausencia del castigo. En lugar de la lepra infligida a Guejazí, los monjes comilones son perdonados, y el predicador, del que Gregorio menciona solamente el “arrepentimiento”, parece haberse retirado indemne. Por lo demás, su falta es menos deliberada y consciente que la de sus colegas: aceptó solamente el presente, sin pedirlo, y el recuerdo del acto se borró cuando regresó. Desde esta perspectiva, los comilones se parecen más a Guejazí por su iniciativa delictiva y su descaro.
Aquí como allí Gregorio ha desdramatizado el relato bíblico, trasponiéndolo a un cuadro monástico. Benito es un profeta, ciertamente, y de la misma envergadura que los más grandes, pero su carisma está al servicio de una misión educativa que desarrolla con misericordia. Sus prodigios nunca lo ponen en contradicción con el ideal de bondad paciente que él mismo le propone, en su regla, al abad.
Esta indulgencia en comparación con el modelo bíblico atenúa la impresión de severidad que presenta el episodio cuando se lo compara con el precedente. A la gentileza sonriente que muestra Benito con el laico Exhilarato, le sigue “la reprimenda vehemente y amarga” que dirige a su monje. Sin ser tomada de un texto preciso, la primera frase que le lanza: “¿Cómo ha entrado la iniquidad en tu corazón?”, tiene un sonido bíblico(4), y hace pensar en las increpaciones de los profetas. Pero, una vez más, se trata sólo de una reprimenda verbal, y la penitencia del pecador es suficiente para poner término al mal. Si Benito se muestra más severo con sus monjes que con los laicos, es porque es su padre y los ama más(5).
Notas:
(*) Traducción castellana publicada por Ediciones ECUAM, Florida (Pcia. de Buenos Aires), 2009.
(**) Trad. de: Grégoire le Grand. Vie de saint Benoît (Dialogues, Livre Second), Abbaye de Bellefontaine, Bégrolles-en-Mauges, 1982, pp. 122-124 (Vie monastique, 14).
(1) Se encuentra de nuevo aquí el procedimiento de composición analizado previamente.
(2) Dial. III,14,9 (Isaac de Spoleto).
(3) 2 R 5,20-27.
(4) Ver sobre todo Jb 31,33; Dn 13,5. Cf. Pr 6,27; Jr 32,18.
(5) Al inicio de este último relato (19,1), Gregorio recuerda la predicación de Benito (8,11). Igualmente, el anuncio de la destrucción de Montecasino (17,1) reenvía a su fundación (8,11).