En este número queremos recorrer juntos una feliz peregrinación ahondando en cómo nuestros monjes predecesores en la fe nos iluminan poderosamente para vivir hoy desde y con los sentimientos de Cristo Jesús.
Releyendo RB 72 con la pluma ágil y bien informada de Rosy Kandathil, constatamos junto a san Benito cómo suave y firmemente las pasiones han de ser constantemente reorientadas hacia un solo objetivo: Cristo. Somos invitados a una vigilancia continua de nuestras propias inclinaciones. Por experiencia personal observamos que nunca estamos en un punto neutro, pues cuando no acrecentamos la unión con la manera de ser y de obrar de Jesús, en realidad nos estamos alejando de Dios. Advertimos que emprender este camino hacia el verdadero orden en nuestras pasiones nos pide gran energía y ritmo sostenido. En esta constante labor, un aliado importantísimo es la vida fraterna, en la que todos juntos –hoy diríamos sinodalmente– buscamos al Señor. Muy acertadamente la autora no deja de brindarnos también la trayectoria bíblica de la palabra “celo” y más detalladamente la trayectoria personal del celo bueno y malo en la vida de san Pablo.
Para enriquecernos aún más, esta actitud de continua vigilancia para volver a orientar rectamente las pasiones que nos propone san Benito en RB 72, queda muy bien plasmada en el Itinerario espiritual según Doroteo de Gaza que nos expone de manera muy clara y amena Lisa Cremaschi. Doroteo poco a poco aprende a dejarse guiar por su Padre espiritual y a perseverar no obstante sus debilidades y caídas, y llega a guiar a otros permaneciendo él siempre en actitud de discípulo. La vida cenobítica le resulta ser el lugar de un profundo y real conocimiento de sí mismo gracias a la confrontación y al servicio a los hermanos. Doroteo mismo se aplica y enseña a transitar el camino de la mansedumbre y la humildad (cf. Mt 11,29), que requiere arraigada fortaleza para mirarse a sí mismo, acusarse y corregirse mientras él no deja de recurrir constantemente a la misericordia de Dios y de practicar una actitud misericordiosa con los demás. Percibimos a través de su Itinerario que vivir como cristianos es un permanente combate espiritual para aprender a amar de verdad. Y nos sentimos llamados a involucrarnos también nosotros en ese combate cuya meta es la comunión.
Finalmente, un atinado comentario del P. Cristophe Vuillaume, de una Carta de Pedro el Venerable –abad de Cluny en el Siglo XII– a sus hermanos en medio de una pandemia, nos resulta muy vigente hoy dada la situación global que padecemos. El abad Pedro expresa su dolor de padre, refleja su gran humanidad y recurre a la Sagrada Escritura buscando y brindando consuelo a sus monjes. El P. Vuillaume completa este panorama con lo que el Magisterio de la Iglesia nos proporciona para ver más alto y más lejos en una revisión de vida que propicie un encuentro con Dios desde una apertura y docilidad a sus inescrutables caminos.
En la Sección Fuentes, continuamos con la traducción de la “Vida de san Antonio”, referencia fundacional y permanente para el monacato cristiano, que debemos a san Atanasio de Antioquía. Como ya informáramos en nuestro número anterior, se presenta en triple versión: La original griega, según la edición de G. J. M. Bartelink en la colección Sources Chrétiennes, en su volumen 400. La primera traducción al latín, hoy conocida como “versio vetustissima”, traducida por primera vez al español. Y la segunda traducción latina, de Evagrio de Antioquía, la más difundida en el Occidente latino. Ahora publicamos la Segunda Parte en su primera sección.
¿Qué experiencias maduras alimentaron las enseñanzas de Benito al final de la “Regla” sobre cómo la pasión o el celo opera en un monasterio? ¿Por qué él elige centrarse sobre el “celo”, una palabra riesgosa, con connotaciones negativas?
La mansedumbre exige la fortaleza de luchar contra la tentación de la prepotencia, que nos amenaza a todos. El manso es fuerte, con aquella fuerza que le viene del abandono en el Señor. No se venga del mal recibido, sino que “se acusa a sí mismo”.
Descubrimos en estas líneas, y entre líneas, no solo las consecuencias muy concretas de la enfermedad sino también y sobre todo las reacciones que ella suscitó en los monasterios y en otras partes. Es evidente que el interés mayor de esta carta circular está puesto en la mirada del santo Abad sobre estos sucesos.
«16.2. Y por tanto ustedes, como hijos, traigan y digan a su padre, lo que saben; y yo, ya que soy mayor en edad que ustedes, les comunicaré lo que sé y he experimentado.
16.2. Y ustedes, como hijos, tráiganme, como padre, lo que saben y díganlo. Yo, que soy mayor en edad que ustedes, lo que sé y lo que he experimentado, se los comunicaré.
16.5-7. “Y entonces ustedes, decía, cuéntenme como a un padre lo que han llegado a conocer, y yo les indicaré como a hijos lo que he alcanzado por la avanzada edad”».