Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia IV, capítulos 18-21)

Capítulo 18. Pregunta: ¿cuál es la diferencia entre carnal y animal?

18. Germán: “Sobre la utilidad del combate que se produce entre la carne y el espíritu nos parece ya claramente expresado, de modo que creemos que incluso podemos tocarlo con nuestras manos. Y por eso queremos que también nos expliques la diferencia entre el hombre carnal y el hombre animal, y cómo el hombre animal puede ser peor que el hombre carnal”.

 

Capítulo 19: Respuesta: sobre el triple estado de las almas

El tema central de los capítulos 19 al 21 es el de la tibieza. Por causa de esta funesta actitud los monjes los monjes olvidan el compromiso asumido en la profesión monástica. Se podría decir que la tibieza los convierte en “eunucos espirituales”.

Los textos fundamentales para la argumentación que presenta abba Daniel está tomados del Apocalipsis y las Cartas de san Pablo.

La categorización de las diversas especies de almas o seres humanos, deudora de los textos paulinos, sindica a los que estos llaman “animales” como quienes de mejor manera ejemplifican el estado de tibieza espiritual. Ellos no son fríos, como los carnales, ni cálidos, como los espirituales.

 

19.1. Daniel: «Conforme a la definición de la Escritura, existen tres condiciones para el alma: la primera, es carnal; la segunda, animal; y la tercera, espiritual.

 

Las tres condiciones de las almas[1]

19.1a. Leemos en el Apóstol que así son designadas [estas condiciones]. Sobre las almas carnales dice: “Les di a beber, no un alimento sólido, pues todavía no lo podían soportar. Pero tampoco ahora lo pueden soportar, porque todavía son carnales” (1 Co 3,2-3). Y de nuevo: “Puesto que hay envidia y discordia entre ustedes, ¿acaso no son carnales?” (1 Co 3,3).

19.1b. Sobre las almas animales se habla de esta forma: “El hombre animal no percibe las realidades que provienen del Espíritu de Dios, son necedad para él” (1 Co 2,14).

19.1c. En cambio, sobre las espirituales se dice: “El hombre espiritual lo juzga todo, pero él no es juzgado por nadie” (1 Co 2,15. Y otra vez: “Ustedes, que son espirituales, instruyan a quienes están en idénticas condiciones con un espíritu de mansedumbre” (Ga 6,1).

 

La tibieza destruye la vocación monástica

19.2. En consecuencia, una vez hecha nuestra renuncia, debemos apresurarnos a dejar de ser carnales. Es decir, que comenzando a apartarnos del modo de vida de lo seculares y a dejar la manifiesta impureza de la carne, nos empeñemos con todas nuestras fuerzas por alcanzar de inmediato el estado espiritual. De otra manera, halagándonos a nosotros mismos, según el hombre exterior, nos parecerá que, habiendo renunciado a este mundo y apartados del contagio de los deseos carnales[2], con esto ya alcanzaríamos la suma perfección. Por consiguiente, nos haríamos más laxos y descuidados en la corrección de las demás pasiones, permaneciendo en medio de las dos condiciones, siendo incapaces de llegar al grado del progreso espiritual, al considerar que es más que suficiente para nuestra perfección, con los ojos del hombre exterior, estar separados del modo de vida de este mundo y de sus placeres; y que estamos exentos de la corrupción y de las relaciones carnales. Hallándonos así en un estado de tibieza, que es el peor de todos, reconocemos que vamos a ser vomitados de la boca del Señor, según lo que Él ha dicho: “Ojalá fueras caliente o frío. Pero tú eres tibio, y voy a vomitarte de mi boca” (Ap 3,15-16).

 

Las nefastas consecuencias de la tibieza

19.3. Muy justamente el Señor declara a quienes ha acogido en la intimidad[3] de su amor, pero se han tornado culpables de tibieza, que serán vomitados como con cierta convulsión pectoral. Sin embargo, ellos podrían haber constituido para Él un alimento salvífico, y, en cambio, prefirieron ser erradicados de sus vísceras, haciéndose peores que aquellos alimentos que nunca entraron en la boca del Señor, del mismo modo que nosotros detestamos con más animosidad lo que lanzamos fuera, impelidos por la náusea. Cualquier cosa fría, cuando la nos la llevamos a la boca se torna caliente y se percibe como salutíferamente suave. Mas lo que ya ha sido escupido fuera, por ser de una tibieza nauseabunda, no solo digo que evitamos llevarlo de nuevo a los labios, sino que también ni podemos verlo desde lejos sin sumo disgusto.

 

La conversión del hombre carnal

19.4. Rectamente, entonces, se dice que aquel estado es peor, porque es más fácil que acceda a la conversión salvífica y a la cumbre de la perfección un hombre carnal, o sea, un hombre secular o un pagano, que un monje profeso, pero que, sin embargo, no ha acometido el camino de la perfección según la regla de la disciplina, y que se ha alejado del fuego del fervor espiritual. Porque el monje que se siente humillado a causa de los vicios corporales e inmundo por el contagio de la carne, compungido, correrá hacia la fuente de la verdadera purificación y hacia la cima de la perfección. Y horrorizado por aquel gélido estado de infidelidad, encendido por el ardor del espíritu, volará más fácilmente hacia la perfección.

 

El mal uso del término monje

19.5. Quien, como dijimos, una vez que ha comenzado tímidamente, empieza abusar de la palabra monje, en modo alguno ha empezado a recorrer el camino de esta profesión con la humildad y el fervor debidos. Y cuando se ha infectado con esta miserable pestilencia, y causa de ella, por así decirlo, se ha relajado, no podrá, en adelante, saborear por sí mismo lo que es ser perfecto, ni ser instruido por las moniciones de otra persona, sino que, según aquella sentencia del Señor, dirá en su corazón: “Porque soy rico, no carezco de nada” (Ap 3,17).

19.6. Para también serán apropiadas para él las palabras que siguen: “En cambio, tú eres miserable, pobre, ciego y desnudo” (Ap 3,17). Se ha hecho peor que el hombre secular, porque no conoce que es miserable, que está ciego y desnudo, merecedor de enmienda, o necesitado de ser instruído. Y por esto no admite una exhortación ni una palabra saludable, sin comprender que el nombre mismo de monje es muy grande para él; e incluso, acreditado por todos, pues ahora todos lo consideran un santo y un siervo de Dios, es necesario que en el futuro sea sometido a un juicio y a un castigo más grave.

 

Sembrar en un terreno nuevo

19.7. ¿Por qué debemos alargarnos sobre esta cuestión que para nosotros es suficientemente conocida y probada por la experiencia? A menudo vemos personas frías y carnales es decir hombres del mundo y paganos que llegan al fervor espiritual; pero no vemos entre estas personas a ninguno que sea tibio o animal. Esto también es lo que nos transmite el profeta: el Señor aborrece a estas personas, intimando a los hombres espirituales y a los maestros para que se abstengan de amonestarlos e instruirlos; de modo que, como una tierra estéril, infructuosa y llena de inmundicias dañinas, aquellos no malgasten la semilla de la palabra salvífica. Al revés, se les pide que los condenen, cultivando, en cambio, una tierra nueva. Es decir, que transfieran todo el cuidado de la doctrina y el celo de la palabra salvífica a los paganos y seculares, pues así se lee [en la Escritura]: “Esto dice el señor a los hombres de Judá y a los habitantes de Jerusalén: ‘Cultiven un terreno nuevo y no siembren sobre las espinas’” (Jr 4,3).

 

Capítulo 20. Sobre quienes renuncian malamente

Los monjes tibios creen que su renuncia exterior los haya ya perfectos, lo que no es sino una mera ilusión. Y lo que es peor todavía, ya no realizan ningún esfuerzo espiritual para alcanzar la verdadera perfección. “Llamarse monje y figurarse tal puede el peor de los obstáculos para alcanzar la santidad verdadera, la del Espíritu Santo”[4].

“Las páginas finales de la Conferencia denuncian dos vicios entre los monjes: la avaricia y el orgullo, que se manifiestan especialmente en la falta de obediencia”. Son la implícita negación de los dos abajamientos de Cristo[5].

 

La avaricia[6]

20.1. En síntesis, me avergüenzo de decirlo, vemos que muchos han hecho su renuncia al mundo, pero sin modificar para nada los vicios y las conductas precedentes, a no ser en lo que respecta a su posición social y el modo de vestir secular. De hecho, desean con vehemencia adquirir el dinero que antes no poseían, y ciertamente no abandonan las cosas que antes tenían. Y lo que es más lúgubre desean también aumentarlas con el pretexto de que es justo el deber de sostener siempre a sus siervos y a los hermanos. O también reservan algo con la finalidad de instituir un grupo, presumiendo, como si fueran abades.

 

La soberbia[7]

20.2. Si en verdad buscarán el camino de la perfección, se esforzarían en conseguirla con todas sus fuerzas, privados no solo del dinero, sino también de las anteriores afecciones y de todas las distracciones; de forma que se pondrían ellos mismos, solos y despojados por completo, bajo el mandato de los ancianos, para no preocuparse ni de los demás ni de sí mismos. Por el contrario, mientras se apresuran para ponerse al frente de los hermanos, no se someten a los ancianos, e impulsados por la soberbia, mientras desean gobernar a otros, ni aprenden ni practican las cosas que merecen ser enseñadas. Y sucede lo que ha ha dicho el Salvador: los higos conducen a otros ciegos, y caerán juntos en la fosa (cf. Mt 15,14).

 

Dos clases de soberbia

20.3. El género de esta soberbia es uno solo. Sin embargo, es de una doble especie: una simula la seriedad y la gravedad; la otra, se abandona desenfrenadamente a la libertad de las carcajadas y las risas fatuas. La primera, se alegra de la taciturnidad; en cambio, la segunda, desprecia ser coartada por el silencio, y no se avergüenza de hablar por aquí y por allá, diciendo incluso cosas necias e inapropiadas, mientras enrojece por ser juzgada inferior a las otra e inepta. Una ambiciona el oficio de la clericatura por causa de la soberbia; la otra, lo desprecia, juzgándolo inapropiado e indigno, o por la anterior dignidad de vida, o por los méritos de la propia vida, o por la condición de su nacimiento. ¿Cuál de estas dos clases de soberbia debe ser considerada peor? Que cada uno lo discierna y evalúe.

 

Vanagloria y desobediencia

20.4. Uno y totalmente idéntico es el género de la desobediencia, bien por la diligencia de la operación, bien por el deseo del reposo, se viola el mandato del anciano. Y es igualmente dañino anular las normas del monasterio sea por el sueño que por la vigilia; al igual que transgredir el precepto del abad de leer, cuanto como condenar el reposo; y no es otro el estímulo de la misma soberbia que desprecia a un hermano por su ayuno o por su refección. A menos que los vicios que dan la impresión de ser virtuosos y espirituales, no sean más dañinos e irremediables que aquellos que nacen del placer carnal. Los vicios carnales, en efecto, como debilidades expuestas y mostradas abiertamente, es posible enfrentarlos y curarlos; los otros, en cambio, que se esconden bajo pretexto de virtud, perduran sin curación y tornan desesperada la enfermedad de aquellos que han sido peligrosamente engañados.

 

21. Sobre quienes después de haber renunciado a grandes cosas por las pequeñas se preocupan

“Al no terminar la Conferencia cuarta con uno de sus epílogos habituales, el discurso de Daniel concluye de forma abrupta, Casiano da a entender que estas páginas finales no pertenecen a la casuística del ermitaño egipcio, sino que son de su propia autoría. Es el abad de Provenza que exhala así, como en varios pasajes de las Instituciones, la irritación que le provocan muchos monjes galos, infieles a su vocación”[8].

 

La adhesión desordenada a pequeñas cosas

21.1. Es ridícula la forma en que algunos, después del primer entusiasmo de la renuncia, dejadas las cosas familiares, las muchas riquezas y la milicia del siglo, recluidos en los monasterios, los encontramos adheridos con tanto celo a aquellas cosas de las que no pueden prescindir y que no se pueden poseer en esta forma de vida, aunque sean cosas mínimas y viles, el cuidado de ellas supera con mucho la pasión por todas las pertenencias de antes. La renuncia a las riquezas y a bienes mayores no les ha reportado ningún gran beneficio, porque el afecto, motivo por el cual los sentimientos de este género deben ser despreciados, ha sido trasladado a cosas pequeñas y exiguas.

 

La avaricia que genera conflictos entre hermanos

21.2. Por consiguiente, al no cortar el vicio de la avidez y de la avaricia, que ya no pueden practicar respecto de bienes preciosos, estos demuestran no haber perdido la pasión precedente, solo la han cambiado. En efecto, adheridos con diligencia al cuidado de unas esterillas, de unos canastos, de una manta, de unos códices y otras cosas semejantes, aunque de muy poco valor, sin embargo, se mantienen ligados a ellas con la antigua libidinosidad, y cuidándolas, incluso las defienden con tanta emulación que llegan al extremo de no avergonzarse de enfrentarse con los hermanos, y lo que es más indigno todavía, pelean con ellos.

 

El vicio de la propiedad privada

21.3. Fatigándose, todavía enfermos de la prístina avidez, no se contentan con poseer las cosas para uso del cuerpo y que imponen al monje las necesidades, según el número y la medida común. Aludiendo, también en este caso, a la avaricia de su corazón, se esfuerzan por tener estas cosas necesarias en una cantidad mayor que los demás, o bien van más allá del modo de la debida solicitud, cuidando de una forma peculiar y con mayor celo sus cosas, las defienden del contacto de los demás, cosas que deberían ser comunes para todos los hermanos.

 

La verdadera pobreza

21.4. Y como si el mal de la avaricia se redujera a una mera diferencia de metales y no a la pasión misma; y como si no fuera peor enojarse por cosas de poca monta que por cosas de importancia, cuando hemos renunciado a cosas más preciosas justamente para aprender a despreciar con mayor facilidad las que son más viles. ¿Qué diferencia hay entre enfurecerse por bienes considerables y magníficos o por cosas viles, sino que debe ser juzgado más reprensible quien habiendo despreciado grandes cosas queda luego encadenado por aquellas que son mínimas? Porque esta renuncia no conduce a la perfección del corazón, aunque sea considerada típica del pobre, pues no ha abandonado por completo la voluntad que es propia del hombre rico».


[1] El término almas hay que comprenderlo conforme al sentido bíblico: personas, seres humanos. Y cuando traducimos “hombres” entendemos no los varones, sino los seres humanos.

[2] Lit.: “carnalium fornicationum contagia”: los contagios de las fornicaciones carnales.

[3] Lit.: “in visceribus caritatis”: en las vísceras de la caridad.

[4] Vogüé, p. 210; cf. p. 209.

[5] Idem, p. 211-212.

[6] Cf. Inst. VII.

[7] Cf. Inst. XII.

[8] Vogüé, p. 211. Cf. asimismo Conversazioni, pp. 348-349, nota 31.