Capítulo 8. Sobre la avaricia, que es ajena a la naturaleza (extra naturam), y la diferencia que media entre esta y los vicios naturales
Sobre el carácter “externo” de la avaricia decía Evagrio:
“La avaricia sugiere una larga vejez, la incapacidad de las manos para el trabajo, el hambre que seguramente vendrá, las enfermedades que lo aquejarán, las amarguras de la pobreza y la deshonra de tener que recibir de los otros lo necesario”[1].
Y Casiano por su parte afirmaba:
“Nuestro tercer combate es contra la filargyria que podemos llamar amor a las riquezas. Es una guerra externa, que no proviene de la naturaleza. No tiene otro principio en el monje que la ociosidad de un espíritu corrompido y torpe; a menudo se debe a una imperfecta renuncia al mundo y a la tibieza en el amor a Dios. Los impulsos de los otros vicios insertados en la naturaleza humana, parecen tener sus principios como congénitos en nosotros y en cierto modo como amasados en las mismas entrañas. Nacen con el hombre y son anteriores al discernimiento del bien y del mal. Si bien lo atacan desde el principio, con todo pueden ser vencidos después de un prolongado esfuerzo”[2].
Avaricia e ira
8.1. Si bien la avaricia (filargyria) y la ira no sean de la misma naturaleza -porque la primera está fuera de nuestra naturaleza; en cambio, la otra parece tener su origen en nosotros-, sin embargo, surgen del mismo modo, encontrando habitualmente las causas de la conmoción afuera [de nosotros]. Y también con frecuencia quienes todavía están enfermos, ya sea por la irritación, ya sea por la incitación, se lamentan por ser conquistados y precipitados en estos vicios de la iracundia y la avaricia por la provocación de otros. Pero que la avaricia sea extraña a la naturaleza, esto se ve con claridad en el hecho probado de que su origen no tiene su comienzo en nosotros ni se concibe de la materia a la que pertenecen el alma y la carne y la sustancia de la vida.
Fuera de la naturaleza
8.2. Sin duda, [la avaricia] nada tiene que ver con la utilidad y la necesidad de nuestra común naturaleza, a excepción del comer y beber cotidiano. Pero todas las restantes cosas, que son conservadas con cuidado y amor, sin embargo, son consideradas extrañas a la indigencia humana e incluso inútiles. Y esto que existe como fuera de la naturaleza, solo incita a los monjes tibios y mal fundamentados, en tanto aquellas pasiones que son naturales no dejan en paz ni siquiera a los monjes muy probados y que viven en lugares desiertos.
Algunos pueblos paganos desconocen la avaricia
8.3. Y esto se comprueba ser tan verdadero que sabemos incluso de algunos pueblos paganos que están libres de esta pasión, es decir, de la avaricia; porque nunca han padecido[3] el uso y la costumbre de la enfermedad [que proviene] de este vicio. Creamos también que el primer mundo, aquel que existió antes del diluvio, ignoró por muy largo tiempo la furia de esta concupiscencia. Está asimismo probado que ella se puede extinguir, sin ningún esfuerzo, en cada uno de nosotros cuando renunciamos sin vacilar a todas nuestras pertenencias, y cuando procura de tal modo la disciplina del cenobio que no sufre si no puede conservar para sí ni un denario.
Una lucha incesante
8.4. Para testimonio de esta actitud podemos encontrar muchos miles de seres humanos que, después de haber dispersado en breve tiempo todos sus bienes, han erradicado esta pasión al punto de no ser turbados ulteriormente por ella: No obstante, siguen luchando en todo tiempo contra la gula, y si no combaten con corazón muy atento y con la abstinencia corporal, no podrán estar seguros.
Capítulo 9. Sobre la ira y la tristeza, que habitualmente no se encuentran entre los vicios naturales
Sobre la relación de la ira con la tristeza Casiano había afirmado en las Instituciones:
“Algunas veces esta tristeza es consecuencia de un arrebato de cólera precedente o proviene de la frustración de un deseo o de una ganancia, al verse uno privado de algunas cosas de las que se habían concebido esperanzas. Otras veces también, sin que existan causas que nos induzcan a caer en esta falta, por instigación del enemigo sutil somos deprimidos súbitamente por tanta tristeza que no podemos recibir con la afabilidad habitual la visita de personas amigas o que necesitamos encontrar; y, cualquiera que sea la conversación que ellos pretendan llevar adelante, la juzgamos importuna y superflua y no podemos dar ninguna respuesta grata, hasta tal punto la hiel de la amargura ha invadido todos los repliegues más escondidos de nuestro corazón”[4].
Respecto de la relación entre la acedia y la tristeza decía en la misma obra:
“El sexto combate es el que los griegos llaman acedia y que nosotros podemos nombrar tedio o ansiedad del corazón. La acedia tiene afinidad con la tristeza; es experimentada más bien por los solitarios y es el enemigo más peligroso y frecuente de los que viven en el desierto, sobre todo porque perturba al monje alrededor de la hora sexta, como una fiebre amenazante que vuelve periódicamente y enciende en el alma enferma ardientes pasiones a horas fijas y acostumbradas. Algunos de los ancianos[5] dicen que es el demonio meridiano del que habla el salmo noventa (Sal 90 [91],6)”[6].
9. La tristeza y la acedia no suelen ser generadas por algo que proviene del exterior, como sucede con los vicios de los que hablamos antes. Sabemos, en efecto, que estos afligen con frecuencia y amargamente también a los solitarios y a aquellos que viven el desierto sin mezclarse en ningún consorcio humano. Que esto es muy verdadero pueden confirmarlo fácilmente las pruebas de quien ha vivido en el desierto y ha experimentado los combates del hombre interior.
Capítulo 10. Sobre la concordia entre seis de estos vicios y la relación con los dos que están disidencia con ellos
Evagrio Póntico muy posiblemente sea la fuente de inspiración para el presente capítulo:
“Siendo que el alma racional es tripartita, según la enseñanza de nuestro sabio maestro, cuando la virtud está en la parte racional del alma se la llama prudencia, entendimiento y sabiduría; cuando (está) en (la parte) concupiscible, continencia, caridad y abstinencia; cuando (está) en (la parte) irascible, coraje y perseverancia; y en toda el alma, justicia. La tarea de la prudencia es dirigir la guerra contra las potencias enemigas, protegiendo las virtudes, alineándose contra los vicios y determinando lo que, en ciertas circunstancias, es indiferente. La (función) del entendimiento[7] es organizar armoniosamente todo lo que contribuye a alcanzar nuestra meta. El de la sabiduría es contemplar las razones de los cuerpos y de los incorporales. La tarea de la continencia es observar, libre de toda pasión (apathos), los objetos que en nosotros mueven las fantasías irracionales. La de la caridad es comportarse frente a toda imagen de Dios casi del mismo modo que frente al Modelo, aun cuando los demonios traten de deshonrar (esa imagen). La de la abstinencia es desechar con alegría todos los placeres del paladar. No temer a los enemigos y mantenerse firme valientemente[8] frente a los peligros es (tarea) de la perseverancia y del coraje. Y (la tarea) de la justicia es realizar alguna (forma) de acuerdo y armonía entre las partes del alma”[9].
Existe un cierto ordenamiento en los vicios
10.1. Por tanto, de estos ocho vicios, si bien tienen orígenes y efectos diversos, sin embargo, los primeros seis -esto es la gula, la fornicación, la avaricia, la ira, la tristeza, la acedia-, están ligados entre sí por una cierta afinidad y, por así decirlo, concatenados; de modo que el exordio exuberante del primero hace posible el inicio del siguiente. Pues de la abundancia de la gula [procede] la fornicación, de la fornicación la avaricia, de la ira la tristeza, de la tristeza la acedia. Por consiguiente, se debe luchar contra ellos de manera similar y con el mismo método, y es necesario iniciar siempre el combate desde el primero hacia el subsiguiente.
Cortar la raíz
10.2. Porque es más fácil que el dañino crecimiento, en amplitud y altura, de un árbol cualquiera, se interrumpa[10] si primero las raíces de las que se sustenta son expuestas y cortadas, y se procede a secar continuamente los pestilenciales humores de las aguas torrenciales, obturando con una intervención solícita las fuentes y los afluentes de sus venas. Por este motivo para que la acedia sea derrotada antes hay que superar la tristeza; para que la tristeza sea expulsada, hay que eliminar la ira; para que se extinga la ira, hay que aplastar la avaricia; para extirpar la avaricia, hay que frenar la fornicación; para que la fornicación sea sometida, es necesario castigar el vicio de la gula.
Diversidad de la vanagloria y la soberbia respecto de los demás vicios
10.3. En cambio, las dos restantes, es decir, la vanagloria y la soberbia, están ligadas entre sí de un modo similar a aquellos vicios de los que antes expusimos la disciplina; esto es, que el aumento del primero da lugar al crecimiento del segundo, porque la exuberancia de la vanagloria provee la materia para el segundo. Pero estos se diferencian notablemente de los primeros seis vicios y no están ligados de un modo semejante con ellos, puesto que no solo en modo alguno son generados por ellos, sino que incluso se suscitan en un modo y en un orden contrarios. Pues cuando aquellos son extirpados, estos fructifican con vehemencia, pululando y creciendo vigorosamente después de la muerte de aquellos.
La concatenación de los vicios
10.4. Por consiguiente, también somos asaltados de una forma diversa por estos dos vicios. Porque caemos en alguno de aquellos seis cuando ha sido expulsado el que lo precede; en cambio, estamos en peligro de incurrir en uno de estos dos al sentirnos victoriosos, y sobre todo después de los triunfos. Por ende, como todos los vicios son generados por el incremento de los precedentes, así también son purgados por su disminución. Y por esta razón para que la soberbia pueda explotar, la vanagloria debe ser sofocada; así, siempre superados los precedentes, conquistarán su lugar los siguientes, y con la extinción de los precedentes, las pasiones que resten se marchitarán por la ausencia de estímulos.
Las “parejas”
10.5. Si bien estos ocho vicios, sobre cuya disciplina hemos ya hablado, estén conectados entre sí y mezclados, sin embargo, se subdividen de un modo especial en cuatro categorías o parejas: la gula se une de una forma peculiar con la fornicación; la avaricia está ligada familiarmente con la ira; la tristeza con la acedia, la vanagloria con la soberbia.
Capítulo 11. Sobre el origen y la cualidad de cada uno de los vicios
En el desarrollo de los diferentes géneros de cada uno de los vicios, Sarapión nos remite, en líneas generales, a lo que ya Casiano había presentado en las Instituciones. “Y así se encuentran de nuevo las tres formas de gastrimargia: pecar en cuanto a la hora de la comida, la cantidad de alimentos y su cualidad (Inst. V,23 y 11)… Por lo que respecta a las tres clases de avaricia -querer conservar las propias pertenencias, recuperar lo que se ha entregado, o poseer lo que nunca se tuvo-, claramente son tomadas de las Instituciones (VII,14)… Lo mismo sucede con las dos clases de tristezas, motivadas o sin motivo, como así también respecto de las causas de la primera, que son la ira o un deseo frustrado (Inst. IX,4). Otro tanto se debe decir sobre las dos manifestaciones de la acedia -somnolencia o abandono de la celda-, puestas en evidencia en la obra precedente (Inst. X,3), aunque no se habían presentado formalmente como géneros diferentes. Finalmente, las dos clases de vanagloria y orgullo -una y otra presentan una forma carnal o espiritual- habían ya aparecido en los dos últimos libros de las Instituciones, pero la distinción de las cenodoxias gana en nitidez formal en la exposición de Sarapión (cf. Inst. XI,13 y XII,2)”.
“En cambio, Sarapión innova completamente al enumerar tres géneros de ira: irritación interior, explosiones exteriores y resentimiento prolongado… Y en cuanto a las tres especies de fornicación, que las Instituciones no distinguían, están tomadas de la Sagrada Escritura”[11].
Los diversos géneros de vicios. La gula
11.1. Tratemos ahora, uno por uno, sobre los diversos géneros[12] de vicios. Tres son los géneros de la gula: el primero, urge al monje a apresurarse para comer antes de la hora establecida y legítima; el segundo, que se considere feliz por tener el estómago lleno y en la voracidad por cualquier tipo de alimentos; por el tercero desea alimentos rebuscados y muy refinados. Estos tres géneros de gula hieren al monje de forma no leve, a no ser que luche por liberarse a sí mismo de los tres con idéntico esfuerzo y observancia.
Las tres enfermedades que provoca la gula
11.2. Porque no se debe presumir de ningún modo en romper el ayuno antes de la hora establecida; y así también deben ser amputadas la voracidad del vientre al igual que una suntuosa y exquisita preparación de alimentos. Por estas tres causas se producen tres enfermedades diversas y pésimas del alma. De la primera enfermedad nace el odio al monasterio y, en consecuencia, crecen el horror y la intolerancia hacia este mismo habitáculo; y se sigue, sin duda, el alejamiento y la muy veloz fuga de él. De la segunda se suscitan las espinas de la lujuria y la libidinosidad. La tercera, dispone las trampas inextricables de la avaricia sobre las cervices de sus prisioneros, no permitiéndole al monje establecerse en la perfecta pobreza[13] de Cristo. Conocemos las marcas de las huellas de esta pasión en nosotros cuando, tal vez, invitados a una refección por uno de nuestros hermanos, no estamos satisfechos con tomar el alimento preparado según el gusto de quien nos ha invitado, sino que pedimos inoportunamente y con descarada libertad que nos den otra cosa o que se nos añada algo.
Tres consecuencias lamentables
11.3. Hay tres motivos por los que no es conveniente que esto nos suceda. En primer lugar, porque la mente del monje siempre debe estar completamente empeñada en el ejercicio de la tolerancia y la moderación y, según el Apóstol, debe aprender en qué consiste lo suficiente (cf. Flp 4,11). Pues de ninguna forma podrá refrenar los deseos del cuerpo, ocultos o evidentes, quien, urgido por haber saboreado un alimento poco gustoso, no es capaz de moderar los placeres del paladar ni siquiera momentáneamente. En segundo lugar, porque a veces sucede que en un cierto momento falta aquella cosa especial que habíamos pedido, avergonzando[14] a quien nos ha recibido por su indigencia y frugalidad, publicando de forma manifiesta su pobreza, que hubiera preferido fuera conocida solo por Dios. En tercer lugar, porque tal vez el condimento que habíamos pedido fuera añadido podría desagradar a los otros y nos encontraríamos imponiendo un mal a muchos solo para satisfacer nuestra gula y nuestro deseo. Por estas razones semejante libertad debería ser contenida en nosotros como sea.
Tres tipos de fornicación
11.4. Tres son los géneros de fornicación: la primera se consuma por la unión sexual de uno y otro sexo; la segunda, [cuando] sin tocar una mujer -sobre esto se lee que Onán, hijo del patriarca Judá, fue castigado por el Señor, por causa de lo que en las santas Escrituras se denomina impureza (cf. Gn 38,9-10), y sobre esto el Apóstol dice: “A los no casados y a las viudas les digo que es algo bueno permanecer también como yo; pero si no se contienen, que se casen: es mejor casarse que arder” (1 Co 7,8-9)-. La tercera, es aquella concebida en el ánimo y en la mente, sobre la que el Señor dice en el Evangelio: “Quien mira una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón” (Mt 5,28).
Cómo curar la fornicación
11.5. Igualmente, el beato Apóstol se pronuncia sobre el modo en que estos tres géneros pueden ser extinguidos: “Mortifiquen, dice, sus miembros terrenos: la fornicación, la impureza, la libidinosidad” (Col 3,5) y lo que sigue; y de nuevo, sobre dos de ellos, a los Efesios: “La fornicación y la impureza que no se mencionen entre ustedes” (Ef 5,3); y otra vez: “Sepan que ningún fornicario o impuro o avaro, que es un servidor de los ídolos, tendrá una heredad en el reino de Cristo y de Dios” (Ef 5,5).
11.6. Cuidémonos de estas tres cosas de la misma manera que tememos ser excluidos del reino de Cristo.
Sobre la avaricia
11.6a. Tres son los géneros de avaricia: el primero, no les permite a quienes renuncian despojarse de sus riquezas y sus bienes; el segundo, nos persuade a recuperar con mayor codicia lo que habíamos entregado y distribuido a los indigentes; el tercero, nos compele a desear y adquirir lo que antes ciertamente no teníamos.
Tres clases de ira
11.7. Los géneros de la ira son tres: uno se enciende interiormente, y en griego se dice thumos; otro prorrumpe en palabras, obras y acciones, y es llamado orge, sobre este el Apóstol dice: “Pero ahora depongan también ustedes toda ira e indignación” (Col 3,8). El tercero, no se enciende como aquel y se extingue en una hora, sino que se mantiene por días y períodos, y es llamado menis.
11.8. Los tres géneros, todos, debe ser condenados por nosotros con el mismo horror.
Los tipos de tristeza
11.8a. Los géneros de tristeza son dos[15]: uno se genera bien cuando la iracundia se debilita, bien cuando se padece algún daño o se ha impedido o anulado algún deseo; el otro, deriva de la irracional ansiedad de la mente o de la desesperación.
Dos tipos de acedia
11.8b. Los géneros de la acedia son dos: uno, precipita en el sueño a quienes están ansiosos; otro, induce a abandonar la celda y huir.
Dos clases de vanagloria
11.8c. Aunque la vanagloria sea multiforme y múltiple, y se divida en diversas especies, sin embargo, sus géneros son también dos: el primero es aquel que nos ensoberbece por las cosas carnales y exteriores; el segundo, nos inflama en el deseo de vanas alabanzas por cosas espirituales y ocultas.
[1] TP 9; SCh 171, p. 512.
[2] Inst. VII,1.
[3] Lit.: han recibido.
[4] Inst. IX,4; CSEL 17, p. 168.
[5] Cf. Evagrio Póntico, Tratado Práctico 12: «El demonio de la acedia, llamado también “demonio del mediodía”...». Ver, para mayores detalles, la ed. del Tratado Práctico en SCh 171, pp. 521 ss.
[6] Inst. X,1; CSEL17, pp. 173-174.
[7] O: inteligencia.
[8] Lit.: diligentemente.
[9] Tratado Práctico 89; SCh 171, pp. 680-689.
[10] Lit.: se seque o marchite (exaresco).
[11] Citas tomadas de Vogüé, pp. 217-218.
[12] O: especies, tipos.
[13] Lit.: la perfecta desnudez de Cristo (perfecta Christi nuditate).
[14] Lit.: verecundiam incutimus.
[15] Cf. 2 Co 7,10-11 (Conversazioni, p. 377, nota 17).