Inicio » Content » GREGORIO MAGNO: "LIBRO SEGUNDO DE LOS DIÁLOGOS" (Capítulo XXX,1)
 
VIDA Y MILAGROS DEL VENERABLE ABAD BENITO (*)
(480-547)
 
 
XXX.1. Un día, mientras que Benito se dirigía hacia el oratorio de san Juan, situado en lo más alto de la montaña, le salió al encuentro el antiguo enemigo disfrazado de veterinario, llevando un vaso de cuerno y un lazo. Al preguntarle: “¿Adónde vas?”, él contestó: “Me voy a ver a los hermanos, para darles un brebaje”. Entonces el venerable Benito se fue a rezar. Y cuando terminó su oración, volvió de inmediato.
El maligno espíritu, por su parte, encontró a un monje anciano que estaba sacando agua, y al momento entró en él y lo arrojó al suelo atormentándolo furiosamente. El hombre de Dios, que volvía de la oración, viendo que el anciano era torturado con tanta crueldad, le dio tan solo una bofetada, y al instante expulsó de él al maligno espíritu, de suerte que éste en adelante ya no se atrevió a atacarlo.
 
 
Comentario del P. Adalbert de Vogüé, osb (**)
 
Este relato nos lleva de nuevo al tiempo en que Benito tomaba posesión de Montecasino. Recordado por la mención del oratorio San Juan, ese período de construcciones fue también un tiempo de violencias diabólicas, que se reproducen ahora bajo la forma inédita de una posesión. La aparición del diablo anunciando un mal golpe contra los hermanos, es un verdadero doblete de aquella del capítulo 11.
 
Más atrás aún el lector encontrará, en los milagros de Subiaco, un hecho muy semejante. Al igual que Benito había liberado, golpeándolo con un bastón, al monje arrastrado por el demonio fuera del oratorio, igualmente aquí cura el poseso dándole una bofetada. En uno y otro caso el demonio “no se atrevió” a retornar. El presente exorcismo se parece a esa curación de Subiaco más que a aquella del clérigo de Aquino, contada a propósito de una de las profecías, en la cual el diablo había sido expulsado por la oración.
 
Además de estas analogías con episodios anteriores, nuestra historia tiene relaciones llamativas con varios relatos hagiográficos. Los primeros en que se piensa -tanto nos ha acostumbrado Gregorio a mirar en esa dirección- son dos de las apariciones del diablo que Sulpicio Severo cuenta en la Vida de Martín. Al comienzo, cuando Martín va a Italia, “se encuentra” con el diablo, camuflado bajo una “forma” humana, que “le pregunta adónde va”(1). Aunque la pregunta la formula el diablo, no el santo, ese encuentro en el camino y el diálogo con Satanás, iniciado con esa pregunta, se parecen mucho al que leemos en el presente texto.
 
Sin embargo, la continuación de la entrevista toma en Sulpicio Severo una dirección diversa. Se limita a un intercambio de palabras. Para hallar como aquí malos tratos contra los compañeros del santo, hay que pasar a la segunda aparición, acompañada de la muerte de un servidor laico de Marmoutier(2). No es necesario volver sobre los detalles de ese episodio, que ya sirvió, como se recordará, de telón de fondo al relato gregoriano del capítulo 11. Recordemos solamente que el diablo se le aparece a Martín con un cuerno en la mano. Aquí tiene el mismo objeto, pero ha cambiado su sentido: en lugar de un arma de muerte, el cuerno no es más que un instrumento del veterinario.
 
Esta transformación de un rasgo particular corresponde a la diferencia global de los dos relatos. El de Sulpicio Severo es sombrío y dramático, el de Gregorio jovial, casi humorístico. De un asesinato se pasa a una posesión breve, detenida por una simple bofetada. Como en el capítulo 11, el asunto termina bien, pero esta vez Benito ni siquiera necesita hacer un esfuerzo y orar. La oración ya la había hecho en el oratorio San Juan. Ahora le basta un golpe para expulsar definitivamente al diablo.
 
Los dos antecedentes martinianos, por tanto, ofrecen un importante sustrato de rasgos originales. Pero no hemos terminado de descubrir el plan que está por detrás de nuestro relato. Todavía más que en la obra de Sulpicio Severo, hay que pensar en un apotegma del abad Macario, que fue traducido al latín, hacia mediados del siglo VI, por uno de los predecesores de Gregorio, el papa Pelagio Iº(3).
 
Esa larga historia puede resumirse de la siguiente manera. Habitando en el desierto sobre una elevación, Macario un día vio al diablo que se dirigía hacia la parte baja del mismo desierto, donde habitaban un cierto número de hermanos. El disfraz del Maligno era pobre. Como un vendedor ambulante, llevaba frascos enganchados a su vestimenta. Ante la pregunta: “¿Adónde vas?”, él respondió: “Les voy a recordar algunas cosas a los hermanos”. “¿Y esos frascos?”. “Son diversos licores que les daré a degustar; hay para todos los gustos”. Inquieto por tales declaraciones, Macario se quedó al acecho del retorno del miserable y supo que casi todos los hermanos lo habían rechazado, pero uno de ellos se había dejado seducir por la tentación. Inmediatamente el santo abad visitó a ese hermano tentado, y obteniendo su confesión, le prescribió una ascesis para vencer el mal. Retornando a su lugar, Macario encontró de nuevo, algún tiempo después, al mercader ambulante, que volvía a hacer su gira entre los hermanos. Pero esta vez el regreso de Satanás fue lastimoso: su anterior víctima no quiso saber nada; aquel ya no volvería por mucho tiempo
 
Se puede apreciar todo lo que tienen en común Benito y Macario. Como el abba del desierto de Egipto, el de Montecasino se encuentra -no habitualmente, es verdad, pero al menos de forma pasajera- sobre la altura dominante del lugar donde se encontraban los hermanos: el oratorio de San Juan -Gregorio se toma el trabajo de notarlo aquí, y sólo aquí- “situado en lo más alto de la montaña”. Mientras se hallaba allí arriba, a corta distancia de los hermanos, el diablo los visitó. Como en el apotegma egipcio les llevó de beber, no en frascos esta vez, sino -más groseramente-con un vaso de cuerno. Este “cuerno” sabemos de dónde viene... Es eso sin duda lo que sugirió el cambio de disfraz de mercader ambulante a veterinario.
 
Martín y Macario, Sulpicio Severo y las Vidas de los Padres: se asiste a una nueva combinación de modelos, semejante a la que hemos observado en tres escenas anteriores. Como Benito, en el asunto de las monedas de oro, se identificaba simultáneamente con el obispo Bonifacio y el profeta Eliseo, igualmente ahora él revive al mismo tiempo la experiencia del santo obispo de Tours y la del gran monje egipcio. No sólo el vaso de cuerno que ve en las manos del diablo tiene gran semejanza con el cuerno ensangrentado de Marmoutier y con los frascos envenenados del desierto de Egipto, sino que la posesión que va a curar está a medio camino entre el homicidio del episodio martiniano y la tentación del apotegma macariano: físico como el primero de esos males, remediable como el segundo.
 
Pero prosigamos nuestra comparación con el apotegma. Allí como en el texto de Gregorio, a diferencia del de Sulpicio Severo, es el santo quien interroga al diablo. El diálogo comienza de la misma forma: “Dónde vas?”. -“Voy a ver a los hermanos”. Pero en lugar de continuar Gregorio se detiene allí. Su relato resulta mucho más corto que el apotegma. Contrariamente a Macario, Benito no pregunta ni recibe ninguna explicación sobre la “poción” maléfica.
 
El mismo propósito de acortar se observa en lo que sigue. El Maligno no regresa ni hay noticias de sus fechorías. Como Macario, Benito desciende hacia los hermanos, y ve con sus ojos -sin que Satanás tenga necesidad de informarle- al hermano atormentado. En efecto, en esta ocasión el tormento no es moral sino corporal: la tentación secreta del apotegma es substituida por una espectacular posesión. De allí que no haya diálogo entre el abad y el hermano: en vez de consejos edificantes, una bofetada pone fin a la crisis. Como en el apotegma, el remedio administrado por el santo se revela soberano: el diablo es vencido por el bien. Pero este resultado no necesita de una nueva visita de Satanás para verificarse. Ya queda adquirido totalmente. Es para siempre: no solamente el diablo no se presentará “antes de mucho tiempo”, sino que “en adelante ya no se atreverá a atacarlo”.
 
En esta transformación del apotegma macariano, dos rasgos son de singular importancia. Ante todo, el reemplazo de la tentación diabólica por la posesión, y aquel de los consejos del santo por una especie de exorcismo expeditivo. La nueva escena lleva a pensar en los evangelios, donde posesiones y exorcismos son numerosos(4). En particular en la curación del niño epiléptico, después de la Transfiguración de Jesús. Según Marcos, el niño era arrojado por tierra por el demonio y daba vueltas echando espumarajos(5). “Tirado al suelo”, también el anciano monje de Montecasino, sufría un tormento “furioso”, “cruel”. En estas anotaciones se vuelve a encontrar el interés de Gregorio por la descripción clínica, ya evidenciado en el caso de los dos leprosos, pero esta vez el Evangelio aparece tras la escena.
 
El otro hecho importante es que Benito, a diferencia de Macario, se muestra como hombre de oración. Por más breve que sea la anécdota gregoriana en comparación con el apotegma, ella trae este dato suplementario: yendo a orar Benito encuentra al diablo, y volviendo de su oración cura al poseso. Sin duda, esta peregrinación al oratorio San Juan juega un papel funcional en el relato, procura un intervalo en que el santo abad está apartado de los hermanos, lo cual aprovecha el diablo para asaltarlos. Pero el espíritu de oración que se manifiesta en Benito es llamativo. La amenaza del diablo no le impide al santo ir a orar, y si regresa rápidamente, es sólo después de haber rezado, tal como había decidido hacerlo.
 
De nuevo este rasgo recuerda los inicios de Montecasino y las luchas de entonces contra Satanás, donde la oración tenía su lugar en cada episodio. En el presente grupo, como se ha visto, también es honrada. Y sobre todo, ella es ubicada en el primer plano, no sólo de la narración, sino también de las reflexiones del narrador, tanto en los dos milagros que seguirán, como en el episodio conclusivo de la oración victoriosa de Escolástica.
 
 
Notas:
 
(*) Traducción castellana publicada por Ediciones ECUAM, Florida (Pcia. de Buenos Aires), 2009.
(**) Trad. de: Grégoire le Grand. Vie de saint Benoît (Dialogues, Livre Second), Abbaye de Bellefontaine, Bégrolles-en-Mauges, 1982, pp. 165-169 (Vie monastique, 14).
(1) Sulpicio Severo, Vida de san Martín 6,1.
(2) Ibid. 21.
(3)Vidas de los Padres V,18,9 (PL 73,981-982). Mismo relato en Pascasio de Dumio, Liber geronticon 10.4, pero su Quo vadis? Difiere del Ubi vadis? De Pelagio, que se encuentra en Gregorio. Texto griego: Apotegma Macario 3 (PG 65,261).
(4) Mt 8,28-34; 9,32-34; 12,22-30; 15,21-28 y paralelos.

(5) Mc 9,14-29 (ver 14,20). Cf. Mt 17,14-20; Lc 9,37-43.