Capítulo 24. Que las tierras de las que fueron expulsados los pueblos de los cananeos fueron asignadas a los descendientes de Sem
«“La antigua tradición” a la que alude Casiano es la contenida en Dt 7,1, y citada en el párrafo 16.1, donde Egipto y las siete naciones, cuyo territorio es prometido por Dios a los israelitas, representan en modo figurado a los ocho vicios principales. Aquí quien entra en posesión de sus tierras es, por tanto, Israel, y no solo el patriarca de Gn 32, sino también el pueblo de Israel. Este Israel, es decir, el monje, que se dirige en su viaje hacia la contemplación sin fin, es quien entra, gracias a la ayuda providencial de Dios, en posesión de su tierra/cuerpo, donde pueden habitar solamente los hijos de Israel (las virtudes) y no los hijos de Cam (los vicios)»[1].
Nuestra tierra
24.1. Como también enseña una antigua tradición, cuando el orbe fue dividido, a los hijos de Sem les tocaron en suerte las tierras de los cananeos, en las cuales después fueron introducidos los hijos de Israel, y de las cuales sucesivamente Cam tomo posesión por la fuerza y la violencia, por medio de una invasión inicua. Ante este hecho el juicio de Dios se comprobó rectísimo: expulsó a quienes, llegando de otra parte, injustamente habían ocupado esas tierras, y restituyó al pueblo de Israel la antigua propiedad de sus padres, que había sido asignada a su progenie en el momento de la división del orbe.
La restitución de las tierras propias de virtudes
24.2. El sentido de esta imagen se reconoce de manera muy certera en nosotros. Porque la voluntad del Señor asigna naturalmente la posesión de nuestro corazón no a los vicios, sino a las virtudes. Después de la prevaricación de Adán, estas fueron expulsadas de su región propia por los insolentes vicios, es decir, por los pueblos cananeos; y cuando fueron restituidas por la gracia de Dios, y por nuestra diligencia y esfuerzo, sin embargo, no se debe creer que recibieron tierras extrajeras, sino las propias.
Capítulo 25. Diversos testimonios sobre el significado de los ocho vicios
Orígenes cita el texto evangélico al que recurre Casiano en el primer párrafo:
«Para que puedas destruir el pasado y pueda en adelante tenerse confianza en ti, no solo no has de hacer nada impúdico, sino ni siquiera pensarlo. Porque mira lo que está escrito: «Cuando, dice, el espíritu inmundo ha salido del hombre, marcha por lugares áridos, busca el reposo y no lo encuentra. Y entonces dice: “Volveré a mi casa de donde salí”. Y si al volver la encuentra vacía, limpia y adornada, se va y trae consigo otros siete espíritus peores que él, y entrando en aquella casa, habita en ella. Y el último (estado) de aquel hombre será peor que el primero[2] (Mt 12,43-45; Lc 11,24-26)»[3].
Y Evagrio Póntico en sus Escolios al libro de los Proverbios decía:
«Pr 26,25: Si tu enemigo te suplica con fuertes voces, no le creas.
Satanás nos suplica, a veces, seduciéndonos por medio de pensamientos impuros y atrayéndonos por lo llano del placer, y a veces, lanzando voces realmente articuladas como si hubiera sido vencido. Pero es necesario no creerle, porque él tiene contra nosotros un combate sin tregua[4].
Pr 26,25: Porque hay siete malicias en su corazón.
Estas malicias se oponen a los siete espíritus[5]».
El testimonio evangélico
25.1. Sobre estos ocho vicios también así se alude en el Evangelio: «Cuando el espíritu inmundo sale de un hombre, vaga por lugares áridos en búsqueda de reposo, pero no lo encuentra. Entonces dice: “Volveré a mi casa, de donde salí”. Y al llegar la encuentra vacía, barrida y en orden. Entonces va y busca otros siete espíritus peores que él, entran y habitan allí, y hacen la nueva condición de aquel hombre peor que la precedente» (Mt 12,43-45). He aquí que allí[6] leíamos sobre siete pueblos, excepto los egipcios, de los que se habían separado los hijos de Israel, y aquí se habla del regreso de siete espíritus, aparte de aquel que se narra que, en primer término, había salido del hombre.
El testimonio sapiencial
25.2. Sobre esto también en el libro de los Proverbios, Salomón así describe el septenario de las causas de los vicios: “Si tu enemigo te ruega con gran voz, no consientas; pues siete son las maldades que están en su alma” (Pr 26,25). Es decir, que, una vez superado, el espíritu de la gula, comenzará a lisonjearte muy humildemente, rogándote para que de algún modo ablandes el fervor del inicio, y consientas en relajar el límite de la continencia y la medida de la justa moderación. No claudiques ante ese gesto de sumisión. Ni cedas tampoco ante la propia seguridad, que te sonríe corno si estuvieras por un tiempo al abrigo de los incentivos de tu carne, no sea que vuelvas a tu antiguo relajamiento y a sentir las pasadas apetencias. Porque por eso dice aquel espíritu a quien habías vencido: “Volveré a mi casa, de donde salí”. Y procediendo de él, en seguida, los otros siete vicios te embestirán con más violencia que aquella pasión que había sido al principio superada. Y entonces te arrastrarán a pecados mucho más graves que el primero.
Capítulo 26. Que, vencida la pasión de la gula, hay que esforzarse por conseguir las demás virtudes
Al tratar sobre la gula en las Instituciones, ya advertía Casiano:
“Para conservar la integridad del espíritu y del cuerpo no basta la sola abstinencia de los alimentos, sino que deben añadirse también las demás virtudes del alma”[7].
Es imposible, pues, que se apaguen los aguijones ardientes del cuerpo antes de que desaparezcan de raíz los focos de los otros vicios principales… Se prueba por lo tanto que no posee perfectamente ninguna virtud el que sea encontrado fallando en alguna de ellas[8].
No dejarle al Maligno espacios vacíos en nuestro corazón
26.1. Por este motivo, empeñados en el ayuno y la continencia, debemos apresurarnos, superada la pasión de la gula, para que en adelante nuestra alma no esté vacía de las virtudes necesarias, sino que ocupemos con una muy gran aplicación todos los recovecos de nuestro corazón con las virtudes; para que no regrese el espíritu de la concupiscencia y nos encuentre inanes y privados de ellas. Y ya no contento con hallar lugar para él solo, introduzca en nuestra alma, junto con él, el septenario de las raíces de los vicios y nos haga caer en una situación peor que la precedente.
La gula introduce otras pasiones
26.2. Porque después de esto, el alma que se gloría de haber renunciado al mundo, será más torpe e impura, y será golpeada con suplicios más graves que antes, cuando estaba en el mundo, a causa del dominio sobre sí de los ocho vicios, cuando no profesaba ni la disciplina ni el nombre de monje. Esos siete espíritus, en efecto, son mucho peores que aquel primero que por este motivo se había ido; pues el deseo de comer, es decir, la gula, por sí mismo no es nocivo, sino fuera porque introduce otras pasiones más graves, esto es, la fornicación, la avaricia, la ira, la tristeza, y la soberbia, que son por sí mismas, sin duda, dañinas y mortíferas para el alma.
No basta con el solo ayuno corporal
26.3. Y por eso nunca podrá obtener la pureza de la perfección quien espere adquirirla con la sola continencia, es decir, con el ayuno corporal, si no comprende que para esto debe ejercitarse a sí mismo, para que, una vez humillada la carne con los ayunos, más fácilmente pueda comenzar la lucha contra los otros vicios, sin la carne arrogante por la hartura de la saciedad.
Capítulo 27. Que el orden de batalla no es el mismo que aquel que se encuentra en el catálogo de los vicios
La meta de nuestras luchas contra los vicios
27.1. Sin embargo, debemos saber que el orden de los combates no es el mismo en cada uno de nosotros, pues, como dijimos, no todos somos atacados del mismo modo y conviene que cada de nosotros acometa el esfuerzo de la lucha según la cualidad del combate con que es principalmente hostigado. De modo que para alguno sea necesario enfrentar primero el vicio que se encuentra en tercer lugar, y para otro, el cuarto o el quinto. Y así conforme a la posición que los vicios tienen en nosotros, se exige un modo preferente para combatirlos; y nosotros también debemos disponer un orden de combate, según el cual el buen éxito que sucede a cada victoria y triunfo nos haga llegar a la pureza de corazón y la plenitud de la perfección».
Termina la quinta conferencia
27.2. Hasta aquí abba Sarapión nos disertó sobre la naturaleza de los ocho vicios principales, y el género de las pasiones que se esconden en nuestro corazón, sus causas y sus afinidades, cuando cotidianamente somos asolados por ellas, a tal punto que antes no podíamos discernirlas por completo; así, lúcidamente descubiertas, ahora las vemos dispuestas ante nuestros ojos como en un espejo.
[1] Conversazioni, pp. 403-405, nota 31.
[2] Et erunt novissima hominis illius peiora prioribus.
[3] Homilías sobre el Éxodo, VIII,4; : Origenes Werke. Sechster Band. Homilien zum Hexateuch in Rufins Übersetzung, ed. W. A. Baehrens. Erster teil. Die Homilien zu Genesis, Exodus und Leviticus, Leipzig, J. C. Hinrichs’sche Buchhandlung, 1920, p. 225. (Die griechischen christlichen Schriftsteller der ernsten drei Jahrhunderte, 29)
[4] El demonio engaña. La descripción hecha por Evagrio retoma algunas imágenes tradicionales del análisis del alma humana y sus movimientos, y parece inspirarse, sobre todo, en el relato de combates con los demonios de la Vita de Antonio (caps. 5-7), con la que comparte no pocas expresiones (SCh 340, pp. 418-419).
[5] 329-330; SCh 340, pp. 418-421. La expresión “siete espíritus” se encuentra en Ap 1,4, aunque es probable que sea una referencia a Is 11,2. Con todo, no es claro qué podrían significar las siete malicias y los siete espíritus para Evagrio, que cuenta siempre ocho “pensamientos” o “demonios”.
[6] En Dt 7,1.
[7] Inst. V,10; SCh 109, p. 204.
[8] Inst. XI,1; SCh 109, p. 206.