VIDA Y MILAGROS DEL VENERABLE ABAD BENITO (*)
(480-547)
XXXI.1. Un Godo de nombre Zalla que pertenecía a la herejía arriana, en tiempos del rey Totila se enardeció con máxima crueldad contra los hombres fieles de la Iglesia católica, hasta el punto de que cualquier clérigo o monje que se le pusiera delante, ya no salía con vida de sus manos. Un día, abrasado por el ardor de su avaricia, ávido de rapiña, afligió con crueles tormentos a un campesino, torturándolo mediante diversos suplicios. Vencido por los sufrimientos, el campesino declaró que había confiado sus bienes al servidor de Dios, Benito, para que el verdugo, al darle crédito, suspendiera entre tanto su crueldad, y así pudiera ganar algunas horas de vida.
2. Zalla entonces dejó de atormentar al campesino, pero atándole los brazos con fuertes cuerdas, lo obligó a ir delante de su caballo para que le mostrara quién era ese Benito que se había hecho cargo de sus bienes. El campesino, caminando delante con los brazos atados, lo condujo al monasterio del hombre santo, a quien encontró solo, leyendo sentado junto a la puerta. El campesino dijo a Zalla que lo seguía enfurecido: “He aquí al Padre Benito de quien te hablé”. Zalla fijó en él su mirada con ánimo encendido y perversa ferocidad; y pensando que podría actuar con su terror acostumbrado, empezó a gritar desaforadamente: “¡Levántate! ¡Levántate y devuelve los bienes que de él has recibido!”.
3. Al oír estas palabras, el hombre de Dios al instante levantó sus ojos del libro, y después de mirarlo, fijó su atención también en el campesino que estaba maniatado. En cuanto dirigió su mirada hacia los brazos de éste, las cuerdas que los sujetaban comenzaron a desatarse de un modo maravilloso y con tanta rapidez, que nunca presteza humana alguna hubiera podido hacerlo con igual celeridad. Al ver que quien había venido maniatado de pronto se encontraba desatado, Zalla, aterrado ante la fuerza de un poder tan grande, cayó en tierra e inclinó su cerviz de inflexible crueldad a los pies de Benito, encomendándose a sus oraciones. No por esto el hombre santo se levantó de su lectura, sino que llamó a los hermanos y les ordenó que acompañaran a Zalla adentro para que tomara un alimento bendecido. Cuando volvió junto a Benito, éste lo amonestó diciéndole que debía cesar en los excesos de su insensata crueldad. Zalla se retiró humillado, y en adelante ya no se atrevió a exigir nada al campesino, a quien el hombre de Dios, sin tocarlo sino sólo mirándolo, había liberado de sus ataduras.
4. Aquí tienes, Pedro, lo que dije: que los que sirven a Dios omnipotente más de cerca, a veces pueden obrar milagros por poder. El que reprimió sentado la ferocidad del terrible Godo y con su mirada desató las correas y los nudos que sujetaban los brazos de un inocente, nos muestra, por la misma celeridad del milagro, que realizó lo que hizo gracias al poder recibido.
Agregaré ahora otro gran milagro que pudo obtener por su oración.
Comentario del P. Adalbert de Vogüé, osb (**)
Después de la visión de conjunto de los dos milagros y su ubicación en la obra, examinemos brevemente cada uno de ellos. La liberación del campesino sometido por Zalla es un episodio en dos etapas. Por una parte, Benito recibe la visita de un godo herético y cruel, al que humilla hasta el suelo en su orgullo: en esto nada nuevo respecto a las visitas de Rigo y de Totila, únicamente los modales, burlón o brutal, del visitante, y la respuesta del santo -palabra profética o prodigio operativo- varían un poco el tema común. Por otra parte, Benito libera un prisionero haciendo caer sus ataduras con una simple mirada.
Este segundo hecho, que constituye el prodigio que aterra a Zalla, es un milagro original, que no tiene paralelo exacto en los Diálogos o en otros textos. Sin duda las liberaciones de cautivos son moneda corriente en la hagiografía de esos siglos de hierro. Martín, Lupicino, Severino, Cesáreo, y en los Diálogos mismos Fortunato de Todi, Paulino de Nola, Santulo de Nursia, todos esos santos -y muchos otros que dejamos de lado- intervinieron en favor de los prisioneros. Pero incluso cuando realizan un milagro, como es frecuente, esa acción no tiene la eficacia directa e instantánea del presente prodigio. De ninguno de aquellos se dice que las cadenas del prisionero se rompieron en su presencia(1).
Sin embargo, las liberaciones físicas de esta clase no faltan en la Escritura y en la hagiografía, aunque se producen en circunstancias diferentes, sin que un hombre de Dios presente y viviente sea el autor. Así, los apóstoles Pedro y Pablo fueron sacados de la prisión, aquel por un ángel, este por un temblor de tierra -como por una intervención directa de Dios-. También por una acción misteriosa de la Providencia fueron liberados los católicos africanos hechos prisioneros por los Vándalos, según Víctor de Vita, y otro prisionero vio caer sus cadenas luego de unos días, según el mismo Gregorio(2).
En otros textos, el autor de la liberación es un santo, pero un santo difunto, que responde a la invocación de los desgraciados u obra por medio de sus reliquias. Tres hechos de este género figuran entre los milagros realizados por san Esteban luego del hallazgo de sus restos en el siglo V, y una docena entre los milagros póstumos de san Martín que recuerda Gregorio de Tours(3). Además de la referencia al santo, es una “fuerza” misteriosa la que opera en esos casos, sin que un personaje en la carne aparezca como el autor del prodigio.
El rol del liberador viviente y visible es justamente lo que coloca a Benito en un lugar aparte. Sin duda, no se trata de un hecho absolutamente aislado: se lo encuentra en la Vida de Germán de Auxerre (n. 36). Pero éste debió prosternarse y orar para liberar a los prisioneros. No pudo, como Benito, librar con una simple mirada al prisionero amenazado en su presencia.
Una semejante liberación supone un encuentro, y nosotros sabemos que Benito nunca salió de Montecasino. Era necesario entonces que el prisionero llegase hasta él, y por ello debía llevarlo su carcelero. La visita del bárbaro y la liberación del prisionero se conjugan entonces en una especie de necesidad. Para que Benito liberara al desgraciado por un milagro operado en su presencia, que demostrase la eficacia inmediata de su poder, era necesario que el verdugo llevase su víctima hasta Montecasino -¿y quién podía desempeñar mejor ese papel que un godo?-.
Si nos remitimos al precedente bíblico indicado por Gregorio mismo -el castigo de Ananías y Safira- se advierte que ese modelo terrible se refleja solamente en una parte de nuestro relato, e incluso de una manera muy suave. Lo que aquí corresponde al castigo infligido por el Apóstol, es la reprensión de Zalla. El Godo cae por tierra como los dos esposos muertos, pero en vez de caer muerto, sólo está atemorizado. Benito además no lo ha golpeado expresamente a él; su turbación es consecuencia de la visión de las ataduras desligadas. En cuanto a este último hecho, que constituye el punto esencial de nuestro relato, es una acción totalmente bienhechora.
Entre el terrible episodio de los Hechos y el de los Diálogos, hay, como se puede ver, un contraste muy marcado. Tal como lo hemos señalado varias veces, el relato gregoriano es mucho menos sombrío que el de la Biblia. A diferencia de aquel del Príncipe de los apóstoles, el poder de Benito se muestra contemporáneamente benigno hacia el culpable y benéfico para con una tercera persona.
Notas:
(*) Traducción castellana publicada por Ediciones ECUAM, Florida (Pcia. de Buenos Aires), 2009. En la precedente entrega se presentó el texto del libro II de los Diálogos que va desde el cap. XXX,2 al cap. XXXII, con la introducción general del P. de Vogüé a dicha sección. Ahora se ofrece el comentario del mismo Autor al cap. XXXI. Para facilitar la comprensión se reproduce el texto que luego viene explicado.
(**) Trad. de: Grégoire le Grand. Vie de saint Benoît (Dialogues, Livre Second), Abbaye de Bellefontaine, Bégrolles-en-Mauges, 1982, pp. 176-178 (Vie monastique, 14).
(1) Es verdad que Lupicino saca de la prisión a Agripino (Vida los Padres del Jura 102-103), pero es en una visión que llega hasta él, y no se describe de qué forma se desatan las ataduras del prisionero. Cf. Hch 12,6-7.
(2) Víctor de Vita, Sobre la persecución de los vándalos 1,10; Gregorio, Dial. IV,59,1.
(3) Milagros de san Esteban 1,9-10; Gregorio de Tours, Milagros de san Martín I,11 y 23; III,41. 47. 53; IV,16 (bis). 26. 35. 39. 41.