Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia VIII, capítulos 22-25)

Capítulo 22. Una objeción: ¿cómo la unión perversa con las hijas de Caín puede ser imputada a los descendientes de Seth antes de la prohibición de la Ley?

 

22. Germán: “Podrían haber sido acusados de una conducta pecaminosa a causa de su audacia si el precepto les hubiera sido dado. Pero desde el momento en que el precepto de esta separación todavía no había sido establecido por ninguna reglamentación, ¿cómo la mezcla de las razas les podría ser imputada como culpa, ya que no estaba prohibida por ninguna interdicción? La ley, en efecto, habitualmente no condena los crímenes pretéritos, sino aquellos futuros”.

 

Capítulo 23. Respuesta: los seres humanos fueron pasibles de juicio y castigo desde el inicio en virtud de la ley natural

 

La necesidad de un nuevo remedio

23.1. Sereno: «Cuando Dios creó a todos los seres humanos, puso en ellos, como algo natural, el conocimiento de la Ley. Si esta hubiera sido observada por cada ser humano conforme a la disposición del Señor, como había comenzado a hacer, ciertamente no hubiera sido necesario dar alguna otra Ley, que Él promulgó sucesivamente en las Escrituras. Pues era superfluo ofrecer un remedio desde el exterior cuando aquello que había sido puesto en el interior continuaba todavía operante, pero, como hemos dicho, esto último ya estaba profundamente corrompido por la libertad y el ejercicio del pecado, por lo que el férreo rigor de la ley mosaica fue impuesto como su ejecutor y vengador; y, para usar las palabras mismas de las Escrituras, como su ayuda. Por tanto, por medio del temor del castigo en la vida presente, los seres humanos no llegarían a extinguir completamente el bien del conocimiento natural, según las palabras que pronuncia el profeta: “Les di la ley como ayuda” (Is 8,20 LXX).

 

La ley natural

23.2. La Ley que, según el Apóstol, se dice que fue dada como un pedagogo para los párvulos (cf. Ga 3,24), es decir, para instruirlos y protegerlos a fin de qué no se apartaran, olvidando aquella disciplina en la que habían sido instruidos por naturaleza. Porque un completo conocimiento de la ley fue infundido en cada ser humano desde el inicio de la creación, esto está claramente probado por el hecho de que, antes de la ley e incluso antes del diluvio, nosotros sabemos que todos los santos observaron los mandamientos de la ley sin la lectura de la letra. ¿De qué forma, en efecto, Abel pudo saber, cuando la ley todavía no había sido promulgada, qué debía ofrecer en sacrificio a Dios las primicias y la grasa de su rebaño, si no hubiese sido instruido por la ley que estaba inscrita en su naturaleza (cf. Gn 4,4)? ¿De qué modo Noé podría haber distinguido cuáles animales eran puros y cuáles impuros, no existiendo todavía una disposición jurídica que hiciera esta distinción, si no hubiera sido instruido por el conocimiento natural (cf. Gn 7,2)?

 

Ejemplos bíblicos de la Ley antes de la Ley

23.3. ¿Cómo Enoc aprendió a caminar con Dios, cuando no había recibido de nadie la iluminación de la Ley (cf. Gn 5,22)? ¿Dónde leyeron Sem y Iapheth: “No descubrirás la desnudez de tu padre” (Lv 18,7), de modo que caminando hacia atrás cubrieron las partes pudendas de su padre (cf. Gn 9,23)? ¿Cómo fue amonestado Abraham y rechazó los despojos de los enemigos que le fueron ofrecidos para así no obtener ninguna recompensa de su esfuerzo (cf. Gn 14,23), o pagó el diezmo al sacerdote Melquisedec como está prescrito en la ley de mosaica (cf. Gn 14,20)? ¿Por qué el mismo Abraham o Lot ofrecieron humildemente a los transeúntes y a los peregrinos los deberes de hospitalidad y el lavado de los pies (cf. Gn 18—19), cuando todavía no brillaba el mandamiento evangélico (cf. Jn 13,12-14)?

 

Cumplían la Ley antes de la Ley

23.4. ¿Cómo Job consiguió tanta devoción de fe, tanta pureza de castidad, tanta ciencia de humildad, de mansedumbre, de misericordia y de humanidad, que ahora no vemos que hayan alcanzado aquellos que han memorizado los Evangelios? ¿Cuál de estos santos que hemos leído no ha observado todos los preceptos de la Ley antes de la Ley? ¿Quién entre estos no ha observado: “Escucha Israel, el Señor tu Dios es el único Señor” (Dt 6,4)? ¿Quién entre estos no ha cumplido: “No te harás un ídolo ni imagen alguna de lo que está en el cielo ni de lo que está sobre la tierra ni de lo que está en las aguas bajo la tierra” (Ex 20,4)?

 

Preceptos que anticipan el Evangelio

23.5. ¿Quién entre estos no observó: “Honra a tu padre y a tu madre” (Ex 20,12), y aquellos preceptos que siguen en el Decálogo: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no desearás la mujer de tu prójimo” (Ex 20,13-17), y otras cosas todavía más grandes que anticipan no solo la Ley, sino también los preceptos del Evangelio?

 

Capítulo 24. Sobre que aquellos que pecaron antes del diluvio fueron justamente castigados

 

Las calumnias de quienes se burlan de nuestra fe

24.1. Comprendemos así que Dios ha creado todas las cosas perfectas desde el inicio, y que no hubiera sido necesario agregar nada al ordenamiento original, como si fuera impróvido e imperfecto, si todas las realidades hubieran permanecido en aquel estado y disposición en que Él las había creado. Reconocemos, por tanto, que Dios ha castigado con un justo juicio a aquellos que han pecado antes de la Ley, e incluso antes del diluvio, pues estos han transgredido la ley natural y han merecido ser castigados sin excusas. Y nosotros no caeremos en alguna blasfema calumnia, que es propia de quienes, ignorando esta argumentación, desacreditan al Dios del Antiguo Testamento; y, deshonrando nuestra fe y burlándose de ella, responden: “¿Por qué el Dios de ustedes ha querido promulgar una Ley después de tantos miles de años, habiendo dejado pasar tantos siglos sin Ley?”.

 

La presciencia de Dios

24.2. “Si en un segundo momento hubiera ideado algo mejor, parecería que al inicio del mundo Él conocía de una forma menos adecuada las cosas y que, después de haber aprendido como eran ellas a través de la experiencia, hubiera comenzado a tener una visión más precisa y mejorar aquello que había planificado en el principio”. Esto no conviene a la inmensa presciencia de Dios, y estas afirmaciones sobre Él no son proferidas por la locura herética sin que se cumpla una terrible blasfemia. Como dice el Eclesiastés: “He aprendido que todo lo que Dios ha hecho desde el inicio permanecerá para siempre. Nada podrá ser agregado a esto y nada podrá ser quitado” (Qo 3,14). Y también: “La Ley no ha sido puesta para los justos, sino para los injustos y para los rebeldes, para los impíos y pecadores, para los malvados y para los corruptos” (1 Tm 1,9).

 

Ley natural y Ley escrita

24.3. Aquellos, en efecto, que tenían una comprensión sana y completa de la ley natural inscrita dentro de sí no sentían la necesidad de que se les diese en su ayuda una ley proveniente desde fuera, y encima una ley escrita. De esto resulta muy claro que esta Ley escrita no existía desde el inicio, puesto que era superflua, desde el momento que regía la ley natural y todavía no había sido completamente violada; además, la perfección evangélica no podría haberse transmitido antes de la observancia de la ley.

 

La perfección evangélica

24.4. Porque no estaban preparados para oír: “A quien te golpee en la mejilla, preséntale también la otra” Mt 5,39), a quienes no se contentaban con vengar las injurias que se les hacían con la simetría de la ley del talión, sino que por un leve golpe respondían con golpes letales y con heridas de flechas; y por un diente querían la muerte de quien los había golpeado. Ni se les podía decir: “Amen a sus enemigos” (Mt 5,44) a quienes consideraban una gran ventaja y una buena cosa amar a los amigos y separarse de los enemigos, alejándose de ellos, solo por causa del odio que sentían, apresurándose a oprimirlos y matarlos.

 

Capítulo 25. Sobre de qué modo se debe comprender lo que se dice del diablo en el Evangelio: “Pues es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8,44)

Encontramos en los Tratados sobre el evangelio de san Juan de san Agustín una exposición paralela a la que Casiano nos ofrece en este capítulo:

«El Señor ha llamado al diablo “el padre de la mentira”. ¿Qué significa esto? Escucha qué significa, lee en seguida estas mismas palabras y entiende. Por cierto, no todo el que miente es padre de su mentira, ya que, si de otro recibiste una mentira y la dijiste, tú has mentido ciertamente, profiriendo la mentira; pero no eres padre de esa mentira misma, porque de otro recibiste la mentira. En cambio, el diablo fue mentiroso por sí mismo; él en persona engendró su mentira, a nadie se la oyó… Cuando profiere la mentira, de lo propio la profiere: no recibe de otra parte aquello de que habla. Cuando profiere la mentira, de lo propio la profiere porque es mentiroso y el padre suyo: es mentiroso y el padre de la mentira (Jn 8,44). De hecho, tú eres quizá mentiroso porque dices una mentira; pero no el padre suyo. En efecto, si del diablo has recibido lo que dices y has creído al diablo, eres mentiroso, no eres padre de la mentira; él, en cambio, porque no ha recibido de otra parte la mentira, mentira con la que como con veneno mataría la serpiente al hombre, es el padre de la mentira, como Dios Padre lo es de la Verdad. Retírense del padre de la mentira, corran al Padre de la Verdad, abracen la Verdad para que reciban la libertad»[1].

 

Explicación del texto de Jn 8,44

25.1. Sin embargo, aquello que los ha perturbado a propósito del diablo es [lo siguiente]: “Porque él es mentiroso como su padre” (Jn 8,44); es decir, que el Señor parece llamar a ambos, él y su padre, mentirosos, y esto es muy absurdo, aunque solo sea imaginándolo por un momento. Como hace poco dijimos, el espíritu no engendra espíritu, al igual que el alma no puede engendrar alma. Con todo, no debemos dudar que la concreción de la carne se hace realidad a partir del semen humano, como el Apóstol lo dice claramente a propósito de una y otra sustancia, o sea de la carne y del alma, diciendo qué cosa debe ser adscrito a los autores: “Teníamos a nuestros padres según la carne que nos corregían, y los respetábamos. ¿No nos someteremos mucho más al Padre de los espíritus y viviremos?” (Hb 12,9).

 

Testimonios bíblicos para sostener la argumentación

25.2. ¿Qué podría definir más claramente esta distinción si no decir que los seres humanos son los padres de nuestra carne, mientras afirma claramente que solo Dios es el padre de nuestras almas? Y si bien en la misma formación de este cuerpo la obra se debe adscribir solamente a los seres humanos, sin embargo, la parte más alta de la creación se debe a Dios, el Creador de todas las cosas, como lo dice David: “Tus manos me hicieron y me plasmaron” (Sal 118 [119],73). Y el bienaventurado Job dice: “¿Acaso no me extrajiste como la leche, y me hiciste cuajar como el queso? Y me pusiste huesos y nervios” (Jb 10,10-11). Y el Señor le dice a Jeremías: “Antes de formarte en el seno materno, te conocía” (Jr 1,5).

 

Testimonio del Qohéleth

25.3. Pero el Eclesiastés comprende de un modo muy claro y correcto la naturaleza y el origen de ambas sustancias y, examinando el principio y el inicio del cual cada una procede, se pronuncia sobre la distinción entre cuerpo y alma, cuando dice: “El polvo volverá a la tierra, como era al inicio, y el espíritu volverá a Dios, que se lo dio” (Qo 12,7). ¿Qué podría decirse de una manera más clara, sino que la materia del cuerpo, que es llamada polvo, porque del semen humano tiene su exordio y parece ser producida por su obra, volverá de nuevo a la tierra, porque de la tierra fue tomada; mientras el espíritu, que no es engendrado por la unión entre los dos sexos, sino que debe atribuirse exclusivamente a Dios, volverá a su Creador?

 

La caída del ángel creado bueno

25.4. Esto también está claramente expresado por aquel soplo divino por medio del cual Adán fue inicialmente animado (cf. Gn 2,7). De estos textos, por consiguiente, comprendemos claramente que nadie puede ser llamado padre de los espíritus sino solo Dios, quien los crea de la nada según su propia voluntad. Los seres humanos, en cambio, pueden ser llamados padres solamente de nuestra carne. Y también el diablo, por tanto, desde el momento que fue creado como espíritu, como ángel y como unn ser bueno, no tiene otro padre sino a Dios, su Creador. Este ángel, hinchado por la soberbia y diciendo en su corazón: “Ascenderé a lo más alto de las nubes y seré semejante al Altísimo” (Is 14,14), se transformó en un mentiroso y no permaneció en la verdad (cf. Jn 8,44). Al contrario, profiriendo una mentira que sacó del propio depósito de maldad, él no solo se transformó en un mentiroso, sino también en el padre de aquella misma mentira; prometiendo por esto la divinidad al hombre, y diciendo: ·Serán como dioses” (Gn 3,5), él no permaneció en la verdad, sino que desde el inicio se hizo un homicida, haciendo caer a Adán en la condición mortal y asesinando a Abel, con su instigación, por mano del hermano.

 

Dificultad de las cuestiones tratadas

25.5. Pero ya se avecina el amanecer que nos obliga a terminar nuestra discusión, que hemos sostenido a la luz de una lámpara durante el transcurso de dos noches enteras; y la simplicidad de mi rusticidad ha conducido la nave de esta conversación desde el insondable mar de las cuestiones al puerto segurísimo del silencio. Y en la medida que profundicemos más en esto, tanto más el soplo del Espíritu divino entrará en nosotros y la vastedad que se abrirá ante nuestros ojos resultará inconmensurable; y según la sentencia de Salomón: “Se hará más lejana de nosotros de cuanto lo era, y todavía más profunda. ¿Quién la encontrará?” (Qo 7,24 LXX).

 

Conclusión de la conferencia

25.6. Por esta razón oremos al Señor, para que su temor y su amor, que no fallan (cf. 1 Co 13,8), puedan permanecer fijos en nosotros, haciéndonos sabios en todas las cosas, manteniéndonos ilesos frente a los ataques del diablo. Con estos custodios es imposible que alguien caiga en los lazos de la muerte. Pero entre los perfectos y los imperfectos existe esta diferencia: en los primeros el amor es estable y, por así decirlo, más maduro; soporta con mayor firmeza y hace que estos perseveren con mayor determinación y facilidad en la santidad. En cambio, en los otros, desde el momento que se encuentra en un modo más inestable y más fácilmente se enfría, con mayor rapidez y más a menudo le induce a quedar envuelto en las trampas de los pecados».

Habiendo oído estas cosas, las palabras de esta conversación nos inflamaron tanto que, dejando la celda del anciano con un ardor espiritual mayor de aquel con el cual habíamos llegado, ansiábamos que se cumpliera su enseñanza.


[1] Agustín de Hipona, Tratados sobre el evangelio de san Juan, 42,13 (corregir Vogüé, p. 244, nota 447); trad. en: https://www.augustinus.it/spagnolo/commento_vsg/index2.htm.