Inicio » Content » SOLEMNIDAD DE NUESTRO PADRE SAN BENITO

"En una ocasión, Servando, diácono y abad del monasterio que había sido construido hacía tiempo por el patricio Liberio en la región de Campania, fue a visitar a Benito según su costumbre. Como también él era un hombre lleno de la doctrina de la gracia celestial, a menudo acudía al monasterio de Benito con el fin de transmitirse mutuamente dulces palabras de vida, pues ya que no podían gozar plenamente del suave alimento de la patria celestial, al menos lo pregustaran suspirando por él.

Al llegar la hora del descanso, el venerable Benito subió a la parte superior de su torre, y en la parte inferior se instaló el diácono Servando. Una escalera comunicaba la parte inferior de la torre con la superior. Delante de la torre había una habitación más grande, donde descansaban los discípulos de ambos.

Mientras que los hermanos aún dormían, el hombre de Dios Benito, solícito en velar, adelantaba la hora de la oración nocturna, y de pie junto a la ventana rezaba al Señor todopoderoso. De repente, en esas altas horas de la noche, vio difundirse desde lo alto una luz que ahuyentaba las tinieblas, brillando con tal fulgor que en medio de la oscuridad de la noche su resplandor era más potente que la luz del día.

A esta visión siguió algo del todo maravilloso: según él mismo contó después, apareció ante sus ojos el mundo entero como concentrado en un rayo de sol. Mientras que el venerable Padre dirigía su mirada atenta hacia este resplandor de luz deslumbradora, vio cómo el alma de Germán, obispo de Capua, era llevada al cielo por los ángeles en una esfera de fuego (cf. Lc 16,22)[1].

Entonces, queriendo procurarse un testigo de milagro tan extraordinario, llamó con voz fuerte al diácono Servando, repitiendo su nombre dos o tres veces. Aquel, confundido a causa del insólito grito de tan santo hombre, subió y miró, llegando a divisar solo una tenue estela de luz. Él se quedó turbado ante prodigio tan excepcional, y el hombre de Dios le contó por orden lo sucedido, dando en seguida aviso al piadoso Teoprobo, de la villa de Casino, para que enviara aquella misma noche un mensajero a la ciudad de Capua, con el fin de averiguar y notificar las últimas novedades respecto del obispo Germán. Y así se hizo. El que había sido enviado encontró ya muerto al reverendísimo obispo Germán, e indagando minuciosamente se enteró de que su muerte había acaecido en el mismo instante en que el hombre de Dios lo viera ascender a la gloria.

PEDRO: ¡Es un hecho en extremo estupendo y admirable! Pero eso que dijiste de que ante su mirada se presentó el mundo entero como concentrado en un solo rayo de sol, al no haberlo experimentado nunca, tampoco alcanzo a imaginármelo. ¿Cómo es posible que el mundo entero pueda ser visto por un solo hombre?

GREGORIO: Fíjate, Pedro, en lo que te digo: para el alma que ve al Creador, toda creatura es pequeña. Por poco que haya visto de la luz del Creador, se le hace insignificante todo lo creado, ya que por la misma luz de la visión interior se ensancha la capacidad del alma y de tal modo se dilata en Dios que se hace superior al mundo. Más aún, la propia alma del que contempla se eleva por encima de sí misma y cuando en la luz de Dios es arrebatada sobre sí, se dilata interiormente, y mientras mira desde lo alto lo que queda debajo de ella, comprende qué pequeño es lo que no podía comprender cuando estaba abajo. Por consiguiente, el hombre que veía la esfera de fuego y también a los ángeles subiendo al cielo, sin duda no pudo hacerlo sino a la luz de Dios. ¿Por qué, entonces, admirarse de que haya visto el mundo concentrado delante de sí el que, elevado por la luz del espíritu estaba fuera del mundo?

Al decir que el mundo quedó concentrado ante su mirada, no queremos decir que el cielo y la tierra se hubieran reducido, sino que el alma del que contemplaba se había dilatado y, extasiada en Dios, pudo ver sin dificultad todo lo que está por debajo de Dios. A aquella luz que brillaba ante sus ojos exteriormente, correspondió una luz interior en su espíritu que, al arrebatar el alma del contemplativo hacia las realidades superiores, le mostró qué limitadas eran todas las cosas de aquí abajo" (Gregorio Magno, Libro II de los Diálogos, cap. 35; SCh 260, pp. 236-241).


[1] Esta muerte está documentada como ocurrida a comienzos del 541.