Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia IX, capítulos 1-3)

Conferencia novena: primera conversación con abba Isaac. Sobre la oración

Capítulos:

1. Proemio a la conferencia.

2. Palabras de abba Isaac sobre la cualidad de la oración.

3. Cómo se puede engendrar una oración pura y sincera.

4. Sobre la movilidad del alma comparada con una pluma o una plumita.

5. Las causas por las cuales nuestra mente se sobrecarga.

6. Sobre la visión de un anciano que examina la inquieta actividad de un hermano.

7. Pregunta sobre por qué hay mayor dificultad en custodiar los pensamientos buenos que engendrarlos.

8. Respuesta sobre las diversas cualidades de la oración.

9. Sobre las cuatro formas de oración.

10. Sobre que el orden de estas cuatro formas se constituye en base a la cualidad de la oración.

11. Sobre la súplica.

12. Sobre la oración.

13. Sobre la intercesión.

14. Sobre la acción de gracias.

15. Si estas cuatro formas de oración son necesarias simultáneamente y para todos, o bien si cada una de manera singular y personal.

16. Hacia cuáles formas de oración debemos tender nosotros mismos.

17. Sobre los cuatro géneros de súplicas establecidos por el Señor.

18. Sube la oración del Señor (Mt 6,9-13).

19. Sobre las palabras: “Venga tu reino” (Mt 6,10).

20. Sobre las palabras: “Que se haga tu voluntad” (Mt 6,10).

21. Sobre “el pan supersustancial” o “cotidiano” (Mt 6,11).

22. Sobre las palabras: “Perdona nuestras deudas” y lo que sigue (Mt 6,12).

23. Sobre las palabras: “No nos hagas caer en la tentación” (Mt 6,13).

24. Sobre que no debemos pedir otras cosas respecto de la medida que está contenida en la oración del Señor.

25. Sobre la cualidad de la oración más sublime.

26. Sobre las diversas causas de la compunción.

27. Sobre las variadas cualidades de la compunción.

28. Pregunta sobre el hecho que no que no esté en nuestro poder la profusión de las lágrimas.

29. Respuesta sobre las diversas clases de compunción acompañada de lágrimas.

30. Sobre que las lágrimas no deben ser forzadas, cuándo no se derraman espontáneamente.

31. Sentencia del abad Antonio sobre el estado de la oración.

32. Sobre el indicio de que la oración ha sido escuchada.

33. Objeción, ¿por qué la antedicha seguridad de que la oración ha sido escuchada solo es posible para los santos?

34. Respuesta: sobre las diversas causas por las que las oraciones escuchadas.

35. Sobre que la oración debe hacerse dentro de la celda y con la puerta cerrada.

36. Sube la utilidad de qué la oración sea breve y silenciosa.

 

Capítulo 1. Proemio a la conferencia

Para valorar en su justa dimensión las dos conferencias que Casiano dedica a la oración, debe tenerse en cuenta la tradición literaria y doctrinal que precede al discurso que ofrece el abad Isaac. Durante el siglo III al menos cuatro autores nos legaron sendos escritos sobre la oración: Clemente de Alejandría[1], Orígenes, Tertuliano y Cipriano. Sin embargo, fue Evagrio Póntico quien dejó la huella más profunda en el texto que aquí se nos ofrece. Sin olvidar que en las Instituciones (libros II y III) ya se nos presentaba “un primer tratado sobre la oración que, considerando principalmente las costumbres de los cenobitas, sus aspectos exteriores y cuantitativos, anticipaba y anunciaba formalmente las presentes Conferencias[2].

 

1. Con la ayuda del señor, las siguientes conferencias con un anciano que presentaremos enseguida, es decir con abba Isaac, cumplirán la promesa que había pronunciado en el segundo libro de las Instituciones a propósito de la oración continua e interrumpida[3]. Una vez que esto se cumpla, creo que habré satisfecho el pedido del papa Cástor, de muy feliz memoria, y el deseo de ustedes, oh beatísimo papa Leoncio y santo hermano Heladio. Ante todo, me excuso por la amplitud de este libro: es más largo de cuánto había previsto, si bien he buscado resumir lo que se podía decir con pocas palabras, pasando además muchas otras cosas en silencio. Por esto, después de haber tratado ampliamente diversas enseñanzas que, por amor a la brevedad, he decidido omitir, el beato Isaac finalmente pronunció [las siguientes] palabras.

 

Capítulo 2. Palabras de abba Isaac sobre la cualidad de la oración

Ya Evagrio Póntico había puesto el fundamento de la oración en la práctica de las virtudes, acompañada por la purificación de nuestros vicios y pecados:

“Si se quiere preparar un perfume de agradable olor, se mezclará, como dice la ley (Ex 30,34-35), igual cantidad de incienso transparente, canela, ónix y mirra. Este es el cuaternario de las virtudes. Si estas alcanzan su plena medida y equilibrio, el espíritu no será traicionado.

El alma purificada por la plenitud de las virtudes afianza al espíritu en una actitud inconmovible y le da la capacidad de recibir el estado que busca.

Si la oración es el trato íntimo del espíritu con Dios ¿en qué estado deberá hallarse el espíritu para que, establecido en una paz inalterable, vaya hacia su propio Señor y trate con El sin ningún intermediario?

Si Moisés, cuando intentó acercarse a la zarza ardiente, no pudo hacerlo hasta que se quitó las sandalias de sus pies (Ex 3,5), ¿cómo tú, que pretendes ver al que está por encima de todo conocimiento y sentimiento, no te desprendes de todo pensamiento perturbado por la pasión?”[4].

 

El ejercicio de las virtudes “tiende a la perfección de la oración”

2.1. Isaac: «El fin de todo monje y la perfección de su corazón tienden a la continua e ininterrumpida perseverancia en la oración; y, en la medida que le es concedido a la debilidad humana, él se esfuerza por obtener la tranquilidad inmóvil de la mente y la perpetua pureza, por efecto de la cual buscamos sin cesar y nos ejercitamos sin descanso en el ejercicio corpóreo al mismo tiempo que en la contrición del espíritu. Entre ambos existe una especie de recíproca e inseparable conjunción. Puesto que, el ordenamiento de todas las virtudes tiende a la perfección de la oración, así también, si todas estas exigencias no estuvieran conectadas entre sí y cimentadas bajo este culmen, de ninguna manera podrían permanecer firmes y estables.

 

La torre espiritual

2.2. Pues como la permanente y constante tranquilidad de la oración, sobre la que estamos hablando, no puede ser adquirida y perfeccionada sin estas virtudes, así también aquellas virtudes que son el fundamento de la oración no se podrán llevar a la perfección sin un ejercicio asiduo. Y por eso nosotros no podremos tratar sobre el efecto de la oración ni aproximarnos a su fin principal, que se alcanza con la puesta en práctica de todas las virtudes, con un discurso improvisado si antes, en vista de su logro, no fijamos y discutimos de una forma ordenada lo que debe ser eliminado o adquirido y no podremos desarrollar nuestro discurso, según las directivas de la parábola evangélica, si no son valoradas y diligentemente preparadas las cosas que atañen a la construcción de aquella altísima torre espiritual (cf. Lc 14,28)[5].

 

Fundamentos firmes

2.3. Sin embargo, las cosas que han sido preparadas no ayudarán, ni podrán ser puestas una sobre otras para alcanzar la muy alta cima de la perfección sin haber primero provisto a la limpieza de los vicios y a la remoción de los desechos sucios y muertos de las pasiones; entonces, sobre los sólidos fundamentos de la simplicidad y de la humildad podrán ser colocados, en lo que acostumbramos llamar la viva y solida tierra de nuestro corazón, es decir sobre la piedra del Evangelio (cf. Mt 7,24-25; Lc 6,48). Cuando estos estén construidos, la torre de las virtudes espirituales que se deberá edificar estará apoyada de forma inamovible, y podrá ser elevada a las cumbres más altas del cielo con la seguridad de la propia solidez.

 

Casa que resiste las tempestades

2.4. Por tanto, si uno se apoya sobre tales fundamentos, aunque caigan las lluvias más ruinosas de las pasiones y los violentos torrentes de las persecuciones, y chocan como arietes, incluso se irrumpe y presiona la terrible tempestad de los espíritus enemigos, no solo ningún desastre podrá destruirlo, sino que ninguna fuerza de cualquier tipo conseguirá turbarlo.

 

Capítulo 3. Cómo se puede engendrar una oración pura y sincera

En el ámbito de los escritos latinos se han señalado dos textos que manifiestan, de una forma más general, las mismas afirmaciones que hallamos en el presente capítulo.

“… Al igual que se limpian los lugares recubiertos por los escombros de los cimientos de una casa, así fue preciso que mi mente fuera limpiada de sus dudas y que mi ignorancia fuera imbuida de la ciencia, a fin de que una acabada purificación de los antiguos errores me procurara un claro acceso a la fe”[6].

“Quien quieras ser en la oración, sé así siempre. Cuando deliberadamente arrojes tus mejores posesiones al barro, entonces estando puro, pídele algo a Dios. La clase de persona que desees ser junto a Dios, sé así ahora” [7].

 

Vicios y malas costumbres que hay que extirpar para orar en espíritu y en verdad

3.1. Para que la oración pueda ser emitida con el fervor y la pureza debida, tienen que ser observadas por todos los medios estas cosas. Primero, debe ser cortada por completo la la solicitud propia de las cosas carnales, en consecuencia, no solo la preocupación causada por los negocios, sino que incluso hasta el recuerdo no debe ser admitido. Las difamaciones las palabras vanas, la locuacidad, las bromas igualmente también deben ser amputadas. Tiene que ser quitada de raíz la perturbación de la ira y de la tristeza, como también debe ser extirpado el dañino estímulo de la concupiscencia carnal y de la avaricia.

 

La humildad, fundamento de la vida espiritual

3.2. Así, una vez que estos y otros vicios semejantes, que pueden manifestarse entre los hombres sean completamente destruidos y eliminados, y se haya desplegado una enmienda purificadora, semejante a aquella de la cual ya hemos dicho que deviene perfecta en la pureza de la simplicidad y de la inocencia, será necesario disponer los estables fundamentos de una profunda humildad, los cuales pueden sostener aquella torre que se alzará hasta el cielo. Después, tendrá que disponerse sobre ella la construcción espiritual de las virtudes y la mente deberá ser inhibida de toda distracción y divagación falaz, de forma que gradualmente comience a elevarse hacia la contemplación de Dios y a la visión de las realidades espirituales.

 

Es necesario disponerse mediante una conveniente preparación para orar

3.3. Cualquier cosa, en efecto, que nuestra alma haya pensado antes del momento de la oración, inevitablemente se manifestará por medio de la representación del recuerdo. Por tanto, debemos prepararnos a nosotros mismos antes del tiempo de la oración para que podamos ser aquellas personas devotas que deseamos ser. Durante el momento de la oración la mente se encuentra en aquel estado en el cual estaba precedentemente y, cuando nos disponemos a orar, las imágenes de las palabras y de las sensaciones se muestran delante de nuestros ojos, haciéndonos enojar o entristeciéndonos, según nuestra condición precedente, o volviendo a llamar a la mente las pasiones y sucesos pasados, o induciéndonos a reír neciamente, sobre lo cual incluso me avergüenzo de hablar, por medio de cualquier dicho o hecho que mueve a la risa, como también haciéndonos volver a discursos precedentes.

 

Es imprescindible la purificación de nuestro corazón para orar

3.4. Por consiguiente, antes de ponernos a rezar, esforcémonos por expulsar de lo profundo de nuestro corazón todo aquello que no queremos que entrae, para poder cumplir las palabras del Apóstol: “Oren sin cesar” (1 Ts 5,17); y: “En todo lugar alcen las manos puras sin iras ni peleas” (1 Tm 2,8). Porque no estaremos en grado de cumplir este mandamiento si nuestra mente, purificada del contagio de los vicios y dedicada exclusivamente tanto a las virtudes como a los bienes naturales, no se alimenta de la continua contemplación de Dios omnipotente.


[1] En sus Stromata, libro VII, cap. 7.

[2] Vogüé, p. 247.

[3] Cf. Instituciones, II,9: “… Reservamos para las Conferencias de los Padres un trabajo más amplio, donde explicaremos esto con más detalles, cuando comencemos a exponer con sus propias palabras la calidad y la duración de sus oraciones, creo sin embargo necesario, por la oportunidad del tema y de la misma exposición, ya que se presenta la ocasión, hacer en este momento, aunque sea una breve síntesis. De este modo, educando por ahora la conducta del hombre exterior y poniendo ciertos fundamentos de la oración, podremos luego con menos trabajo discurrir sobre el estado del hombre interior y construir hasta su cumbre el edificio de su oración”.

[4] Tratado de la oración, 1-4; trad. en Cuadernos Monásticos n. 37 (1976), p. 232.

[5] Cf. Hermas, El Pastor, tercera Visión y novena Parábola; y la nota 3 en: Conversazioni, pp. 586-587.

[6] Consultaciones de Zaqueo y Apolonio, I,37,1; trad. en Cuadernos Monásticos n. 177 (2011), p. 235. Esta obra es de inicios del siglo V. Cf. Vogüé, p. 248, nota 479.

[7] Seudo Sexto, Sentencias, 80-82a; ed. The Sentences of Sextus. Edited and Translated by Richard A. Edwards and A. Wild, SJ, Chico (California), Scholar Press, 1981 (Texts and Translations, 22. Early Christian Literature Series, 5). Cf. Vogüé, p. 249, notas 483-484.