Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia XII, capítulo 6)

Capítulo 6. Que la paciencia extingue el ardor de la fornicación

 

La ira no favorece la práctica de la castidad

6.1. «Quien, en efecto, progresa en la mansedumbre[1] y la paciencia del corazón, también tanto más [progresa] en la pureza del cuerpo; y cuanto más lejos haya rechazado la pasión de la ira, tanto más firmemente conservará la castidad. Porque no se desvanecerá el ardor del cuerpo sino en quien antes haya reprimido los movimientos del alma. Lo que claramente declara la bienaventuranza alabada por nuestro Salvador: “Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra” (Mt 5,5).

 

La mansedumbre nos permite poseer “la tierra”

6.2. Por tanto, no poseeremos nuestra tierra de otra manera, es decir, esta tierra rebelde del cuerpo no será sometida a nuestra autoridad, a menos que nuestra mente esté antes fundamentada en la mansedumbre de la paciencia, ni podrá nadie reprimir la rebelión de la carne contra la lujuria, a menos que primero sea instruido con las armas de la mansedumbre: porque “los mansos poseerán la tierra y habitarán en ella para siempre” (Sal 36 [37],11. 29). Cómo podemos, digo, conseguir esta tierra, lo enseña el mismo profeta en los versículos siguientes del salmo: “Espera al Señor y guarda su camino: y Él te exaltará para que poseas la tierra” (Sal 36 [37],34).

 

Una lucha sin cuartel

6.3. Por lo tanto, se establece que nadie puede alcanzar firmemente la posesión de esta tierra sino aquellos que, a través de la impasible mansedumbre de la paciencia, han sido elevados del fango de las pasiones carnales a la observancia de los duros caminos del Señor y sus mandamientos. Así, los mansos poseerán la tierra (cf. Mt 5,5) y no solo la poseerán, sino que también “se deleitarán en la abundancia de paz” (Sal 36 [37],11), de la cual nadie, en quien todavía arden las guerras de la concupiscencia, disfrutará de manera estable. Porque es necesario que sea asediado por las más crueles batallas de los demonios y herido por las saetas ardientes de la lujuria, despojado de la posesión de su tierra, hasta que el Señor “quite las guerras hasta los confines de su tierra, quiebre el arco, rompa las armas y consuma los escudos con fuego” (Sal 45 [46],10). Aquel fuego que el Señor vino a traer sobre la tierra (cf. Lc 12,49), quebrará también el arco y las armas con que los espíritus malignos, luchando contra él día y noche, atraviesan su corazón con las saetas de las pasiones.

 

El deleite espiritual de la pureza de corazón

6.4. Y así, cuando el Señor lo libera, destruyendo las guerras de todas los incentivos perturbadores, llegará a ese estado de pureza en el que, dejando de lado la confusión, con la que se sobrecogía mientras era atacada su carne, comenzará a deleitarse en la pureza como en el tabernáculo más puro: “Pues no se acercarán a él los males: y la plaga no se aproximará a su tabernáculo” (Sal 90 [91],10), llegando, a través de la virtud de la paciencia, a aquel estado profético, de forma que, por el mérito de la mansedumbre, no solo heredará su tierra, sino que también se deleitará en la multitud de la paz (cf. Mt 5,4-5).

 

La mansedumbre y la paciencia

6.5. Donde, sin embargo, permanece aún la preocupación por la lucha, no puede haber abundante paz. No dice, en efecto: “Se deleitarán en la paz”, sino “en la abundancia de paz” (Sal 36 [37],11 LXX). Por lo cual se demuestra claramente que la paciencia es el remedio más eficaz para el corazón, según lo dicho por Salomón: “El hombre manso es médico del corazón” (Pr 14,30 LXX), para extirpar la raíz no solo la ira, la tristeza, la acedia, la vanagloria (cenodoxia), la soberbia, sino también la libidinosidad y de todos los demás vicios. “Pues en la longanimidad, como dice Salomón, está la prosperidad de los reyes” (Pr 25,15 LXX). Porque el que es siempre apacible y tranquilo, ni se enciende por la perturbación de la ira, ni es devorado por la angustia de la acedia y de la tristeza, ni se infla por la jactancia de la cenodoxia, ni se eleva por el tumor de la soberbia. Puesto que “mucha es la paz para quienes aman el nombre del Señor, y no hay piedra de tropiezo para ellos” (Sal 118 [119],165).

 

Testimonios de la Escritura

6.6. Y por eso no sin motivo se dice: “Mejor el paciente que el fuerte, y quien contiene la ira [es mejor] que uno que se apropia de una ciudad” (Pr 16,32 LXX). Por lo tanto, para obtener esta paz firme y perpetua, es necesario que se nos ataque frecuentemente, y debemos repetir este verso con gemidos y lágrimas: “Me he vuelto miserable y estoy afligido por todas partes: durante todo el día entraba contristado. Porque mis lomos están llenos de burlas” (Sal 37 [38],7-8); y “No hay salud en mi carne a causa de tu ira: no hay paz en mis huesos a causa de mis necedades” (Sal 37 [38],7-8).

 

El peligro de volver atrás por causa de la vanagloria

6.7. Entonces, en efecto, lloraremos de manera adecuada y en verdad, cuando, después de una larga pureza de nuestro cuerpo, esperando ya haber evitado por completo los contagios carnales, sentimos nuevamente levantarse contra nosotros los estímulos de la carne por la exaltación del corazón o, ciertamente, por la falacia de los sueños, la impureza nos salpica con la antigua confusión. Pues cuando alguien comienza a alegrarse por la larga pureza del corazón y del cuerpo, es necesario que, mientras cree que ya no puede caer más de aquel estado de pureza, se gloríe de alguna manera dentro de sí mismo y diga:

 

Testimonios bíblicos

6.8. “Yo dije en mi en mi abundancia: ‘Nunca vacilaré’ (Sal 29 [30],7)”. Pero cuando, útilmente abandonado por el Señor, se dé cuenta que ese estado de pureza, por el que confiaba en sí mismo, se aleja de él y ve tambalearse su éxito espiritual, entonces que vuelva inmediatamente al autor de su integridad y reconociendo su debilidad confiese y diga: “Señor, en tu voluntad, no en la mía, has dado fuerza a mi dignidad. Y cuando has apartado tu rostro, me he turbado” (Sal 29 [30],8); también aquello del beato Job: “Aunque me lavara con agua de nieve, y brillaran mis manos como las más limpias, sin embargo, tú me arrojarás al fango, y mis vestiduras me aborrecerán” (Jb 9,30-31).

 

El Señor es quien nos concede la pureza de corazón

6.9. Sin embargo, quien se sumerge en las sordideces por su propia culpa nada puede decir a su Creador. Por lo tanto, para llegar al estado de perfecta pureza, es necesario ser instruido con mayor frecuencia sobre estas desigualdades, hasta que, por la gracia de Dios, merezca ser confirmado en aquella pureza que anhela y pueda decir eficazmente: “Esperé con expectación al Señor, y Él se dignó a mirarme. Y escuchó mi súplica: me sacó del foso de la miseria y del lodo de la suciedad. Y puso mis pies sobre la roca: y enderezó mis pasos” (Sal 39 [40],2-3).


[1] También se podría traducir: suavidad (lenitas).