Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia XIII, capítulos 1-3)

Conferencia décimo tercera: tercera conversación con abba Queremón: sobre la protección de Dios

Capítulos:

1. Proemio.

2. Pregunta: sobre por qué los méritos de las virtudes no se atribuyen a la labor de quien se esfuerza.

3. Respuesta: sin la ayuda de Dios no se puede alcanzar la perfección de la castidad ni nada bueno en absoluto.

4. Objeción: ¿cómo se puede decir que los gentiles poseían la castidad sin la gracia de Dios?

5. Respuesta: sobre la castidad imaginaria de los filósofos.

6. Sin gracia la gracia de Dios no podemos llevar a cabo ningún esfuerzo.

7. Sobre el propósito supremo de Dios y su providencia cotidiana.

8. Sobre la gracia de Dios y el libre arbitrio.

9. Sobre la fuerza de nuestra buena voluntad y de la gracia de Dios.

10. Sobre la debilidad del libre arbitrio.

11. Si la gracia de Dios sigue o precede a nuestra buena voluntad.

12. Que una buena voluntad no se debe atribuir siempre ni a la gracia ni siempre al ser humano.

13. Que los esfuerzos humanos no pueden compensar la gracia de Dios.

14. Que Dios sondea el poder del libre arbitrio del hombre mediante sus pruebas.

15. Sobre la gracia de las múltiples vocaciones.

16. Sobre la gracia de Dios, que trasciende los límites de la fe humana.

17. Sobre el designio inescrutable de Dios.

18. La definición de los padres: el arbitrio no es capaz de conducir a la salvación.

 

 

Capítulo 1. Proemio

 

1. Cuando volvimos a la synaxis matutina, después de un breve reposo, y esperábamos al anciano, abba Germán se sentía inquieto, porque la anterior conferencia, había infundido en nosotros el más alto deseo de una castidad desconocida hasta ahora para nosotros, y el bienaventurado anciano había eliminado el mérito del esfuerzo humano, afirmando que el hombre, aunque se afane con todas sus fuerzas por obtener un buen fruto, no puede entrar en posesión de un tal bien, a menos que lo haya recibido solo por la generosidad de un don divino, no por su propio esfuerzo. A nosotros nos sorprendió esta afirmación, y el bienaventurado Queremón, al percibir que susurrábamos entre nosotros, al concluir el rito de las oraciones y de los salmos, más brevemente que de costumbre, nos preguntó qué nos inquietaba.

 

Capítulo 2. Pregunta: sobre por qué los méritos de las virtudes no se atribuyen a la labor de quien se esfuerza

 

2. Entonces Germán dijo: “Por la sublimidad de aquella muy excelente virtud que se analizó durante nuestra discusión nocturna, estamos, diría yo, prácticamente excluidos de creer en su viabilidad. Por lo tanto, nos parece absurdo, si se me permite decirlo, que la recompensa del trabajo -es decir, la perfección de la castidad, que se adquiere por la intensidad de los propios esfuerzos- no se atribuya directamente al esfuerzo del trabajador. Porque si, por ejemplo, vemos a un agricultor trabajando arduamente en el cultivo de la tierra, es ridículo no atribuir la cosecha a su diligencia”.

 

Capítulo 3. Respuesta: sin la ayuda de Dios no se puede alcanzar la perfección de la castidad ni nada bueno en absoluto

 

El ejemplo del agricultor

3.1. Queremón: «De este mismo ejemplo que ustedes proponen se demuestra de manera más evidente que nada puede lograrse sin la ayuda de Dios. Pues el agricultor, aun cuando ha destinado todos sus esfuerzos a cultivar la tierra, no podría atribuir la producción de sus campos y su abundante cosecha a su propio trabajo, que a menudo consideraba inútil, si no hubiera intervenido la adecuada lluvia y un invierno tranquilamente pacífico. Porque hemos visto con frecuencia frutos ya maduros y perfectamente listos para ser cosechados, por así decirlo, por las manos de quienes los sostenían y, sin embargo, ese esfuerzo intenso y continuo no le reportaba nada a los trabajadores, porque no estaba asistido por la guía del Señor.

 

Valorar en su justa medida el auxilio divino

3.2. Así como, por lo tanto, a los agricultores perezosos que no cultivan sus campos con frecuencia, esta abundancia de cosechas no se confiere por la piedad divina, así tampoco la preocupación constante beneficiará a los que trabajan, a menos que la misericordia del Señor les haya favorecido. En esto, sin embargo, la arrogancia humana no debe intentar igualar o mezclarse con la gracia de Dios, ni tratar de insertarse como partícipe en los regalos de Dios, para que su labor considere ser la causa de la generosidad divina y se gloríe por la abundancia de frutos que le responden a mérito de su esfuerzo.

 

Considerar nuestros límites

3.3. Considerando, pues, y con un examen verídico, que ni siquiera los esfuerzos que él mismo hizo, empeñado en el deseo de riqueza, pudo llevar a cabo con sus propias fuerzas, a menos que la protección del Señor y su misericordia lo fortalecieran para llevar a cabo toda la obra del campo. También su voluntad y su fuerza hubiesen sido ineficaces, si la clemencia divina no le hubiera proporcionado la capacidad de realizarlo, que a veces se ve frustrada por la sequedad o la excesiva abundancia de lluvias.

 

Accidentes imprevistos

3.4. Cuando se le ha concedido al ser humano la fuerza y la salud del cuerpo, así como la prosperidad de todas las obras y actos por parte del Señor, se debe orar para que no le ocurra como está escrito: “El cielo será de bronce y la tierra de hierro” (Dt 28,23); y que: “lo que dejó la oruga, lo devore la langosta, lo que dejó la langosta, lo devore el pulgón, lo que dejó el pulgón, lo devore el roedor” (Jl 1,4). No solo necesita la ayuda de la divinidad el agricultor que trabaja la tierra, sino que también debe ser salvaguardado de casos imprevistos, por los cuales, aunque el campo haya sido favorecido con la deseada abundancia de frutos, no solo se verá frustrado en la vana esperanza de su expectativa, sino que también será privado de la abundancia de los frutos ya cosechados y almacenados, ya sea al aire libre o en el granero.

 

Todo don perfecto procede de Dios

3.5. De aquí se deduce claramente que no solo los actos, sino también los pensamientos buenos tienen su principio en Dios, quien nos inspira tanto el inicio de la santa voluntad como la virtud y la oportunidad de llevar a cabo lo que correctamente deseamos. “Porque todo don bueno y todo regalo perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces” (St 1,17), quien inicia, ejecuta y lleva a cabo en nosotros lo que es bueno, según lo que dice el Apóstol: “El que da la semilla al sembrador, y el pan para comer, también multiplicará la semilla de ustedes y hará crecer los frutos de la justicia de ustedes” (2 Co 9,10; cf. Is 55,10).

 

No rechacemos los dones de Dios

3.6. Nuestro deber es, diariamente, con humildad, seguir la gracia de Dios que nos atrae. O, contrariamente, si nos resistimos, como está escrito, seríamos como aquellos de “dura cerviz y oídos incircuncisos” (Hch 7,51), y merecíamos oír lo que dice Jeremías: “¿Acaso el que cae, no se levantará? ¿O el que se aparta, no volverá? ¿Por qué, entonces, se ha apartado este pueblo de Jerusalén con una aversión tan obstinada? Endurecieron sus cervices y no quisieron volver[1]” (Jr 8,4-5)».


[1] O: no se convirtieron.