Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia XIII, capítulos 17-18)

Capítulo 17. Sobre el designio inescrutable de Dios

 

La salvación de Dios

17.1. «En estos ejemplos manifestados en los Evangelios podemos reconocer claramente cuán diversas e innumerables son las vías por donde Dios procura la salvación del género humano. Algunos están colmados de buena voluntad y consumidos por una santa pasión: a éstos los incita a un mayor ardor aún, a este otro lo contiene a pesar de su ímpetu. A veces nos ayuda a realizar los buenos deseos que ve que poseemos, otras nos inspira los primeros movimientos para llevar a cabo aspiraciones santas y nos concede el comienzo del buen obrar así como la perseverancia[1].

 

Jesucristo es Salvador, apoyo y refugio

17.2. De ahí proviene el que en nuestras oraciones lo invoquemos no sólo como protector y salvador sino también como ayuda y sostén. Y mientras Él sea el primero en llamarnos, el que acude en ayuda a nuestros esfuerzos y aquel que nos acoge y protege cuando recurrimos a Él, merecerá el nombre de sostén y refugio. Reflexionando espiritualmente sobre la liberalidad multiforme que se revela en esta providencia de Dios, el bienaventurado Apóstol se ve como absorbido por el océano sin fondo y sin orilla de la ternura divina y exclama: “Oh abismo de la riqueza de la sabiduría y de la ciencia de Dios, cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos. En efecto ¿quién conoció el pensamiento del Señor?” (Rm 11, 33-34). ¡Qué admirable es la ciencia divina que llena de estupor a un hombre tal como el Doctor de la naciones!

 

Los caminos del Señor son inescrutables

17.3. Aquel que intenta reducirla a la nada, cree poder medir con su razón humana la profundidad de este abismo insondable y en su sacrílega audacia sostiene, oponiéndose, que los juicios de Dios pueden ser penetrados a simple vista y que sus caminos son fácilmente discernibles; mientras que el Señor mismo atestigua dirigiéndose a tales personas: “Porque no son mis pensamientos los pensamientos de ustedes, ni sus caminos son mis caminos, porque cuanto aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los suyos y mis pensamientos a los de ustedes” (Is 55, 8-9).

 

Nunca nos abandona nuestro Señor

17.4. El Señor quiso un día expresar, apoyándose en las manifestaciones del afecto humano, la amorosa Providencia que Él condesciende en prodigarnos con una ternura infatigable y, no encontrando otro sentimiento en toda la creación con el cual pudiera compararse mejor, lo hizo con la ternura de un corazón de madre. Acude a este ejemplo porque no puede hallarse nada más delicado en la naturaleza humana y dice: “¿Acaso olvida una mujer a su niño pequeño, sin compadecerse del hijo de sus entrañas?” (Is 49,15). Luego, como esta comparación no le parece suficiente, va más allá: “Pues aunque ellas llegaran a olvidar, yo no te olvido” (Is 49, 15)».

 

Capítulo 18. La definición de los padres: el libre arbitrio no es capaz de conducir a la salvación

 

El peligro de la palabrería

18.1. «Desde esto se entiende claramente que aquellos que miden la vastedad de la gracia y la pequeñez de la voluntad humana, no por palabrería vana, sino bajo la guía de la experiencia, que “la carrera no es para los veloces, ni la batalla para los fuertes, ni el pan para los sabios, ni la riqueza para los prudentes, ni la gracia para los letrados (Qo 9,18 LXX), sino que un mismo Espíritu realiza todas estas cosas, distribuyendo a cada persona según le plazca” (1 Co 12,11).

 

Dios es un médico bondadoso

18.2. Esto es la cosa más creíble del mundo y que la experiencia nos hace, por decir así, tocar con las manos: el Apóstol nos dice que el Dios del Universo obra todo en todos, sin diferencias, con el sentimiento del más tierno de los padres y el más bondadoso de los médicos. Tanto nos inspira en el comienzo de nuestra salvación poniendo en cada uno el ardor de la buena voluntad como nos hace pasar a los hechos y llegar a la concreción de nuestras virtudes. Sin nosotros saberlo o consentirlo nos salva de una ruina inminente o de una caída rápida, prepara las ocasiones para nuestra salvación y las circunstancias favorables, impide que los esfuerzos más violentos y más arrebatados alcancen sus fines y que se realicen proyectos de muerte. Algunos corren hacia Él con un impulso voluntario, y Él los recibe. Otros lo resisten y Él los atrae a pesar suyo, forzándolos a una buena voluntad.

 

Atribuir nuestra salvación a la gracia celestial

18.3. Es Dios quien todo lo concede, a condición de que nuestra resistencia no lo sea para siempre y que no persistamos en nuestro rechazo. Todo lo concerniente a nuestra salvación debe ser atribuido no al mérito de nuestras obras sino a la gracia celestial: son las palabras mismas del Señor las que nos enseñan: “Allí se acordarán de su conducta y de todas las acciones con las que se han contaminado y tendrán asco de ustedes mismos por todas las maldades que han cometido. Sabrán que yo soy Yahveh, cuando actúe con ustedes por consideración a mi nombre y no con arreglo a su mala conducta y a sus corrompidas acciones, casa de Israel” (Ez 20,43-44).

 

Los “principios” establecidos por los Padres

18.4. Así todos los Padres católicos que han llegado a la perfección del corazón, no por vanas discusiones de palabras sino por sus actos y sus obras, han establecido estos principios:

- Primero: Es el don de Dios quien enciende en nosotros el deseo de todo bien, pero nuestra libertad permanece íntegra como para inclinarse tanto de un lado como del otro.

- Segundo: Es igualmente un efecto de la gracia el que practiquemos las virtudes pero sin que el poder del libre arbitrio sea sofocado.

- Tercero: Una vez adquirida la virtud, la perseverancia es todavía un arreglo de Dios, pero nuestra libertad aún consagrándose a ella, no se siente cautiva.

 

Fin de la conferencia

18.5. El Dios del universo obra todo en todos, pero debemos creer que de Él depende el incitarnos, protegernos y afianzarnos y no el arrebatarnos la libertad que Él mismo nos ha concedido. Si alguna conclusión inteligente surgida de un exceso de argumentaciones pareciera contradecir este sentir, es preciso evitarla a riesgo de provocar la destrucción de la fe. Porque la fe no proviene de la inteligencia sino la inteligencia de la fe[2], según se ha escrito: “Si no creen, no comprenderán” (cf. Is 7,9). Y añado aún: ¿Cómo puede ser que Dios obre todo en nosotros y al mismo tiempo nosotros lo atribuyamos todo a nuestro libre arbitrio? Es debido a que el entendimiento y la razón humanos no alcanzan a comprenderlo plenamente».

Después que el venerable Queremón nos hubo fortalecido así con el pan de su doctrina, no sentimos más la fatiga de un viaje tan difícil.


[1] La gracia previene a todos los hombres sin excepción, a todos inspira los primeros movimientos hacia los deseos santos. No puede decirse en consecuencia, que Dios sea a veces protector y salvador y otras sostén y refugio, siempre es plenamente Salvador.

[2] Non enim fidem ex intellectu, sed intellectum meremur ex fide.