Respuesta: El Señor dice: “Vende todos tus bienes y dalos a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo, y ven y sígueme” (Mt 19, 21); y también: “Vendan todo lo que tengan y den limosna” (Lc 12,33). Considero que quien se entrega al servicio de Dios no debe despreciar irreflexivamente los bienes que le corresponden, sino que ha de buscar, por todos los medios, distribuirlos con todo cuidado, en la medida de lo posible, pues se trata de bienes que ya están dedicados al Señor, sabiendo que no deja de ser peligroso actuar negligentemente en las cosas de Dios[1]. Pero si sus parientes o sus padres obraran contra la fe, debe asimismo recordar lo que dice el Señor: “Nadie que deje casa, hermanos, madre, mujer, hijos o campos a causa de mí y del Evangelio, dejará de recibir el céntuplo en el tiempo presente y en el futuro la vida eterna” (Mc 10, 29-30)[2]. Por lo tanto él debe protestar y denunciar a aquellos que le niegan lo suyo y lo obstaculizan en su obrar, ya que incurren en pecado de sacrilegio, según el mandato del Señor que dice: “Si tu hermano peca contra ti, corrígelo” (Mt 18, 15), y lo que sigue[3]. Pero la dignidad de la piedad prohíbe entablar juicio acerca de estas cosas ante los jueces civiles por aquello que dice el Apóstol: “¿Se atreve alguno de ustedes que tiene conflicto con otro, a ser juzgado por los injustos y no por los justos?” (1 Co 6, 1).Y otra vez: “Es ya un delito el que haya litigio entre ustedes” (1 Co 6, 7)» (Basilio de Cesarea, Regla. Versión latina de Rufino de Aquileya, Cuestión 5).