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3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito
 
 
VIII. Recensión Π de los Cuatro Padres
 
            Introducción
 

 La así llamada recensión Π es una variante de la Regla de los Cuatro Padres (= RIVP), la cual ya fue publicada en nuestra página web[1].

Aunque las diferencias entre ambos textos son mínimas, y poco notables en la versión castellana, es conveniente no obviar esta recensión. Claramente dependiente de la anterior forma de la RIVP, la recensión Π realiza lo que el P. de Vogüé ha llamado. “un pulido literario”[2], tal vez en función de la lectura pública de la regla[3].
 
La recensión Π añade un párrafo final (el n. 6), cambia el nombre del superior: en vez de “el que preside” utiliza praepositus (prepósito), modifica varias citas bíblicas, suprime o modifica subtítulos y anuncios, agrega términos de coordinación al inicio de las frases[4], tiende a reforzar ciertas expresiones, evita las repeticiones.
 
«Π es una tentativa por hacer la RIVP aceptable, sino agradable, a un auditorio comunitario más exigente que los “oídos de los hermanos” de otro tiempo a quienes estaba dirigida»[5].
 
Respecto a la datación de esta recensión, al parecer anterior a la Regla de san Benito, se puede conjeturar que fue compuesta entre 535-540, en Italia.
 
La traducción que ahora se presenta se ha efectuado a partir del texto latino editado en la colección Sources chrétiennes[6]. También se confrontó la versión castellana de José Gerardo Bermell Fraile, ocso[7]. Para que se vean con claridad los cambios respecto de la precedente forma de la RIVP se señalan “en negrita” esas modificaciones.
 
 
            Texto
 
Regla de los santos Padres Serapión, Macario, Pafnucio y el otro Macario
 
Preámbulo
 
1Estando, reunidos, 2seguros de que se trataba de un proyecto muy útil, rogamos a Dios nuestro Señor que nos concediera el Espíritu Santo (cf. Ga 3,5) 3para que nos enseñara cómo podíamos ordenar la regla de los hermanos en esta vida.
 
 
1. Dijo Serapión 1que “la tierra está llena de la misericordia del Señor” (Sal 32 [33],5) 2y una falange numerosa tiende hacia la bienaventurada vida perfecta. 3Nos parece que lo mejor es obedecer los preceptos del Espíritu Santo (cf. Jos 24,24) 4y nuestras propias palabras no pueden mantenerse firmes si la firmeza de las Escrituras no confirmara nuestro ordenamiento. 5Porque dice el Espíritu Santo: “Vean qué dulzura, qué delicia habitar los hermanos unidos” (Sal 132 [133],1), 6y otra vez: “El que hace habitar en una casa a los que viven unánimes” (Sal 67 [68],7).
 
7Confirmada, por tanto, ahora la regla de la piedad con la indicación del Espíritu Santo que la hace conocer[8], ya afirmada la enseñanza[9], prosigamos.
 
8Queremos, pues, que todos los hermanos vivan unánimes con alegría en una casa (cf. Sal 67 [68], 7; 132 [133],1). 9¿Pero cómo mantener con un recto ordenamiento esta unanimidad y alegría? Con la ayuda de Dios, (Él) nos lo mostrará.
 
10Queremos, por tanto, que uno presida la santa congregación 11y que nadie se desvíe hacia ni a la derecha ni a la izquierda de sus mandatos ni siquiera un poco[10], 12sino que obedezcan a las órdenes del Señor con toda sumisión y alegría, 13ya que el Apóstol dice a los Hebreos. “Obedezcan a sus prepósitos y sométanse a los que les mandan, porque ellos velan siempre por ustedes, como quienes tendrán que dar cuenta por sus almas” (Hb 13,17); 14y el Señor dice: “No quiero sacrificio sino obediencia” (1 S 15,22; cf. Mt 9,13; Os 6,6; Qo 4,17).
 
15Los que obrando de este modo desean vivir unánimes, deben tener en cuenta que por la obediencia Abraham agradó a Dios y fue llamado amigo de Dios (St 2,23; cf. Gn 15,6; 1 M 2,52; Hb 11,5. 8). 16Por su obediencia, los mismos apóstoles merecieron ser testigos del Señor entre los pueblos y las tribus (cf. Mt 4,18-22; Hch 1,8; Ap 11,9). 17También nuestro Señor descendiendo de las regiones superiores a las inferiores (cf. Ef 4,9; Jn 8,23) dice: “No vine a hacer mi voluntad sino la de Aquel que me envió, el Padre” (Jn 6,38). 18Así pues, la obediencia, firmemente establecida con tantos testimonios de virtudes, manténgase con el mayor celo y con gran empeño.
 
FIN DE SAN SERAPIÓN. COMIENZO DE SAN MACARIO
 
 
2. Macario dijo 1que más arriba se ha puesto por escrito lo que manifiesta en los hermanos la virtud de la convivencia y de la obediencia. 2Ahora hay que mostrar cómo han de cumplir su oficio espiritual aquéllos que presiden.
 
3El prepósito debe mostrarse tal como lo dice el apóstol afirmando: “Sean un modelo para los creyentes” (1 Tm 4,12; cf. 1 Ts 1,7), 4es decir, que combinando bondad y severidad religiosas, haga elevar el alma de los hermanos de las realidades terrenas a las celestiales (cf. Jn 3,12; 2 M 15,10; 1 Co 15,47-49); 5como dice el Apóstol: “Arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansable(2 Tm 4,2)[11].
 
7El anciano tiene que discernir cómo debe demostrar a cada uno su afecto paternal. 8Así, ante todo, en primer lugar se debe guardar la mesura, 9conforme a lo que dice el Señor: “La medida con que midan se usará con ustedes” (Mt 7,2).
 
10Cuando asisten a la oración, ninguno presuma entonar la alabanza de un salmo sin orden del prepósito. 11Se guardará la siguiente norma: que ninguno se atreva a colocarse delante de otro más anciano, o anticiparse a él en el orden de la salmodia, 12según dice Salomón: “Hijo, no ambiciones el primer puesto” (cf. Si 7,4; 3 Jn 9), 13ni ocupes el primer lugar en un banquete, no sea que venga alguien más importante que tú y se te diga: “Levántate” para tu confusión (Lc 14,8-9; cf. Pr 25,6-7); 14y también se dice: “No te enorgullezcas, más bien, teme” (Rm 11,20). 15Si se demora el que preside, primeramente se le anoticia y en segundo lugar conviene obedecer sus órdenes.
 
16Vamos a mostrar ahora cómo se debe examinar a los recientemente se han convertido. 17En primer lugar, se debe cercenar en ellos las riquezas del mundo[12].
 
18Si es un pobre el que desea convertirse, también él posee riquezas que se deben cercenar, 19aquellas de las que dice el Espíritu Santo: “Mi alma odia al pobre orgulloso” (Si 25,3-4)[13]. 21Se debe, pues, mantener esta regla: si es pobre, que deponga primero su carga de soberbia, 22y entonces recíbaselo. 23Ante todo, debe ser formado en la humildad, de modo que -lo que es más importante- no haga de ningún modo su voluntad sino que esté pronto para todo lo que le fuere mandado (cf. 2 Tm 2,21), 24recordando que las Escrituras santas dicen: “Pacientes en la tribulación” (Rm 12,12).
 
25Entonces cuando un hombre se preocupa por dejar las tinieblas de este mundo (cf. Ga 4,1; Col 1,13), en primer lugar, al acercarse al monasterio, permanezca a la puerta por una semana; 26no se junte con él ninguno de los hermanos sino preséntenle constantemente cosas duras y difíciles. 27Pero si persevera llamando (cf. Lc 11,8; Hch 12,16), no se niegue el ingreso. 28Sin embargo, debe enseñársele cómo puede seguir la regla y la vida de los hermanos.
 
29Pero si fuera rico, poseyendo muchas riquezas en el mundo y quisiera convertirse, en primer lugar debe cumplir la voluntad de Dios 30y realizar[14] aquel precepto que el joven rico recibió la orden de hacer, cuando el Señor le dijo: 31Vende todo lo que tienes y dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo, después toma tu cruz y sígueme” (Mt 19,21; cf. Mt 16,24; Mc 10,21). 32No debe reservar absolutamente nada para sí sino la cruz que debe llevar para seguir a Cristo. 33Lo más importante de la cruz que debe llevar es: en primer lugar, custodiar con una obediencia total, no hacer su voluntad, sino obedecer las órdenes del anciano. 34Si quisiera ofrecer una parte de sus bienes al monasterio, sepa en qué condiciones serán recibidos él y su ofrenda. 35Pero si quisiera tener consigo alguno de sus servidores, sepa que ya no serán para él servidores, sino hermanos (cf. Flm 16; Mt 19,21; 2 Tm 3,17), para que sea hallado perfecto en todas las cosas.
 
36Ahora tengo que enseñar de qué modo se han de recibir los huéspedes de paso. 37A su llegada, que nadie acuda a atender al que llega sino aquel que haya recibido el encargo de hacerlo. 38No le estará permitido orar con el huésped ni ofrecerle el ósculo de paz antes de que lo haya visto el prepósito, 39y una vez hecha la oración en común se le dará el saludo de paz. 40Y no le esté permitido a nadie conversar con los huéspedes extranjerossino solamente al prepósito o a quienes él autorice. 41Al llegar la hora de la refección, no se le permitirá al hermano peregrino comer con los hermanos sino con el prepósito, para que se edifique. 42A ninguno se le permitirá hablar ni se escuche otra palabra sino aquella divina que se lee, según la costumbre, de las divinas Escrituras, y la del que preside o a quienes él mismo quisiera decir algo.
 
FIN DE LAS PALABRAS DE SAN MACARIO.
COMIENZO DE LAS PALABRAS DE SAN PAFNUCIO
 
 
3. Pafnucio dijo: 1Todo lo que se ha dicho es grande y útil para la salud del alma (cf. 1 P 1,9). 2Sin embargo no se puede pasar en silencio este punto: cuál es la norma que se debe observar en los ayunos. 3Ningún otro testimonio lo confirma mejor que el que dice: 4Pedro y Juan subían al templo alrededor de la hora nona” (Hch 3,1). 5Se debe, pues, observar esta norma: que ningún día se coma en el monasterio hasta la hora nona, excepto los domingos. 6En ese día, dedíquense solamente a Dios; 7no se procure ningún trabajo sino que el día transcurra en medio de “himnos, salmos y cantos espirituales” (Ef 5,19).
 
8Además se debe instruir cómo deben trabajar los hermanos[15]. 10Desde la primera hora hasta la tercera dedíquense a Dios. 11Pero desde la tercera hasta la novena, reciban sin ninguna murmuración cualquier cosa que se les hubiera mandado. 12Los que obedecen fielmente deben acordarse de la palabra del Apóstol: “Háganlo todo sin murmuración ni hesitación” (Flp 2,14). 13Recordemos también aquella sentencia terrible: “No murmuren como murmuraron algunos de ellos y murieron víctimas del Exterminador” (1 Co 10,10). 14Por otra parte, el que preside debe encargar cualquier trabajo para hacer, al cuidado de un hermano capaz, de modo que los demás se sometan a sus órdenes.
 
15También él debe mostrar cómo debe tener en cuenta la debilidad o la posibilidad física de cada uno. 16Si alguno de los hermanos, por causa del ayuno o del trabajo manual -17que el Apóstol enseña diciendo: “Trabajábamos con nuestras manos, con tal de no ser una carga para ninguno de ustedes” (1 Co 4,12; 1 Ts 2,9; 2Ts 3,8)- 18si éste estuviera oprimido por su debilidad, el anciano debe tomar las providencias necesarias para sostener esa debilidad. 19Pero el que está con cuerpo robusto debe trabajar de todos modos considerando cómo el Apóstol “sometía a su cuerpo a servidumbre” (1 Co 9,27). 20Pero a pesar de todo, que en primer lugar se cumpla aquello que a menudo hay que recordar: a ninguno le está permitido hacer algo que sea su propia voluntad, sin permiso del prepósito.
 
21Por otra parte, en los servicios mutuos, se tenga esta norma: que a los servicios se avisen unos a otros (cf. Rm 12,10). Si la comunidad de los hermanos es numerosa, el prepósito debe determinar el servicio semanal de modo que se sucedan unos a otros.
 
23La despensa, por otra parte, conviene que se confíe al que 24pueda dominar desde el principio las tentaciones de la gula; 25y tema la sentencia de Judas que fue ladrón desde el inicio (cf. Jn 12,6 y 8,44; cf. [sententiam] Mt 26,24). 26Aquel a quien se le ha encargado este oficio se recordará que debe tratar de realizar aquella palabra del Apóstol: 27Los que desempeñan bien su ministerio se hacen acreedores de honra” (1 Tm 3,13).
 
28Los hermanos deben saber también que todos los utensilios que se usan en el monasterio, sean recipientes o herramientas o cualquier otra cosa, todo es sagrado. 29Si alguien hubiera tratado alguna cosa con negligencia 30sepa que compartirá la suerte de aquel rey Baltasar que bebía con sus concubinas en los vasos sagrados de la casa de Dios, y conocerá qué castigo merece (cf. Dn 5,1-30).
 
31Estos preceptos se deben observar completamente y leer cada día al mismo tiempo que se escuchan por todos los hermanos.
 
FIN DE LAS PALABRAS DE SAN PAFNUCIO.
PRINCIPIO DE LAS PALABRAS DE SAN MACARIO
 
 
4. Macario dijo 1que la Verdad atestigua diciendo: “Que todo asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos” (Mt 18,16; cf. 2 Co 13,1; Dt 19,15)[16]. 3Y no se puede pasar en silencio de qué manera los monasterios pueden llegar a tener una paz estable entre ellos. 4No estará permitido recibir un hermano de otro monasterio sin el consentimiento del prepósito -5no sólo recibirlo, sino ni siquiera hay que atenderlo-, 6porque dice el Apóstol que “el que ha faltado a su compromiso inicial” (1 Tm 5,12). 7Si ha solicitado al prepósito que le permita ingresar en otro monasterio, sea recomendado por él al prepósito en el lugar donde desea permanecer 8y recíbasele con la condición 9de que a todos los hermanos que encuentre en el monasterio los considere como mayores; 10y no se tendrá en cuenta lo que fue, sino que habrá que probar lo que comienza a ser. 11Una vez recibido, si se ve que posee algo, ya sea algún objeto o un libro o cualquier otro objeto, no se le permitirá poseerlo, 12para que pueda ser perfecto (cf. Mt 19,21; 2 Tm 3,17), él que no ha podido serlo en otra parte.
 
13Si durante la reunión de los hermanos hubiera alguna colación sobre las santas Escrituras aun cuando tal vez éste que ha sido recibido posea la ciencia de las Escrituras, no se le permita hablar sin el permiso del prepósito.
 
14Por otra parte, si algún clérigo llegara como huésped, 15se lo debe recibir con toda reverencia, como ministro del altar. 16A ninguno le esté permitido concluir la oración en su presencia, aunque sea ostiario, porque es ministro del templo de Dios. 17Si ha caído en alguna falta y se comprueba que es culpable de lo que se le imputa, no se le permitirá concluir la oración, sino el prepósito o el que después de él está en el orden jerárquico o cualquier otro de los hermanos, el que él mismo (prepósito) quiera, concluya la oración. 18A ningún clérigo se le permita habitar en el monasterio, 19sino solamente a aquellos a quienes una caída en pecado hubiera llevado a humillarse y están heridos, de modo que puedan curarse en el monasterio con la medicina de la humildad (cf. Sal 88 [89],11).
 
20Es suficiente que ustedes observen estos preceptos, conviene que los guarden y serán irreprochables (cf. Flp 2,15; 1 Tm 5,7).
 
 
5. 1No debemos omitir ésto, la manera de corregir los vicios de cada uno según su naturaleza. Respecto de la excomunión, se observará, pues, esta norma. 2Si alguno de los hermanos dijera palabras ociosas (cf. Mt 12,36), 3será acusado en el consejo (cf. Mt 5,22), y excluido tres días de la comunidad de los hermanos, y a nadie en absoluto le sea permitidoni juntarse con él ni hablar con aquél. 4Pero si alguno fuera sorprendido riéndose o diciendo bufonerías -5 que, como dice el Apóstol: “Están fuera de lugar” (Ef 5,4)- 6mandamos que durante dos semanas, en nombre del Señor (1 Co 5,3-5), se le corrija con el flagelo de la humillación, 7según dice el Apóstol: “Si alguno entre ustedes, llamándose hermano es iracundo, soberbio o maldicente o avaro”, y lo restante (1 Co 5,11), 8señálenlo y no se junten con él, pero no lo consideren como a un enemigo sino repréndanlo como a un hermano(2 Ts 3,14-15), 9y en otro lugar: “Si un hermano es sorprendido en alguna falta, ustedes, los que están animados por el Espíritu, instruyan y corríjanlo con espíritu de delicadeza” (Ga 6,1; cf. 2 Ts 3,15). 10Así, cada uno de ustedes debe instruir a su prójimo, de modo que por un recurso frecuente a la humildad no sea considerado réprobo (cf. 1 Co 9,27) sino que, probado, persevere en el monasterio.
 
11Les recomendamos esto sobre todo a ustedes que han sido designados para este oficio: que no hagan acepción de personas (cf. St 2,1; Rm 2,11; Ef 6,9), 12sino que todos sean amados con igual afecto y con corazón recto, para que todos sean curados, 13porque la equidad agrada mucho a Dios, como por el contrario la acepción de personas, de la que comienza la iniquidad, nada hay tan execrable para Él; 14por eso clama el Profeta: “Si verdaderamente pronuncian la justicia, juzguen rectamente” (Sal 57 [58],2).
 
15Y no queremos que ignoren que el que no hubiera reprendido al extraviado habrá de rendir cuenta rigurosamente sobre él, porque la pérdida por sus manos del alma de su hermano le sería reclamada. 16Entonces, sean fieles (cf. Ap 2,10; Mt 25,21)y maestros óptimos, y podrán edificar a otros no sólo con la palabra sino también con las obras; en efecto, no hay verdadero maestro que desee enseñar únicamente con la palabra. 17Reprendan a los indisciplinados, sostengan a los débiles, consuelen a los pusilánimes, sean pacientes con todos” (1 Ts 5,14) 18y recibirán la recompensa eterna por cuantos hayan ganado (cf. Mt 18,15; 2Jn 8); 19en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, a quien sea la gloria, la alabanza y el honor por los siglos de los siglos, Amén (cf. Mt 28,19).
 
 
6. 1Bienaventurados en verdad el que lee este texto fielmente y bienaventurado el que lo escucha de buena gana (Ap 1,3). 2Pero, si no ha cumplido todo lo que está escrito con entusiasmo, ya el que lee o el que escucha, 3no sólo perderá la beatitud, sino también se expondrá a la condenación, que está preparada por el diablo y sus ángeles (Mt 25,41; cf. Si 36,11), 4por lo que debe orar sin cesar (1 Ts 5,17; cf. 2 Tm 4,18), para que el Señor juzgue conveniente conducirnos a todos a la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
 
 

[2] Les Règles des saint Pères, t. II, Paris, Eds. du Cerf, 1982, p. 558 (Sources chrétiennes, 298).
[3] Ibid., p. 559.
[4] Ibid., p. 553.
[5] Ibid., p. 560.
[6] Vol, 298, pp. 580 ss.
[7] Reglas de los Santos Padres, Zamora, Eds. Monte Casino, 2009, pp. 147 ss. (Col. Espiritualidad monástica: Fuentes y Estudios, 65).
[8] El latín lee: monstrata.
[9] Literal: institutionem.
[10] Traducción de modicum.
[11] El v. 6 es omitido en el texto de la recensión Π: “6y en otro lugar dice: “¿Qué prefieren? ¿Que vaya a verlos con la vara en la mano o con espíritu de mansedumbre?” (1Co 4,21)”.
[12] Concupiscentia saecularium.
[13] Omisión del v. 20: «20y en otro lugar dice: “El soberbio es como un herido” (Sal 88 [89],11)».
[14] Facere.
[15] Omisión del v. 9: “9Se debe observar esta norma”.
[16] Omisión del v. 2: “2Así pues, está firme la regla de la piedad”.