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3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito

IX. La Regla del Maestro (continuación)

Capítulo 10: Pregunta de los discípulos: Sobre la humildad de los hermanos: ¿cómo debe ser, por qué medios se adquiere y cómo, una vez adquirida, se la conserva? El Señor responde por el maestro:

1Clama, hermanos, la divina Escritura diciéndonos: Todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado (Lc 14,11). 2Al decir esto nos muestra que toda exaltación es una forma de soberbia. 3El profeta indica que se guarda de ella diciendo: Señor, ni mi corazón fue ambicioso ni mis ojos altaneros (Sal 130 [131],1). Y de nuevo añade: No anduve buscando grandezas ni maravillas superiores a mí (Sal 130 [131],1). 4Pero ¿qué sucederá? Si no he tenido sentimientos humildes, y si mi alma se ha envanecido, Tú tratarás mi alma como a un niño que es apartado del pecho de su madre (Sal 130 [131],2).

5Por eso, hermanos, si queremos alcanzar la cumbre de la más alta humildad, si queremos llegar rápidamente a aquella exaltación celestial a la que se sube por la humildad de la vida presente, 6tenemos que levantar con nuestros actos ascendentes la escala que se le apareció en sueños a Jacob, en la cual veía ángeles que subían y bajaban (Gn 28,12). 7Sin duda alguna, aquel bajar y subir no significa otra cosa sino mostrar que por la exaltación se baja y por la humildad se sube. 8Ahora bien, la escala misma así levantada es nuestra vida en el mundo, que habiendo humillado su corazón y (su) cabeza en este tiempo presente, eleva hasta el cielo (su) extremo, la muerte, exaltada por el Señor. 9Creemos firmemente, en efecto, que los dos lados de esta escala son nuestro cuerpo y nuestra alma, y en esos dos lados la vocación divina ha puesto los diversos escalones de humildad y de disciplina por los que debemos subir.

10El discípulo asciende el primer grado de humildad en la escala del cielo, si tiene siempre delante de los ojos el temor de Dios (Sal 35 [36],2), y huye el olvido a toda hora; 11y recuerde siempre todo lo que Dios ha mandado, meditando sin cesar en su alma cómo el infierno abrasa, a causa de sus pecados, a aquellos que desprecian al Señor, y cómo la vida eterna está preparada para los que temen a Dios[1]. 12Guárdese a toda hora de pecados y vicios, esto es, los de los pensamientos, de la lengua, de las manos, de los pies y de la voluntad propia, y apresúrese a cortar los deseos de la carne. 13Considere el discípulo que Dios lo mira siempre desde el cielo, y que en todo lugar, la mirada de la divinidad ve sus obras, y que cada día los ángeles se las comunican todas (cf. Sal 13 [14],2; Pr 15,3).

14Nos lo demuestra el profeta cuando declara que Dios está siempre presente a nuestros pensamientos diciendo: Dios escudriña los corazones y los riñones (Sal 7,10). 15Y también dice: El Señor conoce los pensamientos de los hombres, (sabe) que son vanos (Sal 93 [94],11). 16Y dice de nuevo: Conociste de lejos mis pensamientos (Sal 138 [139],3). 17Y dice también: El pensamiento del hombre te será manifiesto (Sal 75 [76],11), 18y: El corazón del rey (está) en las manos de Dios (Pr 21,1). 19Y para que el hermano virtuoso esté en guardia contra los pensamientos perversos de su corazón, diga siempre esto en su corazón: Solamente seré puro en tu presencia si me mantuviere alerta contra mi iniquidad (Sal 17 [18],24).

20En cuanto a las palabras de la lengua, sabemos que Dios está siempre presente, cuando la voz del Señor dice por el profeta: Quien habla la iniquidad, no camina rectamente ante mis ojos (Sal 100 [101],7). 21Y también dice el Apóstol: Darás cuenta de la palabra vana (Mt 12,36), 22porque la muerte y la vida han sido puestas en manos de la lengua (Pr 18,21)[2].

23En el trabajo de nuestras manos comprobamos que Dios está presente, cuando dice el profeta: Tus ojos vieron mis (obras) imperfectas (Sal 138 [139],16).

24En el andar de nuestros pies sabemos que Dios está siempre presente, cuando dice el profeta: Corrí sin iniquidad y caminé derecho. 25Levántate a mi encuentro y mira (Sal 58 [59],5-6). 26Y también dice: ¿A dónde iré lejos de tu espíritu, y a dónde huiré lejos de tu rostro? 27Su subo al cielo, allí estás tú, si desciendo al infierno, estás presente. 28Si tomo mis alas antes de la aurora y voy a habitar en el confín del mar, 29también allí me conducirá tu mano y me tendrá tu diestra (Sal 138 [139],7-10).

30En cuanto a la voluntad propia, la Escritura nos prohíbe hacerla en presencia del Señor cuando dice: Apártate de tus voluntades (Si 18,30). 31Además pedimos a Dios en la oración dominical que se haga en nosotros su voluntad (Mt 6,10). 32Justamente, pues, se nos enseña a no hacer nuestra voluntad cuidándonos de lo que la Escritura nos advierte: Hay caminos que parecen rectos a los hombres, pero su término se hunde en lo profundo del infierno (Pr 16,25; cf. 14,12; Mt 18,6), 33y temiendo también, lo que se dice de los negligentes: Se han corrompido y se han hecho abominables en sus deseos (Sal 13 [14],1).

34En cuanto a los deseos de la carne, creamos que Dios está siempre presente, pues el profeta dice al Señor: Ante ti están todos mis deseos (Sal 37 [38],10). 35Debemos, pues, cuidarnos del mal deseo, porque la muerte está apostada a la entrada del deleite (Passio Sebastiani 14). 36Por eso la Escritura nos da este precepto: No vayas en pos de tus concupiscencias (Si 18,30).

37Luego, si los ojos del Señor vigilan a buenos y malos (Pr 15,3), 38y el Señor mira siempre desde el cielo a los hijos de los hombres, para ver si hay alguno inteligente y que busque a Dios (Sal 13 [14],2), 39y si los ángeles que nos están asignados, anuncian día y noche nuestras obras al Señor[3], 40hay que estar atentos, hermanos, en todo tiempo, como dice el profeta en el salmo 13, no sea que Dios nos mire en algún momento y vea que nos hemos inclinado al mal y nos hemos hecho inútiles (Sal 13 [14],3), 41y perdonándonos en esta vida, porque es piadoso y espera que nos convirtamos (cf. Jdt 7,30; Si 2,11), nos diga en la vida futura: Esto hiciste y callé (Sal 49 [50],21).

42Después, el discípulo asciende el segundo grado de humildad en la escala celestial, si no ama su propia voluntad, ni se complace en hacer sus gustos, 43sino que imita con hechos al Señor que dice: No vine a hacer mi voluntad sino la de Aquel que me envió (Jn 6,38). 44Y dice también la Escritura: La voluntad tiene su pena, y la necesidad engendra la corona (Passio Anastasiae 17).

45Después, el discípulo asciende el tercer grado de humildad en la escala del cielo, si, luego de nada presumir, elige lo que no le conviene (cf. 1 Co 6,12), 46como dice la Escritura: Hay caminos que a los hombres les parecen rectos, pero cuyo fin sumerge en lo profundo del infierno (Pr 16,25; cf. Pr 14,12; Mt 18,6). 47Y también dice David: Se corrompieron y se hicieron abominables en sus voluntades (Sal 13 [14],1). 48También dice el Apóstol: Todo me es lícito, pero no todo me es útil. Todo me es lícito, pero no me dejaré dominar por nada (1 Co 6,12). 49Por tanto, el discípulo no sólo se cuidará de esto, sino que también se someterá al superior con toda obediencia, imitando al Señor, de quien dice el Apóstol: Se hizo obediente hasta la muerte (Flp 2,8). 50Y también la voz del Señor alaba esa obediencia en el pueblo de los gentiles, diciendo: Habiéndome escuchado, me obedecieron (Sal 17 [18],45). 51Y el Señor nos demuestra que le obedecemos a Él bajo (las órdenes) del abad, cuando dice a nuestros doctores: Quien a ustedes oye, a mí me oye, y quien a ustedes desprecia, me desprecia (a mí) (Lc 10,16).

52Después el discípulo asciende el cuarto grado de humildad en la escala celestial, si en la misma obediencia, así se impongan cosas duras y molestas o se reciba cualquier injuria, uno se abrace con la paciencia y calle en su interior[4], 53y soportándolo todo, no se canse ni desista, pues dice la Escritura: El que perseverare hasta el fin se salvará (Mt 18,22); 54y también el profeta nos exhorta sobre esto diciendo: Confórtese tu corazón y soporta al Señor (Sal 26 [27],14). 55Y para mostrar que el fiel debe sufrir por el Señor todas las cosas, aun las más adversas, el profeta dice en la persona de los que sufren: Por ti soportamos la muerte cada día; nos consideran como ovejas de matadero (Sal 43 [44],22; Rm 8,36). 56Pero seguros de la recompensa divina que esperan, prosiguen gozosos diciendo: Pero en todo esto triunfamos por Aquel que nos amó (Rm 8,37). 57La Escritura dice también en otro lugar por boca de las mismas personas: Nos probaste, ¡oh Dios! nos purificaste con el fuego como se purifica la plata; nos hiciste caer en el lazo; acumulaste tribulaciones sobre nuestra espalda (Sal 65 [66],10-11). 58Y para mostrar que debemos estar bajo un superior prosigue diciendo: Pusiste hombres sobre nuestras cabezas (Sal 65 [66],12a). 59En las adversidades e injurias cumplen con paciencia el precepto del Señor, y a quien les golpea una mejilla, le ofrecen la otra; a quien les quita la túnica le dejan el manto, y si los obligan a andar una milla, van dos (Mt 5,39-41); 60con el apóstol Pablo soportan a los falsos hermanos, sufren la persecución y a los que los maldicen más bien les bendicen (2 Co 11,26: 1 Co 4,12).

61En seguida, el discípulo asciende el quinto grado de humildad en la escala del cielo, si no le oculta a su abad todos los malos pensamientos que llegan a su corazón y las malas acciones cometidas en secreto, sino que los confiesa humildemente[5]. 62La Escritura nos exhorta a hacer esto diciendo: Revela al Señor tu camino y espera en Él (Sal 62 [63],5). 63Y también dice: Confiesen al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia (Sal 105 [106],1). 64Y otra vez el profeta dice al Señor: Te manifesté mi delito y no oculté mi injusticia. 65Dije: confesaré mis culpas al Señor contra mí mismo, y Tú perdonaste la impiedad de mi corazón (Sal 31 [32],5).

66Después el discípulo asciende el sexto grado de humildad en la escala del cielo, si está contento con todo lo que es vil y despreciable, y que juzgándose obrero malo e indigno para todo lo que se le mande[6], 67se diga a sí mismo con el profeta: Fui reducido a la nada y nada supe; yo era como un jumento en tu presencia, pero siempre estoy contigo (Sal 72 [73],22-23).

68Después el discípulo asciende el séptimo grado de humildad en la escala del cielo, si no sólo con la lengua dice que es el inferior y el más vil de todos, sino que también lo crea con el más profundo sentimiento del corazón[7], 69humillándose y diciendo: Soy un gusano y no un hombre, oprobio de los hombres y desecho de la plebe (Sal 21 [22],7). 70He sido ensalzado y luego humillado y confundido (Sal 87 [88],16). 71Y también ese hermano dirá siempre al Señor: “Es bueno para mí, Señor, que me hayas humillado para que aprenda tus mandamientos (Sal 118 [119],71 y 73).

72Después el discípulo asciende el octavo grado de humildad en la escala del cielo, si no hace sino lo que la regla común del monasterio y el ejemplo de los mayores le indica que debe hacer[8], 73diciendo con la Escritura: Porque tu ley es mi meditación (Sal 118 [119],77), 74y cuando interrogue a su padre, él le enseñara, a sus acianos y le dirán (Dt 32,7), es decir, al abad para que le enseñe.

75Después el discípulo asciende el noveno grado de humildad en la escala del cielo, si no permite a su lengua que hable. Guarde, pues, silencio y no hable hasta ser preguntado[9], 76porque la Escritura enseña que en el mucho hablar no se evita el pecado (Pr 10,19) 77y que el hombre que mucho habla no anda rectamente en la tierra (Sal 139 [140],12).

78Después el discípulo asciende el décimo grado de humildad en la escala del cielo, si no es fácil y pronto para la risa, porque está escrito: El necio en la risa levanta su voz (Si 21,23)[10], 79y como ruido del crepitar de los espinos bajo el caldero, así también es la risa de los hombres (Qo 7,6).

80Después el discípulo asciende el undécimo grado de humildad en la escala del cielo, si cuando habla, lo hace con dulzura y sin reír, con humildad y con gravedad, diciendo pocas y santas palabras, y sin levantar la voz[11], 81pues está escrito: Se reconoce al sabio por sus pocas palabras (Sexto, Enchiridion 145).

82Después el discípulo asciende el duodécimo grado de humildad en la escala del cielo, si no sólo (tiene) humildad en su corazón, sino que la demuestra siempre a cuantos lo vean aun con su propio cuerpo, 83es decir, que en la Obra de Dios, en el oratorio, en el monasterio, en el huerto, en el camino, en el campo, o en cualquier lugar, ya esté sentado o andando o parado, esté siempre con la cabeza inclinada y la mirada fija en tierra, 84y creyéndose en todo momento reo por sus pecados, se vea ya en el tremendo juicio, 85diciendo siempre en su corazón lo que decía aquel publicano, estando de pie en el templo, con los ojos fijos en tierra: Señor, no soy digno yo, pecador, de levantar mis ojos al cielo (Lc 18,13; Mt 8,8). 86Y también con el profeta diga para sí ese discípulo: He sido profundamente encorvado y humillado (Sal 37 [38],9).

87Cuando el discípulo haya terminado de subir estos grados de humildad, habrá terminado de subir felizmente la escala de esta vida en el temor de Dios, 88y en seguida llegará a aquel amor de Dios que siendo perfecto excluye todo temor[12], 89en virtud del cual lo que antes observaba no sin temor, empezará a cumplirlo como naturalmente, como por costumbre, 90y no ya por temor del infierno, sino por amor de ese mismo hábito bueno y por el atractivo de las virtudes[13]. 91Todo lo cual el Señor se dignará manifestar por el Espíritu Santo en su obrero, cuando ya esté limpio de vicios y pecados.

 



[1] Vv. 10-11: cf. Casiano, Instituciones IV,39,1; Cipriano de Cartago, Epístolas 58,11.

[2] Cf. Passio Sebastiani 14.

[3] Cf. Vissio Pauli 7 y 10.

[4] Cf. Casiano, Instituciones IV,39,2.

[5] Cf. Casiano, Instituciones IV,39,2.

[6] Cf. Casiano, Instituciones IV,39,2.

[7] Cf. Casiano, Instituciones IV,39,2.

[8] Cf. Casiano, Instituciones IV,39,2.

[9] Cf. Casiano, Instituciones IV,39,2.

[10] Cf. Casiano, Instituciones IV,39,2.

[11] Cf. Casiano, Instituciones IV,39,2.

[12] Cf. 1 Jn 4,18; Casiano, Instituciones IV,39,3.

[13] Vv. 89-90: cf. Casiano, Instituciones IV,39,3.