Santa Gertrudis[1], que la tradición católica ha llamado “la Grande”, nace el 6 de enero de 1256, día de la Epifanía. Ella se acordará de esto para aceptar responder, no sin resistencia, a las insistencias del Señor y de sus superiores que le mandan poner por escrito su experiencia espiritual. Ellos la persuaden que su obra será “luz para iluminar a las naciones” y “anuncio de la salvación hasta los confines del mundo”[2].
Se ignoran sus orígenes familiares. Siendo niña es ofrecida al monasterio de Helfta en Alemania, en la diócesis de Magdeburgo. Este es un medio de mujeres cultivadas, que viven según la Regla de san Benito y las costumbres de Cîteaux. La educación de Gertrudis es confiada a santa Matilde de Hackeborn, de quien recibe una sólida formación intelectual y espiritual.
Un encuentro decisivo marca su vida: en la tarde del 27 de enero de 1281, mientras que ella está viviendo desde hace más de un mes en “una densa nube de tinieblas”, un hombre joven, que lleva en sus manos “las joyas brillantes de las cicatrices que han anulado todas nuestras deudas”[3], se le presenta. Él le promete liberarla de esta gran turbación. A partir de esa tarde, se opera en ella una doble conversión: renuncia a los estudios humanistas para darse mejor a los estudios teológicos, y pasa de una vida monástica negligente, a una vida de oración intensa, mística, con un ardor misionero excepcional”[4].
Sabemos por su biografía que santa Gertrudis ha escrito varias obras donde la Palabra de Dios tiene un gran lugar. Dos, han atravesado los siglos: los Ejercicios Espirituales, “rara joya de la literatura mística”[5] y el Heraldo del Amor Divino, donde se encuentra consignado el Memorial de las gracias de su unión con el Señor. Una larga “aprobación de doctores” dominicos y franciscanos, ubicada al comienzo del Heraldo, recomienda la lectura. Después de Italia, España, Francia, la difusión de sus obras gana América Latina, donde Gertrudis es declarada Patrona de las Indias Occidentales. Las monjas de la Concepción en México, obtienen la celebración de su fiesta en 1609, antes incluso de que ella sea inscrita en el Martirologio Romano (1677)[6].
Los autores que han estudiado la obra de santa Gertrudis (Cipriano Vagaggini, Jean Leclercq, Charles-André Bernard, etc.) son unánimes en reconocer el lugar fundamental de la Liturgia en su vida. Esto no tiene nada de sorprendente, en una monja que pertenece a la gran tradición benedictina[7], pero alcanza en ella un grado de expresión sin igual. La Liturgia no es solamente el lugar privilegiado de su experiencia espiritual, sino que toda su vida surge, por así decir, de la inmersión en la Liturgia, y llega a ser “obra de Dios”, a lo largo de los días y de las noches. En ella el culto rendido en el Oratorio se despliega en todo lugar.
Este lugar de “fundamento” que ocupa la Liturgia en la obra de Santa Gertrudis, la hace una maestra espiritual muy segura y muy sana para cualquiera que se comprometa en el seguimiento de Cristo, por los caminos del Evangelio. Por su vida y por su obra, la “gran monja de Helfta atestigua que ninguna forma de oración es más recomendable que la Liturgia de la Iglesia, ninguna tan capaz de transformar el corazón, para que llegue a ser receptáculo de ‘las olas desbordantes de la divina ternura”[8]. Es también notable ver cómo el célebre adagio de san Benito, mens concorde voci -que el espíritu concuerde con la voz-, citado en la Presentación General de la Liturgia de las Horas[9], encuentra en ella un ensanchamiento que manifiesta un sentido de la Iglesia fuera de lo común: devotio concordaret cum oficiis Ecclesiae[10]. Esto equivale a decir que, sin cesar de esforzarse en concordar el espíritu con la voz, el fervor mismo debe buscar adecuarse a los Oficios de la Iglesia. Así, todo ejercicio de piedad o devoción particular, para no deslizarse, debe inspirarse cuidadosamente en la gran Liturgia de la Iglesia y apoyarse en ella.
Esto explica por qué santa Gertrudis de Helfta puede ser presentada como un ejemplo de espiritualidad litúrgica, pudiendo conducir a las más altas formas de vida cristiana y contemplativa[11]. En nuestro contexto eclesial, donde la liturgia ha llegado a ser un punto sensible, a veces incluso una fuente de tensión muy lamentable entre los fieles de Cristo, Gertrudis se presenta como una gran testigo del impacto sobre toda la vida bautismal, de una Liturgia donde la forma, sea ésta “ordinaria” o “extraordinaria”, no alcanza su fin, más que si el corazón de los celebrantes ese encuentra ensanchado y su sentido de Iglesia singularmente dilatado.
A partir del fuego luminoso de la oración litúrgica, de la cuál la Eucaristía es el momento culminante de todo el deseo de la santa, todos los grandes ejes de su vida espiritual encuentran su lugar: seis siglos antes que santa Teresa e Lisieux, ella descubre la vida e infancia y desarrolla una teología del amor divino que, sin ceder jamás al laxismo, llama a una esperanza y una confianza en Dios sin límite[12]. Es también su experiencia liturgia lo que le permite dar toda su medida, a un sentire cum Ecclesia que anuncia la Eclesiología de Comunión, a la cuál el Vaticano II y los más recientes documentos del Magisterio nos han vuelto sensibles[13]. La mística de Gertrudis es lo opuesto a un intimismo donde Dios asilaría al orante del cuerpo al cuál él pertenece. Ella arrastra, al contrario, en una inmensa corriente de gracia, donde los unos y los otros se reencuentran solidarios, y esto, no solamente en un momento dado de la historia, sino a través de los siglos.
Influenciada por la teología mística de san Bernardo, Gertrudis no teme recurrir a expresiones e imágenes tomadas de la vida conyugal. El estilo es afectivo, esponsal, en la línea del Cantar de los Cantares[14]. Nada hay de débil, por lo tanto, gracias a una referencia sostenida a la Palabra de Dios y a la Liturgia. El cuerpo a cuerpo de las imágenes sostiene el corazón a corazón de la experiencia espiritual y conduce a la santa a tomar el lugar de precursora de la devoción al Sagrado Corazón[15]. Conciente sin embargo de que sus escritos podrían llegar a ser una piedra de tropiezo para ciertos lectores, desarrolla en varios pasajes una teología de las imágenes, que la muestra severa con respecto a sí misma, y de este modo preservada de los daños del iluminismo[16]. Ella puede entonces escribir, en la conclusión de su Memorial: “Como por medio del alfabeto llegan la ciencia de la filosofía, los que quieren estudiar, así también, por medio de este escrito, que no es por así decir, más que unas imágenes pintadas, aquellos que lo leerán, aprenderán a gustar en el interior de sí mismos, este maná escondido que no es posible unir con ninguna mezcla de imágenes materiales y el cuál solo quien lo ha comido, no tiene ya más hambre”[17].
En otro campo distinto, la vida y la obra de santa Gertrudis merece llamar nuestra atención: la integración de la negatividad en el itinerario espiritual de la conversión. A diferencia de la mayor parte de los relatos hagiográficos de la Edad Media y hasta en una época reciente, el Heraldo nos presenta a una mujer que no es santa desde su más tierna edad, que tiene faltas y que lucha contra sus defectos. Esto coincide con una de las mayores preocupaciones de la hagiografía contemporánea, que no busca tanto la sublimidad, sino la presencia de la gracia en la espesura del hombre. Ocultar las sombras, es olvidar la fuerza de la gracia. Al elegir a Gertrudis como un testigo del Amor Divino, el Espíritu Santo quiere “fortalecer por su ejemplo, la confianza de toda alma que vive aquí abajo”[18]. Aquí, lo “maravilloso” no es la santidad adquirida desde el comienzo, sino la santidad conquistada por una toma de conciencia realista de su lado de sombra. Gertrudis no nace “luz para iluminar a las naciones”; a esto está destinada, por una incansable conversión.
A las razones arriba expuestas se agregan otras, a favor del doctorado de santa Gertrudis:
- Abrir el abanico de los Doctores de la Iglesia a las miradas femeninas pertenecientes a diferentes formas de vida religiosa. Al lado de Catalina de Siena, particularmente ligada a la tradición dominica de oración y de anuncio de la Palabra, a lado de Teresa de Ávila y de Teresa de Lisieux, representantes, la una y la otra, de la tradición carmelitana, ligada a la oración ya la vida de celda, Gertrudis de Helfta representaría la tradición benedictina y cisterciense, antes centrada sobre la celebración de la Palabra en el corazón de la Iglesia.
- Integrar y sacar provecho de la gracia de la feminidad en la vida y la teología de la Iglesia. Gertrudis fue una mujer excepcional, dotada de talentos naturales particulares, de extraordinarios dones de la gracia, de una profunda humildad y de un celo ardiente por la salvación del prójimo[19].
- Se debería considerar muy atentamente la colaboración sorprendente que tiene lugar en el siglo XIII, entre la universidad, el claustro y el Magisterio, y que reposaba sobre figuras de santidad tanto masculinas (Tomás de Aquino, Buenaventura, etc.) como femeninas (Juliana de Mont Cornillon, Gertrudis de Helfta, etc.). Se debe reconocer que estas últimas han jugado un rol de primer plano en lo que llegará a ser la inteligencia y la práctica del Misterio de la Eucaristía y también en la contemplación del Sagrado Corazón de Jesús cuyo culto se difundirá algunos siglos más tarde.
- Se puede pensar que el Doctorado de santa Gertrudis, alemana como santa Hildegardis, después de una italiana, de una española y de una francesa, no quedará sin imparto sobre la Nueva Evangelización de Europa y del mundo.
Olvier QUENARDEL, ocso
Abad de Cîteaux×
Abbaye N. D. de Citêaux
F-21700 Saint-Nicolas-les-Cîteaux
[1] Traducción del francés: H. Ana Laura Forastieri, ocso. Monasterio de la Madre de Cristo, Hinojo. Argentina.
[2] Gertrude d’Helfta, Le Héraut, Sources Chrétiennes Nº 139, p. 111 y Nº 143, pp. 257-259.
[3] Sources Chrétiennes Nº 139, p. 231.
[4] Benedicto XVI, Santa Gertrudis, Audiencia general de 6 de octubre de 2010; S.C. Nº 2462, pp. 173-175.
[5] Benedicto XVI, Audiencia general de 6 de octubre de 2010; S.C. Nº 2462, pp. 173-175.
[6] Sources Chrétiennes Nº 27, p. 21.
[7] Dom Próspero Gueranger osb, restaurador de la vida benedictina en Solesmes y primer Abad de lo que llegará a ser la Congregación Benedictina de Francia, tiene a Santa Gertrudis en gran estima y se refiere frecuentemente a ella.
[8] Cf. el título completo del Heraldo: Legatus, memorialis abundantiae divinae pietatis: El Heraldo, memorial de la abundancia del amor divino.
[9] Presentación General de la Liturgia de las Horas Ns. 105 y 108.
[10] Le Héraut, Sources Chrétiennes Nº 255, pp. 198-199.
[11] Cipriano Vagaggini: Initiation théologique à la liturgie, Tº 2, Biblica, 1963, pp. 206-239. Cf. también: El sentido teológico de la Liturgia B.A.C. Madrid, 1965. Cap. 22: El ejemplo de una mística: S. Gertrudis y la espiritualidad litúrgica, pp. 696-751.
[12] Hans Urs von Balthasar se refiere con gusto a las monjas de Helfta, sobre todo cuando aborda la temática de la esperanza. El cita en particular el Liver Specialis Gratiae de Santa Matilde de Hackeborn, donde se recogen las confidencias sobre su experiencia espiritual, cuya redacción final se atribuye a Santa Gertrudis.
[13] Cf. por ejemplo La vida fraterna en comunidad, D.C. 2093, pp. 411-434; y Juan Pablo II: Exhortación Apostólica Postinodal Vita Consecrata, sobre todo el capítulo II: La vida consagrada, signo de comunión en la Iglesia.
[14] Cipriano Vagaggini: Initiation theológique à la Liturgie, Tº 2, p. 212.
[15] Pio XII, Encíclica Haurietis acquas Nº 51.
[16] Sources Chrétiennes Nº 139, pp. 115, 125-127, 351; Sources Chrétiennes Nº 255, pp. 135, 159-161; Sources Chrétiennes Nº 331, pp. 273-275.
[17] Sources Chrétiennes Nº 139, p. 351.
[18] Sources Chrétiennes Nº 139, p. 267.
[19] Benedicto XVI, Audiencia general de 6 de octubre de 2010, S.C. Nº 2462, p. 173.