Santa Gertrudis[1] ha pasado a la historia de la espiritualidad, como la santa de la Humanidad de Cristo, ya que su experiencia mística y su doctrina se centran en el Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios: en el Verbo Encarnado por nuestra salvación, se manifiesta el gran misterio del amor de Dios para con el Hombre, su condescendencia divina, su misericordia. De este núcleo parten todas las actitudes doctrinales, espirituales y místicas de santa Gertrudis.
El fin principal de sus escritos es revelar este infinito misterio de amor: el Misterium Pietatis. Su libro, titulado Legatus Divinae Pietatis (El Heraldo de la Misericordia Divina), es un mensajero, un juglar, un trovador, encargado de pregonar a lo largo del mundo y de los tiempos, el misterio de amor por el cual Dios llama al ser humano a la unión consigo en Jesucristo.
El Corazón de Cristo es, para santa Gertrudis, una de las expresiones más elocuentes y ardientes del Misterium pietatis. Las revelaciones del Corazón de Jesús ocupan un lugar central en su obra y concentran muchos aspectos de su doctrina y espiritualidad. Gertrudis encuentra la fuente de esta devoción en el relato de la transfixión de Jesús en su Pasión. De ahí que, si bien ella no tuvo la misión que compete a santa Margarita María de Alacoque de establecer el culto litúrgico al Sagrado Corazón, se la considera precursora de esta devoción.
Sus escritos sobre el Corazón Divino de Jesús, trazados a partir de su propia experiencia interior, revelan el amor inefable que desde toda eternidad determinó al Verbo de Dios a unirse a la humanidad, y la grandeza y belleza del alma rescatada por la sangre preciosa de Cristo, llamada a participar de su misma vida divina. Gertrudis misma es el tipo simbólico más acabado de las finezas de Jesús con las almas y de la profundidad que alcanza esta comunión sobrenatural.
El corazón, para los medievales, es el centro y el símbolo de todo el ser, por eso la teología y la piedad de Gertrudis hacia el Corazón de Jesús, se dirigen a la persona entera del Verbo Encarando. Su piedad no es dolorista, sino llena de una serena confianza en la victoria de Cristo resucitado, y en la capacidad del hombre para responder a su amor y entrar en comunión con El. No acentúa tanto la dimensión del sufrimiento de la pasión, sino más bien, su eficacia redentora; ni aparece en ella el aspecto de reparación que caracterizará la devoción al Sagrado Corazón en los siglos sucesivos, cuyo fin especial es la expiación de las ofensas contra la divina Bondad en el Sacramento del amor. Gertrudis acentúa más bien la dimensión del don gratuito del amor de Cristo a cada creyente y la manera de corresponder a ese amor. El último gesto de amor de Jesús es haber querido que el golpe de lanza abriera la entrada de nuestro amor hasta El. La doctrina de la suppletio, tan característica de Gertrudis se ubica en esta línea de correspondencia a la gracia.
Dimensiones del Corazón de Jesús
En sus escritos, la imagen del Corazón de Jesús comprende tres realidades íntimamente relacionadas, que -siguiendo a Hugues Minguet-, podemos denominar como: el corazón humano, el corazón espiritual y el corazón simbólico:
- El corazón humano de Jesús: El Sagrado Corazón indica en primer lugar el corazón de carne de Jesús que late en el pecho divino. En Cristo Jesús, su Corazón de Carne está substancialmente unido al Verbo de Dios. Es a la vez el corazón de un hombre y el corazón de Dios. Fue traspasado por la lanza en la Pasión, pero no es un corazón muerto sino vivo, resucitado.
- El corazón espiritual: El corazón designa siempre a la persona en su integridad (cuerpo, alma, espíritu, razón y libertad) y en su fundamento más profundo: la capacidad de relación, la apertura al amor. Esta noción implica la dimensión afectiva pero va más allá de ella. El Corazón de Jesús se refiere entonces, a la Persona de Jesús, Dios y hombre verdadero. Designa a Cristo entero, por una parte de su ser, según el procedimiento bíblico de la metonimia.
Indica también el amor divino de Jesús, del cual su corazón de carne es el símbolo natural. El Corazón manifiesta a Cristo en su realidad más profunda, en lo que Él es en esencia: Amor; amor eterno hacia su Padre en cuanto Verbo de Dios y amor infinito hacia los hombres, en cuanto Verbo hecho carne para salvarlos
Indirectamente, el Corazón se refiere a todos los sentimientos del alma de Jesús. Es el órgano principal de los afectos sensibles de Cristo: su amor, su celo, su obediencia, su deseo, su dolor, su alegría, su tristeza; y es también la sede de todas las virtudes del Hombre Dios: mansedumbre, paciencia, templanza, confianza, fortaleza, etc.
En la Edad Media se considera al corazón como la sede del alma, aunque no entendido en un sentido orgánico o material. Esta idea se refleja en santa Gertrudis: “Yo sabía, gracias a tu enseñanza, que mi corazón es la sede de mi alma” (L II 15.2[2]).
El alma, a su vez es principio de los afectos y de la decisión de la libertad, los cuáles por lo tanto, se atribuyen al corazón. Dice Gertrudis refiriéndose a Cristo: “Cuántas veces, en este Corazón, me has revelado los íntimos secretos de tus juicios y tus alegrías” (L 23.8).
- El corazón simbólico: El corazón de Jesús es el lugar y el símbolo de la unión con Dios, de la participación en la vida divina. Por él se derrama y comunica la vida divina que proviene del Espíritu Santo. Al contemplar el costado traspasado, Gertrudis contempla el amor mismo de Cristo en su fuente, y lo que éste comunica: una vida de amor y un amor que da la vida, que hace participar de la vida divina. Asimismo el Corazón de Cristo concentra, para Gertrudis, todos los misterios divinos.
El corazón de Jesús es lugar litúrgico, donde se celebra el verdadero culto de alabanza: como único mediador entre Dios y los hombres, Cristo ofrece su humanidad al Padre, en verdadero sacrificio de alabanza; y en ese ofrecimiento suple toda nuestra insuficiencia, y nos capacita con su gracia para unirnos a su culto, comunicándonos su santidad. El Corazón de Cristo adora, alaba, da gracias y glorifica a la Santísima Trinidad; unidas a su melodía divina, las voces humanas se vuelven armoniosas. Es por Él, con Él y en Él, bajo la acción del Espíritu, que nosotros podemos rendir culto a Dios Padre.
Antecedentes patrísticos y medievales
Los Padres de la Iglesia habían reflexionado sobre el relato evangélico de la transfixión de Jesús, viendo en él la infusión del Espíritu, el nacimiento de la Iglesia y el don de los sacramentos del bautismo y de la eucaristía; pero no habían interiorizado este pasaje como fuente de devoción al amor redentor del Salvador.
Ignorada en los diez primeros siglos de la Iglesia, la devoción al Corazón Divino de Jesús se insinúa en san Anselmo (1033-1109), en sus ardientes meditaciones sobre la Pasión de Cristo. Pero es sobre todo san Bernardo quien contempla en el corazón vulnerado de Cristo, el gran misterio de la Piedad y de la misericordia divina (magnun illud pietatis sacramentum), sobre todo en el Sermón 61 sobre el Cantar de los Cantares.
Guillermo de Saint Thierry, Guerrico de Igny, Gilberto de Hoyland y otros cistercienses contemporáneos o posteriores a san Bernardo también intuyen en el Corazón Sagrado, el símbolo del amor misericordioso del Redentor.
En el siglo XIII Jesús mismo quiere revelar a algunas monjas privilegiadas la devoción que san Bernardo y san Anselmo han encontrado, en su meditación de la Pasión. El Señor muestra a santa Ludgarda (1182-1246) la llaga sangrante de su costado y une su corazón al Suyo; a la venerable Ida (1243-1300), Jesús le hace beber de la fuente que brota de su pecho divino.
Pero es sobre todo en el monasterio de Helfta donde esta devoción encuentra su desarrollo, a través de las experiencias místicas de santa Gertrudis (1256-1302?) y santa Matilde de Hackeborn (1241-1299), inseparables en este punto, en la tradición cristiana.
Las Revelaciones de Jesús a santa Gertrudis atañen a la estrecha amistad que la unió con el Señor, y a familiaridad íntima que el Hijo de Dios se dignó tener con ella. Repetidas veces el Señor presentó a santa Gertrudis su divino Corazón, en señal de la íntima unión y comunicación que quería tener con ella; esta unión incluyó la presencia interior permanente del Señor a Gertrudis (L II 3), la revelación de sus secretos designios, la manifestación de sus caricias amorosas y la comunicación de inefables deleites espirituales. Su condescendencia llegó al extremo de canjear su Corazón con el de ella (cfr. L II 23.18). Los doctores franciscanos y dominicos aprobaron las revelaciones de ambas monjas de Helfta, lo que aseguró su ortodoxia en la historia de la espiritualidad.
La devoción al Corazón de Jesús, nacida en el ámbito monástico, será recogida por el movimiento franciscano en los siglos XIII y XIV: experimentada por san Francisco en el don de los estigmas, entrevista por san Antonio de Padua, encontrará su desarrollo en San Buenaventura, y en las místicas de influencia franciscana.
El aporte propio de santa Gertrudis
La contribución fundamental de santa Gertrudis al desarrollo de la devoción al Sagrado Corazón es su misma experiencia mística descripta en sus escritos; ella aporta una imaginería específica y un conjunto de símbolos a través de los cuáles se traduce su relación con el Corazón de Cristo, los cuáles –aún sin llegar a constituir una tipología sistemática-, serán reeditados por las místicas posteriores a lo largo de la historia de esta devoción, cada una de las cuáles las encarnará según su tiempo y su cultura propia.
Por medio de las gracias místicas otorgadas a santa Gertrudis la devoción al Sagrado Corazón de Jesús queda establecida en su fundamento escriturístico. En primer lugar, encuentra su fuente, como dijimos, en el relato de la transfixión de Jesús (Jn. 19, 31-37): Gertrudis recibe en su interior los estigmas de la Pasión, y su corazón es traspasado por un rayo salido de su Corazón divino.
Por otro lado, no se trata de la veneración de las llagas de Cristo muerto, sino de las llagas gloriosas de Cristo resucitado. El Señor concedió a Santa Gertrudis introducir su mano en su Corazón traspasado y retirarla cargada de siete anillos de oro, como señal del pacto de amor que establecía con ella, y de garantía de las promesas y dones divinos que le hacía (L II 20.9). Esta visión agrega, al fundamento escriturístico de Jn 19, 31-37, el del pasaje de Jn 20, 24-29, donde Cristo Resucitado da al apóstol Tomás una prueba de su resurrección, por medio de un gesto similar.
En otra visión Gertrudis ve al discípulo amado que, recostado sobre el pecho del Señor en la última cena, había bebido con abundancia de la dulzura del Corazón Divino, y que pocas horas después vio ese mismo corazón traspasado con la lanza. San Juan hace recostar a Gertrudis consigo, sobre el pecho de Jesús, y ella percibe algo de la dulzura divina de los latidos del Corazón divino. Al preguntarle por qué él no había escrito en su Evangelio algo siguiera de la meliflua suavidad de esos latidos, éste le contestó: “La elocuencia de la dulzura de estos latidos se dilató a modernos tiempos, para que, oyendo los hombres estas maravillas, se renueve en el mundo envejecido y tibio, el amor de Dios” (L IV, IV). Esta visión fundamenta la devoción al Sagrado Corazón en el pasaje de Juan 13,25 y sienta la base de toda una espiritualidad basada en la relación recíproca del alma fiel con el Corazón divino.
Además, Gertrudis relee los textos del Antiguo Testamento a partir del Misterio de Cristo, según la exégesis espiritual que se practicaba en la Edad Media; y, en consecuencia, aplica al Corazón de Jesús diversas imágenes veterotestamentarias, que encuentran en Él su cumplimiento. Entre ellas, el Corazón divino es el Arca de la Alianza, la tierra prometida, el Santo de los Santos, el agujero en la roca y la cavidad en el muro donde anida la paloma (cf. Ct 2,14).
Por otra parte, con santa Gertrudis, la devoción al Sagrado Corazón se nos muestra como originalmente derivada de la Liturgia de la Iglesia y en dependencia con ella: en el fondo, Gertrudis tiene siempre ante los ojos la escena de Cristo, ahora glorioso, entronizado con nuestra Humanidad en la Santísima Trinidad, a la diestra del Padre, e intercediendo por nosotros; esta realidad, como se sabe, es el fundamento de toda la Liturgia. Gertrudis focaliza su atención y su afecto en el Amor divino del Redentor, único Mediador por quien tenemos acceso al Padre, y por cuyo medio nos vienen todas las gracias; y encuentra en el Sagrado Corazón, la imagen y el símbolo de ese Amor. El tema de la Suppletio es consecuencia de esta concepción litúrgica: lo que hacemos aquí abajo, no tiene valor ante Dios, sino en Cristo, por El y en El; es decir, en unión de intención con los méritos y las oraciones de Cristo, unión que para Gertrudis, se realiza de corazón a Corazón. Así, la devoción al Sagrado Corazón nace como un desarrollo o prolongación del aspecto cristológico de la Liturgia y queda vivificada por el espíritu de la Liturgia.
Finalmente, sus visiones ilustran el contenido teológico de esta devoción: las relaciones del divino Corazón en el seno de la Santísima Trinidad, su la acción en la economía de la gracia, en la Iglesia triunfante, militante y purgante, así como la relación recíproca que entabla con cada fiel.
Gertrudis no innova en este campo, sino que desarrolla algunos aspectos de una tradición de la que se considera heredera. En efecto, los Padres de la Iglesia siempre habían visto en el relato de la transfixión de Jesús, la fuente salvífica, el nacimiento de la Iglesia en el don del bautismo y de la eucaristía, y la comunicación del Espíritu. Pero mientras Juan Crisóstomo o Agustín contemplan sobre todo a la Iglesia y a los sacramentos que brotan del costado traspasado, Gertrudis, en su interiorización contemplativa, se detiene más en la realidad misma del Corazón herido, fuente del amor donado, que se hace sacramento para permanecer con nosotros. Podemos decir que la larga meditación de los Padres sobre el costado traspasado encuentra su cumplimento y su renovación en la espiritualidad del Corazón de Jesús que queda firmemente inaugurada a partir de los escritos de santa Gertrudis de Helfta.
Símbolos y doctrina que emerge de sus visiones
El Señor revela los misterios de su Corazón a santa Gertrudis a través de diferentes imágenes y situaciones simbólicas de inmensa riqueza, por las cuáles ejemplifica su acción sobrenatural en las almas. Se le presenta como:
- lámpara suspendida en medio del alma (L III 25)
- cítara (L IV 41), lira del Espíritu Santo (L IV 48); instrumento en el que sopla el Espíritu Santo (L IV 12), órgano de la Santísima Trinidad (L III 49), instrumento de suaves cadencias (L V 1)
- incensario de oro (L IV 26), del que suben al Padre tantas columnas de humo cuantas son las especies de hombres por los que padeció el Señor
- altar de oro (L IV 59) que resplandece con destellos de fuego, donde se ofrecen los bienes, oraciones y buenas obras de los elegidos
- cáliz (L III 30.2) que el Señor ofrece a Dios Padre; copa de oro, que Jesús ofrece a su Madre Virginal para que beba con regalada dulzura (L III 46); vaso el Señor da a beber al alma (L IV 23)
- fuente de los auxilios del alma, del que cada cual puede sacar todo cuanto desee (L III 30.1). De él manan arroyos (L III 53; III 9.4). Del costado abierto del Cordero mana una fuente hacia un cáliz de propiciación a favor de las almas del purgatorio (IV 17)
- templo para el alma (L III 28.1); casa (L IV 58); lugar de reposo (L III 4; III 30.37; III 53)
- fuego inextinguible del que sale vapor, agua y sangre (L III 18.1); que arde de amor con tantas llamas cuantas personas hay en la Iglesia (L IV 25).
- sagrario lleno de un licor divino de abundante dulzura (L II 8.4; IV 58); arca de la divinidad (L II 20.9; II 23.8); relicario en el que corporalmente habita toda la plenitud de la divinidad (L II 7.1); dignísimo archivo de la Divinidad (L III 25)
- tesoro de infinita riqueza (L III 53; L V 30) en el que se encierra todo bien (L III 25)
- huerto del Paraíso (L V 30)
- Santo de los Santos (L IV 4.3); cavidad en el muro (Ct. 2,14) donde anida la paloma (L III 74.3)
Las visiones de santa Gertrudis ilustran la acción del Corazón divino en la Iglesia triunfante, militante y purgante, así como la relación recíproca que entabla con cada fiel:
Cristo sacia en el cielo a las almas fieles con su corazón deífico (L V 3); su Corazón está abierto de par en par para los que tuvieron caridad consumada (L V 10); santa Matilde está unida al Corazón deífico mientras agoniza y es absorbida por ese Corazón a su muerte (L V 4). Gertrudis, al expirar, es recibida en el Corazón divino (L V 1). El Señor ofrece su corazón en el cielo, a la elevación de la hostia en la Iglesia (L IV 60); en él un ángel ofrece sus tribulaciones, adversidades y trabajos de los elegidos. (L IV 60).
El Corazón de Jesús destila inestimable dulzura hacia el pecador arrepentido que desea enmendarse (L IV 58). Se inclina con ternura hacia los que son calumniados sin motivo, porque se asemejan a Él, que siempre sufrió calumnias (L IV 58).
El corazón divino aspira las alabanzas con que es ensalzado (L IV 48). En él manan borbotones como estrellas de maravilloso resplandor, a causa de las virtudes de la Madre de Dios (L IV 48). El corazón de cada santo, según la diferencia de sus virtudes, canta de continua al Señor melodiosas alabanzas (L IV 50). El divino Corazón aspira y aquilata las buenas obras que se ejecutan a Gloria de Dios (L IV 9)
Cristo ofrece todas las mortificaciones de su corazón al Padre y las tres victorias que obtuvo contra el demonio, para la purificación de sus elegidos (L IV 27). Los dos latidos perpetuos del Corazón de Jesús obran la salvación de justos y pecadores (III, 51). El corazón divino recibe las alabanzas del alma fiel y esparce sus regalados efluvios en los santos, los mortales y los difuntos (L III 24).
El amor de su divina misericordia fuerza al Señor a compadecerse entrañablemente de sus elegidos en todas sus adversidades (L IV 23). El corazón traspasado del salvador atrae al alma y la purifica (L III 18 2; III 26). Suple nuestras flaquezas (L III 41), nuestras negligencias y fragilidades y anhela perfeccionar nuestras buenas obras con gran regocijo (L III 25); acepta el ofrecimiento de los achaques y enfermedades (L III, 52). Da al alma humilde, el rocío abundante de las virtudes y gracias (L III 26); el que a sus propios ojos se anonada arrastra tras de sí al Corazón de Dios (L III 5); la confianza hiere amorosamente el Corazón de Dios (L III 7); adherida el alma al Corazón divino, produce copiosos frutos (L III 18.2). Nada puede impedir a su Corazón hacer el bien a su elegida (L III 18.1)
Al que desea ofrecer como presente la enmienda propia se le da luz para ello del Divino corazón (L IV 5); del Corazón del Señor sale un resplandor que, a modo de faro, señala el camino a los que vienen a Él; en cambio, los que se guían por su propia industria, se extravían (L IV 1). El corazón de Gertrudis es una lámpara que el Señor llena con el aceite de su divino Corazón y la mecha que lo hace arder es la buena intención (L IV 54). La llave del corazón donde el Señor mora a su gusto es la voluntad (IV 23). Las pesadumbres nos colocan más cerca del divino Corazón (L IV 15). Gertrudis escudriña los secretos designios y disposiciones del Corazón del Señor (L III 43). Meditar y conservar las palabras de la Pasión arrastra el amor del divino Corazón (L IV 52). Dirigir el pensamiento afectuoso al Corazón de Jesús suple lo que por flaqueza corporal no se puede ofrecer (L IV 51) Quien encomienda todas sus cosas a la divina bondad percibe la dulzura del Corazón de Jesús (L III 53).
El Espíritu Santo mora en el divino Corazón de Jesús (IV 38) y también Dios Padre tiene un Corazón, en el que el Jesús sumerge una hostia y la retira enrojecida, como bañada de sangre. Esta revelación deja perpleja y pensativa a Gertrudis, “porque el rojo simboliza la Pasión y nunca hubo ninguna clase de sufrimiento en Dios Padre” (L III 17).
Aunque vertida de un modo concreto y circunstanciado -a través de la narración de sus propias visiones-, y expresada en un lenguaje metafórico de gran resonancia evocativa, la enseñanza de santa Gertrudis resulta de alta solidez teológica, y explana la acción del Corazón de Cristo en la economía de la gracia y en la santificación de las almas, en sus relaciones con la Santísima Trinidad y con la Iglesia triunfante, militante y purgante. De ahí que la tradición cristiana le haya atribuido el justo título de Teóloga del Sagrado Corazón de Jesús.
En síntesis, a partir de la experiencia mística de santa Gertrudis se inicia de un modo consistente la práctica de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, se establecen los fundamentos bíblico y litúrgico de su espiritualidad, y se desarrolla su contenido teológico.
Ana Laura Forastieri, ocso
Monasterio de la Madre de Cristo
C. C. 16 - B7318XAA – Hinojo
Argentina
[1] Bibliografía:
- Hugues MINGUET, osb, Theologie spirituelle de Sainte Gertrude: Le livre II du “Héraut” (III Partie), en Collectanea Cisterciensia 51 (1989) 317-328 ;
- Dictionarire de Spiritualité Ascetique et Mistique, Doctrine et Historie, Tomo II (1ª Parte), Beauchesne Editeurs, Paris 1948, sub voce: Coeur (Sacré) cols. 1023-1046
- Cipriano Vagaggini, El sentido Teológico de la Liturgia, BAC Madrid, 1965; capítulo 22: El ejemplo de una mística: Santa Gertrudis y la espiritualidad litúrgica (pp. 696-753), en especial: La devoción al Sagrado Corazón, pp. 748 ss.
[2] «L» designa: Legatus Divinae Pietatis. En número romano se indica el Libro, y en arábigo, capítulo y parágrafo.