En la difusión universal del culto a santa Gertrudis se pueden distinguir al menos dos grandes corrientes históricas; una y otra dejaron su impronta en Iberoamérica, lo que atestigua tanto la presencia de esta devoción desde la primera evangelización de América, cuanto su vigencia en nuestros días[1].
1. Dos corrientes universales
1.1. Primera corriente
La primera corriente nace a mediados del siglo XVI, con la publicación de las obras gertrudianas en 1536 por Lanspergius, monje de la Cartuja de Colonia. Entra en España a través de dos figuras: el jesuita Pedro Favro, que contribuye a difundirla, en el curso de sus numerosos desplazamientos[2], y Luis de Blois (o Ludovicus Blosius), abad de Liessies (+ 1566), quien la preconiza en sus propios escritos y recomienda su lectura. Este abad benedictino era flamenco y uno de los autores espirituales más respetados y leídos por el emperador Carlos V; este factor contribuyó a que santa Gertrudis pasara del mundo germánico al mundo español.
A través de Luis de Blois santa Gertrudis es recibida por los monjes de la Congregación de san Benito de Valladolid, reforma que estaba en auge en ese momento en España. En el curso de su expansión, la Reforma de Valladolid la difunde ampliamente en el mundo hispánico peninsular y ultramarino: Juan de Castañiza (+ 1599), uno de los más prestigiosos monjes vallisoletanos y predicador de Felipe II, se interesó vivamente por encontrar un ejemplar de la edición de Lanspergius y lo encontró finalmente en la celda de un cisterciense.
Contemporáneamente, Diego de Yepes (+1614), monje jerónimo, obispo de Tarragona y confesor del rey, también se entusiasmó con las obras de santa Gertrudis a través de Luis de Blois, y encontró en 1593, un ejemplar de la edición de Lanspergius en el Monasterio de El Escorial. Castañiza y Yepes son los responsables de la primera edición latina de la obra de santa Gertrudis en España (1599), después de haber enfrentado resistencias de la Universidad de Alcalá y del Consejo Real.
Ante el éxito de la edición latina, otro monje de la Congregación de Valladolid, Leandro de Granada, realizó la primera traducción española en 1603, que se reeditaría en 1605, 1614, 1616, 1689 y 1717[3]. Yepes, a su vez, se dedicó a difundir ejemplares de la versión castellana entre las monjas carmelitas, y es el responsable del primer retrato de la santa, representándola con el niño Jesús en el corazón, motivo que se vuelve clásico en la iconografía posterior.
Así, la obra de santa Gertrudis se difunde en España a partir del siglo XVI, a través de benedictinos, jerónimos, carmelitas y jesuitas, sin descartar sacerdotes del clero secular, que la hacen conocer, principalmente, en diversos conventos de monjas. Por esta línea se transmite una estampa de santa Gertrudis característica de la Devotio Moderna: se subraya su vida mística extraordinaria, su intercesión milagrosa y su devoción a los Misterios de la Encarnación y la Pasión del Señor[4]. En el siglo XVII prolifera la iconografía de la santa -de corte barroco- y su uso hagiográfico: se propagan biografías, extractos, obras de edificación y noticias diversas en colecciones de vidas de santos. Su culto se difunde a través de triduos, septenarios, novenas, cuarentenas y otros ejercicios devotos. Este movimiento tiene su apogeo en el siglo XVII, y se consolida definitivamente en el siglo XVIII cuando se admite la celebración anual de su fiesta: en 1738 para Alemania, su país natal, y en 1739 para la Iglesia Universal.
Si bien esta corriente evoluciona a lo largo del tiempo, lo que le da homogeneidad es su arraigo en la tradición medieval y su continuidad con la gran tradición espiritual de la Iglesia[5]. Por esta línea, contemporánea a la conquista española y primera evangelización de América, la devoción a santa Gertrudis llega a nuestro continente. Contra todo lo previsible -dada la política antimonástica de la corona española en Indias-, su culto se difunde ampliamente en Iberoamérica desde el siglo XVI.
1.2. Segunda corriente
La segunda corriente de transmisión de la devoción a santa Gertrudis nace a partir de mediados del siglo XIX: su figura adquiere una nueva celebridad, principalmente a través de la obra de Dom Próspero Gueranger, restaurador del monacato benedictino en Francia. Este tradujo los Ejercicios (París – Potiers, 1863) y los incluyó en su Enchiridion Benedictinum (Anger, 1862). Luego propició la publicación de la primera edición crítica de sus obras, para la cuál se confrontaron los manuscritos conocidos en su tiempo. Es la llamada Edición Paquelín (Potiers – París 1877), en base a la cuál se hicieron todas las traducciones posteriores en lenguas modernas que se conocieron hasta fines del siglo XX[6]. Para Dom Gueranger, “santa Gertrudis enseña una doctrina muy segura de la vía unitiva, esa fruición que realiza la dilección plena”[7]. Por esta corriente la obra gertrudiana pasa a las filiaciones de Solesmes, ejerciendo su influjo inspirador en el movimiento litúrgico de principios del siglo XX.
Esta línea transmite una imagen de santa Gertrudis más sobria, mostrándola como modelo de espiritualidad litúrgica y como precursora de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, que se estaba propagando en forma contemporánea. Como Dom Gueranger fue el iniciador del Movimiento litúrgico, la figura de santa Gertrudis se propaga conjuntamente con éste: se difunden los “años litúrgicos” sacados del Legatus, y –al menos en la vertiente benedictina de este movimiento- se la propone como figura inspiradora de la renovación litúrgica. Lo que distingue a esta corriente de la anterior no es su diferencia temporal, sino el hecho de que es posterior a la Revolución francesa y al período napoleónico: efectivamente, nace con la restauración monástica en Francia; por lo tanto, de alguna manera está imbuida del racionalismo imperante -al menos en cuanto tentativa de reacción contra éste- y resiente la ruptura que supuso la Ilustración con la tradición anterior[8].
2. Influencia de la primera corriente en Iberoamérica
En Iberoamérica se reflejan las dos corrientes de difusión de la figura de santa Gertrudis recién delineadas. De hecho, éstas se inscriben dentro de las dos grandes corrientes evangelizadoras que operaron en nuestro continente: la primera evangelización (siglos XVI-XVIII) y la evangelización decimonónica; cada una de estas corrientes entraña un modelo diverso de evangelización[9].
Por lo que se refiere a la primera evangelización, a partir del siglo XVI la devoción y el culto a santa Gertrudis se desarrollaron ampliamente en Iberoamérica, a partir de tres centros: México, Perú y Brasil.
En México, la devoción se difunde a través del convento de las Concepcionistas, primera fundación de vida contemplativa en el Nuevo Mundo (1540), del cual surgieron otras muchas fundaciones, entre las cuáles, en 1636, el Monasterio de san Bernardo, en la ciudad de México, hoy Parroquia del mismo nombre[10]. En 1609 el Monasterio de la Concepción de México es el segundo en el mundo en obtener el privilegio de celebrar la Misa y el Oficio en honor de santa Gertrudis[11], antes incluso de que ella fuera inscripta en el Martirologio Romano (1677); y con esa ocasión habría sido declarada Patrona de las Indias Occidentales[12]. Más tarde, en 1747, fue jurada Patrona de Puebla de los Ángeles en Nueva España (1747) [13].
Mapa de las Indias Occidentales (territorio conocido al tiempo en que santa Gertrudis fue declarada patrona en 1609).
También contribuyeron a su difusión los conventos de monjas jerónimas, dominicas, agustinas y de la Compañía de María; así como los jesuitas, que en 1752 pusieron la última de sus misiones bajo la advocación de santa Gertrudis, en el norte de México (hoy California)[14].
Mención especial requiere la acción del priorato benedictino de Monserrat[15]: existía una capilla de santa Gertrudis en la Iglesia de Monserrat de la ciudad de México, con una imagen de la santa; aunque el retablo hoy ha desaparecido, se conserva una escultura de santa Gertrudis en la portada de dicho templo, espacio que comparte con otra imagen de san Benito. Ahí funcionaba una cofradía dedicada a santa Gertrudis y se celebraba su fiesta; se conserva la edición de un sermón sobre la santa en 1723[16].
En Perú la devoción a santa Gertrudis se desarrolló a partir del monasterio de las Cistercienses de Lima, fundación espontánea de 1580, que solicitó seguir la observancia cisterciense. Allí se le consagró un altar especial, con imagen y culto solemne. Esta antigua imagen barroca, presumiblemente de comienzos del siglo XVIII se conserva en la sala capitular del Monasterio Cisterciense de la Santísima Trinidad de Lurín[17].
Imagen de santa Gertrudis del Monasterio de la Ssma. Trinidad de Lurín, Perú.
En torno a esta imagen habría florecido el culto a santa Gertrudis en el Perú. Dom Gabriel Guarda osb, documenta la promoción de novenas en Lima, que eran predicadas por las órdenes misioneras presentes en la Lima virreinal: dominicos, mercedarios, agustinos, franciscanos y jesuitas, aparte de los canónigos del clero secular[18]; publica, por ejemplo, un panfleto publicitario de una novena a santa Gertrudis predicada por un padre mercedario, en el siglo XVIII[19]. Enumera además, cuarenta ediciones dedicadas a la santa publicadas en México, Puebla, Guatemala y Lima, a partir de 1773[20]. En Perú santa Gertrudis habría sido venerada como segunda Patrona de Hispanoamérica junto con santa Rosa de Lima[21], y en 1650, jurada patrona de Villa de Oruro (hoy Bolivia)[22].
Grabado de santa Gertrudis impreso en Lima (siglo XVIII).
Panfleto de propaganda de novena a santa Gertrudis impreso en Lima (siglo XVIII).
Hay también huellas de la difusión de las obras o biografías de la santa en Quito: un historiador del siglo XVII nos dice que santa Mariana de Quito: “No fue amiga de revelaciones, raptos o éxtasis y por esta causa no quería leer los libros de santa Gertrudis, porque trataban dellas”[23].
Notemos además que, pese a la prohibición de la implantación de las órdenes monásticas, se da en Perú una mínima presencia de monjes jerónimos y de benedictinos de la Congregación de Valladolid, que eran los agentes principales de la difusión de esta devoción en España. Con el objeto de recaudar limosnas para la casa Madre, se logró la autorización para instalar en Lima el priorato de Monserrat, admitido por Felipe II, por cédula de 1598, en virtud de su devoción personal a la Virgen Moreneta[24]. Por el momento no hay rastros documentados de la prédica de estos benedictinos sobre santa Gertrudis, pero ésta se podría inferir del hecho de que algunos monjes del priorato de Monserrat en México aparecen después en el priorato del Perú[25].
Según un documento del siglo XVII, la iglesia de Monserrat en Perú habría tenido “bienes de plata labrada, joyas, cuadros y otras cosas” para la piedad de los fieles[26]. Si no se conserva de esta iglesia más que el gran cuadro de la Virgen de Monserrat, es debido principalmente a los terremotos que dañaron la iglesia (en 1687 y 1746). La casa no pudo tener noviciado y fue suprimida por decreto del 28 de septiembre de 1826, por no llegar al mínimo de 8 religiosos[27].
Las tres procuras jerónimas, en México Lima y Cuzco, no tuvieron más que dos religiosos cada una. Gabriel Guarda los señala entre los difusores de las devociones monásticas en el Virreinato[28]. Fieles a su carisma fundador, promueven el desarrollo cultural y científico: Fray Diego Cisneros, monje de El Escorial, ocupará un puesto destacado en la formación del ambiente ilustrado de Lima en el último tercio del siglo XVIII[29].
En Brasil, la devoción a Santa Gertrudis entró de pleno derecho con las primeras fundaciones benedictinas en el siglo XVI: San Sebastián de Bahía (1581); Río de Janeiro (1586); Olinda (1590); Paranaiba do Norte (1596) y Sâo Paulo (1598). Estas casas fueron fundadas por la Congregación Lusitana, que estaba siendo asumida por la Congregación de Valladolid[30]. En 1596 se agrupan en la provincia benedictina del Brasil, integrante de la congregación Lusitana. La expansión continúa en el siglo XVII.
No existe aún un relevamiento orgánico de los signos que la devoción a santa Gertrudis dejó en este período en Brasil, pero han de ser importantes, sobre todo a partir de 1670, cuando la Congregación Lusitana obtuvo la autorización del Papa para de celebrar su fiesta, privilegio que en 1673 se extendió a la Congregación de Valladolid, y en 1674, a toda la Orden de San Benito[31].
Evaluando la influencia de esta primera corriente de difusión del culto a santa Gertrudis en Iberoamérica en los siglos XVI-XVIII, podemos preguntarnos: ¿cómo pudo haberse desarrollado esta devoción, pese a la veda de la Corona a la implantación monástica masculina en las colonias españolas? Su veneración se inscribe en el contexto de amplia difusión de devociones monásticas en el Virreinato[32], entre las que se cuentan las de varias santas monjas de tradición antigua y medieval. Dice Gabriel Guarda:
“Producto de la actividad de los monasterios femeninos, de la acción de las contadas casas que en México y Perú tuvieron benedictinos y jerónimos, del tránsito de algunos monjes peregrinos (…), acaso de la cultura literaria de la época, que movió a no pocos ministros de la Iglesia a difundir lo que pudiéramos llamar devociones monásticas, es un hecho real que (…) tales devociones vinieron a ocupar un lugar señalado en el contenido de la piedad virreinal”[33].
Martín de Elizalde, apunta una razón de fondo que explicaría este desarrollo:
“La primera evangelización, que echó raíces tan hondas, todavía transmitía el sentido espiritual de un universo que no se había desprendido aún del clima monástico de la Edad Media”.
“Puesto que la evangelización de América se dio en las postrimerías de la Edad Media, que en España se prolongó en cierto sentido hasta el siglo XVI (...), aquellos aspectos monásticos y contemplativos presentes en la civilización medieval e incorporados al contexto de la sociedad, pudieron trasplantarse, de modo indirecto y, podemos decir, tácito. Se vivía aún la unidad de la fe, se tenía conciencia de la unidad cristiana, institucional y espiritual”[34].
Este clima espiritual imbuido de la tradición medieval, se fue debilitando con la influencia de la Ilustración en las décadas revolucionarias; y las nuevas corrientes evangelizadoras del siglo XIX no lograron establecer una continuidad con el espíritu precedente, lo que modificó en cierta medida el estilo y la tradición del pueblo creyente.
Hna. Ana Laura Forastieri, ocso
Monasterio de la Madre de Cristo
Hinojo - Argentina
Continuará
[1] Agradezco especialmente a la Abadía de Santa Escolástica, Argentina, los datos aportados y al P. Mauro Matthei, osb, de la Abadía de la Santísima Trinidad de Las Condes, Chile, la revisión de la primera redacción de este trabajo.
[2] Las estrechas relaciones de Pedro Favro con la Orden de San Bruno, y en especial con las Cartujas de París y de Colonia, explican las numerosas referencias a temas y expresiones de Santa Gertrudis, en su Memorial. Los jesuitas serán uno de los canales por los que se difunde la figura de Santa Gertrudis, al menos hasta el siglo XVII. Cfr. Hourlier J y Schmitt A, Introducción a: Gertrude d’Helfta, Oeuvres spirituelles, Les Exercices, SC 127, Cerf, Paris 1967 p. 22-23
[3] Cfr. Hourlier J y Schmitt A, Introducción a Les Exercices, SC 127 pp. 23-25; P. Doyère, Introducción a Gertrude d’Helfta, Oeuvres spirituelles, Le Héraut Livres I y II: SC 139, Cerf, Paris, 1968 pp. 66-67; García M. Colombás, La tradición benedictina. Ensayo histórico. Tomo V: Los siglos XIII y XIV, Zamora, Ediciones Monte Casino, 1995 pp. 233-234.
[4] La Devotio moderna es el movimiento de renovación espiritual que surgió en Europa en el siglo XIV, ante la escolástica decadente y las especulaciones vaporosas de la mística renanana. Su denominación une una palabra y un contenido antiguos (devotio) a un calificativo y un contenido moderno (moderna): es un ensamblaje de lo antiguo con lo nuevo, une en sí la vía antigua y la vía moderna. Se caracteriza por un anhelo constante de vida interior, una piedad afectiva y una concepción práctica de la vida cristiana, conducida por un camino llano de ejercicios espirituales, oración metódica, exámenes de conciencia programados y virtudes ascéticas, lejos de las especulaciones abstractas. El Oficio divino pierde prioridad en favor de los ejercicios de vida interior y la meditación individual. Se busca espiritualizar las celebraciones litúrgicas con la devoción interior. Hay una preocupación permanente por la metodización de la oración: se proponen septenarios o rosarios, con puntos de meditación.
[5] Gracias a la Devotio moderna la tradición espiritual de la Edad Media se perpetuó en la Edad Moderna, a pesar de la substitución del paradigma teocéntrico por el antropocentrismo del Renacimiento y el Humanismo. La devotio moderna influye la piedad popular hasta nuestros días, a pesar de que, en la edad contemporánea, el movimiento de la Ilustración y el racionalismo que le siguió como consecuencia, trajeron un nuevo cambio de paradigma que quebró la continuidad con la tradición espiritual anterior.
[6] En español: Ejercicios Espirituales de Santa Gertrudis, Nebreda Hermenegildo (traductor), Friburgo, 1907; Buenos Aires, Ediciones Difusión, 1946; Embajador de la Divina Piedad. Revelaciones de Santa Gertrudis la Magna, Virgen de la Orden de San Benito, Timoteo Ortega (traductor), Primera Edición: Silos, Buenos Aires, Editorial Benedictina, 1932; Reediciones: Barcelona, 1943; Buenos Aires, Editorial Benedictina, 1947; Un padre benedictino, El Heraldo del Amor divino y Revelaciones de Santa Gertrudis, Barcelona, Balmes, 1945. Libro de la Gracia Especial o Revelaciones de Santa Mechtildis, Ediciones del Monasterio de San Benito de Buenos Aires, 1942
[7] Citado por Hourlier J y Schmitt A., ob. cit., pp. 30-31; García M. Colombás, ob. cit., pp. 238-239
[8] Si bien la expresa intención de Gueranger era nutrirse de la más genuina tradición anterior, no cabe duda que la restauración monástica en Francia supone un nuevo comienzo y una reinterpretación original de la tradición anterior. Un indicio de la ruptura que supuso la revolución francesa con la tradición anterior, es el hecho de que en el siglo XVIII los promotores de la devoción al Sagrado Corazón descubren a Santa Gertrudis como precursora de la misma, sin advertir que en los siglos XVII y XVIII ya se la veneraba por este título. Cfr. García M. Colombás, ob. cit., p. 239.
[9] Sobre las dos grandes corrientes evangelizadoras en América Latina cfr. CELAM, Iglesia y Religiosidad Popular en América Latina, 27-39; Puebla, 4-14; 409-419; CEA, Iglesia y Comunidad Nacional, 3-37. También: Bernardo Olivera: En soledad y Solidaridad: Ejercitatorio Mariano Contemplativo, Buenos Aires, 1989, pp. 285-288
[10] Cfr. Josefina Muriel, Conventos de monjas en la Nueva España, México, 1946, pp. 133 y ss. Gustavo Casasola, Seis siglos de Historia gráfica de México T° II (México 1978). Louis Lekai, Los cistercienses, ideales y realidad, Herder, Barcelona, 1987, p. 590. León Lopetegui y Félix Zubillaga, Historia de la Iglesia en la América Española, desde el descubrimiento hasta comienzos del siglo XIX. México, América Central y Antillas, Madrid, B.A.C., 1965, pp. 870-874
[11] El primero en obtener la celebración de la fiesta es el monasterio de monjas benedictinas de Lecce, Italia, en 1606.
[12] Cfr. Hourlier J y Schmitt A, ob. cit., p. 21. García M. Colombás, ob. cit., p. 235.
[13] Cfr. Antonio Rubial y D. Bieñko, La más amada de Cristo… Cistercium 258 (2012) pp. 89-143, en particular p. 101.
[14] Cfr. León Lopetegui y Félix Zubillaga, ob. cit., pp. 867-868.
[15] Fundado como Monasterio en 1603 por un acuerdo fundacional con los monjes de Lima, de allí vinieron tres monjes a establecerse para hacerse cargo de la ermita dedicada a la Virgen de Monserrat, que ya existía y gozaba desde 1584 por Bula de Gregorio VIII de los privilegios del Santuario Catalán. No tuvieron autorización para abrir noviciado, y no llegó a ser un monasterio propiamente dicho. En 1821 fueron suprimidos por las Cortes Liberales de Madrid. Cfr. Gabriel Guarda: La implantación del monacato en Hispanoamérica. Siglos XV-XIX, Santiago, Universidad Católica de Chile 1973, p. 82. Antonio Linaje Conde: El monacato en la América Virreinal, Cuadernos Monásticos 72. Cfr. También Gabriel Guarda: Vida monástica en la evangelización de América Latina. Con Sur, Cuadernos Monásticos 96-97, pp. 25-26.
[16] Cfr. Antonio Rubial y Doris Bieñko, La más amada de Cristo. Iconografía y culto de santa Gertrudis la Magna en la Nueva España, en Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, México, UNAM, v. 83, 2003, en Cistercium 258 (2012) pp.89-143. Cfr en especial pp. 100 (con nota 22), 127 y 139-140. Este documentado estudio se puede consultar en Internet: www.Cistercium.es (Revista N° 258)
[17] Agradecemos a la M. Trinidad, de la Congregación Cisterciense de San Bernardo, priora del Monasterio de la Santísima Trinidad de Lurín, la fotografía de la imagen.
[18] La lista de órdenes religiosas consta en la carta de Fr. Benito de León, monje de Monserrat, de 1682, publicada por Leander Hogg, osb, en: Unos documentos de nuestra Señora de Monserrate de Lima. En Cuadernos Monásticos 55 (1980) 445-451
[19] Cfr. Gabriel Guarda, osb: La implantación del monacato en Hispanoamérica..., p. 75
[20] Cf. Gabriel Guarda, osb: La implantación del monacato en Hispanoamérica..., pp. 65-77; L. Lekai, ob. cit., p. 323.
[21] Dato aportado por Mauro Matthei en: Helfta: de su historia antigua y restauración reciente. En Cuadernos Monásticos 142/3 (2002) 305-320, cfr. en particular p. 307
[22] Cfr. Antonio Rubial y D. Bieñko, La más amada de Cristo… Cistercium 258 (2012) 89-143, en particular p. 101.
[23] Fray Diego de Córdova y Salinas: Crónica Franciscana de las Provincias del Perú (ed. Academy of American Franciscan History, Washington, 1951, pp. 963-967). Citado por Mauro Matthei, La vida eremítica en Hispanoamérica. En “España Eremítica. IV Semana de Estudios Monásticos, Leyre 1963”, Pamplona 1970, p. 672.
[24] Gabriel Guarda: Vida monástica en la evangelización de América Latina. Cono sur, Cuadernos Monásticos 96-97 p. 26; Mauro Matthei: Apuntes históricos acerca del origen y fundación de la iglesia de Nuestra Señora de Monserrat en la ciudad de Lima, Cuadernos Monásticos 42 (1977) 313; Martín de Elizalde: La vida monástica y contemplativa en Hispanoamérica. Conferencia en el EMLA 1990: En adhesión al V Centenario de América Latina, Cuadernos Monásticos 92.
[25] Fray Diego Sánchez de Santa María nombrado prior de Monserrat de Lima, en sucesión de Fr. Francisco Pujadas, era el mismo Fr. Diego Sánchez que había llegado a México en 1602 como uno de los fundadores del priorato de Monserrat de aquella ciudad. Cfr. Leander Hogg, osb, en: Unos documentos de nuestra Señora de Monserrate de Lima. En Cuadernos Monásticos 55 (1980) 445-451; cita la fuente en nota 2.
[26] Testimonio del maestre de campo don Juan Lozano en el Proceso Informativo de rendición de cuentas seguido contra el Prior de Monserrat de Lima, en 1645. Publicado por Leander Hogg, osb, en: Unos documentos de nuestra Señora de Monserrate de Lima. En Cuadernos Monásticos 55 (1980) 445-451.
[27] Mauro Matthei: Apuntes históricos acerca del origen y fundación de la iglesia de Ntra. Sra. de Monserrat de la ciudad de Lima. En Cuadernos Monásticos 42 (1977) 313-318
[28] Cfr. Gabriel Guarda: La implantación del monacato en Hispanoamérica..., p. 88.
[29] Cfr. Gabriel Guarda: La implantación del monacato en Hispanoamérica..., pp. 84-86.
[30] En 1566 se implanta la reforma benedictina de Valladolid en el monasterio de Tibäes, Portugal.
[31] Sin embargo, pueden haberse perdido en parte, como consecuencia de las invasiones holandesas (1630-1654) que arrasaron los monasterios de Olinda y Paranaiba. Cfr. Enrique C. J. Matos: Etapas de la Evangelización y presencia de la Congregación benedictina brasilera en la Historia del Brasil, Cuadernos Monásticos 96-97, p. 47
[32] Cfr. Gabriel Guarda: La implantación del monacato en Hispanoamérica..., p. 65-73.
[33] Ib., Idem. p. 65.
[34] Cfr. Martín de Elizalde, osb: La vida monástica y contemplativa en Hispanoamérica. Conferencia leída en las III Jornadas sobre la Evangelización de América, Bs. As. UCA, octubre de 1989. Publicada en Cuadernos Monásticos 92 (1990) 39-60.