3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito
IX. La Regla del Maestro (continuación)
Capítulo 90: Pregunta de los discípulos: Cuando un laico entra al monasterio, ¿no se le deben cambiar los vestidos ni darle la tonsura religiosa antes de un año? El Señor responde por el Maestro:
1Cuando alguien nuevo llegue del mundo para servir a Dios y refugiarse en el monasterio, y manifieste que quiere convertirse, no se le crea tan fácilmente. 2De ahí que disimuladamente, sólo de palabra, no de hecho, le será negada por el abad la estancia[1] en el monasterio. 3Para probarle se le propondrán las cosas más duras, (y) para conocer su obediencia, se le anunciarán las cosas más contrarias y amargas a su voluntad[2]. 4Se le prometerán ayunos diarios. 5Además, esto también aprenderá, por la lectura de la regla y las palabras del abad: en el monasterio a nadie le es lícito decir: “Esto quiero, y esto no quiero; esto amo y esto odio”, para que no elija o haga su propia voluntad. 6Y sepa que quien quiera vivir con perfección la vida religiosa en el monasterio, lo que quiera por su (propia) voluntad, esto de ningún modo se le permitirá[3]. 7¿Por qué? Porque hay caminos que parecen rectos a los hombres, cuyo fin sumerge hasta lo profundo del infierno (cf. Pr 16,25). 8Y a lo que no quiere, a esto se lo obliga, para amputarle la propia voluntad, que es enemiga de Dios. 9Por tanto, quien desee la perfecta conversión, se le negará todo aquello que ame y desee, y se le impondrá todo lo que odie, 10(como) dice el Señor: “Quien quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo y sígame” (Mt 16,24; Lc 14,26), 11esto es, que no haga su voluntad sino la de Dios. 12Debe soportar todo por el Señor, el que quiera militar en su escuela. 13Por otra parte, ¿qué podemos soportar que sea digno del Señor, según lo que dice el Apóstol: “Los sufrimientos del tiempo presente, nada tienen que ver con la gloria que vendrá” (Rm 8,18)? 14Y si un perseguidor trata de quemar a un siervo de Cristo, como (es) un calor temporal, no se siente, acabado el dolor; pero no es como el otro fuego, el inextinguible, 15ni quema de la misma manera que el castigo de la gehena eterna, reservado al alma pecadora por (toda) la inmortalidad. 16Si se le inflige castigos de garfios, del potro o azotes, al pequeño dolor sufrido, le sucede una corona de alegría eterna. 17Si se nos encierra en una prisión tenebrosa por causa de Dios, sin embargo le espera la Jerusalén eterna edificada con oro y adornada con joyas y perlas (cf. Ap 21,18-21)[4]. 18Si la oscuridad de la cárcel nos hace perder la vista por causa de Dios, de momento nos deja en tinieblas, pero después de esto seremos recibidos en la vida eterna por aquella (otra) luz, 19que resplandecerá no con el resplandor del sol o de la luna, de estrellas del cielo, sino con la majestad perpetua del mismo Dios (cf. Ap 21,23 y 21,11). 20Si muriendo por Dios, merecemos dejar esta tierra que pisamos, inmediatamente seremos admitidos a caminar perpetuamente sobre aquella tierra que es siete veces más brillante que la plata[5]. 21Si realmente despreciamos por Dios las cosas que se consideran agradables[6] en este siglo, que más que reconfortar, ensucian nuestras entrañas, 22inmediatamente seremos admitidos para siempre junto a aquellos ríos que corren perpetuamente, que están llenos con la abundancia de vino, leche y aceite[7], 23e igualmente (junto) a los frutos variados y diversos de los árboles que dan frutos[8] doce veces al año, no por cultivo del hombre, sino por la abundancia de la divinidad[9]; 24no se siente hambre para gustarlos, o una necesidad que incite a comerlos, 25sino que, después que los ojos de los santos quedan saciados de su vista, además cada uno siente en la boca un deleite agradable[10] (cf. Sb 16,20-21)[11].
26Por tanto, es justo que durante un poco de tiempo seamos atormentados[12] por el Señor con ayunos y abstinencias, para que merezcamos ser saciados perpetuamente de los bienes que nos tiene preparados (cf. 1 Co 2,9). 27Que (soportemos) por Dios la oscuridad de la cárcel (en la que nos ha encerrado) el enemigo, para que brillemos en aquella luz eterna como chispas que se esparcen en un cañaveral (Sb 3,7). 28Gustosamente aceptamos por Dios una muerte momentánea para librarnos por siempre de la muerte eterna de la gehena. 29Finalmente también, en un tiempo sin persecuciones, en la paz misma del cristianismo, militaremos en la escuela del monasterio (sometiéndonos) a las pruebas y a las mortificaciones de nuestras voluntades, bajo las órdenes del abad, 30para que después de esta peregrinación en la vida de este siglo, cuando nuestro Señor nos haga comparecer en su juicio, le presentemos nuestras dignas obras, 31ofreciéndole nuestra paciencia, mediante la cual soportamos alegremente en su nombre, todas las cosas duras y variadas ordenadas por el abad, 32así como las diversas mortificaciones de nuestras voluntades, soportadas de buen grado por el nombre de Dios y por la salvación de nuestra alma, 33diciéndole al Señor: “Por tu causa nos condenan a muerte[13] cada día, nos tratan como a ovejas de matanza” (Sal 43 [44],22). 34Y cuando todo esto nos vino encima, nosotros no te olvidamos, y por la observancia de la obediencia, no hemos violado tu alianza (Sal 43 [44],18) 35y, por la perseverancia de las buenas acciones y el deseo de la esperanza futura, nuestro corazón no se volvió atrás, porque no se desviaron de tus caminos nuestros senderos (Sal 43 [44],19). 36En estos caminos, oh Dios, nos pusiste a prueba, nos examinaste en el fuego, como se examina con el fuego la plata (Sal 65 [66],10). 37Nos empujaste a la red de la prueba, nos pusiste sobre la espalda de nuestra humildad las tribulaciones de la amargura (Sal 65 [66],11), 38para que no se nos permitiera hacer nuestra voluntad, sino que se nos obligara a hacer la tuya. 39Así, pusiste hombres sobre nuestras cabezas (Sal 65 [66],12), 40porque nos mostraste que debíamos ser probados bajo un abad doctor y un prepósito de disciplina. 41Por tanto, estos tales prosiguen diciendo, ya en aquel siglo (futuro), al Señor: “Pasamos por el fuego y por agua, y nos has hecho entrar en un lugar de reposo[14]” (Sal 65 [66],12), 42esto es, pasamos por las amarguras (impuestas) a nuestras voluntades, 43y en el servicio de la obediencia santa, he aquí que llegamos al descanso de tu piedad[15]. 44Y también le dijimos: “Estamos contentos por los días en que nos humillaste, por los años en conocimos[16] la desdicha” (Sal 89 [90],15), 45para que el fuego de la gehena no tenga nada que reivindicar en nosotros, cuando el diablo, que ha de abrasarse allí, no habrá hecho en nosotros nada suyo.
46Por tanto, debe soportar todo por el Señor, el que desee militar en su escuela. 47Y como “el oro es probado por la lima, el martillo y el fuego” de la fragua, para ser útil en “la diadema” de Dios y “la corona del Señor”[17], 48porque al no querer hacer la voluntad propia, está obligado a hacer la de aquél a quien diariamente decimos en la oración: 49“Que se haga tu voluntad así en la tierra como en el cielo” (Mt 6,10). 50En efecto, la tierra es nuestro cuerpo, al cual dijo el Señor: “Eres tierra y a la tierra volverás” (Gn 3,19). 51Porque toda voluntad propia es carnal y proviene del cuerpo, por eso nos empuja a cometer (acciones) deleitables e injustas, 52que, por causa de los deseos, parecen ser dulces a la carne en el corto tiempo de esta vida, 53pero que en el futuro y en la eternidad serán más amargas que la hiel. 54Así, por tanto, con justicia nuestra lengua se ve obligada a clamar cada día al Señor: “Hágase tu voluntad en la tierra” (Mt 6,10) de nuestro cuerpo. 55Esta voluntad, cuando nos fuese transmitida en la escuela del monasterio por los superiores y cumplida cotidianamente por nosotros mediante la obediencia, 56con todo derecho creemos que en el futuro el Señor nos perdonará y esperamos además que su gracia nos podrá coronar, 57porque hicimos siempre su voluntad, no la nuestra, 58y nunca antepusimos los deseos de la carne a los de su amor, 59y por él estamos dispuestos a perder nuestras almas en este tiempo, para merecer encontrarlas con él en el futuro (cf. Mt 10,39).
60Por tanto, (cuando) alguien inflamado del temor de Dios[18], desee practicar la vida religiosa en el monasterio[19], y quiera ser su discípulo, 61el futuro maestro le expondrá, de parte del Señor, eso que anteriormente dijimos[20]: 62cualquier cosa que en alguna ocasión buscare por un deseo de su voluntad, sepa que le puede negar, y todo lo que no quisiere, aprenda que le puede ser impuesto[21]. 63Con antelación se le negará la (propiedad) particular[22]. 64Se le leerá toda la regla y prometerá observarla con obras[23]. 65Sepa que, en lo sucesivo, la casa de sus padres le será extraña. Crea que, en adelante, la puerta le será inaccesible, porque, quien no abandone al padre, a la madre, a los hermanos y a la casa, no puede ser discípulo de Cristo (Mt 19,29; Lc 14,26). 66Sepa que no saldrá fuera del monasterio sin una orden del superior.
67Una vez que el abad le haya predicho todas estas cosas[24], y cuando prometa que le obedecerá en todo y que está preparado para (seguir) todos estos avisos y los de la regla con hechos, entonces se lo recibirá en el monasterio[25]. 68No obstante, no se le impondrá fácilmente el hábito religioso[26], no sea que prometiendo en (esa) hora, falle después y entre con el nombre de oveja un lobo (cf. Mt 7,15); 69porque cuando era seglar, el diablo no le tentaba, puesto que siempre hacía abiertamente su voluntad, siendo su operario, 70pero cuando se entregó al temor de Dios, en el servicio de Cristo, (alejándose) de las sugestiones del diablo y de la milicia secular, desde ese día, sépalo muy bien, el diablo será su enemigo perfecto, por haberle abandonado a él y al mundo a causa del temor del Señor[27].
71Por tanto, no se debe dar crédito tan fácilmente al que ingresa, a no ser que se vea que cumple con hechos lo que prometió con palabras, (según) dice la Escritura: “No confíen en cualquier espíritu, sino pruébenlos (1 Jn 4,12) primero”. 72Y también: “Muchos vienen a ustedes vestidos como ovejas, pero por dentro son lobos rapaces” (Mt 7,15; cf. 24,5). 73Ves, por tanto, cómo la Escritura nos ordena tratar con cautela la causa de Dios, para no dar a los perros lo que es santo, ni las perlas preciosas a los cerdos (Mt 7,6; cf. 13,46). 74Antes bien, el abad lo amonestará cada día diciendo: “Hijo, estas prendas, que usas momentáneamente en el monasterio, no te humillan ante nuestros ojos, 75pero cuando purifiques previamente, en el (servicio) divino, lo íntimo de tu corazón de las obras seculares, entonces ya cambiarás finalmente de vestimentas, 76para que todos legítimamente vean ya en el cuerpo, que eres poseído por Dios en el espíritu[28]. 77Y una vez eliminada la malicia de (tu) pecho, podrás con todo derecho, tonsurar también (tu) cabeza. 78Y cuando hayas cumplido a la perfección todo lo que se contiene en la regla del monasterio, llevando todavía tus vestimentas (seculares), serás aún más santo cuando recibieres nuestro hábito"[29].
79Por tanto, cuando haya cumplido todas estas cosas perfectamente en el monasterio durante un año entero, en compañía de los demás hermanos, entonces se le tonsurará sin dudar lo más mínimo, 80y se cambiarán sus vestimentas por las de la vida religiosa. 81Se le tonsurará de esta manera: el hermano estará en medio del oratorio, de rodillas, y al tonsurarle el abad, todos (estarán) a su alrededor salmodiando.
82Durante este año de probación, no entonará un salmo con antífona[30], o un responsorio, o un versículo, hasta que no hayan[31] merecido vestir el hábito de la vida religiosa, ni se atreverán a comer con el abad.
83Pero las vestimentas seculares, que le[32] quitaron para cambiárselas, se conservarán guardándolas con todo cuidado, tanto si se trata de los laicos, como de un converso ya estabilizado[33]. 84Así, si alguna vez, lo cual no suceda entre conversos, quisiere volver otra vez a sus vómitos (Pr 26,11; 2 P 2,22), y eligiere retornar de nuevo al camino del siglo, y no pudiendo retenerle con ningún vínculo de las Escrituras o de las admoniciones, devuelva a Cristo lo que es suyo, 85esto es, que despojado de los vestidos santos y del hábito sagrado, revestido de los vestidos con los que había venido, retomando la semejanza con el mundo, vuelva al diablo, su consejero, 86y el fugitivo no llevará el hábito de Cristo para mancillarlo en el siglo. 87El siglo lo recibirá de la misma manera que lo había enviado, en tanto que Cristo recuperará lo que era suyo, y que se le había dado a un indigno, cuando el Señor no pudo encontrar en él aquello que buscaba.
88Pero todo lo que eventualmente adquirió, fabricó o donó (estando) en el monasterio, nada de ello se le restituirá al marcharse, ya que todo lo que entró en el monasterio para Dios[34], debe permanecer en él. 89Por tanto, se le negará el permiso para sacarlo. 90Únicamente no puede ser retenido en contra de su voluntad aquello que tiene libre albedrío, esto es el alma misma y el cuerpo, 91por hallarse [el alma] prisionera del diablo en sus voluntades y deseos, dice que goza de libre albedrío y cree que le está permitido lo que es malo. 92Si los Padres ordenaban al monasterio no devolver los bienes de los apostatas ni sus donaciones, no (es) porque gastados o consumidos lícitamente para las necesidades de los santos, no pudieren ser regurgitados ni devueltos[35], 93sino que si se les niega con toda autoridad la mayor parte, (es) para que con ocasión de sus bienes, los discípulos sean retenidos (y) permanezcan en el monasterio en la disciplina de Dios[36]. 94Por tanto, un objeto ofrecido a Dios, no puede ser devuelto al siglo por un hombre[37]. 95Tal es, en efecto, el triple axioma de esta regla: en el monasterio, el trabajo alimenta; la perseverancia, calza y viste; (y) la partida restituye los bienes debidos al monasterio, y si lo desea, que se vaya.
[1] Habitatio.
[2] Cf. Regla de los IV Padres 7; Casiano, Instituciones 4,38.
[3] Aquí comienza un extenso sermón (RM 90,6-59) sobre la obediencia; cf. RM 7,39-66 y 10,30-58.
[4] Vv. 17-25; cf. Visio Pauli 20-29.
[5] Visio Pauli 21.
[6] Lit.: delicias (deliciae).
[7] Visio Pauli 22-23.
[8] Nascentes.
[9] Visio Pauli 22.
[10] Quod fuerit delectatus.
[11] Passio Sebastiani 13.
[12] Cruciamur.
[13] Morti adficimur.
[14] Refrigerium.
[15] O: bondad (pietatis).
[16] Lit.: vimos (vidimus).
[17] Passio Iuliani 36.
[18] Accendes ad timorem Dei.
[19] In monasterio cupiens converti.
[20] Cf. RM 90,1-5.
[21] Cf. RM 90,6-9.
[22] Peculiaria. Cf. RM 87,17,
[23] Cf. RM 87,1. 3-4; 90,5.
[24] Cf. RM 90,1-66.
[25] “Todo lo anterior (RM 90.1-66) no es más que un desarrollo de RM 87,1-4. Es posible que el capítulo 90 represente un estadio anterior a la redacción de los capítulos 87-89. En todo caso, no se encuentra la menor alusión a la tregua de dos meses y a la ceremonia de profesión” (SCh 106, pp. 390-391, nota 67).
[26] Propositi habitus.
[27] Cf. Fausto de Riez, Homilías a los monjes 8 (PL 50,852D-853A).
[28] A Deo possideris in mente.
[29] Sanctior permanebis.
[30] Psalmum antifanae.
[31] Pasaje del singular al plural en le texto latino.
[32] Retorno al singular.
[33] Cf. Casiano, Instituciones 4,6.
[34] Ad Deum.
[35] Cf. Regla de Macario 25.
[36] Otra traducción: la escuela de Dios (ad Dei disciplinam).
[37] Cf. Juliano Pomerio, Sobre la vida contemplativa II,16,4.