3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito
IX. La Regla del Maestro (conclusión)
Capítulo 94: Pregunta de los discípulos: Si el abad muere de repente, ¿cómo proceder para instituir otro abad tomado de entre los hermanos inciertos[1], puesto que (el abad) en vida no había designado al mejor, cuando le sorprendió la muerte súbita? El Señor responde por el Maestro:
1Considerando el repentino declive de la naturaleza humana[2] y la manera súbita en que suele venir habitualmente la muerte, decretamos lo que sigue[3] para descubrir entre los inciertos al conveniente para la ordenación, para que entre los inciertos pueda hallarse un procedimiento seguro. 2Así, por tanto, puesto que, hemos dicho anteriormente[4] que, en el monasterio, los rangos de unos y de otros han de estar mezclados y que nadie debe tener seguridad alguna sobre la dignidad de segundo, 3cuando, por tanto, el abad, en vida, no decidió ordenar después de él, a alguien que considerara mejor a los demás, 4¿si el antedicho abad emigra súbitamente hacia el Señor…? Respondemos: ¿Qué (hacer)? 5Para evitar que nadie presuma según su propio criterio, que él será el sucesor y agite a todos (provocando) una sedición, (de manera) que una disputa violenta entre las partes convertiría la casa de paz en un campo de batalla, 6por esta razón, decretamos que el pontífice del lugar y su clero elijan un abad santísimo, 7que reciba esta regla, (para estar) al frente[5] de esta comunidad, en el lugar del abad difunto, y estará durante treinta días al frente de todos los hermanos, 8y él mismo considere, según lo establecido en esta regla, a quién podrá encontrar de entre todos superior en toda observancia. 9Por tanto, a los treinta días, este abad, ante el obispo y el clero, jurando por los sacrosantos evangelios, diga que no ha sido sobornado[6] ni con promesas ni con adulaciones, sino que declara honestamente, lo que encontró en esta causa de Dios. 10En seguida, estando toda la comunidad ante él, tomará súbitamente la mano de aquel que ha hallado mejor en todo, en toda la observancia de los mandamientos de Dios y de las prescripciones de la regla, 11y entonces, finalmente, el pontífice y el clero de ese mismo territorio procederán a ordenarlo[7] al cargo de superior[8], según las prescripciones de esta regla, como ya más arriba dijimos[9].
Capítulo 95: Pregunta de los discípulos: Sobre los porteros del monasterio. El Señor responde por el Maestro:
1Dentro del monasterio y al lado de las puertas, se construirá una celda para dos hermanos de edad avanzada[10]. 2Éstos, colocados allí, cerrarán a toda hora el monasterio tras los que salen y lo abrirán a los que entran 3y anunciarán al abad los que llegan.
4Pero estos dos ancianos deben observar también cada día esto: a las horas fijadas para que se lea en el monasterio, una vez cerradas las puertas, se unirán a la comunidad, para escuchar a los que leen, 5y cuando sonare en el oratorio la señal para la obra divina, cerrarán igualmente las puertas e irán al oratorio para la obra de Dios.
6En lo que se refiere al trabajo manual, se les preguntará qué es lo que pueden hacer de acuerdo con su edad, 7es decir, si saben algún oficio, 8y si no lo saben, que ayuden en lo que puedan cada día a los semaneros en lo que puedan. 9No obstante, no se les exigirá otro trabajo, si en todo momento están ocupados en abrir y cerrar las puertas. 10Recibirán del celerario la comida para los perros[11] y se la darán junto con el agua o el caldo sobrante de la cocina. 11Cuidarán los animales dentro del monasterio, ayudados por los semaneros, en su semana respectiva, 12tendrán a su cargo[12] la limpieza de la puerta, 13y cada día encenderán la lámpara que habrán colgado en la parte interior, para que, caso de que llegare alguien durante la noche, se pueda saber quién ingresa.
14Estos ancianos, según dijimos antes[13], comen con el abad, en honor a su edad, 15según el ejemplo de perfecta humildad dado por santa Eugenia, que decía “que ella no quería mostrarse superior ni siquiera a ellos”[14]. 16Porque a tales perfectos la Escritura les dice: “Cuanto más grande seas, tanto más (debes) humillarte, y hallarás gracia ante Dios y ante los hombres” (Si 3,20; Lc 2,52).
17Es conveniente que todo lo necesario se encuentre dentro de las puertas (del monasterio), esto es, el horno, edificios[15], el lugar de descanso[16], el huerto y todo lo necesario[17], 18para que los hermanos no tengan ocasiones frecuentes de salir (y) mezclarse con los seglares; 19no sea que si nos ven (personas) con ojos religiosos, seamos adorados por ellas como ángeles, lo que repercutirá más en nuestra perdición, 20y al decirnos equivocadamente, “Bendigan”, sin méritos (para ello), nos consideren santos, cuando no lo somos[18]; 21o, por el contrario, que el santo hábito sea deshonrado por las risas de ciertos infieles, al pasear por los lugares públicos o por las plazas.
22Así, por tanto, al hallarse todo dentro, la puerta del monasterio permanecerá siempre cerrada, 23para que los hermanos recluidos dentro con el Señor, estén ya, en cierta manera, en los cielos, y separados del mundo por causa de Dios.
24Esta puerta del monasterio, tendrá afuera un anillo de hierro (trabado) con una tuerca[19], para que los que lleguen puedan llamar[20] y sea conocida, en el interior, la llegada de cualquiera que se presente[21].
[Fin de la Regla de los Santos Padres]
[1] Incertis fratribus.
[2] Humanitatis.
[3] Lit.: “esto” (hoc).
[4] Cf. RM 92,33.
[5] Lit.: “sobre” (supra).
[6] A nullo… esse redemptum.
[7] Otra traducción: “procederán a la ordenación, en su persona…”.
[8] Primatus.
[9] Cf. RM 93,6-42.
[10] Aetate decrepitis.
[11] Cf. Ferreol, Regla 34 (menciona la presencia de perros en el monasterio).
[12] Exerceant.
[13] Cf. RM 84,1.
[14] Passio Eugeniae, ed. B. Mombritius, Sanctuarium, t. II, Paris 1910, p. 394, 1. 2-4.
[15] O: maquinarias (macinae).
[16] Otra traducción posible: jardín (refrigerium).
[17] Repetición de “todo lo necesario”.
[18] Cf. Casiano, Conferencias 4,19.
[19] Habeat ferreum in fimella.
[20] Lit.: golpear (concusso).
[21] Adventus.